CAPÍTULO 1
El bosque se presentaba como un tapiz vibrante de hojas que flotaban en el aire, creando una alfombra de tonos castaños, dorados, rubíes y esmeralda sobre la tierra.
La pequeña hoguera crepitaba alegremente, danzando al compás de una brisa ligera que animaba las llamas y envolvía a los dos viajeros en una atmósfera cálida y hogareña. Yue saboreaba cada momento mientras mordisqueaba un trocito de carne reseca, perdiéndose en la fascinante danza de las llamas. La paz del instante se reflejaba en sus ojos, mientras contemplaba el tiempo y el espacio, escuchaba el silencio y atesoraba cada segundo en su corazón.
Alaster, recostado junto a un árbol cercano, escribía plácidamente. A pesar de compartir toda una vida juntos, Yue sentía que apenas conocía a ese compañero constante. ¿Estaría componiendo otra canción dedicada al Rey? A Nuestro Rey. Al levantar la mirada, Alaster le sonrió, pero la sonrisa no llegó a los ojos. Yue agradecía en silencio su presencia, aunque la incógnita sobre quién era realmente ese imponente soldado real persistía. Un leal protector que cumplía su deber sin titubear, con la simple intención de agradar a su señor. A Nuestro Señor. La mirada de Alaster evocó recuerdos en Yue: su entrenamiento. De inmediato, se puso en pie y desenvainó su espada larga. Aunque entrenar cada día le resultaba tedioso, sabía que esa disciplina diaria lo protegería de sus numerosos y poderosos enemigos. Cada día dedicaba entre 15 y 20 minutos a perfeccionar las habilidades que aprendió desde joven.
La espada larga, con su empuñadura suave y azulada, decorada con grabados y dos medallas doradas incrustadas, era elegante y cómoda al tacto, pero no la usaba con frecuencia. Su espada corta resultaba más discreta, necesaria para pasar desapercibido en muchas situaciones. Le costaba mantener la concentración en su entrenamiento ya que se había convertido en algo casi rutinario y podía realizarlo de manera prácticamente automática. Luchaba contra la distracción, intentando realizar cada movimiento de la mejor manera que le era posible. Pensando en cada golpe, en cada salto, en cada movimiento de muñeca. Mientras Yue entrenaba, Alaster continuaba escribiendo, sumergido en su tarea.
El día declinaba, y la luz de la hoguera proyectaba sombras. Yue continuó su entrenamiento hasta que quedó exhausto. Alaster se había alejado en busca de leña. De pronto un sonido le sobresaltó a su espalda. Al mirar de reojo se percató de que tan solo se trataba de una ardilla curiosa. Siempre alerta, había desarrollado un sexto sentido que lo mantenía en constante vigilancia, siempre consciente de su entorno. Al fin y al cabo era ya un joven maduro formado en las artes de la lucha desde temprana edad: algo que muchos, incluyendo al mismo Yue, veían cómo una suerte; otros sin embargo, como una condena.
«No temas», dijo Alaster al aparecer, cargando leña. Yue agradeció y observó cómo alimentaba la hoguera, preguntándose cómo un hombre tan imponente podía moverse con tanto sigilo en un bosque tan denso.
Con la llegada de la noche, el frío se intensificó. Yue se envolvió en su pesada capa de piel, acurrucándose cerca del fuego, mientras Alaster seguía reposando junto al árbol. Ya no escribía, simplemente contemplaba las llamas con una paz casi sobrenatural. Su semblante irradiaba una paz inhumana. A pesar del creciente frío, Alaster no se acercó al fuego ni se cubrió con su capa.
Mientras Yue reflexionaba sobre los eventos pasados y futuros, pensaba en la continuidad de su viaje al día siguiente. «Ojalá tengamos muchos días como este», murmuró Yue al recostarse en la hojarasca y cerrar los ojos. Alaster permaneció despierto, su figura imponente destacando en la penumbra del bosque.
CAPÍTULO 2
El frío de la mañana sacudió a Yue, encontrándose con una hoguera apagada que lo dejaba sintiendo la rasca hasta los huesos, a pesar de estar envuelto en su capa. Se levantó con la intención de buscar calor.
