¿Quién anda ahí?(galleta de la infortunia #1)
-¿Quién anda ahí?- preguntó el niño.
-¡Nadie!- contestó el rincón.
X-113
Durante los días que transcurrieron en la ruta establecida, el miembro de la tripulación apodado X-111 mantuvo en orden la sala de mandos para asegurar un tránsito libre de incidentes. La no tan reciente expedición en el último destino había sido un desastre; los errores estaban descartados si quería conservar su ya de por si manchado expediente, por lo que estos últimos días se mantuvo todo el tiempo posible concentrado en cada movimiento del cuerpo, descartando impulsos y manteniendo un equilibrio perfecto. La puerta automática detrás de el informó que alguien había ingresado dentro de la sala, pero no tuvo que siquiera voltear a verlo dado a que la computadora anunció en voz alta de quien se trataba.
–Miembro de tripulación x-113– anunció la voz robótica. Aquel tripulante se encaminó a la consola de mando y se sentó al lado del otro.-¿lindo día que hace afuera no crees?-. Preguntó con voz pastosa.-Cállate y ayúdame. Llevo aquí más tiempo que tú echado en cama, esperando a que alguno de ustedes se digne a postrar su trasero aquí y haga su trabajo.
-Calmado colega, ya llegó su héroe al rescate. ¿Cual es su instrucción?.
-La pantalla de reportes no sirve, así que hay que tomar los reportes a mano, toma ese lápiz y comienza, a menos que quieras que yo también me encargue de eso.-
El tripulante miró el lápiz y acercó su mano, pero a medio camino se detuvo, como si no supiera que hacer exactamente con dicho objeto. Miro a su compañero y después al lápiz consecutivamente, como si esperara que algo sucediera.
-Enserio amigo, ya deja de jugar y pon algo de tu parte, aquí todos tenemos que hacer y tu solo me miras como si fuera a pegarme un tiro.
-Sabes que, tienes razón, estás ocupado y yo realmente tengo una cosa que hacer y es importante de verdad. Así que ahora me voy… hacia la puerta.
El tipo salió a prisa de la sala, dejando al ya de por sí molesto tripulante más consternado que nunca.
Cuando las cosas no podían estar más extrañas, el otro tripulante, x-112, entró corriendo como si su vida dependiera de ello, y vaya que si lo hacía.
-OYE ,¿REVISASTE LA CONSOLA DE ALERTAS?-.
-Por el amor de Dios, no está conversación otra vez. La cosa no sirve desde hace un…
-AMIGO, TENEMOS UN PROBLEMA… UNO MUY GORDO…
-Pues escúpelo…
-X-113 ESTÁ MUERTO. Lleva 5 horas echo pedazos en su recámara. Carajo creo que no debimos saltarnos la revisión pasada antes de abordar.
Una fría gota de sudor recorrió la espalda de x-111 de punta a punta. Recordando la mirada confundido del supuesto tripulante le echaba al lápiz, como si ni siquiera supiera que era uno.
Un corto hizo echar chispas a la pantalla negra, volviéndose clara de pronto, revelando los más de 100 mensajes que debieron haber llegado a oídos de todos desde hace tiempo.
Faltaban más de 46 hrs para llegar al siguiente destino, ahora la cuestión es si llegarían enteros, o en partes…
«ALERTA NIVEL ROJA. BRECHA DE SEGURIDAD DETECTADA. AMENAZA BIOLÓGICA DESCONOCIDA. PROTOCOLO DE EMERGENCIA: FISIÓN DEL REACTOR EN T-5,4,3,2…»
2:45 AM
Hace mucho que la tarea debió quedar terminada, pero decidiste posponerla porque para ti «no es urgente». Cuando por fin decides soltar el celular y sentarte a disque empezarla, miraste las indicaciones y llegaste a una verdad absoluta: No entiendes nada. Así decides que mañana lo más seguro es que te la pasen. Listo. Problema solucionado.
