—¡Agachaos, maldita sea!

Los dos soldados de infantería se agazaparon tras las rocas apiladas por la zona. Su superficie consumida por el intenso calor hacía saber que allí nada permanecía inalterable demasiado tiempo…

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que X-23 vuelva a despertarse?

El cabo Bob consultó la COM de su muñeca—. Aproximadamente veinte minutos sargento.

—¡Maldita sea! ¡Esto es un auténtico cajón desastre! —Exclamó furioso el soldado de comunicaciones Max.

—Bien, vamos por partes. Pensemos, eso es… Pensemos… A ver—. Habla el sargento Powell —Yo no veo más que dos jodidas opciones… —¡Maldita sea soldado, agache la cabeza o llamará la atención de esas putas criaturas!…

—La madre que me parió sargento, no me había dado cuenta. Pululan por todas partes, esperando a que cometamos un error. A todo esto sargento ¿dónde estamos? ¿Lo sabe?

—En el infierno cabo, ahí estamos, ¡en el puto infierno! Max ¿ha podido contactar con los de arriba? Cabo, ¿cuánto oxígeno nos queda?

—Negativo Sargento —responde secamente el experto en comunicaciones—. No hay forma de abrir un canal estable con nuestra nave en órbita. Las interferencias de la atmósfera baja son demasiado fuertes, sobre todo cuando la estrella comienza a asomarse…

A su vez el cabo Bob vuelve a consultar la COM. Teclea una serie de comandos para dar cumplida respuesta a la segunda cuestión—. Sargento, de oxígeno no vamos precisamente sobrados. Nuestros trajes tienen soporte vital aproximadamente para treinta minutos; tal vez menos…

—¡Maldita sea mi calavera! —Masculló el suboficial apretando los dientes. ¿Es que nada nos puede salir bien aunque sea por una jodida vez?…

—Sargento ¿cuáles son esas opciones? —Preguntó Max al tiempo que limpiaba la pantalla HUD de su traje.

—Ahí quería llegar. Usted prosiga intentando comunicarse. Bien opción una: quedarnos aquí confiando en que esas criaturas pasen de largo o vuelvan a meterse en sus alcantarillas. El problema será X-23, si no nos movemos la gigante amarilla nos incinerará con sus chorros de fuego líquido. Como sabrán es algo que sucede en esta luna cada amanecer.

Opción dos: correr hacia la nave de transporte de tropas. Sigue estacionada al final del desfiladero. Evitaremos la furia de la estrella pero no la de esos jodidos alienígenas.

—¡Vaya mierda de opciones sargento! Tanto la una como la otra nos llevarán a reunirnos con San Pedro y no me apetece verle el careto. Además ¿no se suponía que aquí, en Xonex, no había vida compleja? Porque para no ser así nos han zurrado de lo lindo. Ciento cincuentas hombres hechos trizas; nuestra compañía exterminada de un plumazo.

—Así se han dado las cosas soldado. Estamos bien jodidos. Sólo nosotros tres hemos logrado huir con el rabo entre las piernas. De cualquier forma este asunto es más retorcido de lo que puede parece en un principio…

—¿A que se refiere sargento? —Preguntó extrañado el cabo Bob.

—Le he estado dando vueltas desde que descendimos. He hablado largo y tendido sobre el particular tanto con el capitán como con el comandante y puedo decirles que ninguno hemos terminado de encontrarle sentido a esta misión. Sin embargo una orden es una orden y nos debemos a su cumplimiento. Después de la masacre que hemos vivido en Base Alfa me ha quedado meridiano lo siguiente: hemos sido enviados aquí como conejillos de indias. O mucho me equivoco o El Alto Mando priorizó verificar «in situ» el comportamiento de estos malditos monstruos. Desahuciar la compañía entera no fue más que un daño colateral… Eso hemos sido muchachos; un daño necesario.

—¡No me joda sargento! —Exclamó Max, furioso.