«Si nos movemos de inmediato, entrarás pronto en calor», comentó Alaster desde su posición en el árbol. Yue se preguntó si había permanecido allí toda la noche mientras él dormía.
«¿Entonces no vamos a desayunar?» preguntó Yue.
«Confío en encontrar algo en el camino», respondió Alaster.
«Entonces no hay más que hablar.»
Aunque Yue tenía apetito, decidió confiar en Alaster y aceptar la propuesta. Había aprendido a confiar en Alaster ya que poseía conocimientos que él ignoraba por completo. Se pusieron en marcha en medio de una neblina matutina. El día era gris y fresco. Buscaron el sendero que habían abandonado el día anterior para acampar, y Yue se alegró de caminar sobre un terreno menos accidentado.
Después de recorrer unos cientos de metros a paso rápido, escucharon el murmullo de un arroyo cercano y decidieron acercarse para asearse y rellenar sus cantimploras. A pocos metros, encontraron un riachuelo de agua cristalina. Yue observó el agua con desgana, preparándose para sumergirse. Aunque no era invierno y el agua no estaba helada, el frío lo invadía antes de tocarla. No le apetecían en absoluto aquellos chapuzones matutinos, aunque por otro lado, se sentía afortunado de poder beber y asearse. Siempre se decía que era algo muy sano y que reforzaba su fuerza de voluntad. Especialmente en invierno cuando el agua estaba literalmente helada y Yue se sumergía lo más rápido posible en un agujero en medio del hielo. A pesar de su reluctancia, Yue se desvistió lentamente aguantando el frío que le invadía y procurando dejar la ropa lo más ordenada posible para que le fuera mas sencillo volver a ponérsela luego. Sacó la pequeña pastilla de jabón del cinturón de la espada y después de frotarse bien con ella empezó a meter las piernas poco a poco en el arroyo. Para ello se sentó en la orilla. Hizo una mueca al sentir el contacto del agua fría en sus pies y luego en sus piernas. Se miró el pecho y se fijó en su coraza de cuero endurecido de la que rara vez se desprendía. Una hermosa mujer se distinguía en el grabado de la misma.
Aquella armadura ligera le había salvado la vida en más de una ocasión. Uno nunca sabía cuándo podría ser sorprendido por una banda de forajidos o proscritos en medio del bosque. Una flecha perdida o un proyectil mal intencionados podían acabar con la vida de cualquiera, o cuanto menos dejarlo mal herido en cuestión de segundos. Sin la protección y la prudencia adecuadas las circunstancias podían jugarle una mala pasada. Al haberse acostumbrado a llevar su armadura puesta a menudo sus probabilidades de salir bien parado en un mundo incierto aumentaban con creces. Yue contempló por un momento el grabado mientras que, con un gemido ahogado, se introducía completamente en el arroyo sujetándose con las manos a unas piedras en la orilla. Se decía que la reina era la mujer mas hermosa que jamás había pisado la tierra. Había sufrido más que nadie por su pueblo y por ello era admirada y alabada. Era el orgullo de su Rey, de Nuestro Rey. Ese recuerdo lo ayudaba a trivializar aquellos incómodos baños matutinos.
Al salir del agua, se secó rápidamente y se vistió. La capa le proporcionó calor, y se sintió enérgico y listo para enfrentar el día. De repente, una manzana roja cayó cerca de él. Alaster apareció, radiante.
«He encontrado un par de manzanos más arriba. Vamos», dijo Alaster.
Yue se alegró al pensar en la fruta y mordió la manzana que recogió. «¡Está realmente sabrosa!»
Unos metros más arriba al borde mismo del arroyo sendos manzanos ofrecían sus manjares a aquellos capaces de alcanzarlos. Algunas manzanas estaban desperdigadas por el suelo, con tan mala suerte que todas habían sido pasto de animales e insectos. Con la ayuda de su espada Yue consiguió hacer caer un puñado de aquellas suculentas manzanas.