Apagas la luz, te acuesta en tu cama, te arropas con tus sábanas. Te encanta la sensación de estas, casi como un abrazo. Tomas por fin la decisión de cerrar lo ojos, te acomodas en la almohada, empiezas a caer en el sueño, descansando. . . Algo se movió.
Sabes que así fue. Quieres convencerte que fue producto de tu mente cansada, pero dentro de ti sabes que eso sería mentirte a ti mismo. Tu cuerpo se acalambra, tu respiración se acelera, empiezas a sudar frío. Quieres moverte, gritar, decir algo, lo que sea, pero tu cuerpo no responde. Aún si lo hiciera tienes la impresión que eso no sería peligroso. Si lo haces, algo malo pasará; algo sin remedio, sin segundas oportunidades, sería tu fin. Ahora tu garganta esta completamente cerrada, te falta el aire, no puedes respirar, pero tu cuerpo sigue sin mover ni un solo dedo. QUIERES LLORAR. No, llorar no, eso no es lo que te enseñaron , recuerda, los hombres no lloran, eso te lo dijo aquel otro ser al que llamas padre, y se encargó que nunca lo olvidaras, sobre todo con el cinturón en la mano y el Bacardí en la otra. -Si lloras te quiebro esto en la cabeza, pa que berrees de verdad-. Decides aguantar. Hay cosas peores te dices.
Te empiezas a sobreponer, comienzas a escuchar de verdad.Hay un goteo de alguna llave a medio cerrar, probablemente del mismo baño. El reloj de tu encimera esta corriendo, escuchas su tic tac, el tiempo pasar. Te ves a ti mismo mañana en la escuela copiando la tarea, platicando con tu amigo, siempre presente en cuanto problema tenías. Y entonces, ocurre lo impensable, te calmas.
Tus párpados, tanto tiempo tensos, empiezan a sentirse pesados, piensas que realmente no fue nada, tal vez solo madera que crujió, o alguna cosa mal colocada se cayó, nada más. TE sumerges en el profundo mar de tus memorias, Te duermes.
Fuera, el viento movió unas hojas de la rama de un árbol. Un perro comenzó a ladrar. Un gato saltó sobre un bote de basura.
Dentro, el reloj de mesa se paró, el goteo del agua cesó…
Y el armario se cerró…
ZOPILOTES
La carretera discurría entre dos locaciones. Un pueblo con un número de habitantes no mayor al de un preescolar; una ciudad que a duras penas pasaba como tal.
A lo largo de esta extensión de asfalto los autos, coches, camiones, motos, cualquier chatarra con dos ruedas y algo cercano a un motor medio destartalado y un escape que humeaba como chimenea, conducido por monos al parecer, aprovechaban para pisar el acelerador al fondo, como si los frenos y las señales preventivas fueran una leyenda estúpida que nadie creía.
No eran tantos los que pasaban por ahí, pero si lo suficientes como para establecer un punto de caza. Lo digo así porque al lado del camino, oculto por el pasto seco de finales de Agosto, estaba un oficial de policía, encargado de los asuntos de carretera, ¿Tránsito es la palabra?. Muchos no les gusta a que los llevó la vida, terminan sentados en alguna oficina y se mueren lentamente mientras los entierran vivos en papeles. Para este señor sentado al volante con su pistola especial que marcaba la velocidad de cualquier vehículo con solo apuntarla hacia él la vida no parecía ser más perfecta.
Carlson Dogson se había graduado de la academia policiaca con honores, primero de su clase, cualquier reconocimiento que dieran ahí lo tenía guardado en un repisa bien arriba de su apartamento, como símbolo de orgullo. Cuando recibió la noticia de que había sido designado para cubrir «asuntos viales», la noticia no la recibió con la mejor de las caras. Preguntarte si el esfuerzo ejercido durante 5 años de preparación, abusos constantes, gritos en la oreja hasta reventarle el tímpano, y otras cosas terribles, lo había traído viento en popa a vigilar un tramo de carretera solitario no sería una broma preparada por Dios.- «Espera a que veas lo que hay detrás de la cortina, hijo, se te va a caer el pelo»-.