—Entonces ¿qué hacemos? —Preguntó el cabo. No tenemos armas, apenas oxígeno y X-23 nos va a tostar a lo pollo al horno…

—El capitán antes de morir me aseguró que alguien del Alto Mando le había mencionado que contaban con una especie de inteligencia primitiva. Tal vez se hayan equivocado y en verdad sean más inteligentes que nosotros, cosa que tampoco me extrañaría después de haber visto toda esta mierda…

Los de arriba harán lo indecible para no dejar testigos. Ahora mismo somos tres granos en el culo de ciertos uniformados chupatintas. Purgaran los servidores, crearán cortinas de humo, amenazarán a cuantos han trabajado en esta misión e incluso eliminaran a aquellos que resulten demasiado incómodos. ¡Oh! Sí ya creo que lo harán, no alberguen duda alguna. En conclusión nunca habremos estado aquí; ninguno tendremos nombre, ni apellidos ni siquiera una jodida cara que recordar…

—¡No me joda! Volvió a prorrumpir Max, aún más colérico que antes—. Pero sargento ¿cómo se puede hacer desaparecer a una compañía entera?…

—Ellos pueden hacerlo. Tienen los medios necesarios además no olvide que detrás está el Alto Mando y probablemente el Alto Comisionado. Nuestro amado planeta Tierra queda demasiado lejos como para saber o importarle cuanto aquí esté pasando, haya pasado o vaya a pasar.

—Pues tenemos que demostrar que nuestros oficiales mienten, manipulan y juegan con la vida de los demás—. Apuntó el cabo, sin quitar ojo a su COM—. Sargento, aproximadamente quince minutos de oxígeno. La medición no es demasiado precisa por la interacción atmosférica. ¡Hostias! Si no nos liquida la falta de aire lo hará la gigante amarilla X-23. No tardará en cocer hasta donde la vista alcanza y nosotros seremos los actores principales. Sargento ¿a qué distancia calcula que estará la nave de transporte de tropas?

—A unos cuatrocientos metros…

—¿Cuánto? ¿Cuatrocientos metros? No llegaríamos ni estando a cincuenta —respondió Max—. Nunca conseguiremos recorrer ese trecho con esas cosas acechándonos como alimañas. Son más rápidas, más fuertes y no necesitan respirar, al menos no como lo hacemos nosotros. Y para terminar de estar jodidos no contamos con nuestras armas…

—¿Y qué sugieres? ¿Sentarnos en torno a una hoguera y ver amanecer? —Le respondió toscamente el cabo Bob quien compulsivamente también limpiaba su pantalla HUD.

—¡Cállense de una vez los dos! No es momento para discusiones inútiles. Haremos lo siguiente —sentenció el sargento—. La opción menos mala no significa que sea la buena pero nos tendrá que valer. Echaremos a correr en zigzag, correremos como si esas cosas nos quisiesen arrancar los huevos de un mordisco. A lo mejor alguno de nosotros consigue llegar de una pieza. ¿Qué podemos perder? A la de tres ¿entendido? —¡Sí sargento! Respondieron al unísono Max y Bob, resignados a morir chamuscados o destripados…

Al llegar a tres saltaron sobre las rocas para esprintar como verdaderos atletas. El sargento Powell por el centro, el cabo Bob por la derecha y Max, el soldado de comunicaciones, por la izquierda. Se cruzaban entre sí cada pocos metros para evitar en lo posible ser carne de cañón.

El nivel de oxígeno bajaba rápidamente mientras que la imponente figura espacial de X-23 se hacía notar, escupiendo ríos de roca fundida. En poco tiempo gran parte de la superficie del satélite pasaría a ser un gran océano de fuego líquido.

