A veces, la mente se pierde en mil pensamientos, en todos los «deberías» y «no deberías» que establecemos para nosotros mismos. Pero no siempre somos conscientes de lo que realmente importa o de lo que necesitamos. No te pienso lo suficiente como para saber dónde no deberías estar, porque tal vez lo que me falta no es la respuesta a esa pregunta, sino la certeza de dónde quiero que estés. Hubo un tiempo en el que tu sombra parecía seguirme, incluso cuando no estabas cerca. Cada rincón de mi mente te tenía presente, no por elección, sino por costumbre, como si tu existencia tuviera un lugar fijo en mi día a día. Siempre era un “Nosotros” antes que darme cuenta que existía la descripción individual de un “Yo”. Te pensaba en los momentos más simples, incluso en aquellos donde no debía.
No te pienso lo suficiente como para saber dónde no deberías estar. No me preocupo por los lugares en los que puedas aparecer o por las palabras que puedas decir. Ya no necesito predecir tus movimientos, ni estar alerta para evitar que tu presencia irrumpa en mi espacio. Lo que antes me preocupaba, hoy me resulta indiferente.
Es curioso cómo las cosas que una vez creímos importantes pierden peso con el tiempo. No es que te haya olvidado, es que simplemente ya no eres relevante para lo que soy ahora. Y aunque el rastro de lo que fuimos aún existe en algún rincón, no hay razón para detenerme allí. He aprendido a dejar de esperar que tu nombre resuene en mi mente. Y eso, de alguna manera, es mi mayor libertad.
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