Cuando atrapó a su primer mono, es cuando pensó que tal vez no estaba tan mal. El tipo iba a casi 120 kilómetros por hora, un giro a esa velocidad sería muy aparatoso, y después de un día aburrido sin nada que ver excepto alguno que otro pájaro surcar los cielos, un poco de acción le vendría bien. Era como un vaso de agua fría después de una jornada de trabajo intenso. Le dió la multa un poco más alta de lo establecido, pero supo que al menos la próxima vez se lo pensaría dos veces antes de creerse el diablo mismo sobre ruedas.
El tiempo pasó y junto con él más listillos que se creían invencibles, como si alguna fuerza extraña les ordenara desconocer el límite de velocidad, y eso que las señales estaban apostadas varias veces a lo largo de todo el camino. Dogson si que sabía cumplir su trabajo, más ahora que no tenía pega de hacerlo sin necesitar un estimulante. Cada tipo con su cháchara habitual de «no hay nadie por aquí», » está más muerto que un cementerio, o la típica » pregúntele a mi amigo verde», eran su inyección de lo que se sentiría un día soleado en una jeringuilla.
La mañana en el que observaba detrás de aquellos matorrales secos, casi parecidos a espigas de trigo, Dogson miraba las nubes. El siguiente chico listo extasiado por la flor de la juventud tardaría un rato en pasar, y los pájaros eran en lo que fijaba su atención ahora. Había un petirrojo haciendo piruetas en el aire, parecía bailar con alguien, tal vez el propio aire le hacia de pareja.
Cuando el petirrojo ascendió después de su cuarta o quinta voltereta en picada, el policía se fijó en un punto negro que volaba en círculos. Sus movimientos eran muy lentos. Llegaban a cierto límite imaginario para después detenerse y volver haciendo un gran elipse. Se le unió otro punto del mismo carácter oscuro, y luego otro, otro más, y otro luego después de este…
Era igual a cuando te quedas viendo al sol y ves muchas manchas negras. Igual a tallarse los ojos presionándolos muy fuerte con tus puños y sentías que todo estaba lleno de hoyos.
Dogson entornó los ojos, que rayos era aquello. En los dos meses que llevaba en el mismo lugar jamás había reparado en algo así, quizá había ocurrido mientras estaba en alguna persecución o dandole su nota-para-que-pague-después a algún tipo, pero lo desechó de inmediato. Algo en su mente le dijo que si decidía pasarlo por alto se estaba engañando así mismo. Y el no sería quien se autodenominaría mentiroso.
La carretera seguía vacía, quizá hoy no habría ningún premio. Así pasa a veces, ¿no?. Uno tiene una buena racha y termina de manera abrupta por circunstancias fuera de control.
Los puntos ya formaban la estructura de lo que uno llamaría «tornado». Como si al viento de repente le salieran huesos y se materializara en un caos destructivo que antes dió aviso.
Convencido de que ya no había nadie más que el y aquella cosa extraña, se dispuso a terminar con sus propias dudas y averiguarlo en ese momento. Dejaría el coche donde estaba, no lo necesitaría, pero también porque seria incoherente meterlo dentro de aquel lugar surcado por robles demasiado juntos para que pasara cualquier cosa no mayor a una persona.
Comenzó su pequeña travesía hacía lo desconocido, que no serían más de quinientos o seiscientos metros bosque adentro. Iba con la vista alzada, no quería perder de vista su remolino, sería tiempo desperdiciado si se despistaba y no lo veía más. Incluso se le antojaba una broma universal si en ese momento oía el sonido de un motor al que le están apurando con patadas. Como si advirtieran que había algo entre esos pastos altos, acechando.
