DOGMAN

Su mama maldijo a su tío un tiempo después de que él le diera el regalo. A decir verdad, aquellas maldiciones escalaron a tal punto que corto relación con él. Dejo de visitarlo en la capital y tampoco volvió a enviarle mensajes. Por su parte su tío, quien se llamaba Guibel, no refuto, acepto aquel odio y desapareció en su trabajo de camionero, por las rutas interminables de los campos.

El regalo que Guibel le había dado a su único sobrino era de por si extraño. Nadie pudo preguntarle porque se lo había comprado. Era muy extravagante para un juguete y muy perturbador para un adorno. Sin embargo su sobrino Eliot lo recibió muy contento y se lo agradeció muchas veces en forma de abrazos, mientras su mama los miraba detrás de la torta, estupefacta, y sosteniendo la cámara de fotos.

Desde aquel día, Eliot usaba la máscara de perro a cualquier hora y situación. La máscara era sumamente detallada y más que una máscara, era una especie de casco hiperrealista. Con los pelos simulados por unas tiritas de hilo blanco muy abundantes y una anatomía en la cabeza que respetaba mucho al de un perro de verdad, a uno, con hocico alargado y delgado. La nariz era otra parte sumamente realista. Cuando su madre una vez se atrevió a tocarla, por unos momentos llego a pensar que podía será una nariz real, luego descarto la idea.

Las primeras semanas que Eliot paso con la máscara para su madre fueron aterradores. Aparecía de repente y ladraba, llegándola a hacerla gritar del susto. Inclusive una noche, se le dio por aparecer a los gritos en su habitación con la máscara puesta. Desde aquel día le quito la mascara y le prohibió usarla. Tomo su cargo como madre y puso la máscara arriba del ropero, donde Eliot con su tamaño difícilmente podía llegar.

Mientras fueron pasando los días, Mabel, como se llamaba ella, vio que su hijo empezaba a sufrir síntomas de abstinencia. No comía y tenía problemas para dormir. Tampoco hablaba mucho, y las pocas veces que lo hacía, era para pedirle por favor que le devolviera la máscara. En esa situación no tuvo más remedio que dársela, aunque le puso una condición para usarla:

  • La podes usar solo una vez durante el día, elegí vos que momento queres.

El pequeño Eliot no pensó mucho y exclamo que quería usarla durante la cena. Mabel se negó rotundamente, pero Eliot pataleo y lloro como nunca, al final termino aceptando.

Como la máscara no tenía boca, tomo un cuchillo de esos con cierra y le hizo una media improvisada y deforme, luego se arrepintió mucho de hacerlo.

Todas las cenas a partir de aquel día fueron iguales. Eliot se colocaba la máscara y comenzaba a comer.

Mabel, había pasado una infancia muy fea debido a su ojo algo desviado, sabía lo que era ser un marginado y que tan mal podía llegar a causar. Tenía miedo que su hijo adoptara una situación similar, impulsada por el uso de la máscara.

  • Eliot, yo te dejo usar la máscara, pero no le digas a nadie que la tenes y menos que la usas ¿Si? — Le dijo durante una cena.
  • Si mama— Respondió el.

Eliot creció como un niño normal, se recibió, tuvo una novia luego terminaron, y, en unos años más su mama finalmente falleció. Lo último que Mabel vio el día que sufrió el infarto, fue a su hijo teniéndole la cabeza mientras sonaba une melodía de música clásica. Como estaban cenando, solo podía observar los ojos negros de su hijo detrás del pelaje artificial de la máscara.

Al quedarse solo, y sin ningún otro pariente que no fuera su tío, a quien nunca pudo contactar, decidió vender aquella casa y mudarse a un departamento cerca del lugar donde trabajaba, una sucursal de bienes raíces. El sitio no era de lo más agradable, pero era suficiente para alguien no tan exigente como él. Lo primero que hizo al mudarse, fue buscar un lugar donde dejar la máscara. Se decidió por ponerla arriba del ropero, de la misma manera que su madre lo había hecho, con la diferencia de que ahora él llegaba muy fácilmente.

