En las noches silenciosas, cuando la luna asoma su rostro misterioso en el lienzo estrellado del cielo, no puedo evitar pensar en ella. La luna, como mi amada, atraviesa sus fases, pasando por momentos de brillo deslumbrante y otros de ocultamiento en sombras. Aunque nuestros caminos se hayan separado, como la luna en su fase menguante, mi amor por ella nunca disminuye, siempre está ahí, inmutable, como la eterna luna en el firmamento.
Recuerdo a Vincent van Gogh, aquel pintor que amaba el cielo, las estrellas y las lunas. Sus pinceladas inmortales retrataban el universo con una pasión desbordante. Así como él encontraba en el cielo su musa, mi amada encuentra en la luna su refugio. Sus ojos se iluminan al mirar el cosmos, y su alma se conecta con la inmensidad del universo, como si la luna fuera su confidente en las noches más oscuras.
La luna, con sus fases cambiantes, me recuerda que la vida está llena de ciclos y transformaciones. Aunque nuestras vidas hayan tomado rumbos diferentes, tengo la esperanza de que algún día, como la luna en su fase de plenitud, ella y yo podamos estar nuevamente juntos, brillando con todo nuestro esplendor.
En cada fase de la luna veo un reflejo de su belleza, desde la luna nueva que simboliza un nuevo comienzo, hasta la luna llena que representa la plenitud de nuestro amor. Mi amor por ella es como las estrellas que la rodean en la noche, incontable y eterno. Espero que algún día, como la luna que sigue su curso en el cielo, nuestro destino nos una de nuevo y sigamos siendo lo que siempre anhelé: dos almas enlazadas por la magia del universo, como las estrellas y la luna en un abrazo celestial.
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