Nací por un amor

una tarde de noviembre.

A la hora en que muere el Sol,

mustio en el ocaso,

dábame su último haz de luz

y se convirtiese en mi sonrisa.

La Luna, tan delicada como su calma,

tomó tímidamente mis cabellos

y en ellos pintó el cielo de aquella noche.

Sosiega la vida

que me trató dulcemente

con los besos de mi madre por la mañana

y duras las caídas como el cáustico dolor de la felonía.

Conociese, un día, mi lozana esencia

su atezada piel caramelo.

Cayendo en su ondulado cabello, mi mirada,

hasta llegar a sus ojos bellos.

¡Qué no haría por ellos!

Si me doma este vertiginoso sentimiento

que me deja en cautiverio,

apresado y delatado por el nerviosismo demostrado

y por lo bajo murmuré un “Te amo”.

Y te amo para mis adentros

y solo para mis adentros.

Porque aquella sonrisa no es mía,

porque tú nunca me amarías.

Ahora marchito en mi cuarto escribiendo esto

y, yo, poco a poco me quedo en silencio.

Nací por un amor

una tarde de noviembre.

Y moriré por el tuyo

una tarde de Junio.

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