«Ya lo sabías, ¿verdad, Alaster? Sabías que encontraríamos algo para desayunar, ¿cierto?»
Alaster no respondió, solo le dedicó una enigmática sonrisa. Yue sonrió para sí mismo, conocía bien esa expresión. Prosiguieron su camino de vuelta al sendero, dejando atrás el sonido del arroyo que se desvanecía. Con los primeros rayos del alba, la neblina matutina se disipaba, templando la atmósfera mientras continuaban su jornada.
CAPÍTULO 3
Caminaban a buen ritmo, con Yue rezagándose detrás de Alaster, cuando este último se detuvo de repente. Dos segundos después, dio un salto y desapareció velozmente en el bosque. Yue, perplejo, levantó una ceja y se preguntó por la razón de su reacción. Pronto entendió al escuchar los pasos de un grupo acercándose por el sendero. Sin vacilar, continuó caminando como si no hubiera oído nada, con la mirada en el suelo.
Cuatro figuras se hicieron visibles, Yue levantó la mirada y echó un vistazo rápido procurando no mostrarse inseguro. Eran hombres de estatura media, vestidos de manera ordinaria. Al no haber granjas ni pastos alrededor, Yue sospechó que no eran inofensivos viajeros.
“Buenos días caballero”. Respondió amablemente uno de ellos con una prominente barba canosa mientras aminoraba la marcha. Sus ojos marrones y vivaces denotaban curiosidad. “¿Sería tan amable de indicarnos en qué dirección se encuentra el próximo poblado?. Me temo que nos hemos desviado demasiado del camino principal intentando cazar a un ciervo y estamos un tanto desorientados”. Hablaba con naturalidad y su educación y amabilidad eran patentes. Sin embargo algo no cuadraba con aquella situación. Yue se preguntó dónde estaría el susodicho ciervo y como pretendían haberlo cazado sin arcos ni flechas.
«Pues lo cierto es que no lo sé. Yo mismo soy un extraño en estas tierras». Yue podría haber mentido pero decidió decir la verdad con una gran sonrisa, consciente de que tal afirmación alentaría a aquellos hombres en caso de que albergaran malas intenciones. A continuación añadió: «Pero esperen un momento, quizás pueda ayudarles. Creo que aun conservo un pequeño mapa que adquirí de un viajero errante hace unas semanas». Mientras decía aquello se palpaba el torso en busca del inexistente mapa. «Creo que lo tengo por aquí…» decía al tiempo que se percataba de como aquellos individuos comenzaban a rodearlo sigilosamente.
-Ah, es usted un auténtico caballero. Gracias por su ayuda.
-No hay de qué. Es un placer poder ayudar a unos pobres cazadores perdidos.
Fue entonces cuando Yue se abrió la capa con un movimiento brusco al tiempo que levantaba la voz.
-¡¿Pero dónde diablos está?!
Los cuatro individuos se sobresaltaron y dieron un paso hacía atrás. Miraban fijamente la espada y sus emblemas con una expresión que revelaba miedo e inseguridad.
-¿Estás bien, Yue?
Alaster apareció de improviso a escasos metros por detrás del grupo mostrando un aplomo sobrecogedor. Su semblante desprendía una serenidad sobrenatural al tiempo que infundia un intenso pavor.
Los sujetos aterrados ante la presencia de Alaster salieron despavoridos por el sendero en dirección contraria.
-¡Bien hecho, Yue! Dijo Alaster orgulloso de su compañero.
Yue le guiñó y respondió.
-No hubiera sido tan fácil sin tu ayuda.
El sol comenzaba a verse en lo alto bañando de claroscuros el bosque. La luz se filtraba mágicamente por entre las hojas del frondoso bosque. Los viajeros prosiguieron el sendero sin más contratiempos hasta que empezó a anochecer.
-Yo diría que en un par de días llegaremos al puerto. ¿Tú que piensas Alaster?
-Que lo más probable es que así sea. Depende de lo diligente que seas. Dijo con cierta sorna.
-Muy gracioso. ¿No crees que deberíamos apartarnos un poco para buscar una zona donde pasar la noche? Además, no estaría de más que intentáramos procurarnos algo de comida.
