Esta es una historia real escrita para hablar sobre la importancia de la adopción. Muchas familias no logran tomar la decisión (por miedo, por ignorancia, etc…) y los procesos de adopción, desgraciadamente, a veces son demasiado extensos y rigurosos.


En medio de una época llena de incertidumbre y desafíos, una joven madre de tan solo 17 años enfrentaba una situación inesperada. Había quedado embarazada mientras  trabajaba en un empleo de medio tiempo, demasiado joven para asumir las responsabilidades que venían con la maternidad. Sus sueños de juventud se vieron interrumpidos por esta sorpresiva llegada.

Con el corazón lleno de dudas y temores, la joven madre decidió visitar a su prima, buscando apoyo y consejo en medio de la confusión que la tenía sin dormir. Era consciente de que no tenía las condiciones necesarias para criar a su pequeña hija de la manera que deseaba, y buscaba una solución que fuera lo mejor para ambas. Con más dudas que certezas, decidió contárselo a su madre con el fin de que fuera ella quien le diera palabras de aliento y apoyo incondicional para encontrar la forma de criar a una criatura en las condiciones casi precarias en las que vivía con su familia, pero eso no sucedió. Ángela, madre de Miriam, atinó solo a decirle unas palabras que ella no esperaba escuchar y que la marcaron a fuego para lo que sería su futuro: «No estamos en condiciones de traer a esta casa a una criatura.» «¿Podés ser tan irresponsable?» «¿Quién pensás que va a cuidar de ese bebé?» «Trabajamos todo el día, vas a tener que ocuparte sola porque no podemos ayudarte con la crianza.» «También podrías buscar un lugar donde vivir y criar a tu hija». Esas fueron las palabras dolorosamente letales que ningún hijo espera escuchar de sus padres.

***

Ese mismo año, nacía Betiana con llantos fuertes y constantes que confirmaban una gran capacidad en sus pulmones. Esa niña de pelo oscuro y ojos negros llegaba al mundo para cambiarlo todo, desde las relaciones familiares, como la vida de su propia madre, quien a sus 17 años tuvo que comenzar a la fuerza una vida adulta imposible de mantener con el correr del tiempo. Miriam vivió su embarazo con muchas dudas que eran obvias para su edad, se hacía muchas preguntas que casi siempre tenían una respuesta positiva pero al entablar conversaciones con su madre, estas respuestas se tornaban negativas. Lamentablemente el poder que Ángela tenía sobre Miriam era tan grande que imposibilitaba que la niña no tuviera un pensamiento formado. Por ese motivo, Miriam comenzaba a acercarse aún más a su prima Marcela, quien cumpliría con el rol de hermana ya que el vínculo entre Miriam y su núcleo familiar era casi nulo.

Un día de mucho calor mientras Miriam paseaba con su hija por la plaza del barrio recibió el llamado que había estado esperando hacía varias semanas, le habían ofrecido su primer empleo a tiempo parcial en una panchería ubicada en la estación de Morón. Miriam aceptó de inmediato y llamó a su prima para contarle la noticia con mucho entusiasmo ¡Empezaría a trabajar ese mismo día! Con su uniforme impecable y una sonrisa tímida, se adentró en el mundo laboral, enfrentando desafíos que iban más allá de la rutina diaria de asar y servir panchos. La joven aún vivía con sus padres, pese a lo que ellos habían advertido antes del nacimiento de Betiana, pero al no haber nadie en casa durante el día, podría estar tranquila con su hija hasta que comenzara su rutina laboral. A medida que pasaban las semanas, se le dificultaba cumplir con su rol de madre y cubrir los horarios de trabajo que iban sumándose, y eso la llevó a una sola idea: llamar nuevamente a su prima Marcela para que cuidara de su hija en los momentos donde debía presentarse al trabajo. El trabajo de medio tiempo le ofreció a Miriam una oportunidad para sostenerse y contribuir a la economía de su hogar, mientras equilibraba sus responsabilidades de madre adolescente. A pesar de su juventud, se mostraba comprometida y dispuesta a dar lo mejor de sí misma en cada turno, sabiendo que dependía de ella y de su esfuerzo para asegurar un futuro para su pequeña. Desde las mañanas tempranas hasta las noches agitadas, Miriam se encontraba detrás del mostrador, atendiendo a los clientes que buscaban un bocado rápido y delicioso. Aprendió a manejar el estrés y a mantener la calma en situaciones de gran demanda, mientras perfeccionaba sus habilidades para preparar los panchos perfectos.

