Amar entre sueños y sombras

Amar entre sueños y sombras

Marelys Leyva

01/02/2024

Oda a la fuente.

He nacido fértil,

de un pozo fértil donde lancé monedas,

canté tres veces sin negarme

y brindé mi costado para ser punzado.

He nacido fértil,

de un manantial fecundo

que no cesa de parirme

y me engendra en cada luna,

en cada ciclo de coherente locura.

He nacido de una fuente fértil,

donde abro mi alma y mis alas,

donde encuentro las respuestas

para matar la ignorancia.

Esta fuente fértil me acompaña,

escucha mis credos

y apacigua mi ira contra los dioses falsos.

Después de cada grito,

de cada muerte necesaria,

yo resucito en sus aguas.


Autorretrato

Pude haber sido bozal

o silencio mortal

que ahogara los gritos.

Pude ser pozo ciego,

huacal sediento de encierro;

pudieron mis manos ser mudas

o ávidas de postergaciones;

pudo quizás el olvido,

lacerar mis sueños despiertos.

Pero nací voz,

verbo feroz,

grito vibrante

y emancipada paloma doméstica.

Nací fuente fresca,

agua libre y manantial fecundo.

mis manos saben hablar,

gritar sus consignas,

cantar las verdades que niegan los miedos.

Pueden mis sueños ser luz,

ser canción,

ser himno de paz

más allá del dolor,

más allá del olvido,

más allá del silencio.

¿Qué importa que miren?

Miran de soslayo,

como si amar la soledad fuera un estigma, una pasión hereje,

como si caminar descalza y hablar con la luna fuera locura.

Y qué si me abandono, si me quedo sola,

si me doy la mano y me beso,

y comparto mí dicha con la tierra,

con las aves y el cielo;

si excomulgo el recato y los paradigmas vacios,

si me abrazo en las noches y me siento plena,

si en la punta de mis dedos florecen los orgasmos

y el sur de mis pechos se torna volcánico;

si me adentro en mi alma,

sin tiempo ni espacio;

y si puedo ser libre

y franca

y etérea, ¿qué importa que miren?


El ermitaño

El hombre de alma ciega,

vive muriendo;
su casa es un hueco,
una cueva entre las sombras,
donde deambula a tientas,
con sus miedos perplejos subiendo del abismo.
Carga en sus ojos la melancolía del desterrado
y las oscuras canciones de letras sordas
le besan los miedos.

El hombre mudo vive en su pena,
esconde sus sueños en una herida,
entre gritos descarnados de nostalgia
y amaneceres inhóspitos.
En su boca se dibuja un ruego
con los nombres que no recuerda
y la caricia muerta, abducida por el pasado.

El hombre huraño agoniza despacio,
la oscuridad es el templo
donde regurgita sus muertes,
donde las dudas desdicen la esperanza
que tímida se asoma.
Ya no cree en sus dioses,
ni en las santas,
ni en pervertidas desquiciadas
que le roban el sueño;
solo cree en el silencio
y en la compañía de su abandono.

El ermitaño vive en su encierro,
su alma no tiene ventanas.


Hay cosas que no son eternas

He tenido la certeza

de haber surcado otros cielos,

volado en otras alas,

de ver la vida en otros ojos,

de haber escrito un poema de Alfonsina;

Pero ya no estoy segura

de la perpetuidad de algunas cosas,

de las que solía llamar eternas;

la luna, por ejemplo,

no siempre está en menguante;

he notado que redondea sus bordes

y a veces se fuga, se hace invisible;

el verano no siempre quema en agosto,

lo he sentido en diciembre,

acariciando mis lados subversivos.

Algunos recuerdos tampoco lo son;

como la historia de dos que se amaban,

atados por lazos invisibles en ciudades lejanas,

ellos, ya no son los mismos;

el camino devuelve los pasos

y la historia se traga las promesas de eternidad;

no existen poemas ni señales de un pacto,

sólo el eco de un adiós que perdió el camino.


El espejo me mira

El espejo me mira,

y todos los otoños me caen en el pelo.

Las nubes se agolpan en mis ojos,

con todos los miedos asomados de un golpe.

El espejo me mira,

me asusta con sus voces añejas,

y me muestra el polvo acumulado en mis años.

Siento que aquella niña que fui,

se marchó sin remedio;

sólo me dejo su risa,

y una suerte de ternura que atesoro en mi pecho.

El espejo me mira…

Los recuerdos me hablan, casi en un susurro,

fatigados de recorrer mis lustros y acumular historias.

Reconozco aquellos ojos,

aquella alegría compañera que nunca me abandona.

Reconozco la pasión impregnada en mis huesos

y en los poros de mi piel con sus pliegues de décadas.

El espejo me mira

y yo celebro estar viva.

