Para los que todavía no me conozcáis, soy Javi, Javi Medina. Os escribo esto desde el baño de mi vecino de arriba. No tengo por costumbre utilizar lavabos ajenos, la verdad, porque me parece un sitio súper íntimo. Pero este era un caso de fuerza mayor.
La cuestión es que estaba volviendo a casa y me he encontrado a Pascual, mi vecino de arriba, cargado con las bolsas de la compra. Me ha parecido buena idea echarle un cable porque es un señor mayor y siempre me ha parecido majo. Hace poco que me mudé a este piso y prácticamente es el único vecino que he visto en todo el bloque. Siempre me ha parecido gracioso que coincidamos en el ascensor cuando voy a trabajar por las mañanas. Es más, durante un tiempo pensé que lo hacía a propósito porque era abrir la puerta de casa y escuchar como él cerraba la suya para salir. El primer día que nos vimos incluso me pidió permiso para entrar porque iba con Lina, su perra. El segundo ya me daba consejos para el día a día en el barrio, como que mirase a ambos lados al salir del portal por si pasaba un patinete. Un tío majo este Pascual. Con el paso de los días me comentó que esta comunidad de vecinos era muy familiar y que se conocían de toda la vida, que no era habitual ver a gente nueva. Le dije que casi no me había cruzado con vecinos desde que llegué. Parece que son casi todos mayores y salen poco de casa. De hecho, apostaría que algunos de los pisos están vacíos porque no se ve movimiento en los balcones y los espacios comunes son muy silenciosos.
Volviendo al tema. Cuando he subido a casa de Pascual con las bolsas de la compra me ha ofrecido una Coca-Cola, para agradecerme la ayuda. La verdad es que me apetecía y he aceptado. Al traerme el vaso también me ha sacado unos trozos de fuet. Dice que siempre tiene esto en casa por su nieto. He aprovechado para preguntarle un poco sobre su vida. Si estaba viudo, cuántos hijos tenía… Me interesaba todo relativamente poco, pero no era plan de estar en silencio, ¿no? Los silencios incómodos son precisamente eso, silencios. Me comentó que estaba casado desde hacía 50 años y que había sido muy feliz. Ahora ya quedaba aguantar. No tenía sentido separarse a su edad y morir solo, todo eso era un drama.
Solo me quedaba el último sorbo de la Coca-Cola y me estaba meando. Suelo beber bastante agua y eso hace que vaya regularmente al lavabo. Hubo una época en la que me preocupé porque no me parecía normal. Caí en la tentación de buscar en Google y acabé pidiendo cita en mi médico de cabecera. Falsa alarma. Todo estaba bien. El azúcar dentro de los parámetros y los riñones funcionando bien. Simplemente, era acción-reacción. Beber bastante agua significa ir a mear con frecuencia. Si alguna vez os pasa esto id al médico, no os fieis de lo que me han dicho a mí, porque cada persona es un mundo.
Le pregunté a Pascual si podía usar su baño un momento y asintió con la cabeza. Entré rápido porque ya se me estaba escapando alguna gota. ¿Alguna vez os ha pasado eso? ¿Qué a medida que os acercáis al lavabo más ganas tenéis? Yo lo paso fatal. Cuando ya estaba acabando me ha dado por mirar al espejo y he visto una sombra en la cortina de la bañera. Me cago en Dios, qué susto. He pedido disculpas muy rápido y he salido pitando. Al abrir la puerta del baño me he encontrado a Pascual a medio metro de ella mirándome fijamente. He vuelto a cerrar la puerta rápido y he echado el pestillo.
¡Joder! Por estas mierdas no me gusta utilizar los váteres ajenos. Ahora que pienso, ¿no estábamos solos en casa? Vaya marrón. Ahora Pascual se pone a dar porrazos en la puerta.
—Sal, chaval. Vamos a hablarlo. —dice Pascual.
—Y una polla.
