Mi querido amigo, del color de las sombras, portas la presencia inevitable de la muerte con tu idílico plumaje. En la perpleja noche, sueles revolotear por mi ventana; desplegando tus alas con aquel graznido distintivo, aunque impregnado de temor. Mientras asomas tu pico, la luz de la luna me revela los vestigios de una existencia, capturada entre la neblina por tus inexorables garras.
Irrumpes en mi lectura, acompañándome en la soledad de una madrugada lúgubre. Mientras nos envuelve la oscuridad, el calor de las velas y el constante correr de las agujas del reloj. Admiro tu cautelosa llegada, aunque sé que partirás por la mañana; pues, amigo, comprendo tu apuro frente a estos amaneceres que se tornan más difíciles. Tus alas te guiarán nuevamente hacia la carroña, y yo continuaré abasteciendo mi vida. Cuando llegue el invierno y nuestra compañía se vea afectada, nuestro adiós se pronunciará de forma intermitente.
Tal vez, amigo mío, nos volvamos a encontrar incluso si el tiempo se opone, en mi lecho de muerte. Y con tus alas pronunciadas, bajo un viento sublime, llevarás los restos de mi cuerpo inerte hacia tu nuevo hogar.
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