La historia de tu nombre

La historia de tu nombre

Gert

24/05/2023

¡Zas!, La tenacilla del pelo le quemó la cara. Se había entretenido viendo un documental de caza mayor de animales de presa. Odiaba la caza como deporte, pero no podía evitar mirar en los momentos de la muerte del animal. Sufría y disfrutaba por igual de aquel espectáculo. Precisamente, eso es lo que odiaba de él.

Estaba preparándose para la gala benéfica de apoyo a las víctimas de cáncer. Unas compañeras y amigas (Juana y Teresa) le habían invitado. Estaba impaciente por verlas y comentar la jugada con ellas.

Había algo en prepararse para las fiestas que le respigaba de pies a cabeza. Nervios, prisas, cientos de cosas por preparar, cuarenta cremas para echarse una encima de otra y el perfume. El perfume que solo usaba para las fiestas; olía a pachuli y a fresas. Era un regalo de Navidad que su abuela entregaba puntualmente. Había conseguido que el bote le durara exactamente un año solar. Por lo que le quedaba una semana exacta de vida.

Se echo un poco de pasta de dientes en la quemadura y rezó para que no le quedara marca. Las tenazas apenas le habían rozado, pero sabe dios que bastaba un instante de dolor para dejar una buena marca de por vida.

Lo último era vestirse. El vestido fucsia lo había elegido su madre. Ella sí tenía buen gusto para la ropa. A veces se dejaba llevar por su estilo para sorprender con algo que no le pegase. Gracias a ella había abandonado el negro como norma. Una costumbre que la acompaño toda la adolescencia. Bueno, al menos desde que había sucedido el accidente de su hermano. Un día negro que ni quería, ni podía olvidar. Un día que se repetía hoy. Habían pasado ya 7 años desde aquello.

Valentina era muy fuerte. Su hermano pequeño había desaparecido, y aun así había conseguido seguir adelante. Lucas se había escapado cuando estaba a su cargo. Seguramente, había entrado en el bosque persiguiendo a su perro y se había perdido. Le costó mucho recuperar la ilusión de vivir; más aún en esas fechas, en las que volvían los recuerdos a llenarle la mente.

Si pudiera no sentirse culpable y olvidarse de él para siempre… no lo haría. No renunciaría a su recuerdo. Aunque tuviese que llevar el dolor rodeándole el pecho; como una camisa de fuerza que le impedía respirar. No renunciaría a él por nada en el mundo.

Para ella, Lucas significa sufrimiento, ilusión desvanecida, pérdida; pero también superación, fuerza, valor y amor. Sobre todo significaba amor. Fuera dónde fuese, el dolor siempre estaría ahí acechando. Aceptarlo era la única manera de continuar.

Valentina se sacudió la cara para desperezarse de su ilusión navideña. Se miró en el espejo con fuerza y sonrió levemente; aceptando su felicidad renacida. Era un estado mucho menos eufórico del que podía haber sentido antes, pero también era mucho más sólido.

Cuando llegó a la gala, sus compañeras ya la esperaban en una mesa. Sus risas podían oírse en todo el comedor; aunque no así sus comentarios. El típico grupo que todo el mundo aborrece desde fuera y ama desde dentro. Juana la reconoció y le señaló sonriente la etiqueta donde rezaba Valentina en el plato junto al suyo. Saludó y se sentó muy contenta de pasar aquella noche con ellas.

En la misma mesa estaban Laura y su novio Fidel, que también eran compañeros del trabajo, y otros tres platos aún sin ocupar. Discretamente, solo pudo leer la etiqueta que estaba a su lado. Ponía Tobías con letras verde esmeralda.

  • Bueno, ¿Cómo avanza la velada, chiquis? – preguntó curiosa a sus amigas.
  • Genial – sonrió Juana –, estamos pendientes de aquella mujer rubia del vestido dorado de lentejuelas. Está claramente muy enfadada con su marido. No se han dirigido la palabra desde que han llegado. Pero eso sí, no para de pedir que le rellenen la copa con moscato.
  • Me encanta que seáis tan chismosas. Venir solo con estos dos hubiera sido una muerte lenta y dolorosa –, susurró indicando sutilmente a la pareja que los acompañaba – solo hablan de su perro.