Ya había recorrido unos 400 metros desde que salió de su patrulla y ahora podía ver mejor lo que le causaba tanto desasosiego. Eran Zopilotes. Todo aquel desorden en el cielo no eran mas que aquellas aves que se alimentaban de los menos favorecidos, quizá también de quienes no habían corrido con suerte y la vida no les sonrió.
Si su curiosidad estaba satisfecha o no, pensó que ya había llegado lejos, bueno, que aquel recorrido valiera la pena en su totalidad también.
Avanzó lo que le quedaba hasta llegar justo debajo de aquel embudo, y cuando llegó a lo que parecía un pequeño sitio de picnic ( incluso había una mesa o dos si se forzaba la vista entre los hierbajos), pareciera que todo el color que tenía en su rostro se había quedado metros atrás, junto a los árboles.
Había un cuerpo. Estaba tendido boca arriba, se podía ver a quien pertenecía. Una abuela bastante mayor, le daría unos setenta, años mas años menos. Parecía estar dormida, o en algún estado narcoléptico por la manera en que sus ojos estaban entornados.
Dogson avanzó. Sus pasos se volvieron cada vez más lentos, como si sus pies se hubieran vuelto de plomo y se negaran a darle otro bocado de la realidad que tenía frente a él.
Cuando llegó junto a la abuela, si alguna vez albergó alguna cuestión sobre si se podría hacer algo durante ese trayecto que le pareció un maratón, cualquier duda, terminó despejada cuando se fijó en el enorme agujero en la parte superior de la cabeza. Era enorme. Y la mancha que se extendía más allá, intuyendo que era el resultado de aquel hueco, lo era aún más. había materia gris y sangre ya seca cubriendo la tierra, dandole color al pasto que lo había perdido tiempo atrás.
El estómago de Dogson se agitó violentamente. Una, dos, tres veces, hasta que decidió que parte de su trabajo también incluía escenarios como este, solo que nunca pensó que hoy se sacaría la lotería y le tocaría verlo en persona. -«Espera a que veas lo que hay detrás de la cortina, hijo, se te va a caer el pelo«-.
En el momento en el que el policía volvía a erguirse para regresar a la patrulla he informar sobre la «novedad» de hoy, uno de los pájaros se despegó de su lugar en el cielo del escuadrón de la muerte y se posó en el cadáver, clavándole las uñas largas y negras para afianzarse bien a el, a ella.
Lo que pasó después, pareció estirar el tiempo y el espacio de aquel lugar que, antes encantador, comenzaba a volverse pesado y cancerígeno.
El ave miró a Dogson, y el juraría después que era como si le atravesara su frente, como si hurgara en busca de cierto hilillo de pensamiento, algo que solo eso parecía saber con exactitud que era. Dogson abrió lo ojos, estaban inyectados en sangre debido a las arcadas que había dado unos momentos antes, y el zopilote ladeo la cabeza, como para confirmar que esa era la señal de que había encontrado lo que venía a buscar. Dogson pensó que una especie de sonrisa macabra se había formado en el rígido y horrible pico de ese pájaro ya de por sí inquietante.
El Zopilote dió media vuelta sobre si mismo, miró el rostro de la anciana y, como un enorme taladro, perforó uno de los ojos, haciendo que una especie de líquido ambarino y pegajoso saliera despedido, como si reventaras una enorme espinilla que te ha salido en la nariz. Un hoyo extra para que salga lo que tenga que salir.
El ave miró a dogos. Dogson miró al ave. El cadáver parecía mirar a Dogson.
Dogson miró al suelo. Se rindió ante la guerra que ya había perdido incluso antes de empezar a acercarse a este lugar. Y sacó todo lo que esta mañana habían sido cereales y dos huevos duros.
El olor atrajo a los demás amigos alados del zopilote, que se posaban uno tras otro encima de la cadavérica abuela, y empezaron a abrir más y más huecos por todas partes. Había huecos en las piernas, huecos en los brazos, huecos en el estómago. Todos parecían querer acompañar al más grande, Los niños se reúnen con su madre. Que considerados, no se hubieran molestado chicos.
