Cansado, sí, cansado de buscarte entre los fragmentos más recónditos de mi empantanada memoria. La cual se atesta de recuerdos, datos, fórmulas matemáticas (que nunca más ocuparé), nombres de personas y calles que rara vez vuelva a visitar, estadísticas de partidos de fútbol y series que voy engullendo sin control alguno.
Los recuerdos de mi madre y la discografía completa de The Beatles, lugares donde creí sentirme feliz y otros donde derechamente sentí que rozaba el infierno, una biblioteca sin llenar de libros y noches musicales con los de siempre. El cumpleaños número seis en la casa de mis abuelos (que fue donde conocí mi rechazo hacia los payasos), los abrazos con mi viejo y el soneto veintidós de Neruda. Una caja con preguntas, de las que ya no me interesan sus respuestas, un par de recetas y platos que debiesen acompañarme/salvarme el resto de mi vida, terminaciones de remedios para no equivocarme y acortar “accidentalmente” ese resto de vida. Destellos que de vez en cuando salen a flote y sonrisas sin rostros en específico. Un puñado de números telefónicos y otro de contraseñas que voy repitiendo con pequeñas modificaciones. Recovecos llenos de oscuridad y una pequeña lista de personas en las que puedo confiar.
Entre todas esas imágenes que habitan en mi mente, siento como las tuyas van desapareciendo. Poco a poco. Deteriorándose como una fotografía polaroid que recibe los inclementes rayos del sol, deshilachando cada momento y ocultando bajo una espesa niebla cada conversación.
Tu aroma derechamente ya no existe. En algún momento de la vida mi olfato me traicionó y creí encontrarte en otras formas y otros cuerpos. Con el tiempo ya no pude diferenciar y así fue como se perdió ese rastro.
Algo parecido me pasa con el tono de tu voz, aunque en alguna zona de mi memoria rebotan los ecos de alguna discusión y por momentos suele vibrar tu carcajada adornada con el sonido lejano de unos carrillones de viento.
Y así el tiempo arrastra consigo recuerdos que estaban por desprenderse, los golpea y saca de raíz con una fuerza implacable y una vez que esa ola se retira se logran deslumbrar los vacíos que dejó. No puedo luchar contra mi deterioro y menos pretender, después de tanto tiempo, que se mantengan intactas esas cápsulas de mi vida contigo.
Pero contra toda lógica hoy busco esos recuerdos que abracé por tanto tiempo. Navego entre la espesa capa, doy vuelta cajones, lanzo carpetas por los aires, repaso cada cuarto y cada esquina. No dejo nada sin revisar. Suenan todas las canciones, escucho todos los diálogos y proyecto todos los paisajes. Pero la lluvia fue borrando gran parte del rastro. Vuelvo al inicio y retomo la primera pista.
Esto podría extenderse por unos días, luego tendría otra preocupación (o muchas) y pasarían los días, meses y quizás algunos años, hasta que algo me lleve nuevamente a buscarte entre mis recuerdos. Posiblemente en algún momento tenga éxito y solo así, me daría cuenta de porqué lo mejor fue olvidarte.
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