-Veré lo que puedo hacer.
Alaster desapareció nuevamente entre unos matorrales mientras Yue buscaba una zona adecuada donde pasar la noche. Miró al cielo preguntándose si llovería. Un pequeño claro semi protegido por un grupo de castaños fue el lugar que eligió. Sobre la hierba había además un buen montón de castañas que podrían usar para el caldo. Yue sacó entonces su daga y rasgó un poco de corteza que usaría para iniciar un fuego. Luego buscó un poco de leña seca y se topó con lo que parecía ser una madriguera. Desafortunadamente estaba totalmente vacía.
El frio empezaba a hacerse notar y Yue comenzó a perder la paciencia. Decidió usar su espada para partir un par de ramas gruesas. De esa forma pudo mantenerse caliente a través del esfuerzo físico. Luego sacó su pedernal e intentó encender los trocitos de corteza. Frotó con movimientos rápidos su daga contra el pedernal. Las chispas iluminaban brevemente el montoncito de astillas pero no prendían. Tras varios intentos Yue notaba el cansancio. Tratar de encender una hoguera podía a veces ser una tarea realmente estresante. Decidió hacer una pausa para pelar algunas castañas. Sin poder evitar algún que otro pinchazo y con la ayuda de su daga pudo abrir el duro y espinoso caparazón de aquellas que no se habían abierto al caer. Cuando ya tenía un buen montón Alaster apareció en el claro. Llevaba un pequeño bulto envuelto en los brazos.
-Eres el mejor, Alaster. ¿Un conejo?
-Exacto
Yue se levantó animado e intentó de nuevo prender la corteza. Esta vez Alaster le ayudó frotando también su pedernal hasta que finalmente consiguieron iniciar un pequeño fuego. Yue sacó su pequeña cacerola de hierro y la llenó de agua al tiempo que la colocaba meticulosamente sobre la hoguera. Luego añadió unas cuentas castañas y algunas hierbas. Alaster ya se había encargado de desollar al conejo y añadió la carne al agua. Al rato comenzó a burbujear y a desprender un agradable olor. A Yue se le hizo la boca agua. Entonces sacó un par de las deliciosas manzanas y después de pelar y añadir una al cocido le dio un sonoro mordisco a la otra.
-Somos unos auténticos privilegiados Alaster. ¿No te parece?. Vaya vida que tenemos.
Sin esperar respuesta se aproximó a la burbujeante cacerola y aspiró profundamente el aroma a carne y especias mientras escuchaba los sonidos del anochecer.
-¿No olvidas algo? Preguntó de pronto Alaster amablemente.
-Tienes razón. A pesar de su cansancio Yue desenvainó su espada larga y comenzó su entrenamiento.
Una hermosa luna estrellada comenzó a asomarse tímidamente por encima de la arboleda junto al aullido de los lobos.
CAPÍTULO 4
-Yue… Yue…
Los ojos de Yue se abrieron lentamente ante la insistencia de Alaster, quien lo miraba con intensidad.
-¿Se hace tarde?… Está bien, está bien. Ya me levanto. Se había sumido en un profundo sueño y, al dirigir la mirada al cielo nuboso entre las ramas de los castaños, comprendió que había dormido más de lo habitual. Acostumbrado a despertarse al despuntar el alba, esas excepciones lo hacían sentirse extraño y fuera de lo habitual. Le resultó curioso que Alaster no lo hubiera despertado.
Después de devorar rápidamente los restos del cocido, se pusieron en marcha.
Yue aprovechó esa breve pausa para afilar su espada. Una pequeña mortificación que le permitía mantener sus armas siempre listas. La atención al filo de las armas era un distintivo de los buenos luchadores. Resultaba lamentable observar cómo algunos, a pesar de tener una gran técnica y dedicación, descuidaban este detalle, afectando su eficacia en combate.
Avanzaron durante horas hasta llegar a un pequeño montículo desde el cual se divisaba en la lejanía una parte de lo que parecía ser un camino principal. Yue se alegró y, levantando las cejas, le esbozó una media sonrisa a Alaster. Éste lo miró reflexivo y comentó:
-Creo que hoy será un día difícil.