Mientras lo comentaba, pudo ver que Laura giraba la cabeza al oír las risas y comenzó a hablarle para disimular.

  • Laura, ¿Qué tal?; ¡menuda semana que hemos tenido en la oficina! Por lo menos aquí desconectamos, ¿Eh?
  • Bien, bueno, estamos preocupados por Lola. Es la primera vez que se queda sola. Pero bueno, le hemos puesto niñera y la hemos llamado ya dos veces para asegurarnos de que está bien. Una no respira tranquila cuando deja a los niños solos, ¿Verdad?

Valentina rio descaradamente para evitar reflejar en su cara cualquier atisbo de horror ante un comentario tan esperpéntico.

  • ¿Y tú no tienes mascotas?
  • Tuve… – no pudo evitar una mueca de disgusto en su sonrisa ante la pregunta –, pero, ya tuvimos suficiente con uno. Da tanta pena cuando se van.

Por dentro, Valentina sintió todo de color negro y una flojera en el estómago que la dejaba sin respiración. Intentó sobreponerse en la mirada de sus amigas; que le mostraban todo el apoyo al entender lo que pensaba. Bebió un sorbo de agua y buscó a su alrededor un pretexto para despistar a su cabeza.

  • ¡Fijaos!, Ahí viene el caballero de la rosa.

Un hombre joven y apuesto, con barba de dos días y pelo cortado de hacía tres, acababa de entrar. Le acompañaba un chico fondón de mirada sonriente y una chica muy alta y delgada. Sus amigas sonrieron asintiendo ante la evidencia. Sus miradas se encontraron brevemente mientras él preguntaba por su asiento. Las mejillas de Valentina enrojecieron cuando la encargada señaló su mesa.

  • ¡Plan de evasión! – las chicas se miraron y empezaron a hablar aleatoriamente de cualquier tema.
  • No me gusta ir al casino en navidad – dijo Teresa resuelta a solucionar el problema –, me da mucha pena la gente que prefiere el juego a la familia.

Valentina y Juana se quedaron absortas con el comentario. Laura observaba, intentando entender con una mueca pensativa.

  • Ya, te entiendo, ¿Y tú crees que se podrán llevar mascotas a un casino?

Gracias a ella pudieron continuar una conversación en la que se quejaban falsamente de los pocos sitios donde dejaban llevar mascotas en esos días. Mientras tanto, el chico y sus amigos se acercaron y se sentaron. Valentina, nerviosa, se adelantó a presentarse para así canalizar su energía en una función concreta.

  • Yo me llamo Valentina – y extendió su mano directamente para evitar malentendidos –. Soy trabajadora de la empresa Butterfly. Nos dedicamos a la organización de eventos. Estos son mis compañeros: Juana, Teresa, Laura y su novio Fidel.
  • Encantado, me llamo…
  • Tobías. Lo hemos leído – cuando Valentina se ponía nerviosa tendía a ser un tanto agresiva.

Tobías sonrió agradado por su iniciativa.

  • Estos son mis compañeros: Andrea y Lucas. Trabajamos en un bufete de abogados. Ya sabes, los demonios del planeta.

Al oír el nombre de su hermano de los labios de aquel hombre su cara se tornó en desdicha y su mundo se dio la vuelta.

  • Encantada – sonrió como pudo y se levantó –. Voy a ir un momento al baño.

Al igual que le había pasado muchas veces antes, un torrente de imágenes y emociones le barrió la mente. La cena para ella ya había acabado. No soportaba conocer a otros Lucas. No podía evitar imaginar la cara de su hermano llorando por la pérdida de su perro. Se lo imaginaba sólo en el bosque; muerto de frío y sin energía para dar un paso más.