A pesar de los desafíos que enfrentaba, Miriam encontró un gran apoyo entre sus escasos compañeros de trabajo. Juntos compartían risas, historias de vida y, ocasionalmente, consejos maternales. La panchería se convirtió en un pequeño refugio donde podía escapar de sus preocupaciones diarias y sentirse parte de una comunidad unida por la búsqueda de una vida mejor. Cada día, mientras se envolvía en el aroma tentador de las salchichas a la parrilla, Miriam encontraba un motivo para seguir adelante. Aunque su trabajo en la panchería en la estación era solo una parte de su vida, representaba su determinación y su esfuerzo por construir un futuro más digno para ella y su hija.

Fueron pasando las semanas y todo se acomodaba como Miriam esperaba. Cada vez que podía, al finalizar su media jornada y tomándose su hora de descanso, subía al tren desde Morón hasta Merlo para pasar tiempo con su hija y llevarle alguna ropita que había podido comprar con lo que ganaba al finalizar el día. Un fin de semana, ambas primas se juntaron a tomar mates en casa de Marcela y ésta le comentó a Miriam de una familia amiga que se había apersonado en su domicilio para visitarla después de tantos años sin verse. Al haberse encontrado con Betiana, le confesaron la lucha que atravesaban desde hacía meses para poder tener un bebé. Ante esta noticia tan triste, Marcela se quedó pensando por varios días y sólo pudo pensar que hacía algunas semanas su prima no visitaba a su hija como lo hacía habitualmente. Esto llevó a que la familia amiga de Marcela se encariñara con la pequeña beba y la visitara seguido para regalarle ropita calentita al ver que se acercaba el frío del invierno.

Fue durante una nueva visita a la casa de Marcela que la vida de Miriam dio un giro inesperado y desgarrador. Su prima, una mujer de carácter impredecible y con decisiones difíciles de entender, sin más explicaciones, y en un acto aparentemente desinteresado, decidió regalar a la pequeña Betiana a sus amigos que anhelaban tener un hijo. Miriam, llena de dolor, confusión e ira, se encontró en una encrucijada que jamás imaginó enfrentar. Mientras su hija se desvanecía de su vida, entregada a una nueva familia sin su consentimiento, ella se debatía entre el amor que sentía por su pequeña y la realidad de sus limitaciones como madre adolescente, pero sin dejar de luchar por su hija un segundo, por lo que decidió enfrentar a su prima hasta dar con el paradero de esta familia.

Así comenzaba la historia de Miriam marcada por las decisiones difíciles, los sacrificios, y los lazos que se estrechan y se desvanecen. En medio de un mundo de desaciertos y emociones entrelazadas, esta joven madre emprendería un viaje lleno de preguntas, algunas, sin respuesta, y su propia búsqueda interna como madre y como un ser adulto.

Pasaban las semanas y Miriam no encontraba consuelo en ninguna parte, ni siquiera en su trabajo donde siempre había logrado distenderse y distraerse de los problemas diarios que la aquejaban. Su dolor era muy fuerte. ¿Dónde estaría su hija? ¿Por dónde se suponía que debía empezar a buscarla si no tenía indicios de nada? Su prima no atendía el teléfono ni le abría la puerta cuando ella llamaba en su casa. La joven sentía como su corazón iba rompiéndose cada vez un poco más. Fue entonces donde se apersonó su madre en el local y contra todo pronóstico de saber que venía detrás un sermón sobre su irresponsabilidad como madre primeriza, ésta señora fue quien le dio la buena noticia del día: Su hija había aparecido. Marcela había sentido culpa por lo sucedido y decidió contactar a sus amigos quienes, en primer momento se negaron a devolver a la pequeña Betiana, pero luego de varias y exhaustivas negociaciones, habían llegado a un acuerdo. La condición para devolver a la beba había sido poder seguir visitándola en la casa de Marcela, quien aceptó sabiendo que eso nunca más sucedería ya que al tenerla nuevamente en su casa, Ángela pasaría a buscarla para nunca más llevarla a tal lugar. Miriam lloraba de emoción al igual que sus compañeros de turno. Se había formado una gran familia adoptiva al rededor de la joven madre inexperta, quien era tratada como la hija menor de todas las personas del local, al fin y al cabo Miriam podría haber sido la hija de cualquiera de ellos teniendo en cuenta su diferencia de edad.

