¿Partido en dos?

La cesta rebosaba con cerezas de todos los tamaños, cuyas cortezas resplandecían gracias a los paneles led para cultivos perfectamente alineados en el techo. Con la nave espacial tan alejada del Sol, fue necesario hacer aquel recorte de presupuesto; está claro que las frutas valían el sacrificio.

Ya 2 años desde que pisó un pie fuera del sistema solar, una renombrada astronauta estaría desbordando alegría. Persona solitaria, que literalmente tiene todas las estrellas por haber para ella, sola en la nave de sus sueños, pero es como que algo más le falta.

En su recámara marca otro día más en el calendario. Queda justo uno para volver a Tierra. Por fin, piensa ella. La falta de vitamina D se nota en su piel y está cansada de repetir la misma rutina antes de dormir, porque en cualquier momento se le acaba la crema humectante extraterrestre. No puede evitar extrañar aquellos productos artificiales de su planeta. ¿Seguirá igual? ¿Con qué avance tecnológico la recibirán ahora? Judit se imagina sus familiares, con la vida hecha. Paró de contar la cantidad de hitos que se ha perdido, sobre todo, en la vida de sus hijos; incomunicada y alejada de ellos por casi 10 años.

La profecía indicaba que Judit era la única capaz de completar la misión y volver sana a Tierra, cuyo éxito sería marcado por una cereza, puesto que no era cualquier fruto común. Tras numerosos pruebas y errores, pudo hallar con la indicada, aquella proveniente del cerezo más lindo de todos, desterrado de un planeta lejano. Justo como las flores rosas, el astro está rodeado por un tono rosáceo, esparciendo ondas como si fuera San Valentín todos los días. Claro, Judit solo estuvo menos de 24 horas allí, o eso cree. Es imposible calcular el paso del tiempo cuando ni siquiera se sabe dónde estás. Al menos, agradece siempre la ausencia de amenazas en el lugar, a diferencia de otros planetas, cuyos escapes llegan a ser milagrosos.

Sin embargo, Judit cuestiona su accionar aquella vez. Obtuvo la semilla, pero el costo pudo haber sido muy grande. Era el último ejemplar que quedaba en el planeta rosa. Nada más. Y acabó en las manos de una humana, una extranjera usurpando propiedad que no le pertenecía. La moral choca un poco con el deber, pero así iba la misión. No había nada más que hacer que dejar en sequía toda la zona del cerezo y dar con aquella semilla para salvar a los suyos y cumplir con la profecía. Puede dudar de muchas cosas, pero jamás de lo que está escrito en su destino.

Judit presiona el botón de la plataforma para posicionar la semilla en el talismán y tener todo listo para mañana. El objeto encaja de manera precisa en el marco, y Judit recuerda la primera vez que le fue entregado. Estaba tan nerviosa. Era su primera misión fuera del sistema solar e iba a estar ausente por tanto tiempo; no sabía si el peso en su cuello era provocado por la ansiedad o el talismán mismo. Le confiaron todo el poder a ella, cuya carga aumentaba con el paso de planetas sin semillas de cerezo. Su propósito culminaría pronto.

Se bajaría de la nave y sería recibida por el rey de la nación, felicitándola por su trabajo. Se imaginaba triunfante abrazando a sus hijos, siendo protagonista de una fiesta de bienvenida en su nombre dentro del hangar, dispuesta a ser el centro de atención después de muchos años en el espacio, donde a veces olvidaba su propia existencia. Incontables desveladas a causa del mismo temor. ¿Podré lograrlo? ¿Aún me queda tiempo para arreglar esto? ¿Qué es el tiempo cuando todo a tu alrededor son constelaciones y satélites y rocas? Lo único que podía calmarla era aquella canción de cuna que cantaba a sus hijos, en situaciones de insomnio, cuando eran ignorantes de su propio estado, cuando su tamaño igualaba aquel de la palma de su mano. Judit se cantaba a sí misma la melodía para quedarse dormida. Era el perfecto escape para mantenerse lúcida.

Llegó el momento de regresar a casa, capaz de olvidarse de todas las maravillas del universo para volver a su normalidad natal.

Judit maniobró cuidadosamente el descenso de la nave, oxidada un poco por la presencia de gravedad de la Tierra, que inexplicablemente se pasa por alto en lo desconocido. Unas escaleras desprenden a partir del abrir de las puertas y se asegura de tener el talismán entre sus manos, que sea lo primero que vean los demás. Aquel fruto galáctico que tanto los podía salvar.

Pero su mente la traicionó esta vez, puesto que los eventos no se desenvuelven como ella esperó. Al levantar la mirada, Judit es testigo de cómo el rey de la nación es asesinado al frente suyo. Una daga atraviesa el cuerpo de la autoridad, debilitado por la expulsión imprevista de sangre hacia el aire. Y a su alrededor, los viejos compañeros de Judit se encuentran derrotados en el piso. Algunos nuevos, también, que ni siquiera llegó a conocer.

Aterrorizada, corre con el talismán en mano de vuelta a la nave hasta presionar el botón de cierre de puertas. Por un momento, respira hondo y es abrumada por un silencio total. Se asoma por una esquina, temblorosa y alerta del peligro inminente que podría estar en su antiguo hogar. O quizás, seguirá siendo el actual, si el asesino la atrapa.

Dobla por un pasillo lentamente y se asegura de tener cada puerta con el pestillo puesto, hasta llegar a aquella del final. Inmediatamente, un forcejeo estridente irrumpe la recámara. Judit se tapa la boca y con la otra, sostiene el talismán con todas sus fuerzas. Tararea para sí misma la canción de cuna que jamás falla en hacerla calmar. Excepto esta vez.

