Valeria, estaba en su cama tratando de dormir, aunque su cabeza daba vueltas siempre con la misma idea. Cansada de su trabajo monótono, un jefe insoportable en todo sentido. .

Achicaba su pequeño cuerpo en posición fetal en el borde de su cama de dos plazas. Para dejar de pensar tomó su teléfono, y comenzó a pasar rostros en una aplicación de citas, en una de esas podía charlar con alguien hasta dormirse.

En esa peregrinación de fotografías de personas, hubo una coincidencia apareció un corazón es su teléfono, era un chico pelo castaño claro, unos ojos que no se podía ver el color en la imagen se lo veía sin remera al lado del rio con una caña de pescar, bajo el nombre de “Piero”.

Esa fotografía pescando, el nombre, hasta el parecido físico, todo le hacía recordar a su abuelo fallecido cuando era joven.

El abuelo Piero había nacido en Italia, siempre le contaba historias de su niñez en la región costera de Cinque Terre, sus mares cristalinos, las casas pintorescas de colores, los barcos paseando por todos esos pueblitos costeros, el abuelo, recordaba cada rincón con detalles hasta decía que algunas mañanas cerraba los ojos y sentía ese olor a mar que solía entrar por la ventana.

Soñaba con volver, pero nunca pudo cumplir el sueño, aunque siempre dijo que su nieta Valeria, iba a cumplir ese sueño, ella pensaba que era un disparate ¿justo ella entre los doce nietos era la que se iba aventurar en esas costas?

Habló con ese chico, la típica conversación, sobre los gustos de cada uno, sus trabajos, la vida en sí.

Al otro día, otra jornada de trabajo, intentaba hacer lo suyo haciendo oídos sordos a comentarios que no eran de su agrado, como por ejemplo jefe echando la culpa a todo lo que sucedía en su vida al gobierno de turno, ella en esas ocasiones lo miraba pensando siempre la misa frase “oiga hágase cargo de su vida”.

A la tarde salió del trabajo, decidió caminar, llevaba una pequeña mochila color rojo, una campera tipo saco de algodón color oscuro, las manos en los bolsillos, debajo de su abrigo se veían sus jeans azules un poco gastados, se puso los auriculares, dejo que el sol a veces oculto entre las nubes le acariciara el rostro y se reflejara en su pelo negro. Caminó hasta pasar por esa gran casa, color blanco, algunas paredes rasgadas un cartel con letras rojas que decía “Inmobiliaria Tomasi Vende”.

Miro el ingreso, una pequeña galería con mosaicos color rojizo desgastados, se vio ella sentada en ese umbral, leyendo el “Dailan kifki” de Maria Elena Walsh, contándole las aventuras de ese elefante y su dueña a su abuelo que este le respondía con preguntas a su “Pipina” como él le decía y ella con entusiasmo contestaba.

Siguió su camino, pero unos pasos más adelante, pasó por su lado “Piero”, era un poco más bajo de lo que se imaginaba, delgado el pelo corto como en la foto, ella lo observó de reojo, el cruzó por su lado sin mirar, hasta avanzar unos metros, ella se dio vuelta, él se había parado también, al verla levantó su brazo, ella contestó con mismo movimiento, el siguió caminando, ella quedo mirando su caminar hasta perderlo a la vuelta de la esquina.

Llegando a su casa, su teléfono suena era un mensaje de el: “al principio dude si eras vos, pero cuando te paraste y diste vuelta supe si, perdón por no quedarme a charlar, estaba apurado espero que podamos vernos otra vez”.

Ella contesto el mensaje, amablemente con un: “no faltará oportunidad”.

Otro día de trabajo, lo mismo de siempre, el desfile de personas mal humoradas hasta el fin de su día laboral.

De nuevo decidió caminar, en una de esas con algo de suerte se cruza con su nuevo amigo, y así sucedió. Al llegar al frente de la casona casi como una jugada de su abuelo, ve venir a Piero, ambos sonrieron el hablo primero.

  • Hoy si paro a saludarte, soy Piero- inclinándose a darle un beso en la mejilla.

Ella se inclinó diciendo

  • Valeria y más te convenía parar, porque si no ya te hacia la cruz, ¡eras eliminado al toque!

El hizo una pequeña risa murmurando bajo

  • ¡Qué graciosa sos!