Al finalizar la jornada del día Miriam había tomado el primer tren que salía para poder estar cerca de su hija luego de varias semanas sin poder abrazarla, pero no todo era color de rosa para esta adolescente. Ángela seguía con la decisión de no poder hacerse cargo de la beba y decidió ponerle fin a la estadía de las niñas en su propia casa… Miriam debía conseguir donde vivir a partir de ese momento. Devastada por los constantes cachetazos que la vida le venía dando, le pidió a su madre que le diera unos días para hablar con algún conocido y asi poder encontrar un techo donde vivir a partir de ese entonces.

Al día siguiente, en su trabajo, expuso su preocupación por lo que le estaba sucediendo mientras todos escuchaban sorprendidos. A pocos minutos de comenzar el horario de almuerzo, su compañero de trabajo, Pablo, un hombre de buen corazón y comprensivo, se acercó a ella con una mirada llena de empatía. Después de una pausa incómoda, Pablo tomó valor y le propuso a Miriam algo que la dejó sin palabras. Le ofreció la posibilidad de vivir en su casa junto a su bebé. La generosidad de Pablo se desbordaba al proponerle un lugar seguro para ella y su pequeña. La invitación de Pablo era un gesto de solidaridad que iba más allá de la amistad y demostraba una bondad genuina. Imaginar un hogar estable para ambas llenó su mente de alivio. Agradecida, Miriam miró a los ojos de Pablo y aceptó su propuesta con una mezcla de gratitud y emoción. Sabía que este gesto desinteresado le brindaría una oportunidad para construir una base sólida para su hija, rodeada de un ambiente familiar y cálido.

***

Pasaron pocos meses desde que Pablo se ofreció a darle refugio a Miriam, hasta que un día se despertó decidido a hablar con ella seriamente sobre algo que lo estaba aquejando hacía algunos días.

Miriam, ya no puedo albergarlas en casa. Se me hace prácticamente imposible convivir con alguien más y un bebé. No duermo por las noches y estamos pensando con mi pareja en vivir juntos pero así no puedo hacerlo. Lo siento.– Finalizó tajante en medio del desayuno mientras la beba lloraba desde la cuna improvisada que le habían armado.

Pablo tenía su pareja, quien había entendido por completo la situación que estaban atravesando la adolescente y su beba, pero luego de tanto tiempo sin poder tener intimidad en casa de Pablo como ocurría a menudo previamente, decidieron ponerle fin a la estadía. Tanto Pablo como su pareja se sentían muy mal de la decisión que estaban tomando, sabiendo que Miriam no tenía una familia que apoyara su maternidad a tan temprana edad.

El tiempo corría…

Ese mismo día Miriam no fue al trabajo, había decidido tomarse el día para buscar un lugar a dónde ir con su beba y desencillar la casa de Pablo para que parezca que nunca habían estado allí. Nuevamente con gran incertidumbre y miedo, Miriam dejó una nota arriba de la mesa del comedor y abandonó el hogar cargada de cosas y una bebé en brazos.

«Pablo:

Gracias por abrirnos las puertas de tu casa, siempre estaremos agradecidas por tu gesto. 

Me apena no haber podido conseguir otro lugar donde ir y evitar llegar a este punto, pero te prometo que el día que lo encuentre serás bienvenido con tu pareja como yo lo fui en tu casa con mi beba. Le hablaré de vos cuando tenga oportunidad.