Si bien ya no existía nadie para controlarlo, no dejo la regla de usar la máscara solo durante la cena. Por lo que, cuando llegaba a eso de las ocho, y luego de picar algunas verduras con trozos de carne para después ponerlos a coser, se dirigía al armario y suavemente colocaba la máscara en la carcasa de su cerebro. Le quedaba a la perfección, como si hubiese sido moldeada específicamente para él.

Ya colocada, iba hasta la mesa blanca del comedor, donde lo esperaba un plato humeante de comida. Las huellas de aceite y la grasa de la carne eran visibles desde una larga distancia. Al llevar las cucharadas a la boca, lo hacía con una postura muy recta y con lentitud, como si fuese un robot, con el fin de no manchar la máscara. Repetía en cada bocado un sonido desagradable.

Como llevaba su corbata y camisa, está siempre se humedecía por el calor de su respiración y el vapor de la comida, provocando que tuviese que lavarla cada vez que terminaba de comer.

No podía explicar porque le gustaba la máscara. De niño le había resultado fabulosa pues siempre le habían gustado los perros y los animales, aunque no podían tener uno porque su mama era alérgica. Solo podía verlos mientras pasaban por las veredas o cuando salía solo a jugar. Los envidiaba en cierta forma, eran hermosos y siempre parecían felices con sus correas o sueltos por la calle.
La primera vez que se había puesto la máscara casi pudo imaginar que era uno de ellos, olfateando todos los rincones posibles y siendo tan alegres como ellos lo eran. Ahora que era un adulto ese sentimiento ya no estaba presente, sin embargo, cada vez que la usaba se sentía seguro, protegido, y en cierta forma le recordaba a la compañía de su madre. Cuando miraba al frente y no la veía a menudo se le caían varias lágrimas, que se le deslizaban por el interior de la careta, hasta llegar a sus labios, donde podía sentir su sabor amargo y salado.

Cierto día, al regresar de su jornada laboral y luego de hacer lo mismo de siempre, escucho el sonido del timbre sonar un par de veces. Espero unos momentos con la esperanza de quien sea que fuese, se valla. Pero los timbrazos siguieron insistentes.

Apretando los labios, tomo la máscara por los lados y se la saco, fue hasta el dormitorio y la dejo sobre la cama, no debería de tardar mucho.

Cuando se aproximó a mirar por el ojo de pez de la puerta, vio a una mujer obesa y a un niño igual de gordo. Abrió la puerta lo suficiente, para solo se viese un parte de su rostro.

  • ¿Hola quién es?— Pregunto.
  • ¿Acá es el departamento de Eliot Mefista?— Exclamo la mujer obesa.
  • Sí, soy yo.
  • ¡Qué grande que estas! En la foto te veías todo chiquito, que suerte te pudimos encontrar— Tenia una vos chillona y empalagosa, como si fuera una maestra de jardín.
  • Disculpe, pero ¿Quién es?
  • Ay si perdón, me llamo Noelia él es mi hijo Marcos, yo soy la esposa de tu tío Guibel.

Eliot tardo unos segundos en asimilar.

  • Ah…si el tío Guibel sí.
  • Si bueno a él le paso una desgracia hace poco, no quiero que te alteres, aunque sé que vos no lo viste mucho y bueno tu mama… no le hablo nunca. Hace unos días iba en el camión y se le cruzo un perro…y bueno fue fatal el vuelco que se dio ¡Perdoname! No pudimos contactar ni a tu mama ni a vos para el funeral, conseguí tu dirección con ayuda de algunas vecinas tuyas ¿Tu mama como esta?
  • Mi mama falleció hace un año.
  • Ay dios…que fea casualidad, discúlpame yo me veía en la posición de avisarle, lo siento mucho, venimos de tan lejos y encima nos quedamos sin plata…

Se quedaron un rato en silencio sin decir nada ni mover los labios. El niño gordo no paraba de mirarlo a los ojos.

