Cazadoras
En aquella mesa rectangular se encontraban las mujeres más influyentes de todo el continente asiático. Todas vestían impecablemente sus vestidos y trajes resaltando con sus cuidadas joyas. Sus manos portando guantes, negros o blancos, evitando dejar sus huellas en cualquier superficie.
Habían tomado asiento hace algunos minutos en completo silencio. No conocían sus nombres, no podían ver sus rostros, estos cubiertos por grandes máscaras cuyas incrustaciones de pequeños diamantes podrían derribar a cualquiera no apto para cargar con ese peso sobre los hombros. Así sus identidades se mantenían en completo secreto; hasta el más pequeño pedazo de cabello se encontraba cubierto por aquellas enormes máscaras.
En este mundo, no distante del nuestro, la sociedad se dividía en Alphas, Betas y Omegas, con algunas minorías como los Deltas. Por ello, y para asegurar el anonimato, es que las mujeres en aquella habitación usaban perfumes especiales que funcionan para enmascarar sus verdaderas feromonas. Sus máscaras contaban con un aparato que distorsionaba la voz para que sonase grave y robótica. Aquel único conocimiento que tenían sobre el resto de invitadas eran dos cosas: sus profesiones y su estatus como alphas.
—Supongo que la máscara de halcón es la asesina, ¿estoy en lo correcto?— habló aquella que portaba una máscara de puma.
Su voz robótica y distorsionada rompió el tenso silencio que había en la habitación. Era una mujer no tan alta ni robusta. Usaba un impecable traje rojo con una degradación a negro. Su escote se encontraba ligeramente abierto en una delgada V, con tacones a juego. Su enorme máscara negra brillaba sutilmente por los diamantes y la luz del lugar.
En una de las cabeceras de la mesa se encontraba sentada una mujer reclinada en su respaldo con las piernas cruzadas. Su impecable traje negro con camisa a juego y unos guantes dorados resaltaban espléndidamente. Su máscara, negra como la del resto, pero con diamantes ámbar en los ojos daban vida al león que se mantenía en silencio.
Con ambos brazos a los lados, mantenía en una mano una copa de vino blanco que se le había dado al llegar, al igual que a todas, cuyos movimientos sutiles movían el líquido de un lado a otro cada cierto tiempo.
A su derecha se encontraba el halcón. Usando un vestido negro escotado con un saco encima, sus piernas, claras y torneadas, cruzadas dejaban al descubierto su muslo derecho; ambas manos juntas sobre la mesa con una postura recta pese al gran peso que conlleva la máscara. A su lado se encuentra el lobo, con un vestido bastante similar de color azul que cubría perfectamente sus piernas, mostrando apenas un poco de los hombros debido al escote de corazón.
Entre el león y el puma se encontraba el oso. Una mujer baja que portaba un traje similar al de las otras mujeres de color azul, pero con un corte diferente en la caída del saco. En la cabecera sobrante se encontraba un asiento similar a un trono, de colores carmesís y dorados, completamente desocupado.
La mencionada, cuyas manos se encontraban entrelazadas frente a ella sobre la mesa, ladeo la cabeza para ver a quien la llamaba. Con un corto asentimiento afirmó que estaba en lo correcto, pero en ningún momento habló.
—Veo que nuestra anfitriona no llegará esta noche.
—Qué extraña recepción. — contestó el oso a lo dicho por el puma. —¿Continuamos?
Todas afirmaron y sus cabezas giraron hacia el león, la segunda al mando. Nadie se conocía, eso es cierto, pero habían leído la etiqueta que venía junto con su máscara donde aclaraba la jerarquía que había y las reglas que, sí se quebrantaban, terminaban en un castigo irreversible.
—Presentémonos según lo indicado. —habló aquella misteriosa mujer con una voz baja y grave.
—Empezaré yo. Soy Zeta y soy la mejor contrabandista del país. — dijo la mujer con la máscara de puma.
Su voz destilando arrogancia y confianza.
—Existen muchos contrabandistas, ¿qué zona controlas tú?
—No puedo responder eso. — dijo la mujer ladina viendo al halcón. —Podría ser muy fácil descubrir mi identidad real.
Las mujeres se presentaron una por una partiendo hacia la izquierda. El oso dijo ser Tierra, una ratera profesional. El león se presentó como Moon, siendo una doctora cirujana. El halcón se presentó como Quin, confirmando por segunda ocasión, que era la asesina a sueldo. Y, finalmente, el lobo dijo ser Laen, informática y hacker.
En el instante en que terminaron de presentarse la luz de la habitación se atenuó y el silencio reinó. En el centro de la mesa se abrió un compartimento elevándose con cinco pequeños maletines negros, y sobre ellos se encontraba una pequeña grabadora, cada uno con el grabado de cada animal. Tomando el que les corresponde a cada una Moon dio inicio a la grabación.
«Bienvenidas mis cazadoras.»
Aquella voz hizo una pausa, su voz distorsionada no podía ocultar el tono arrogante y divertido en sus palabras.
«A partir de ahora ustedes serán una unidad de justicia. Su trabajo, terminar con la gran familia Lee.»
Con eso dicho todas reaccionaron con sorpresa.
«Su primer objetivo, Ten Lee, buena suerte mis cazadoras.»
Con eso la grabación llegó a su fin y cada mujer se dispuso abrir sus maletines viendo su contenido, junto con una carta con todo lo que necesitaban saber. Finalmente, cinco minutos después, Moon se puso de pie y el resto la siguieron, dando por terminada la primera reunión con un corto asentimiento de cabeza. Cada una saliendo por las diferentes puertas en la habitación la luz se apagó dejando iluminado únicamente aquel asiento vacío.
Estaban en marcha.
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