Aquello ya había rebasado los límites de lo que se considera «suficiente». Ya había visto lo que había detrás de la cortina, no veía la hora de ir al departamento de devoluciones de su mente y exigir el suyo, esto no era lo que quería. Seguro que no.
Dogson recordó que tenía piernas, y mientras los pájaros disfrutaban de su día de campo, las utilizó para largarse de ese lugar, lejos de la anciana, lejos de esos pájaros monstruosos, lejos de aquella entrada a un infierno pintado de verde.
Pensó que una vez que llegara a su patrulla todo estaría bien, se sentiría mejor. De vuelta a la rutina, si, eso lo resolvería todo.
Casi choca cuando ya estaba llegando a la patrulla, pero regresó la vista atrás para procesar si lo que había pasado de verdad sucedió. Ahí en donde antes había estado aquel torbellino negro, ahora no había nada. Ya se podía imaginar donde estaban todas esas cosas ahora.
-«Espera a que veas lo que hay detrás de la cortina, hijo, se te va a caer el pelo«-.
Cucaracha(galleta de la infortunia #2)
«Si bien, Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya. Porque entonces se asemeja más, pues, a imagen y semejanza de una cucaracha.»
Slasher
Se estampó contra la puerta.
El sonido fue sordo y dejó una sensación que acrecentó el pánico que la dominaba en ese momento. Trato de meter sus manos dentro de su desordenado bolso, pero solo consiguió revolverlo aún más.
Su mano era un huracán azotando a un pequeño pueblo costero, por no decir que dentro de su cabeza el sonido que antes había creído oír mientras caminaba de su trabajo en una cafetería que tenía la mala costumbre de darle los turnos extenuantes de las siete hasta las once de la noche hasta su casa rentada que tenia más pinta de cuarto de motel, estaba cruzando el umbral de la imaginación hacia la realidad.
Alguien se acercaba.
En las películas que rentaba del Blockbuster y que veía cada que tenía tiempo (no era muy seguido), lo que ella estaba viviendo siempre comenzaba con una sensación de sentirse acompañada por más vacío que resultara el camino. Después, era la sensación de estar siendo observada. No, más bien, estar siendo cazada. Quien la estuviera siguiendo ya había tomado una decisión, ella era la siguiente.
Luego estaban los pasos. Primero muy tenues, cuando todo lo que piensas que está sucediendo se niega con un «no, estoy loca». Luego más fuertes, la determinación cada que La suela tocaba el concreto de la acera, la desesperación y la manera en la que cambia tu ligero andar con una combinación entre el trote y el correr. Se mantiene , y cuando la sensación de girar te cruza por la mente, el otro también lo siente, y es entonces cuando se escucha ya a pocos metros cerca de ti, y definitivamente, empiezas a correr .
Las llaves no están. Sigue buscando. En algún momento la certeza de que están sobre la mesa de la cocina a la cual le falta medio centímetro a una de las patas se apodera de ella.
Todo se detiene. Se da cuenta que no hay un solo sonido a su alrededor, ni siquiera los pasos. Pero no hay paz en aquella calma tan espontánea.
Aun se siente observada, pero, ¿porqué ya no hay ruido?. Deja de buscar para escuchar con más atención. Un pequeño aire mueve un poco de las hojas regadas frente a la casa, producto del otoño que ese año parece haber llegado antes de tiempo.
Aun nada. Se comienza a preguntar si después de todo no habrá sido la combinación de la hora y su cansancio. Aún se siente observada.
Entonces ocurre.
Sus ojos se abren ,grandes. Son dos eclipses que se tragan todo rastro de luz existente.
No está sola, eso es cierto. Aún se siente observada, eso también es cierto. Quien la viniera siguiendo, aun sigue ahí, aun la observa, y está disfrutando de aquel espectáculo. Se detuve a verla revolcarse en su angustia mientras su cuerpo se cubría con el líquido salado del miedo.