La sonrisa desapareció del rostro de Yue, quien inmediatamente le preguntó:
-¿Qué quieres decir, Alaster? ¿Has visto algo o solo lo intuyes?
-Sigamos caminando, quizás lleguemos al camino principal sin contratiempos.
-Por favor, Alaster, dime por qué crees que será un día difícil, y de paso, ¿puedes aclararme por qué me dejaste dormir tanto hoy?
Alaster se limitó a continuar caminando, y Yue lo siguió sin más. Había aprendido que sería inútil insistir con sus preguntas. Alaster poseía conocimientos que a Yue le llevarían toda una vida comprender. En situaciones similares, Alaster tan solo decía lo estrictamente necesario. Solo cuando lo veía especialmente preocupado, añadía algunas palabras de ánimo o alivio del tipo: «No te preocupes, ya verás que todo irá bien». No obstante, en ocasiones también le daba valiosos consejos que le habían sido de gran ayuda. Una vez, cuando se encontraban en grave peligro y Yue estaba al borde de la desesperación, le dijo con ese misterioso aplomo tan característico: «Procura centrar tus pensamientos en el presente y concretamente en aquello que estás realizando en este instante. Lucha por no distraerte; te ayudará a calmarte». Con el tiempo, Yue había desarrollado con gran éxito este consejo, practicándolo a menudo incluso en diversas situaciones cotidianas. A pesar del creciente hambre que sentía y de la incertidumbre, continuó caminando, procurando centrar sus pensamientos en cada paso, mientras se obligaba a apreciar la belleza del paisaje que le rodeaba.
Aunque después de horas transitando por aquellos senderos, el bosque ya le saturaba, se sentía afortunado de poder contemplar esos cremosos colores de la estación otoñal en combinación con los sonidos de las aves. Las hojas mecidas por el viento producían aquel sonido tan apacible. De repente, a Yue le pareció captar un conocido y dulcísimo aroma. Se detuvo en seco e intentó ocultar su repentino deseo. No podía ser verdad, se dijo. Alaster se volvió y le miró. Su hermoso rostro revelaba cierta tristeza.
-Creo que hay una plantación cerca. Ten cuidado, Yue.
Yue llevó la mano a la empuñadura de su espada y se inclinó levemente hacia adelante. Siguieron caminando más despacio, penetrando el bosque con la mirada. De pronto, el aroma se hizo más intenso. Yue se desvió de súbito, siguiendo aquella irresistible fragancia. Ya no debía de estar lejos. «Tiene que estar por aquí en algún lado». El corazón le empezó a latir con más fuerza. Yue avanzó unos cuantos metros sigilosamente y se escondió detrás de un árbol. Se asomó con cuidado y examinó el suelo del bosque. Allí estaban: Hybris. Aquella planta prohibida por el Rey. Por Nuestro Rey. Era el origen de toda maldad: En su locura por investigar, los seres humanos habíamos sobrepasado los límites de la naturaleza y violado las leyes del Gran Rey. Habíamos modificado la misma naturaleza a nuestro antojo hasta crear aquella abominación. Con la ayuda de los enemigos de Nuestro Rey, los habitantes de la tierra habían decidido alterar el manjar más exquisito existente y transformarlo a su antojo. El resultado era aquella abominación a la que llamábamos «Hybris». Una planta cuyo fruto venenoso y mortífero resultaba al mismo tiempo, para todos los sentidos corporales, suculento y atractivo. Para un pobre viajero cansado y hambriento como Yue, encontrar aquel manjar prohibido en medio del bosque suponía una tentación enorme. Yue sabía que debía resistir. Sabía que lo mejor sería arrasar aquella pequeña plantación sin dilación. Pero no quería. Deseaba cumplir con su deber y servir lealmente a su Amado Rey. Pero por otro lado, ocultamente también ansiaba probar una vez más aquel delicioso manjar. No podía imaginarse una vida sin volver a probar aquella mortífera exquisitez. De pronto, le pareció escuchar a Alaster a su espalda. Rápido como una centella, Yue sacó su daga, se agachó, cortó un fruto y se lo guardó justo cuando Alaster aparecía a unos metros, al borde de la plantación.
