Observo impotente cómo mi existencia se desvanece en un remolino de decisiones ajenas y el dolor se convierte en un manto oscuro que envuelve toda mi existencia. Soy un mero espectador impotente en mi propio devenir. Con cada día que pasa, esa sensación se intensifica, dejando mi voz silenciada, atrapada en un vacío sin eco. La impotencia se ha convertido en una compañera constante que teje un telar oscuro de desesperanza, aprisionándome sin ninguna salida aparente.
Solo vislumbro una posibilidad: permitir que una sonrisa helada se dibuje en mi rostro, porque esa sonrisa congelada, paradójicamente, puede ser el único refugio que resguarde mi corazón.
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