  • Les puedo dar algo como para que se alojen esta noche, porque no pasan y me esperan un ratito…

Los visitantes entraron y Eliot los guio hasta la sala. Les dijo que volvería enseguida. Quizás ella no lo conocía, pero el sí, había escuchado a su mama muchas veces hablar con las vecinas sobre que la mujer con que se había casado su hermano era una arpía, que solo buscaba dinero y poder vivir del cielo. Si le daba dinero seguro se iría y volvería para buscar más. Si eso ocurría ya no les abriría la puerta.

Le daba igual aquella mujer y su hijo. Aunque sentía algo de tristeza por su tío, pues era a fin de cuentas el ultimo familiar que le quedaba y era quien le había regalado la máscara, ciertamente tampoco le importaba.

Cuando regreso a la sala solo estaba la mujer, parada mirando a todos lados.

  • Qué lindo departamento tenes. Debió salir muy caro ¿No?— Le comento.
  • No, no tanto, ¿Su hijo?
  • Ah marcos se fue a esperar afuera, no le gustan los departamentos a ese chico ¿Podes creer?
  • Ya veo, mira esto es algo de plata, le va servir al menos para alojarse algunos días en un motel
  • ¡Ay gracias! Sos igual de bueno que tu tío

Su voz chillona comenzaba a irritarlo.

La acompaño hasta la puerta, y cuando comprobó que se habían marchado definitivamente dejo salir un soplido de alivio. La paz total parecía regresar a su departamento.
Se fastidio un poco al notar que la comida se había enfriado y que algunas moscas descansan en las orillas del plato. Las espanto con un movimiento sin ganas.

Llevo la comida al microondas y mientras esperaba a que se calentase, decidió ir a por la máscara. Entro en la habitación y se llevó una sorpresa horrorosa al ver que no estaba donde la había dejado. Reviso toda la habitación, no estaba por ninguna parte.

Tardo unos minutos en asimilarlo.

Salió del departamento como una bala, y bajo las escaleras tan rápido que pudo haberse partido la cabeza en un resbalón. Al llegar a la calle se encontró con un clima violentamente frio, que con el sudor de la camisa lo hacía sentir como si estuviese cubierto de hielo.

Recorrió las calles trotando y pregunto a una señora que barría una de las avenidas:

  • ¿No vio a una señora con un niño?
  • No vi nada — Respondió la mujer y siguió en su labor.

Ante aquella negativa siguió recorriendo las calles desesperadamente. Al no divisarlos, saco su teléfono y busco los moteles más cercanos. Casi dio un grito al comprobar que el más cercano estaba a treinta kilómetros de ahí. No había forma de que llegasen, el transporte público había dejado de funcionar hace horas.
Totalmente alterado, subió nuevamente hasta su piso, dispuesto a buscar algo de dinero con el que contratar un taxi hasta allí. Cabía la posibilidad de que ellos hubieran podida hacer eso.

Cuando estuvo frente a la puerta y quiso abrirla, se encontró con que esta estaba trabada y no cedía.

Intento muchas veces hasta que recordó que había dejado la llave adentro ¿Cómo era posible que se cerrara sola? Como si respondieran a su pregunta, escucho unos ruidos como risas desde el interior.

  • ¿¡Quien está adentro!? ¡Habrá la puerta! — Grito

Los sonidos de risas cesaron y escucho una vos de mujer. Era ella.

  • ¡Ay querido perdón! El hotel estaba muy lejos ¿Sabes? Así que nos vamos a quedar acá un tiempo.
  • ¡¿Que estás diciendo?! ¡¿Qué te pasa? ¡Abrí de una vez!
  • ¡Ay no querido! No puedo hacer eso, estás muy nervioso ¿Porque no volves en unos días más tranquilo?