-¡Quemémosla y rápido! —gritó Yue.
-¡Me temo que eso no vamos a permitirlo! —Una voz ronca y malévola resonó entre los árboles. Yue volvió a ocultarse y escudriñó el bosque al otro lado de la pequeña plantación de donde provenía la voz. No le sorprendió; las plantaciones solían estar protegidas.
De pronto, fueron surgiendo algunas sombras que se movían entre la maleza y los árboles. A Yue le pareció distinguir al individuo con la prominente barba canosa.
-¡Habéis cometido vuestro último error viniendo por aquí! —volvió a graznar aquella voz ronca.
Yue percibió cómo poco a poco los iban rodeando sigilosamente. Sintió cierto temor; los conocidos pensamientos de pasadas situaciones similares se empezaron a acumular en su cabeza: ¿Sería ese su último día en la tierra?, ¿cómo le matarían?, ¿estaba debidamente preparado?, ¿qué sería de Alaster? De pronto, una pregunta extraña le asaltó: ¿era aquello una especie de castigo vital por haber robado un poco del fruto prohibido?
-¡No os atreveréis a atacar a dos soldados reales en misión especial! —Yue consiguió controlar el tono de su voz lo suficiente para denotar seguridad y notó cómo sus palabras parecían haber surtido efecto en el grupo. Los sonidos se detuvieron de súbito, y pudo oír un murmullo cercano. Justo en ese momento, desenvainó su espada corta y su daga con un movimiento rápido y calculado al tiempo que se agazapaba y agudizaba el oído.
Un brusco empujón lo precipitó hacia su izquierda, casi derribándolo. Justo en ese instante, el inconfundible sonido de un resorte tronó. La saeta pasó rozando uno de sus pómulos. Aquella flecha le habría partido la cabeza por la mitad de no haber sido por el providencial y certero empujón de Alaster. Yue estaba fuera de sí y procuró en vano calmarse. Había sobrevivido de milagro, y el hecho de que uno de aquellos malhechores portara una ballesta que podía penetrar su coraza como si fuera mantequilla no le tranquilizaba en absoluto. No obstante, se sobrepuso a sus nervios y a su creciente miedo, y saltó en dirección a la procedencia de aquel mortífero sonido. Tras unos árboles a una decena de metros, sorprendió a un hombre delegado y de mediana estatura, protegido con una cota de malla y una capucha negra. El bandido estaba recargando la ballesta. Al ver a Yue, la soltó de sopetón y desenvainó una espada fina de doble filo. Yue amagó un ataque y fintó, sorprendiendo al bandido, quien en vano intentó defenderse. Un certero tajo con la daga justo por debajo de la cota de malla que le protegía el cuello le dejó fuera de combate. El grito de aquel miserable atrajo sonidos en el bosque, y Yue se preparó para un nuevo ataque. De la arboleda surgió otro atacante encapuchado que se lanzó blandiendo un hacha enorme con ambas manos. Yue estaba preparado y pudo esquivar la acometida. Al mismo tiempo, se percató de cierta lentitud con la que su contrincante reaccionaba y aprovechó la ocasión para lanzarle un certero corte con su espada corta en la cara desprotegida. A unos cuantos metros a su derecha, podía escuchar ahora con claridad sonidos de una lucha encarnizada. ¡Alaster! Yue se lanzó en su búsqueda.