Valentina se miró en el espejo intentando encontrar fallos en su maquillaje para poder entretener su mano y que así se calmara. Sus amigas aparecieron en el baño y fueron hacia ella para envolverla en un abrazo sincero, lento y fuerte.

Aquel momento mágico duró bien poco. Una serie de golpes muy fuertes se oyeron desde el comedor, seguidos de un griterío de pánico. Alguien gritó silencio y se pudo oír a un hombre hablando algo ininteligible. Las tres amigas se asomaron a la puerta. Tras observar brevemente lo que pasaba, volvieron a entrar rápidamente en el aseo.

  • ¿Pero qué coño pasa?
  • Es evidente – dijo Teresa –, tiene que ser algún tipo de espectáculo para la gala.
  • ¡Espectáculo mis narices!, Está claro que son secuestradores o algo así.
  • Tenemos que mirar.

Sus amigas intentaron retenerla, pero Valentina tenía que averiguar si todo era un malentendido o si de verdad estaban siendo secuestrados. En la sala, un hombre encapuchado se situaba en el medio de la escena. Las dudas de si era una comedia o no se les pasaron rápidamente cuando vieron a la mujer rubia del vestido dorado llorando desconsolada. A su lado, su marido yacía inconsciente. Debía haber intentado algo y los secuestradores debían haberle noqueado para evitar mayor algarabía.

La cara de Valentina palideció cuando se dio cuenta de que uno de ellos estaba preguntando por las tres sillas vacías en su mesa. Lucas se levantó a punta de pistola y avanzó, seguido por aquel hombre, hacia el aseo.

  • ¡Oh Dios!, ¿Qué hacemos? Vienen hacia aquí.
  • ¡Rápido!, coge el desodorante.
  • ¿Pero qué dices?, ¿Y le damos hasta que se ahogue?
  • La ventana
  • Pero si no cabemos. Además, está altísima.
  • ¡Qué ya vienen!

Las tres amigas daban vueltas por el baño buscando una salida a aquella situación, hasta que acabaron las tres encerradas en un cubículo. Oyeron como la puerta se abría lentamente. Después, unos pasos que iban hacia ellas. Las tres estaban subidas a la taza, para evitar que las vieran por debajo de la puerta.

¡Pum!, oyeron como se abría la primera puerta. Con esa fuerza, el golpe rompería el pestillo fácilmente. ¡Pum!, la segunda puerta cayó al suelo al darle la patada con aún más fuerza. Las tres se miraron con pánico intentando ver una solución en la cara de alguna de las otras.

Valentina las miró decidida, indicando claramente lo que iban a hacer. ¡Pum!, una lluvia de desodorante hizo de niebla. Una confusión perfecta para el ataque. Mientras Teresa apretaba el desodorante con fuerza, Juana se abalanzó sobre la pistola para quitársela y Valentina le lanzó una patada en la cara, al más puro estilo Bruce Lee. Las clases de karate se rentabilizaban por si solas.

El hombre cayó inconsciente. Las tres amigas comenzaron a abrazarse para celebrarlo, mientras, se mandaban callar mutuamente para evitar que las oyeran. Desde la puerta, Lucas contemplaba la escena boquiabierto. A lo que ellas le indicaron que entrase rápidamente, para evitar que nadie más los viera.

Al parecer, no habían podido oírlas desde el comedor y la situación estaba nuevamente bajo control.

  • ¿Qué hacemos ahora? – dijo Lucas –. No podemos salir. Están rodeando todo el comedor. No hay manera de que no nos vean.
  • Saldremos por la ventana.
  • Pero está muy alta. Apenas vamos a caber.
  • Y yo estoy muy gordo. No creo que pueda pasar por ahí.
  • Bueno, pues lo intentas. Si ves que no puedes, por lo menos nosotras salimos y buscamos ayuda. Yo creo que sí cabes.
  • ¿Tenéis el móvil?, a mí me lo han quitado.
  • ¡Malditos vestidos de gala! Nos hemos dejado los bolsos en la mesa.