¿Podía ser aquella mujer tan desagradable?

Si bien su mama la tachaba como lo peor, aquello superaba su imaginación. Le había usurpado el departamento.

Como trabaja en una empresa de bienes raíces sabía perfectamente lo complicado que era retirar a un usurpador sin papeles de pertenencia, y estos habían quedado adentro. Si bien podía contactar al dueño del edificio, tardaría semanas, tendría que contratar un abogado y recorrer tribunal por tribunal. En aquellos momentos no tenía fuerzas para pensar en eso, menos para hacerlo. Solo quería una cosa.

  • Está bien…mira me voy a ir, solo …solo dame la máscara que se llevó tu hijo por favor.
  • ¿Qué mascara?
  • ¡La de perro! el tomo de mi habitación.

La mujer no respondió y Eliot volvió a escuchar los sonidos como risitas.

  • ¡Oiga! — Grito
  • Si si te escucho querido…me vas a disculpar, pero Marquitos está fascinado con la máscara, no creo que se la valla a poder sacar. Después de todo, es de él.
  • ¿¡QUE ESTAS DICIENDO!? ¡DAME LA MASCARA!
  • Déjame que te cuente querido: Marcos era un bebe cuando teníamos al perrito, como siempre le gruñía, lo tuve que sacrificar, pero a marquitos le gustaba tanto, aunque le gruñera, que le hice la máscara en vez de enterrarlo. Pero tu tío te le regalo a vos ¿Por qué no se la das? ¿No estás feliz de verlo con su amigo otra vez?

Eliot no iba a soportar más las falacias de aquella arpía. Empezó a golpear patadas como un caballo, hasta que la puerta se abrió.

No vio a nadie en un principio, pero cuando llego al living diviso a la mujer y al niño obeso. Este último llevaba la máscara puesta.

  • ¡Dame la máscara y váyanse de acá!
  • ¡Estás loco! ¡Como tu tío!¡Y seguro que tu mama también era una loca de mierda!

Aquello fue la gota que culmino con su paciencia. Agarro a la mujer por el brazo y con mucha fuerza intento sacarla a empujones. El cuerpo voluptuoso de la mujer era pesado y le hacía lucha. Entre aquellos tirones de fuerza, llegaron hasta el balcón y la mujer intento tirarlo desde ahí.

  • ¡Te vas a morir como el desgraciado de tu tio!

El hijo también la ayudaba empujándolo desde las piernas. Estuvo a punto de caer, pero antes de hacerlo recupero su postura y volvió a forcejear con la mujer, ahora ella estaba arrinconada.

De una patada en el pecho mando al niño para atrás y con todas sus fuerzas tomo a la mujer de las piernas y la elevo por la baranda. La mujer dio un grito al caer que termino, cuando su pesado cuerpo se estrelló contra el asfalto, el sonido que hizo era parecido a cuando se concentraba en el masticar de su boca. El niño ahora era el que lo empujaba mientras gritaba, con la máscara puesta, lo hacía con berrinches, como si nunca le hubiesen enseñado a hablar. No dudo ni un segundo, tomo al niño del cuello y le saco la máscara. Su regordete rostro lo hizo enfurecer mas, lo llevo hasta la baranda y lo lanzo de la misma forma que su madre.

Cuando todo volvió a estar en silencio (Que fue poco, porque empezaron a escuchar gritos desde la calle) tomo la máscara y se la coloco.

El microondas seguía encendido y la comía de adentro estaba totalmente estropeada. Sin embargo, no le importo, tomo un trapo para no quemarse y coloco el plato en la mesa. Se sentó y comenzó a comer, lenta y robóticamente, para que la máscara no se manchase. Solo duro unos segundos, pero pudo ver a su mama comer enfrente suyo. Con lágrimas exclamo:

  • Te amo mama.

Fin

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