Es hermoso soñar

A veces,

cuando es invierno,

o cuando las caricias pactadas

mueren de otoños prematuros;

alguna espina leve me hiere,

ignorando mis escudos,

mis banderas de paz.

Se mete en mi vientre y araña con encono,

en el rincón oscuro donde visitan los miedos.

Aveces,

suele suceder que alguna espina,

atraviese mi alegría cuando abro mi alma,

en el lado vulnerable de mis sueños;

sin embargo,

es hermoso soñar.


Yo, la que escribe.

Yo, la que escribe,

la que busca en la vida los motivos,

las razones para no bajar los brazos,

para seguir amando las mañanas;

he hablado al corazón con mi sangre,

con todos los ojos de mi alma;

he transitado los caminos sin cruzar los dedos,

sin temor a la herida,

ni a las nubes,

ni a la fuga de la luna.

Yo, la que escribe,

en un vetusto mar de dudas,

que abre contra mí su boca

y tiene sus raíces en el miedo

en las lentas madrugadas y en los brazos del invierno;

me busco en la esperanza,

y toco en mi carne el deseo,

en el mismo lugar donde algún caminante,

sació su sed un poco

y sacudió sus temores.

Yo, la que escribe,

aletargada en un silencio breve,

en una renuncia de voluntad perfecta,

que se abre paso entre miedos

y promesas de austera compañía;

he tejido primaveras en mi pelo

para evadir el invierno,

y encontrar en mis manos,

la lira que me salva.

Deseos ancestrales

Quiero ser el agua clara,

arroyo fresco que corre libre,

contra la voluntad de la roca;

limpiar mi propio fango,

y las dudas que nublan mis ojos.

Ser la dulce melodía,

o una nota simple,

vacía de estridencias,

sublime al tacto de los sueños.

Ser hoja, una pequeña,

y no una rama entera,

pero libre,

etérea;

injertar mis raíces,

al pistilo sideral de la esperanza,

entonar mi canción,

en los muros del silencio;

ser playa virgen,

escondida de los hombres,

fuera del alcance del contagio,

lejos de las ruinas de otras playas.

Ser paz,

clausurar misiles,

y el sopor de la muerte;

evitar las treguas que conducen a otras guerras,

cerrar la boca del hambre,

ser bandera que da refugio a la inocencia.

Quiero ser verso,

libre, abierto;

no conformarme a este cuerpo mortal,

que perderé algún día,

cuando la muerte y sus designios,

sean solo un recuerdo.


No me callé las ansias.
No, no me callé las ansias,
ni el deseo del grito que ahogaba mi verso,
ni la liviandad de mis pechos y mis ojos,
ni la sangre que ondeaba en mis pómulos.
No me callé las húmedas palabras,
ni la fiebre mezquina,
que saturaba mis poros.

No, no me calle las ansias,
aunque no dije todo,
me guardé algunos gritos,
los mejores secretos de mis frases salvajez,
el hambre febril que corre en mis venas;
no dije perdón a todo, ni ¨lo siento¨,
ni las otras consignas que me salvan;
más bien, cerré los miedos y abrí las ganas,
y dejé morir las enmiendas;
empujé las dudas hacia afuera
y cerré la puerta tras mi fuga.
No, no me callé las ansias,
porque a veces callarse,
es morirse un poco.

Esto es amar
Y qué es amar,
si no quedarnos quietos,
sin prometernos,
sin castrarnos,
abrazando el presente;
y recordar el primer suspiro,
la caricia colérica,
el verso callado,
el miedo a despertar,
a soltar los cuerpos,
las manos.
Y qué es amar;
sino dejarnos ir,
despacio,
sin cadenas,
sin cumplidos,
sin miedos;
para tenernos,
para salvarnos;
para hallarte al otro lado de la herida,
al otro lado del silencio,
o del grito
o del miedo;
como beso robado,
como un latido clandestino,
como esperanza que no muere,
como plegaria que alcanzó el milagro.


Poema de los amantes que se buscan
Dime, ¿qué somos?,
¿qué somos en esta noche?
ante esta luna de cabellos blancos
que alarga sus horas hasta cielo
y me llena de insomnio los ojos,
dejando tu silueta entre su sombra.

Dime, ¿qué somos?,
tú que has sido siempre, aunque lejano,
has sido siempre, aunque furtivo,
siempre, aunque sin rostro,
aunque sin voz que me nombre en las noches,
siempre has sido.

Y yo traigo estas aguas de fuego,
un río tuyo que rompe mis carnes
y se mete en mis cuencas,
en mis valles,
en mis lunas,
en mi sangre
y en todo lo que huele a deseo.

Somos el agua de una sed antigua,
la atrofiada mordida
de un hambre que no cesa de llorar su bocado;
somos la oportunidad que vence al azar,
el gris orgulloso en las sienes,
la costura indeleble de algunas alegrías,
las pérdidas pequeñas que no se notan,
el temor a los espejos.

