Caminaba y su fugaz aura contenía una luz pulcra. Portaba una tela tan delicada y lisa que hacía juego con su tersa piel, visualmente equivalente a una fina capa de porcelana. Seguí su andar desde la lejanía, pero quedé profundamente atrapada en su frío.
De repente, sentía que un invierno seguía nuestros joviales pasos, pero mi preocupación era otra; sollozaba al conocer la mirada que había robado mi sonora atención desde las entrañas de este bosque grisáceo debido al mal tiempo. Aunque no estaba nevando, en ella vi reflejado el blanco de la niebla y la calma con la que el tiempo despedía al otoño.
Entonces, perseguí su manto, asomándome de a poco a su luz, hasta que la vi desvanecerse prontamente entre los árboles, y con ella, mis latidos que evidenciaban la ansiedad por perder el contacto. Había dejado esta noche helada para mí, mientras ella, guiada por sus pies, se abría paso entre las sombras de la muerte. Metafóricamente, era el espíritu con más profundidad en cada uno de sus destellos que habían visto mis ojos.
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