A pesar de volver sana y salva a la Tierra, fue recibida por una tragedia, destruyendo así sus esperanzas de resumir una vida normal junto a su familia. Una vida que se le fue arrebatada por un desconocido asesino, cuya parada se encuentra a unos centímetros de ella, y en cualquier minuto aparecerá para llevarse a su última víctima. Pero los segundos pasan y los golpes cesan. Tiene que haber pasado algo para que se detenga. ¿Tendrá un plan? Seguramente, aquel incluía la masacre que desencadenó esta serie de eventos. El asesino quiere acabar con todo a su paso, está claro. Su propósito, por otro lado, es desconocido. De alguna forma, la profecía escribirá el destino de hoy.

Decidida, Judit abre la puerta. Las lámparas led del pasillo reflejan la luz del talismán, que ahora se encuentra en su cuello, es donde estará más seguro, y cuidadosamente, se abre paso por el lugar hasta el panel de control de la nave.

Pareciera que un huracán haya pasado por allí. Judit se encuentra con la zona totalmente destruida. Monitores rotos, palancas accionadas y un centenar de las bitácoras espaciales desparramadas en las baldosas. Los cajones abiertos, vacíos, y solo un culpable en toda la nave. Pero no encontró nada. Está todo fuera de su lugar, pero nada falta, curiosamente. El asesino ha quitado vidas para estar aquí, piensa Judit, para llevarse consigo almas sobre sus hombros, en busca de un objeto.

Si bien, la presencia de la cereza es imprescindible para salvar a los suyos, algo tendrá que tener la fruta para portar aquel poder. Tiene que haber una amenaza, también. Una amenaza y un bien. Una luz en la oscuridad, capaz de alumbrar cada tumba adormecida por el mal que causó el asesino, cuya cara Judit no alcanzó a ver… ¿Y si es quien menos se lo espera?

Cansada de estos pensamientos, llama al asesino sin rostro. Se pasea por la nave, abordando su recámara, el baño que tantas veces usó, la cocina donde preparaba la misma merienda de astronauta cada noche. El único sitio que queda es el invernadero, donde se ubican las interminables pruebas y errores. Los cerezos que no sirvieron su propósito. Y alrededor del cuello de Judit, el único fruto sobreviviente, que ahora servirá como un arma contra aquel sujeto. Una protección divina del cosmos, piensa ella. Algo más poderoso que cualquier cosa que ha tocado antes, y recién se da cuenta de eso.

Al caminar por entre los cerezos, las hojas brillan su rosado al son del talismán, que poco a poco cobra más brillo hasta llenar el lugar de una clara neblina. El objeto desprende un pulso luminoso en su interior indicando la cercanía con su amenaza. Se hace más y más rápido a medida que Judit se acerca al asesino, marcando su ubicación entremedia de la locura del ambiente. La neblina se transforma en una brisa que arrebata las hojas de las ramas, que sacude el terreno de los árboles. Judit flota por el poder de la cereza incrustada en el talismán.

Pero el asesino no aparece, sin importar qué haga ella.

Todo este poder no puede ser en vano. Ella confía en él, en la profecía.

Llegó el momento de cumplirla.

La cereza adquiere un rojo capaz de cegar a cualquier persona que mire. Los colores se fusionan con el tornado y es como si una cascada de sangre haya aparecido en medio del invernadero. Judit se rinde ante la fuerza del talismán y su cuerpo se levanta, siendo guiado por la cereza en su cuello. Acostada por los aires, ignorando el pelo en su cara, sus ropas caídas, su bata sin abotonar y sus pies descalzos, localiza con la mirada al asesino a punto de abandonar el sitio, a no ser por su inmediata aparición sobre él.

El talismán se posiciona en la frente del asesino, donde se ubica un perfecto hueco para que encaje. Como un tercer ojo, casi. Como si ese fuera su propósito hasta ahora, servir para ver más allá de lo que te espera. Judit desciende a medida que el tornado se calma, las luces bajan y el color rosa se convierte en un blanco opaco, hasta apagarse por completo. Lo único que ilumina el lugar es el talismán en la frente del asesino, brillando pulsantemente, conectado con sus atroces pensamientos; entendiendo, a la vez, aquellos de Judit, de decepción, de terror. Pesimistas premoniciones que canalizarían el poder del objeto cósmico, alimentándolo más y más de poder, y así liberando las mentes de quien lo porta.

En su punto clave, el talismán baja su brillo, y ahora todo el espacio está oscuro. Los cerezos perdieron todas sus hojas, cualquiera pensaría que llegó el invierno. Y la cereza sigue roja, resplandeciente.

Lo único que puedes percibir son los latidos de Judit, acelerándose, comprendiendo lo que está pasando. Completamente ignorados por la maquinaria de la nave, que ya no cruje, sino que se ha unido con los huesos de Judit y con la cabeza del asesino. Que rechinan al son del cerebro maestro y sus víctimas. Todo se unió.

El resto del cuerpo de Judit responde a los movimientos bruscos de su corazón, desplomándose en los brazos del asesino, arrodillado, como si haya perdido su propia familia, como si todo le pertenecía a él. Pero eran los recuerdos de Judit, en su alma, en su corazón, donde habitaban sus hijos, su trabajo, sus hitos más importantes. Todo le fue robado por la última persona que la abrazaría.

La mente de Judit se ha apagado por completo. Relajación total, como dirían sus hijos. Ojalá que estén bien, piensa ella.

El asesino desencaja la cereza de su frente y se la entrega a Judit, en una alabanza. La coloca en el pecho de la mujer, y sin dudarlo dos veces, ella la abraza con todas sus fuerzas antes de llevarla a su boca.

El asesino canta una melodía familiar para Judit, una canción de cuna.

Y a pesar de lo amargo de la situación, la cereza es lo más dulce que ha probado jamás.

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