Somos dos seres que se buscan siempre,
dos almas que aguardan su encuentro.


Retrato de un alma gris
El alma gris llora su canto,
canto de beso roto
y pasado que no vuelve.
De su pecho cuelgan los miedos
y la fe que no alimenta;
los sueños se balancean,
como muérganos moribundos,
marchitos cual hojas de otoño.
Su cabeza es un faro erguido,
de ceño fruncido y ojos apagados,
cubierta de un follaje negro,
que cae hasta sus hombros.
Laguna pálida es su boca
y su lengua temblorosa,
balbucea deseos apócrifos.
Del otro lado esa voz,
voz de fragua que resplandece
en las sombrías ojeras de la noche.
El alma gris se yergue;
aquel sonido despierta el recuerdo
y el dolor del pasado,
es una pena fugitiva,
derribada por el gesto exótico
de una caricia nacida en sus manos.
Se muere la añoranza un poco,
y la herida agoniza
ante el efluvio salvaje.
Una resurrección de gozo le abraza
y en la comisura enajenada de sus labios,
se asoma una sonrisa;
el alma gris enjuga su pena.

La noche oscura del alma
Una muerte se anuncia,
el alma se agita en angustia.
En los espejos rotos,
solo hay vacío y soledad.
Las lágrimas antiguas,
de soles turbios en mañanas torcidas
y dolor recurrente por miedos inhóspitos,
salen de su guarida.
Las sombras se embriagan de olvido
y el pasado es regurgitado,
por los adioses imposibles.
Hay sueños castrados,
gritando en los pasillos,
anulando amores idílicos.

Una muerte es anunciada;
se muere la caricia solitaria,
los besos bisiestos,
los sábados menguantes,
el mar en los ojos,
la sonrisa mermada por la inconsciencia,
el grito de orgasmos aplazados,
y la ansiedad de los presagios caóticos.

Una muerte se anuncia
y el alma palpita,
regurgita el dolor de vidas pasadas,
de todas las muertes antiguas,
de la gloria no conocida,
de las eternidades olvidadas.

Se adentra el alma en su gran noche,
noche de agonía oscura,
de miedos antiguas
y memorias estériles;
al otro lado,
la luz.

El silencio del amor perdido

Me he sentido plena, a veces;

conforme al privilegio

de saberte mío en algún modo,

aunque fuera utopía;

y reconocerte esquivo y fugaz

en los rincones abstractos,

donde te puse en mi optimismo.

De alguna forma me sentía feliz;

mi amor brotaba por los poros

y alimentaba mi anhelo,

aún sabiendo

que no existía un “nosotros”

fuera de mi cama,

donde saciabas tu lujuria clandestina.

Yo esperaba siempre un cumplido,

alguna frase perfumada,

lejos de tus quejas lapidarias;

pero tu boca estaba esta ciega,

mas ciega que tu alma;

que en su silencio crispado decía todo,

en un discurso pueril de verbos inexistentes

y precarias sutilezas.

Tus ojos mostraban la ruta de tu fuga,

a tu imperio de miedos interminables

y orgullo miserable.

Llegado el día,

cayeron las cortinas

y mis alas volaron lejos,

lejos de la frialdad de tu sombra;

tú, desesperado, como un naufrago

que se traga la orilla,

sigues huyendo de lo que buscas,

siempre perdido

en la soledad de tu silencio.

Poema al amante torpe

Dices amor porque amas la palabra,

del verbo seductor que acompaña mis credos,

la incontinencia de mis manos

y la liviandad de mis pechos.

Dices amor y te pintas de sombra,

te escondes en tus parajes,

en los sueños inducidos por el llanto,

al sitio que escapas siempre.

Dices amor con el hambre en los ojos

y tus papilas sedientas

cierran la boca contra mi risa,

contra el verso que llamas casa.

Dices amor como un hombre

y como niño corres de las mujeres que soy,

de la bondad de mi sexo;

y lloras pasados lúgubres,

lloras miedos y caídas tontas

y recuerdos ebrios

de traiciones mezquinas.

Dices amor sin saber la verdad,

porque alucinas estrellas

y llamas luz a lo turbio,

porque la sed de amar te come la risa

y bebes agua de charcos secos.

Dices amor y supongo que ríes, a veces

y te hablas al espejo

cuando nadie te escucha,

aunque no te escuches.

Dices amor aunque no entiendas;

y gritas perdón

porque el amor se te rompe,

se te cae siempre de las manos.