—¡Corran! Maldita sea ¡corran más rápido! ¡Recuerden el entrenamiento! Estamos a mitad de recorrido ¡podemos hacerlo! ¡Podemos lograrlo! —Vociferaba el sargento a través del intercomunicador de su casco. El indicador de oxígeno marcaba mínimos incompatibles con la vida…

—¿Sargento lo escucha? Son los gruñidos de las bestias. Mis detectores las fijan en todas partes. Maldita sean nos vuelven a tener rodeados como en el campamento Base Alfa. ¿De dónde hostias salen?…

—¡Céntrese en lo importante y siga corriendo! No desperdicie aire en chácharas estériles.

Pero hay batallas perdidas antes incluso de formar un ejército para afrontarlas y este era el perfecto ejemplo de ello. Max fue el primero en caer al ser interceptado por una enorme criatura de aspecto indescriptible y fuerza sobrehumana.

Aquellas aberraciones carecían de ojos y no los necesitaban. Su existencia se desarrollaba a gran profundidad y esto era así por las condiciones extremas de la superficie, haciendo imposible cualquier tipo de vida orgánica. Consecuentemente al igual que los topos vivían bajo tierra, muy abajo.

La evolución los había dotado de capacidades excepcionales para sobrevivir. Se valían del movimiento; de las pequeñas corrientes eléctricas o del calor generado por los cuerpos para detectar a sus presas.

Max terminó partido en dos por una de las bestias emergida cerca de una escombrera de roca fundida. El cabo fue el segundo, despedazado por otro monstruo salido de una grieta ancha y profunda en el suelo…

La estrella estaba colocada al completo sobre el horizonte, alineada en horizontal con el mismo. Poco a poco riadas de fuego líquido en colores azulados, amarillos y rojizos comenzaron a recorrer la superficie a más de doscientos kilómetros por hora. El sargento se detuvo en seco. Lo sabía; todo estaba perdido. Por no tener ni tenía su pistola para pegarse un tiro. Era evidente que no había escapatoria, ni en una dirección ni en la otra mas en el culmen de la desesperación el suboficial tuvo una idea rocambolesca…

—¡Aguardad malditos bastardos! ¡No tengáis tanta prisa en acabar conmigo! —Gritó al tiempo que la alerta sonora de su traje le indicaba el tope máximo de tolerancia al calor del exterior, superado con creces. No sólo existía riesgo de prenderse como una cerilla sino que el oxígeno del propio soporte vital marcaba cero.

—Tengo un trato que proponeros. Seguro que me entendéis porque sois unos hijos de perra muy listos y yo ya estoy muerto…

Se hizo un tenso silencio, manteniéndose quietos como si efectivamente hubiesen entendido. La incandescencia se incrementaba exponencialmente. Dentro del traje de combate el sargento sudaba copiosamente. Las manoplas y las botas comenzaron a arder.

No sólo escuchaba su corazón zumbándole en los oídos sino que también sus pulmones le abofeteaban con ahínco por no tener algo que respirar. El cielo lucía una extensa paleta de amarillos y rojizos haciendo juego con aquel suelo de piedra pulida convertida, una vez más, en senderos de lava y roca derretida… ¡Qué belleza mortal!

—Almirante, una nave de transporte procedente del satélite Xonex solicita permiso para atracar.

—¿Una carguera de tropas dice? ¿Cómo ha conseguido despegar? —Preguntó el oficial visiblemente sorprendido.

—Almirante, han activado el piloto automático de retorno. Según el escáner hay un soldado vivo en el interior.

—Dígale que acceda al muelle doce. Que reduzca progresivamente velocidad. Desde aquí controlaremos la nave, desviándola al hangar dieciocho. En estos momentos cuenta con menor actividad—. Respondió el Almirante, evitando que se le notase su incipiente intranquilidad—. Por cierto, envíe para allá una dotación de contención, no sabemos a qué nos podemos enfrentar…

—Orden confirmada Almirante, van en camino.

El Almirante se retiró del puente. A buen seguro tendría muchas llamadas que hacer para saber cómo proceder ante semejante contratiempo.