Sigue diciéndome cosas, pero estoy tan nervioso que ni lo entiendo. Vuelvo a mirar hacia la bañera y ya no hay nada. No lo entiendo. Estoy seguro de haber visto una sombra ahí dentro. Voy a sentarme en la taza del váter para pensar. Las mejores ideas siempre se me ocurren meando o cagando. Ahora mismo no tengo ganas, pero espero que el acto reflejo de sentarme active algo en mi cerebro. La puta, tenía todo el día planeado. Poner lavadoras, limpiar un poco y por la tarde había quedado con mi hermana. Pero ahora estoy sentado en el baño de Pascual, un sitio donde los rollos de papel están dentro de un colgador hecho de ganchillo. Realmente, este lavabo es como el de mi piso. Literalmente está abajo. La putada es que no tienen ningún tipo de ventana, solo un extractor de olores. De esos que cuando enciendes la luz empieza a funcionar. La única forma de entrar y salir de aquí es por la puerta. Una puerta de la que salen berridos y golpes. Pascual está muy intenso.
Me estoy planteando salir y enfrentarme a él. Soy más joven, más alto y más corpulento que Pascual. Eso sí, él parece que está más loco y no tiene nada que perder. Eso me asusta. No sé qué hacer. Necesito pensar cómo salir de aquí.
El silencio se ha adueñado del piso. ¿Se habrá ido? No lo creo, debe estar tramando algo. Habrá que esperar.
Han pasado diez minutos y todo sigue en calma. Voy a salir. He abierto ligeramente la puerta del baño y asomado la cabeza. Acabo de escuchar un ruido extraño y he vuelto a cerrar la puerta. Joder. ¿Qué hago? Uno no está preparado para estas situaciones. Estoy sudando mucho. Pero mucho es mucho. Solo hay dos cosas que me hacen sudar en esta vida. Bueno, en realidad tres. El calor, los cambios de temperatura y los nervios. Vuelvo a sentarme en el baño y miro al techo. ¿Cómo? Hay un puto agujero en el techo. ¿Cómo no lo he visto antes? Pequeño precisamente no es. Si bajo la tapa del váter creo que puedo intentar llegar. Vamos a probar. Entre la tapa y un radiador anclado en la pared puedo llegar a asomar la cabeza por el agujero. Está todo oscuro. Con la linterna del móvil igual consigo algo. Al bajar de aquí he escuchado un ruido raro. Igual es el radiador que ha crujido. No está hecho para que alguien se suba a él. Mirando el móvil, con la tontería llevo cerca de una hora en casa de Pascual. ¿Y si llamo a la Policía? ¿qué les digo? ‘No mira es que he ido al baño de un vecino, he visto una sombra rara y estoy encerrado aquí porque creo que mi vecino quiere hacerme algo’. No tiene sentido. Todo esto por saltarme uno de mis principios básicos: no utilizar baños ajenos. Vamos a volver a iluminar el agujero.
—¡Puta madre!
Al girarme e intentar subir de nuevo al agujero, veo que Pascual está asomando la cabeza por él. Ya está liada. No se mueve. Únicamente tiene parte de la cabeza sacada por el agujero y me mira fijamente. ¿Sé puede dar más mal rollo?
—¿Pascual? ¿Qué quieres?
Pascual está empezando a sacar lentamente el resto de la cabeza por el agujero. Lo único que se me ocurre es coger la toalla. Pascual está empezando a sacar los hombros mientras yo enrollo la toalla. Parece la niña de ‘The Ring’ saliendo de la tele, pero en señor mayor y calvo. No dudaré en utilizar mi arma improvisada si la cosa empeora. Qué mierda, voy a usarla ya. Acabo de enrollar la toalla y le doy un golpe seco a Pascual en toda la cara. El porrazo ha sido brutal. El señor no lo ha encajado bien, básicamente porque no se lo esperaba y al moverse bruscamente se ha caído por el agujero. Tremenda hostia con el suelo. Pascual no se mueve. Soy un desgraciado y creo que tengo un problema. Tengo que dejaros.
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