La escena que presenció en un pequeño claro lo sobrecogió, como ya le había ocurrido en previas ocasiones. Alaster luchaba como un auténtico paladín, nada menos que contra cuatro adversarios a la vez. Sus audaces movimientos llenos de bravura lo situaban muy por encima de las habilidades de aquellos mediocres luchadores, que no conseguían doblegar a aquel imponente ser. Antes de que Yue entrara en acción para asistir a su compañero, éste ya había herido al tipo barbudo en la pierna y dejado fuera de combate a otro. Uno de los bandidos se volvió para detener la estocada de Yue al tiempo que retrocedía y se batía en retirada junto con sus compañeros. Justo antes de desaparecer en la espesura del bosque, alcanzó a hacer sonar el cuerno que llevaba colgado al cinto mientras contemplaba a los dos viajeros con una mirada de odio. El sonido grave y monótono se extendió por la arboleda y se perdió en el firmamento. Alaster se envaró y habló:
-¡Será mejor que nos vayamos, no me extrañaría que aparecieran refuerzos!
-Si, apresurémonos -respondió Yue jadeando.
CAPÍTULO 5
Después de varias horas a marchas forzadas, los dos viajeros llegaron finalmente al camino principal, en parte pavimentado y bastante angosto, asazmente transitado en ambos sentidos por carruajes y viajeros. Este camino constituía una de las rutas principales de comercio que conectaba el puerto de Hispin con la capital. Si tenían suerte, quizás pudieran unirse a algún convoy o incluso subir a algún carromato que los transportara en dirección al puerto, a varios días de camino hacia el noreste.
A Yue le llamó la atención ver que la mayoría de los viajeros con los que se topaban no solo iban en dirección contraria al puerto, sino que parecían estar huyendo de alguna catástrofe medioambiental. Sus caras macilentas mostraban signos de abatimiento y sus ropajes exhibían quemaduras. Incluso vieron algunos carros que transportaban heridos con quemaduras severas.
-¿Qué crees que esté ocurriendo, Alaster?
-Diría que otro volcán ha entrado repentinamente en erupción -La expresión de Alaster denotaba tristeza- pobre gente.
Más carruajes con heridos y cadáveres se cruzaron nuevamente en su camino. Algunas mujeres lloraban desconsoladamente, otros maldecían su suerte y hacían referencia a lo que ya muchos llamaban el fin de los tiempos. Una especie de apocalipsis en el que la tierra parecía sumida desde hacía varios años: catástrofes, guerras, plagas, enfermedades y toda suerte de infortunios abundaban por doquier.
Yue se sentía realmente exhausto y hambriento. Los pies empezaban a dolerle y a incomodarle a cada paso. Llevaban horas caminando sin parar a un ritmo considerable y, a pesar de su entrenamiento mental y preparación para largas caminatas, se preguntaba cuándo podrían hacer una pequeña pausa, para reponer fuerzas. El camino principal era seguro, y podrían parar al borde del mismo sin temor a ser asaltados. Los bandidos no se aventuraban por los caminos principales ya que estaban protegidos y, además, eran avistados por tropas. A pesar de todo, decidió no decir nada. Confiaba en el criterio de Alaster y sabía que si no paraban se debía a algún buen motivo. De pronto, recordó algo y se llevó la mano disimuladamente al pliegue oculto de su capa para palpar el fruto de hybris. Aquel movimiento le puso nervioso de repente por el temor a ser descubierto y miró de reojo a Alaster, quien parecía estar meditando profundamente. Sin embargo, también sintió una intensa excitación al pensar en saborearle una vez más. Yue apartó bruscamente la mano y procuró concentrar sus pensamientos en la ruta, en el camino, en aquella gente que sufría y en el posible devenir de los acontecimientos futuros en un mundo cada vez más incierto.
El sonido de unos cascos sobre el camino a sus espaldas les hizo girarse en redondo para atisbar a los jinetes. Dos reflejos oscuros y brillantes empezaron a avanzar por el final del camino en dirección a Yue. El destello del sol en aquellas pulidas y cuidadas armaduras negras era inconfundible: caballeros reales. Se trataba de una comitiva de dos caballeros y cuatro guardianes, todos a lomos de prominentes corceles. Al pasar por el lado de Alaster, este les saludó con un gesto y los guardianes le devolvieron el saludo amigablemente. Uno de los caballeros se fijó en Yue y le saludó con cierta formalidad. Yue aprovechó para entablar una conversación.
-Saludos, caballeros. Gloria y honor a nuestro Rey. ¿Se dirigen por casualidad al puerto?
