Bienvenido a la estrecha y maloliente cloaca, adornada con lucecitas de la Navidad de 1988, que es mi ser.

Adelante, pasa, acomódate sin miedo en el rincón que prefieras, sírvete una taza de café frío y coge algunas migajas de galletas que hay por el suelo.

Siéntete como en casa.

Que cómo puedo vivir así, me preguntas.

Diciendo a todo que sí, te respondo.

Fíjate bien en mi piel, te digo, ¿sabes por qué a la realeza se le decía que tenía la sangre azul? Porque estaban tan pálidos que sus venas se veían con claridad, mira mis venas, te digo, ¿acaso soy una hija ilegítima de la realeza?

Sonríes ligeramente.

Es suficiente, ya te has tumbado a mi lado en el colchón de la inconformidad.

Se ve todo diferente desde aquí, me dices, más sucio, más oscuro, más real.

Me incorporo,

me siento

enciendo un cigarrillo.

La realidad, te digo, es dejar de creer en los cuentos de hadas pero jamás en la hadas.

Es comprender que las brujas tenían que huir, las buenas

y que los malos,

los acosadores,

siempre han sido los cazadores.

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