Fuiste, sos y serás muy importante. Algo así como el padre que siempre quise tener.

Gracias por cuidarnos todo este tiempo.

Te queremos,

Miriam y Betiana.»

Era cierre de otra etapa.

Los días de Miriam y Betiana en la calle fueron una dura prueba de resistencia y perseverancia. Con sus escasas pertenencias en una pequeña mochila, madre e hija se enfrentaron a la cruda realidad de la falta de un hogar, pasando hambre y enfrentando el penetrante frío húmedo de las noches de Buenos Aires.

Cada día, su rutina consistía en recorrer las calles en busca de un lugar donde refugiarse temporalmente. Caminaban largas distancias, agotadas pero determinadas a encontrar un techo que las resguardara del viento y la humedad de los días de Junio. Sus cuerpos desgastados y con ropas insuficientes no eran suficiente protección contra las bajas temperaturas, y el frío se adentraba en sus huesos. La falta de alimentos era una constante lucha diaria para Miriam y Betiana. Dependían de la generosidad de la gente que pasaba por el lugar y de las escasas donaciones de comida que conseguían. La sensación de hambre constante se volvió un compañero incesante, debilitando su cuerpo y desafiando su fortaleza emocional.

En medio de la desesperación, Miriam mantenía una fuerte determinación por proteger a su pequeña hija. A pesar de sus propias necesidades, hacía todo lo posible para asegurarse de que Betiana tuviera al menos una pequeña porción de alimento y algo de abrigo, pero la pequeña lloraba por la falta de éste y Miriam no tenía más leche que darle a causa del estrés que sufría por la situación que estaban viviendo. Solo le quedaban sus abrazos cálidos, llenos de amor y consuelo, aunque su propio cuerpo temblara de frío. La indiferencia y la mirada evasiva de las personas que pasaban a su lado eran golpes dolorosos para Miriam. Se sentía invisible, olvidada por la sociedad que parecía haber dejado de lado a los más vulnerables. Aun así, no permitía que la desesperanza se apoderara de ella. Buscaba refugio en los rincones más insospechados, en albergues improvisados o bajo la tenue luz de los faroles en los parques desolados de la localidad de Flores.

Cada noche, Miriam y Betiana se acurrucaban juntas en un rincón frío y oscuro, abrazándose para compartir el poco calor que sus cuerpos podían generar. El sueño era interrumpido por los ruidos de la calle y los sobresaltos que les recordaban su vulnerabilidad. A pesar de todas las dificultades, Miriam encontraba la fuerza para seguir adelante. Su amor inquebrantable por Betiana y la esperanza de encontrar un hogar seguro mantenían su espíritu vivo. Aunque el camino fuera largo y el futuro incierto, estaba dispuesta a luchar para cambiar su situación y brindarle a su hija un lugar donde sentirse protegida y amada.

Una mañana después de tanto caminar ambas se rindieron en el hall de entrada de un edificio. Miriam no estaba segura si era un hospital pero tenía la corazonada que en ese lugar encontraría lo que venían buscando hacía varios días. No estaba segura de nada, sin embargo tomó impulso y entró para averiguar de qué se trataba.

Bienvenida, hija, estás acompañada por algún mayor?– Preguntaba preocupada Beatriz, una señora muy cálida que salió del lugar al ver la situación de Miriam en el hall del instituto de menores.

No, estoy sola con mi hija– Respondió tímida y tiritando de frío.

-Acompañame por favor. Voy a darles algo calentito de comer, están muertas de frío.- Finalizó Beatriz.

Después de una mañana de cuidados, comidas y baños calientes, Miriam fue asignada a una habitación lejos de Betiana. Su hija al ser tan pequeña en edad y con signos de una salud precaria había sido trasladada a una unidad de cuidados intensivos donde le harían una serie de estudios al igual que a la madre. Debian asegurarse que todo estuviera relativamente estable para que ambas niñas pudieran permanecer dentro del instituto. Pero un dato alarmó al personal del edificio: Miriam había contraído sífilis y su hija Betiana presentaba signos de meningitis, por lo que deberían actuar con rapidez en ambos casos. Esto, lejos de ayudar, hizo que Miriam se asustara y estresara aún más, y tomó la errada decisión de escaparse con su hija en brazos sin importarle volver al frío de la calle.

