La locomotora eterna

La locomotora eterna

La locomoción de la mente se desvía con facilidad en cualquiera de sus ángulos y curvas complejas, el vivir y el asar de la misma es en sí un complejo sin saber, el tren solo se desboca imparable hacia la nada, en el camino, las vías bajo sus ruedas se construyen, se arman del aire, se elevan de la arena vital del caos para tomar forma en estrafalarias estructuras que guían al tren durante décadas, cada minuto de la existencia del mismo se ve inmerso en esa creación dementemente aleatoria hasta que finalmente la arena se acaba, el tren cae a confines inhóspitos y se desaparece en ellos.

Mientras está en movimiento, aquel tren no tiene paz, dentro de sí, revolucionándose a velocidades vertiginosas lo recorren seres de colores, seres bellamente perversos que golpean su interior de un lado a otro, que lo intentan sacar del camino y hacerlo caer antes de tiempo a los abismos; tales seres viven en una riña permanente entre ellos, se miran unos a otros con odio, se muerden entre ellos, se hieren chocándose estrepitosamente unas con otras mientras gritan y gruñen.

En los asientos, con capas imperceptibles de polvo de cadáveres pulverizados de viejas víctimas, se hallan sentados, inmóviles con muecas de horror clavados en sus rostros, los pasajeros de aquel viaje a los confines del infinito, todos son translucidos, sus cuerpos ya tiempo atrás han dejado de existir, de ellos solo queda ese vaho de persona, el desecho del que no se puede deshacer, sombras con túnicas y trajes oscuros que se menean al vaivén del viento y los movimientos bruscos de su transporte perdido.

Aquellos despojos de hombres ya no son nada, solo pueden sentir miedo, es lo único que ha quedado impregnado en ellos, marcadas con hierro caliente sus conciencias para toda la eternidad que nisiquiera la muerte misma podría calmar, ya no hay nada para ellos, solo ver aquel espectáculo vulgar de las peleas interminables de esos seres multicolor.

Sus interiores se hayan llenos de raíces, que se diversifican hasta copar cada lugar de su etéreo cuerpo, están llenos de esas formaciones leñosas que palpitan en agonía constante, es lo único que se encuentra vivo dentro de ellos, es lo único meramente humano a lo que pueden aspirar, además, nisiquiera quieren sentir, cada segundo en aquel demencial viaje es una tortura lastimera para ellos, pues aquellos seres violentos que entre ellos pasean, no los pueden ver, son invisibles pero sintientes.

Aquellos monstruos en su forcejeo los atraviesan y rompen sus ramas internas, entonces gritan desesperados en mareas de dolor punzante que los recorre hasta sus espectrales nervios, las quiebran todas, quedan rotos, se desquebrajan tan fácil como porcelana; otros no gritan, se limitan a llorar desconsolados, de sus pozos negros brotan gruesas gotas de tinta roja que mancha la tapicería donde se sientan, y estas últimas las recibe con gusto mientras las engullen, levantan sus ojos fieltrados y miran con deseo aquel vino amargo y triste.

Una vez terminado el suplicio, las ramas vuelven a crecer rápidamente, se regeneran y se esparcen más profundo para, de nuevo, empezar el carrusel hiriente hasta el fin de los tiempos, si es que el tiempo tiene final.

Al terminar el camino, la locomotora cae al vacío, cae en un viaje estelar para estrellarse con fuerza contra el cóncavo suelo cósmico, todo queda reducido a escombros, almas en pena, seres color pastel y muebles con ojos, todos por igual encuentran su fin, todo se acaba en un instante sin ninguno de los intérpretes saber que pasó.

La máquina destrozada, sin embargo, se levanta y se regenera quedando resplandeciente para volver a su estación de inicio en donde le esperan nuevos seres penumbrosos, nuevos demonios, nuevos muebles vivos, todos a la espera de iniciar su primer y último viaje hacia la nada, hacia el todo.

FIN.

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