El café humeaba en la pequeña mesilla del salón. Sin pensarlo, tomé el bolígrafo y me senté frente al tocadiscos. Escucho la melodía que me empuja a observar las nuevas fotografías analógicas que se incluyen en tu nuevo álbum y vuelo. Vuelo a un sitio cálido que no existe. En donde el olor a azahar se encuentra en el aire y nuestras pieles se sienten levemente húmedas a causa del sol de la tarde. Hacemos cosas o, mejor dicho, tomamos decisiones que sabemos que van a tener malas consecuencias. Pero, no importa en este momento, porque nos gusta y lo disfrutamos. Y reímos, reímos bien alto, con carcajadas que llegan hasta el cielo.

Nuestros cabellos volando con la combinación de la velocidad y el viento en el medio del desierto.

Apretó el “start” y el vinilo vuelve a comenzar a girar. Así, se repite la historia.

Bailamos en la cocina y disfrutamos del contraste del calor de nuestros pies descalzos y el frio de las baldosas. Los grillos, estridulan (grillan/cantan) creando nuestra propia banda sonora en el medio de la noche. O tal vez son las diminutas ranas, que habitan el pequeño lago que visitamos todas las mañanas. Cuando cruzamos miradas a través de la mesa, nos hablamos y decimos: “Nuestros amigos están afectados por el vino blanco”, “las mejillas coloradas de Melissa, la delatan”, “y ¿has notado que Nick está hablando más rápido?”… bajamos la mirada, volviendo al mundo real.

Te da vergüenza cuando te digo que me encanta como el sol ilumina tu cabello y unos suaves reflejos dorados comienzan a aparecer. Ha comenzado el verano, pienso. Y yo siento un fuego en mi rostro cuando me comentas como te gustan mis vestidos de volados. Lo dices con ligereza, recostado en el césped verde del jardín. Melissa te interrumpe salpicándonos con agua de la piscina y lo agradezco.

De a momentos, tomas mi mano y siento como si me llevaras hasta un precipicio, una y otra vez. Cuando nos detenemos me preguntas de dónde vengo, “bueno, cuando una madre y un padre se quieren mucho…”, no me dejas terminar, revoleas los ojos y dices “imposible”, riendo, arrugando la nariz.

Nos oímos aun cuando no hablamos, nos miramos aun cuando tenemos los ojos cerrados y nos sentimos aun sin tocarnos.

Tomo fotos.

Nos besamos detrás de paredes, escondidos como adolescentes y sospechamos que nuestros amigos también. Y la vida se siente como una brisa, que se mueve, se amolda y se agradece. Te observo, te miro y digo: como si fueras un universo, eres infinito. Me empujas suavemente y caigo a la piscina. Acto reflejo de una vergüenza que quiere ser oculta.

Cuando Melissa me habla cuando tomamos sol, no la escucho. Porque me encuentro pensando en la nostalgia que siento por momentos que aun no han terminado. Te tomo una foto a lo lejos, se me ocurre una melodía y esa noche te la tarareo bajo la luz de la luna que entra por la ventana de nuestra habitación. Esa ultima noche. Como esta última canción del álbum en donde aparece la melodía que guarda todo lo vivido en aquel lugar que no existe.

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