Un último intento. Sus manos tocan algo metálico y serrado en uno de los extremos, son las llaves. Las saca de un tirón. Unos segundos de revisar cual es la correcta. Detrás de ella surge el sonido del movimiento, siendo las hojas quienes le advierten que si va a entrar en su casa, será mejor que lo haga ya. Mete la llave, encaja, la mueve de un lado a otra. El ruido de las hojas crece. La llave no parece mover el cerrojo. No tiene tiempo de revisar otra, tiene que ser esa, lo desea. Saca la llave, la vuelve a meter. Esta justo a menos de un metro de ella. La llave gira completo esta vez. Otro giro, suena el cerrojo, la puerta se abre, empuja con todas sus fuerzas. Ni siquiera voltea, solo pone su espalda contra la puerta cuando entra y la empuja de nuevo, con mucha violencia, cerrándola, poniendo de nuevo el seguro.
Se recarga en la entrada, sus manos sobre la puerta, está sudando, siente que a corrido todo un maratón. La casa está en silencio, todo en su lugar. Lo único que perturba esa tranquilidad , es una respiración entrecortada, excitada y desesperada. Ojalá fuera de ella.
Juego de mesa
-¿Aún sigue ahí?.
-Si.
Había tirado el dado y la tarjeta de suerte le había dicho que, como castigo, debía retroceder 2 casillas. El hombre en la entrada avanzó dos pasos.
-Llamen a la policia.
-No estoy tan seguro de que eso sirva.
-¿Porque?
-Si el sabe lo que pasa aquí adentro, ¿que crees que pase si agarro el teléfono para marcar 9-1-1?
-Tal vez nada.
-Tal vez, ¿Y si se echa a correr y derriba la puerta?. Piensa tus movimientos antes de abrir la boca.
El joven seguía mirando por la ventana al hombre en la entrada. Tenia aspecto normal de cualquiera que viniera regresando de una jornada de trabajo. La única luz en la calle era la de una farola que solo menguaba de vez en cuando su luz. El foco estaba a punto de fundirse, al igual que el falso semblante estoico en la cara del joven. El hombre en la entrada apenas recibía parte de esa luz ahogada. Pero su rostro seguía igual de negro como los alrededores . No había luna esa noche. Si algo pasaba, ni siquiera los astros los oirían gritar.
-Acabemos de una vez. Veamos, pensemos con cabeza, solo te faltan 10 casillas para ganar a ti, entonces, cuida como tiras el dado. Oye tu, creo que las tarjetas esas las revolviste peor que cualquiera de los cuatro. Te juro que yo mismo te mato antes que el tipo de afuera, si esa es su intención.
– Haber ya, todos en la mesa. Tira, pero si, con cuidado.
Tiró el dado, salió un 4, levantó una tarjeta y leyó – Felicidades, eres todo un explorador, avanza otras dos casillas más-.
Ya solo quedaban seis de las diez casillas , fácil. Una tirada de dos y otra de cuatro, dos tiradas de tres, tres tiradas de dos. Las posibilidades estaban a su favor, esto terminaría y lo que fuera ese hombre se iría y todos se irían a sus casas o pasarían la noche ahí, alguien ordenaría alguna pizza, se volvería una noche de películas…
Las tarjetas.
Si los castigos salían de la forma en la que venían saliendo desde que comenzó el juego, y ese sujeto lograba llegar a la puerta…
– Me toca.
-Bien, solo tira cuando estes seg… ¡QUE ESPERARAS!
El dado dio uno como puntaje.
Avanzó uno y sacó la tarjeta. Castigo.
– Te hundes en arenas movedizas, pierdes turno-.
El de enfrente se levantó a mirar por la ventana. El hombre seguía sin moverse, ¿o estaba más cerca?, no lo sabia con certeza, estaba tan oscuro que apenas se podía ver su silueta,¿ pero como?, si antes era claro que estaba al lado de la…
– No puede ser.