Lucas se puso bajo la ventana y comenzó a hacerles pie una a una para que fueran saliendo. Las tres salieron sin mayor problema. Ahora tocaba la tarea difícil: Lucas situó la papelera bajo la venta y se subió como pudo. Asomó la cabeza y los brazos por la ventana, mientras, Valentina y Juana tiraban de sus brazos.

  • ¡Au!, ¡au!, ¡au!

Lucas se detuvo al legar a la cintura, donde residía la mayor parte de su masa.

  • No voy a poder. Idos sin mí.
  • De eso nada. Aguántate un poco y empuja con fuerza. Como mucho, te arañas un poco la piel.

Siguieron tirando, mientras, Teresa iba pasando los michelines presionándolos con los dedos uno a uno.

  • ¡Esperad, se me ha enganchado el cinturón!

Pero Juana y Valentina tiraron con fuerza y lo sacaron de un último tirón. Con tan mala suerte que el cinturón se rompió y los pantalones se deslizaron suavemente hasta el suelo del baño. Lucas se levantó dolorido, con toda la tripa magullada por el proceso.

  • ¿Pero cómo voy a ir sin pantalón?
  • Espera, que bajo yo y te lo recojo – dijo Teresa resignada.

En ese momento oyeron como la puerta del baño se abría nuevamente. Los tres salieron corriendo como nunca en su vida habían hecho antes. Oyeron al hombre gritar y la puerta del recinto abrirse. Muchas voces gritaban detrás de ellos.

La mala y buena suerte hacía que aquel restaurante estuviera en medio de la nada. Un bosque rodeaba el lugar y avanzaba hasta donde se perdía la vista. Se adentraron sin dudarlo, mientras, oían como varias personas corrían detrás de ellos. En su carrera no supieron mantenerse juntos. Al minuto de entrar en el bosque, se habían perdido.

Valentina avanzaba como podía, o más bien, como su vestido le dejaba. Sorteaba espinos, rocas y troncos caídos que iban saliéndole al paso, pero se enredó el pie en una de las ramas y se cayó al suelo. Estaba tan asustada que no pudo levantarse. Gateó como pudo hasta una zona resguardada y espero allí; concentrándose únicamente en mantener la respiración lo más calmada posible.

Oyó como se acercaba alguien con la respiración entrecortada. Era Lucas, le chistó para que la viera y se acercara a su escondrijo. Esperaron sin mediar palabra, uno muy cerca del otro, lo que les parecieron horas, pero fueron apenas unos minutos.

  • ¿Dónde están ellas? – se atrevió a musitar Valentina.
  • No lo sé. Las perdí de vista cuando entramos en el bosque.
  • ¡Mierda!, espero que estén bien. Tenemos que avanzar hasta la carretera. Yo paré en una gasolinera; estaba a unos 5 km de aquí. Podemos llegar en una hora, si nos orientamos.

Valentina se levantó. Comenzó a mirar las estrellas que se dejaban ver entre las copas de los árboles. Lucas la miraba asombrado, aún sin poder levantarse.

  • ¿Sabes orientarte mirando las estrellas?
  • Aprendí hace años – respondió distraída mientras seguía buscando -, ¡Ahí está!, Si en invierno encuentras a Orión, tienes la solución, ¿Lo ves?, son esas tres estrellas que están juntas.

Valentina señalaba un claro de cielo entre dos copas. Había tres estrellas muy cercanas y muy brillantes; estaban separadas entre sí a una misma distancia; formaban una línea recta.

  • Las veo.
  • Bueno, pues eso es el cinturón de Orión, o también, las tres Marías. Si te fijas, puedes formar el cuerpo del guerrero entorno a ellas. Si alineas su hombro, que se llama Betelgeuse, con su pie izquierdo, Rigel, la línea que se forma corta al horizonte, señalando directamente al sur. Cuando paré en la gasolinera, el sol me quedaba a la espalda y estaba atardeciendo. Así que, hay que ir en esa dirección – Dijo muy resulta señalando a la oscuridad –, ¡vamos!