Minutos después la nave accedió al hangar, llevando al sargento. Éste contra todo pronóstico seguía con vida. Al bajar la rampa él mismo descendió con paso marcial y seguro de sí mismo; retando a los presentes con una mirada cargada a partes iguales de odio y resentimiento.

El pelotón de contención le apuntaban con sus rifles de iones. El oficial de alto rango no tardó en dejarse ver, escoltado por su propia guardia personal.

—Sargento Powell ¡¡qué sorpresa!! ¿Cómo diablos ha sobrevivido allá abajo? Tengo entendido que aquello fue peor que echar un trago en la cantina del infierno. Me habían dicho que no había supervivientes sin embargo aquí está usted, contra todo pronóstico. Tiene una pinta horrible…

No tuvo tiempo a decir más. Powell acortó la distancia que los separaba para propinarle un potente derechazo que le hizo besar el piso metálico—. ¡Maldito bastardo hipócrita, usted y aquellos que son como usted! Nos han mandado a esa luna, se han cargado una compañía entera y ¿¡por qué!? ¿A qué juegan? Debería matarlo aquí y ahora mismo…

—Sargento Powell queda bajo arresto. ¡Llévenselo! —Ordenó el Almirante al tiempo que dos de sus hombres le ayudaban a incorporarse. Dos más procedieron a inmovilizar al suboficial con esposas de energía, arrastrándolo de los brazos en dirección a los calabozos del nivel inferior. Pero el prisionero no había terminado de hablar así que alzando la voz espetó jocosamente:

—¡Almirante, se me olvidaba comentarle! ¡No he venido solo!…

—¿¡Cómo!? ¡Está usted loco! Es completamente imposible. Los escáneres del puente de mando han verificado una sola forma de vida, es decir la suya…

—Creen saberlo todo, creen tenerlo todo bajo control. Es patético porque no tienen idea de nada. No controlan nada, no saben qué son esas criaturas. ¿Cuál era el plan del Alto Mando, maldito bastardo? ¿Contenerlos para usarlos como armas biológicas? ¿¡Acaso creen que se puede domar algo de semejante naturaleza!?… Por esto mismo nos han enviado allá abajo ¿cierto? Directos al matadero pues deseaban estudiarlas a pie de campo. Pues mis hombres y yo los hemos visto muy de cerca, créame.

Todos sin excepción eliminados de maneras que ni se podría imaginar. Pero a usted y a los chupatintas que tiene por encima le importa un carajo porque no son sus vidas las que están en liza.

Jodido cabrón aquí y ahora comprobará en primera persona el talante de sus tan estimados endriagos. Hasta podrá contárselo, si sobrevive, al Alto Mando o a quién narices estime oportuno. No habrá espacio vacío entre nuestras especies ni atmósfera que interfiera los canales de comunicación…

Súbitamente el fuselaje de la nave se abrió como una flor al sol. De entre el metal tronzado salieron decenas de aquellas impetuosas bestias. Corrían, gruñían y saltaban por doquier con pasmosa facilidad, mostrando una agresividad sin parangón.

Los disparos de los rifles de iones neutralizaron a unos pocos pero no a los suficientes para evitar la masacre que estaba por desatarse.

Pronto se llenó todo de sangre y restos humanos; desde el suelo hasta las paredes, pasando por el techo, las puertas, los paneles de control y cualquier maquinaria o instrumentos de a bordo.

Nadie quedó con vida, ni siquiera el Sargento Powell. Éste había aceptado su destino como parte del trato al que llegara con aquellas criaturas. Ellas obtendrían acceso a la nave en órbita mientras el suboficial, por su parte, a su ansiada venganza.

Poco después la propia nodriza encendió sus motores de materia oscura, poniendo rumbo al sistema de anillos Ántrax donde se agrupaba el grueso de la flota. La misión de la susodicha era la vigilancia de los sistemas exteriores.

El desquite sería total y sus consecuencias imprevisibles… Por fortuna el planeta Tierra quedaba a más de dos millones de años luz de distancia.

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