Pasaron los días y nuevamente ambas niñas volvían a ser invisibles ante la mirada de la sociedad y de una ciudad que nunca descansaba, al igual que ellas. Pocas veces lograban tener un plato de comida o algo de dinero para sobrevivir, pero eso no era suficiente y por momentos Miriam fantaseaba con la posibilidad de volver a la panchería aunque eso implicara volver a ver a Pablo. Era imposible, era una historia terminada.

El regreso de Miriam y Betiana al instituto de menores después de su escape fue una experiencia desgarradora y llena de frustración. A pesar de haber encontrado temporalmente un refugio en la calle, el sistema no permitía que permanecieran en esa situación y, tras una intensa búsqueda, su tía y su marido lograron localizarlas. Con el corazón lleno de esperanza, Elizabeth, tía de Miriam, se presentó en el instituto de menores con la intención de brindarles un hogar seguro. Había pasado mucho tiempo sin saber de ellas, y al encontrarlas deseaban ayudar y reunir a parte de su familia. Estaban dispuestos a ofrecerles su apoyo emocional y material para poder superar las dificultades que enfrentaban. 

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos y las buenas intenciones de su tía, Miriam se resistía a aceptar esta oportunidad. Había experimentado la libertad y la independencia en la calle, aunque fuera a costa de su comodidad y seguridad. La sensación de ser controlada y limitada era algo que no podía soportar. Una y otra vez, Miriam se escapaba del cuidado de su tía y regresaba a las calles que conocía tan bien. Aunque su situación allí fuera dura y peligrosa, para ella significaba una sensación de libertad que no encontraba en un hogar ajeno. La perspectiva de vivir bajo las reglas y restricciones la atemorizaba, y la llevaba a buscar cualquier oportunidad para escapar y volver a la vida nómada que había conocido. La situación se convirtió en un ciclo doloroso y desgastante para Miriam y su tía. A pesar de los intentos incansables por parte de la familia de ofrecer apoyo y estabilidad, Miriam no lograba adaptarse a la vida en un hogar. Su resistencia obstinada y su afán por la independencia la empujaban una y otra vez hacia las calles, donde encontraba una sensación de libertad que, aunque efímera, le resultaba irresistible.

Este proceso doloroso dejó una marca en ambas partes. Elizabeth, desesperada por querer ayudar a Miriam y a Betiana, no encontraba la forma de establecer una conexión sólida y duradera. Miriam, a su vez, luchaba con su propia desesperanza y la sensación de no encajar en ningún lugar. En medio de este conflicto de emociones y decisiones, Miriam y Betiana continuaron su lucha por encontrar su lugar en el mundo. El camino sería largo y lleno de desafíos, pero la historia de ambas era una prueba del poder del amor y la perseverancia para superar cualquier situación.

Luego de un arduo proceso de reflexión sobre algunas -pocas- palabras que había podido oir de su tía, y en busca del bienestar de su hija, Miriam tomó una decisión difícil pero llena de amor. Reconociendo sus limitaciones y las dificultades que enfrentaba como madre joven, decidió quedarse definitivamente en un internado que le brindaría apoyo y estabilidad. La misma que en casa de sus padres jamás podría encontrar. Con el corazón en pedazos, pero con la convicción de que era lo mejor para Betiana, Miriam firmó un documento en el que daba su consentimiento para dar en adopción a su pequeña hija. Esta dolorosa elección se basaba en su profundo deseo de proporcionarle a Betiana una vida feliz y llena de oportunidades que ella misma no podría garantizarle.