Quiero dejar todo escrito
Voy a dejar todo escrito,
para que sea leído
y lo escuchen;
para que mis palabras retumben
en el silencio de las voces secretas,
en el pálido invierno de algún cuarto.
Porque hay palabras mudas,
nunca dichas,
que retardan el verano
y la nieve se queda perpetua,
tendida en las camas.
Hay una piedad perfecta en escribir a lo amado,
en aprender a descoser heridas que cerraron en falso;
para que el amor haga su oficio,
nos sane desde adentro,
y sacie el hambre de abrazos
que tenemos en las ganas.
Voy a escribir,
para que la luna recoja las plegarias,
iluminando las almas donde el sol no amanece.
Escribiré eso;
lo maravilloso de sentirse cerca,
de sentir que todo es amor;
la alegría,
el llanto,
la piedad,
el olvido,
el regreso,
el temor a los espejos,
a los grises que deja el tiempo;
si, todo es amor y es perfecto
por eso voy a escribir.


Pensar en ti
Pensar en ti es como salvarte,
como esconderte del silencio salvaje
que ha dejado en ti la tristeza;
es pretender que la distancia
es un invento mío para evadir la nostalgia
y que en ella puedo reconocer
la palabra “nosotros” en su diáspora al olvido.
Pensar en ti
es pretender que existe el silencio
en el sonido aturdido de los llantos
que no fueron poemas;
es como extraviarme,
como perderme en el anhelo atroz
de sentirte despierto,
balbuceando mi nombre,
y olvidar que tu miedo,
se persigna tres veces antes de nombrarme.

Es pensar que este “quizás”,
es sólo el pretexto para no olvidarte.

Consuelo para un alma triste

Ha caído el silencio sobre tus ojos,
sobre tus manos y boca,
sobre todo lo que un día era canto;
murieron los besos que aguardaban
y los abrazos se marchitaron de esperas,
mientras tu espalda ruega una caricia.
Tus parpados caen con fuerza,
una y otra vez,
evitando su fantasma,
tratando en vano de olvidar su fuego;
y alguna dicha moribunda
renuncia a la caída,
esquiva el final de la historia.

¿Porqué llorar?
Algún día tu voz
será luz en otros ojos
y alguien se mirará en tus ganas
con la anuencia febril del verano
y convocará las caricias
que aguardan en tus manos,
aquellas que nunca vieron la luz.
Algún día,
mientras tus herida antigua se muere
y el dolor parte sin rumbo,
alguien suplicará tu amor
y beberá su propio llanto.

Cuando digo presente

Cuando digo presente,
te salvo
y me salvo;
porque no existe esperanza
que nos aparte del abandono.
Ya los ojos no desvisten el verso
y el silencio,
es solo una forma aleatoria de decir olvido.
Decir presente,
es desconocer los encuentros sutiles,
cuando nuestras almas,
susurraban caricias ajenas al miedo;
porque cada otoño castiga con temor y melancolía
y le borra la sonrisa a los sueños.
Cuando digo presente, me alejo de la tristeza,
esa tristeza que anida en tu pecho
y se acuesta contigo cada noche.
Y digo presente,
porque decir adiós es una palabra incompleta,
indefinida,
que apuntala el amor propio
con falsas promesas de olvido;
porque todo se hace herida cada vez que te callas,
cada vez que te escondes en la tristeza
y te tragas las frases que paren sonrisas.
Digo presente y borro tu nombre,
porque no existe razón para llamarte futuro,
porque nunca hubo un atisbo de certeza contigo.
Digo presente,
porque el amor se cansa a veces
y deja de ser milagro,
porque el camino a un ¨te amo¨ está lleno de fugas,
de pasos torpes que llevan a una nada sin fondo.
Por eso creo que decir presente me salva;
me salva del ayer moribundo,
cuando confundía placer con esperanza
y tus palabras endulzaban mi oído,
cuando la sed de mi alma
se saciaba en tu escurridiza figura
y tus dientes escarbaban en mi ombligo
hasta encontrar los gritos.
Decir presente me salva,
porque es decir que estoy viva,
porque amor no es solo una palabra,
no es solo un verbo,
sino la expresión de mi existencia.

Aún me queda la vida

Tengo un dolor oculto,
en el lago amargo del llanto
que hiere mi alma solitaria
y las paredes del recuerdo.

Tengo un miedo absurdo,
que agrede mi canto
que viste de noche mi lira
y confunde los acordes de mi risa.

Tengo un grito apagado aquí, en mi pecho,
lleno de gemidos torpes y aullidos lastimeros.

Pero estoy de regreso,
como herida en batalla,
como el que muere las vidas restantes,
entre soledades subsistiendo.

Traigo la esperanza en brazos,
la quimera que robé al futuro,
cientos de poemas vírgenes
y versos hurtados a la tarde.

Aún me quedan ilusiones,
aún debo besar muchos sapos;
recorrer el lado oculto de la luna,
encontrar el oasis de mis versos.

Aún me quedan estas manos,
y mi voz,
y mi abrazo,
y los besos clandestinos,
con deseos redoblados.

Aún me queda la vida,
me queda el amor,
me queda este canto.

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