-Por los siglos de los siglos. Así es, viajero. Nos dirigimos al puerto para ayudar y aliviar en la medida de lo posible a las infortunadas víctimas de una erupción volcánica en los alrededores.
-Estupendo, quizás podamos acompañarles. Ayudaríamos de buen grado si nos lo permiten.
Los dos caballeros se miraron de reojo y detuvieron sus monturas para observar a Yue. Se encontraron con un joven de cabellos negros como el tizón y una barba recortada, de unos treinta años, con buen porte y cierta dignidad.
-Parecéis agotado, viajero. Podríamos hacer una rápida parada e intercambiar impresiones. Cualquier ayuda es bienvenida.
Alaster le dedicó una de aquellas sonrisas a Yue, y este se la devolvió plenamente, pensando en que seguramente recibirían algo de comer y podría, aunque brevemente, reponer finalmente sus fuerzas. El grupo se acercó a la sombra de un enorme roble al borde del camino y mientras los jinetes desmontaban, Yue aprovechó para sentarse en un tocón a la confortable sombra de aquel magnífico ejemplar. Debía de tener varios siglos de antigüedad; el diámetro del tronco tendría más de cinco metros. Las grandes hojas filtraban la luz de un día soleado y algo caluroso. Se podía percibir el piar de algunos pájaros e incluso el canto de un ruiseñor en la lejanía. Uno de los caballeros se sentó en una piedra cercana a Alaster.
-Mi nombre es Fern, y ese es Namuel -dijo, refiriéndose con un gesto a su compañero que se encontraba de espaldas, hablando algo con el resto del grupo.
-Es un honor. Mi nombre es Yue, y él es Alaster. Gracias por permitirnos acompañarles.
-No hay de qué, joven Yue. Decidme, ¿qué os trae por aquí?
Alaster tomó la palabra.
-Tenemos asuntos pendientes en tierras lejanas y debemos embarcarnos en dirección al sur, hacia las siete islas.
-Ya veo -asintió cordialmente Fern, mientras parecía ponderar aquellas palabras. Yue se fijó por un momento en el mandoble que llevaba a su espalda. Las enormes piedras incrustadas y los emblemas reales daban fe de una eminente arma que solo había visto portar a algunos soldados de élite. Se preguntó si pertenecerían a algún comando en particular. Namuel se agachó al lado de Fern y ofreció un manojo de trozos de carne reseca y ahumada. Yue agradeció con vehemencia aquella comida. Luego, Namuel les ofreció un trago de su cantimplora. Al beber, Alaster notó cierto sabor dulce. Era una bebida energética que además calmaba la sed. Se sintió reconfortado al tiempo que volvía a saborear su trozo de carne.
-¿Os habéis percatado de una pequeña plantación al suroeste del camino? -Alaster realizó la pregunta, y Yue se sintió algo incómodo.
-Nos hemos topado nada menos que con tres plantaciones a poca distancia del camino, querido Alaster. Los enemigos del Rey, de Nuestro Rey, son actualmente más atrevidos y causan estragos cada vez con mayor impunidad, desafortunadamente. No estamos aquí para ocuparnos de plantaciones aisladas. Nuestro cometido es otro más acuciante. Por otra parte, tengo entendido que Nuestro Rey planea enviar más efectivos a la zona, de modo que no deberíamos preocuparnos en demasía al respecto.
-¿Cómo podemos serviros de ayuda entonces? -volvió a preguntar Alaster.
-Hay varios contingentes enemigos que se aprovechan de la erupción para atraer adeptos a sus filas. Además, como suele ser habitual en circunstancias extremas, presionan a las aldeas para que renieguen de Nuestro Rey. -Una media sonrisa se dibujó en la cara de Fern, y con una mirada sagaz continuó- Nos vendrían bien un par extra de espadas adiestradas.
-Cuenta con nosotros -respondió Yue al instante. Se sintió ilusionado por el privilegio de colaborar con aquellos caballeros y de poder servir a Su Rey, una vez más. No obstante, también sabía a ciencia cierta que tal servicio sería a costa de grandes sacrificios.
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