Con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, Miriam encontró consuelo en la idea de que Betiana sería amada y cuidada por una familia que podría darle todo lo que ella no podía. A pesar del dolor y la tristeza que acompañaron esa decisión, su amor incondicional la impulsó a buscar la felicidad de su hija por encima de su propio deseo de ser madre. El acto de firmar ese documento fue una muestra de coraje y sacrificio por parte de Miriam. Aunque la separación sería devastadora, sabía en lo más profundo de su corazón que estaba tomando la decisión correcta para el futuro de Betiana. Su deseo era que su hija pudiera crecer en un entorno amoroso y estable, rodeada de personas que la apoyaran y le brindaran todas las oportunidades que Miriam no podía ofrecerle en ese momento. Aunque el peso de esa decisión la acompañaría siempre, Miriam encontró una pequeña paz interior al saber que estaba haciendo lo mejor para su hija. A pesar que el camino hacia la aceptación y la sanación sería largo, el amor y el vínculo inquebrantable que compartían permanecerían en sus corazones, recordándoles siempre el amor y la valentía que las unía.

Fue entonces que Betiana fue recibida en Casa Cuna, una institución o centro de acogida que se encarga de brindar cuidado y protección a niños en situación de vulnerabilidad, y cuyo principal objetivo es proporcionar un entorno seguro y afectivo para aquellos niños que, por diferentes razones, no pueden ser cuidados por sus padres o familiares.

En general, las Casas Cuna acogen a bebés y niños pequeños, desde recién nacidos hasta los primeros años de vida. Estos niños pueden encontrarse en situaciones como el abandono, maltrato, situaciones de riesgo, enfermedad o cualquier otra circunstancia que impida a sus padres o familiares hacerse cargo de ellos adecuadamente. En estas instituciones ofrecen un cuidado integral a los niños, incluyendo alimentación, atención médica, educación temprana, afecto y protección. Además, se encargan de buscar soluciones a largo plazo para cada niño, como la adopción, el acogimiento familiar o la reintegración con su familia biológica en caso de que sea posible y seguro.

La Casa Cuna desempeña un papel fundamental en la protección de los derechos de los niños y en la búsqueda de alternativas seguras y adecuadas para su desarrollo. Su labor se centra en ofrecer un entorno amoroso y estable, que proporcione a los niños las herramientas necesarias para crecer y desarrollarse de manera saludable, hasta que puedan ser ubicados en un entorno familiar permanente y seguro.

***

Después de pasar casi siete meses en la Casa Cuna, finalmente llegó el día en que Betiana encontró una familia adoptiva que la acogería como su propia hija. Este momento fue un rayo de luz en medio de la incertidumbre y la espera. La noticia de su adopción llenó de alegría y esperanza el corazón de todos los que habían cuidado y amado a Betiana durante su estadía en el instituto. Cada sonrisa, cada abrazo y cada canción de cuna compartida había sido un gesto de amor y cariño destinado a prepararla para este momento.

La familia adoptiva, que había pasado por un riguroso proceso de evaluación y preparación, estaba emocionada de darle un hogar amoroso a Betiana. Llegaron a la Casa Cuna con los brazos abiertos y los corazones llenos de amor, listos para convertirse en padres y ofrecerle a Betiana la vida feliz y segura que se merecía. El encuentro entre la pequeña y su nueva familia fue un momento lleno de ternura y emoción. La mirada de asombro en los ojos de Betiana mientras la levantaban en brazos y la envolvían con cuidado en una manta suave, hablaba de la conexión instantánea que se estableció entre ellos. Desde ese día, Betiana comenzó una nueva etapa de su vida llena de amor, protección y oportunidades. Su nueva familia se esforzó por brindarle un ambiente cálido y seguro, ofreciéndole todo el amor y la atención que un niño necesita para crecer.

A medida que los días, las semanas y los meses pasaban, Betiana floreció bajo el cuidado de su familia adoptiva. Cada logro de su desarrollo fue celebrado con alegría y orgullo. La adopción de Betiana marcó el inicio de una nueva historia, llena de oportunidades y esperanzas. Si bien su camino había comenzado con incertidumbre y desafíos, se abriría ante ella un futuro lleno de oportunidades.



La historia de Betiana es un recordatorio de la importancia de la adopción, que brinda a los niños la posibilidad de tener un hogar seguro y lleno de amor cuando no pueden quedarse con sus familias biológicas.



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