-¿Qué?.
-Esta como a la mitad de tu entrada.
-¡Pero si ni siquiera retrocedimos!.
-Te digo que revolviste esas tarjetas como el demonio. Por favor concéntrense, quiero volver a mi casa ya y planeo hacerlo estando vivo.
Cinco casillas. Parecían cinco kilómetros. Si la duda no había comenzado a carcomer sus mentes en algún punto, aquel era el momento. Mañana serían la noticia que encabezaran los periódicos. Casi podían ver el titular: «El juego de mesa asesino». Si a alguien se le ocurría poner aquello, estaría en la calle sin trabajo por algo tan ridículo como eso.
-Dame el dado.
-Pero es mi turno.
-No, no lo es, y aunque lo fuera, ya no puedo permitir que nos mates a todos.
-¿Y si tu te equivocas?
-Ni lo sueñes- su voz quebrada delató su angustia.
Lanzó el dedo. Salió un 3. Sacó la tarjeta y leyó… o eso creyó hacer. No emitió un sonido audible para el ser humano, porque lo que trataba de decir se aferraba al interior de su garganta, resistiéndose a existir.
-¿Que dice?.
-…
-Oye no tenemos tiempo que es lo que…
Arrebatando la tarjeta de su cuerpo congelado, el otro leyó lo que esta ponía. No entendía muy bien a que se refería, pero lo que estaba escrito sonaba como una advertencia mortal. Era como meter la mano en una trampa para ratones y estar a punto de activar el mecanismo asesino si hacías un movimiento brusco.
-Tramposo, retrocede cuatro casillas.
Se petrificaron, lo sabían, sabían que estaba tras la puerta de la entrada de la casa. No se molestaron siquiera en revisar por la ventana, ¿Que verían exactamente?, un hombre con ropa y zapatos normales, al que no se le veía el rostro por ningún lado.
-¿Quien seguía?.
-¿a?.
-Antes de que le arrebataras el dado, ¿Quien seguía después de el?.
-Seguías tú.
-Okey, entonces, saco un 6, avanzamos hasta el final, evitamos otra tarjeta de suerte y destruimos esta cosa. Sino, no lo sé…
Se sentó en la mesa, dado en mano, con todos siguiendo como el dado iba y venia con la agitación que esta hacía. Una sombra bloqueaba parte de la luz que entraba por la ranura inferior de la puerta. ¿Que pasaba si perdían?, ¿y si ganaban y el hombre no se iba?, sea como fuera, estaban a un tiro de averiguarlo.
lanzó el dado, aterrizó en la mesa y rebotó. avanzó casi volando hasta caerse, yendo a parar uno o dos metros mas allá. Los nervios son traicioneros cuando medimos la fuerza.
-NO NO NO NO.
-¡Maldición!
-¡PORQUÉ TENÍAS QUE AVENTARLO TAN FUERTE!
-¡Quietos todos!, iré a ver.
Se levantó de donde estaba y caminó con sigilo, sentía que estaba acercándose a un león, un león que se levantaría en cualquier momento y le rasgaría la cara y se lo comería ahí mismo.
Vió la parte de arriba del dado y emitió algo parecido a un graznido.
-seis…
-¿Cómo?
-¡Seis!
Corrió de regreso a la mesa, agarró la ficha y la desplazó hasta la meta. Habían ganado. Ahora quedaba por terminar de contestar la pregunta que nadie dijo pero era más que obvia.
Uno de ellos se acercó a la ventana, extendió la mano, cuando agarró la cortina, meditó unos instantes y la apartó de un tirón. Al asomarse, lo único que vió fue la negrura de la noche y la farola que intentaba combatirla, pero estaba perdiendo la batalla.
-Esta solo. No hay nadie.
-Bien… ¿que hacemos ahora?
-¿Jugamos otra?.
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