Comenzaron a avanzar en la oscuridad con algo más de tranquilidad. Aunque, cada sonido que perturbaba el silencio les hacía detenerse en cuerpo y alma.

  • Eres increíble.
  • ¡Para nada!, solo hice un curso de orientación de tres días. Es bastante fácil, si le coges el tranquillo.
  • ¿Pero cómo recuerdas todas esas estrellas?
  • Es más fácil si lo asocias a una historia. Para mí, la historia de Orión es la historia de mi vida. Verás, Orión representa a un guerrero enamorado de las Pléyades, aquel cúmulo de estrellas un poco más arriba, pero entre él y ellas, se encuentra enfrentándose la constelación de Tauro que simboliza la lógica: todo lo terrenal y material. Orión representa la idea de que intentar ganar el amor y la dicha por la fuerza y la lógica, es igual que enfrentarse a un toro; una tarea del todo imposible. Orión tiene que aceptar su parte femenina y entender que, a veces, aquello que nos hace más felices, no depende de nuestros actos más valerosos, sino de nuestra paciencia y dedicación.
  • Entiendo. O sea, que tú, básicamente, intentas ganar las cosas por la fuerza.
  • Sí, y no solo eso. Siempre me ha costado mucho entender que no podía controlar todo lo que pasase a mi alrededor. Cuando era una adolescente, mi hermano se escapó de casa; persiguiendo a un perro perdido. Desde aquel día, no volvimos a verle. Desde entonces, me cuesta mucho asimilar que hay cosas que escapan a mi control. Por ejemplo: si le hubiese enseñado a ver las estrellas a mi hermano. Aún estaría vivo.
  • Al menos, ahora me salvas a mí.
  • ¡Sigamos!

Continuaron avanzando por el bosque durante una hora, hasta que, a lo lejos, empezó a verse una luz que les indicaba el camino. A medida que se acercaban, iban aumentando el paso. Al final, llegaron corriendo y jadeantes a la gasolinera.

Lucas entró a hablar con el dependiente, mientras, Valentina se asomó a la carretera para avisar si veía a algún coche venir desde el restaurante. Pero cuando se dio la vuelta vio que ya había un coche aparcado a un lado. Intentó avisar a Lucas, pero ya era demasiado tarde. Un hombre le apuntaba a la espalda.

Valentina se escondió asustada, ¡aquella pesadilla no acabaría nunca! Pensó en huir hacia el bosque de nuevo, pero, algo dentro de ella la inmovilizó. La imagen de su hermano le vino a la cabeza; le imaginó solo en el bosque, perdido y sin nadie que pudiera ayudarlo.

Esta vez no pasaría lo mismo. Se acercó a ellos suave, pero, rápidamente.

  • ¿Dónde están las otras? – oyó que aquel hombre le decía a Lucas.

Él permanecía de pie y sin pantalones; mirando al frente; muerto de miedo.

  • No lo sé – balbuceó-, las deje antes de entrar al bosque. Aún seguirán perdidas.
  • ¡Ment…

El grito de aquel hombre se vio interrumpido cuando Valentina le atizó con una pala que había encontrado en el exterior de la tienda.

  • Me has salvado la vida – lloró Lucas mientras iba a abrazarla –. Gracias por volver.
  • – Hace mucho que me prometí que nunca abandonaría a nadie más.
  • – Pensaba que Orión había resuelto que no había que resolverlo todo por la fuerza.
  • – Así es, pero, eso no quiere decir que deje de usarla cuando haga falta.

Tres años después

  • Y así concluye la historia de tu nombre, Luquitas. En honor a tu tío al que no pude salvar y a aquel chico al que sí pude.
  • ¿Y, papá, recuperó sus pantalones?
  • Sí hijo, los recuperó y todavía los guarda
  • ¿Entonces supiste que habías nacido para ser policía mamá?
  • Sí, entonces lo supe.

Fin

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