Fueron a un café, el comenzó a hablar, mientras ella lo escuchaba atentamente, hasta que en una frase suelta él dijo la palabra “Italia”, que acaparó aún más la atención de Valeria.

  • Perdón, ¿Qué dijiste?
  • Que mi sueño es conocer Italia.

A ella se le dibujo una pequeña sonrisa, con una sensación de nostalgia que recorría su cuerpo

  • ¿Qué pasa? – preguntó él 
  • Nada, solo que me hiciste acordar a alguien

Cada uno tomo su rumbo, ella caminaba hacia su casa pesando mirando hacia el cielo, (¡A este me lo enviaste vos viejito!)

Al otro día de regreso a su casa, Piero estaba sentado en frente de la gran casona en venta, sus ojos verdes brillaron al verla, le sonreía de lejos, invitándola a sentarse a su lado.

Ella se sentó, todo el estrés de su trabajo se desvanecía como por arte de magia, el solo le dijo

  • ¡Tenes que estar más tranquila con tu trabajo! Es algo pasajero, y si te preocupas tanto por eso te estás perdiendo otras cosas de la vida
  • ¡Pero que te haces que me das consejos!, pendejo
  • Más respeto nena que creo que soy más grande que vos con 27 años
  • Si es verdad, aunque yo tengo 26, ¡estamos ahí nomás!

El la invita a comer algo, levantándose haciendo un ademan con su mano para ayudarla a levantarse, mientras corría por el costado de la calle bailando y pegando saltos y ella reía a carcajadas

  • ¡Estas más loco que yo, vos!

Las tardes frente a la casa eran lo mejor del día de ellos; hablaban horas sentados allí, las risas eran repetitivas, hasta alguna lagrima solía brotar de los ojos de Valeria, contando su vida, hablando de su abuelo de lo que significa esa casa que estaba a sus espaldas.

El la miraba y escuchaba atentamente, ella se sentía atraída por él, era el hombre perfecto, pero cada vez eran más amigos, cómplices a punto de entenderse con un gesto una mirada y el tono de voz.

Otra tarde, Valeria se apuró para llegar a verlo, esta vez no estaba Piero, lo espero, envió un mensaje, siguió esperando hasta que lo vio venir caminando de lejos, se lo veía feliz con una gran sonrisa, llegó, la abrazó levantándola en sus brazos, apretándola fuerte, en un acto inconsciente demostración de amor.

  • ¿Eh que pasa? Preguntó ella con curiosidad, y a la vez feliz por ese abrazo, aunque le dolió un poco, pero no le importaba.
  • ¡Pasa que estoy feliz!
  • Pero, ¿por qué?, ¡contame!
  • ¡Creo que se me va a cumplir un sueño!
  • ¿Te vas a Italia?

El sonrió asintiendo con su cabeza, mientras ella lo abrazaba de nuevo felicitándolo, sintiendo un nudo en su pecho, pero dejó todos esos sentimientos de lado.

Esa noche salió con dos amigas, fueron a un bar, a tomar unos tragos, luego siguieron a otro para escuchar música acompañado de unos Gin Tonic.

Miró su teléfono, tenía un mensaje de Piero, con una foto que le había enviado, era de un pasaje Buenos Aires – Roma con escala en Madrid, a nombre de Valeria Rossi.

Ella no supo que hacer, miro reiteradas veces esa imagen, no podía creer, espero unos minutos y escribió ¿estás loco? Inmediatamente él contestó

“si puede ser que este loco, pero quiero que me acompañes, total no tenes nada que perder… te va a cambiar la vida”

Ella salió de ese bar, sus ojos entre sollozos al borde del llanto, se inclino en el cordón de la vereda, la voz entrecortada pensamientos que llegaban como como proyectiles a su cabeza.

Comenzó a correr y correr sin un rumbo fijo, solo quería moverse.

Amanecía en las calles, las mujeres que barrían los frentes de sus casas la miraban pasar, los autos frenaban bruscamente, el sol saliente cegaba su mirada, las persianas de los locales se levantaban lentamente.

Su movimiento se detuvo, frente a la gran casa, paredes blancas, puertas marrones desgastadas por el tiempo, una rajadura frente desde el techo hasta el suelo una ventana cerrada con un gran candado.

Miraba la casa, mientras recuperaba la respiración. Se seco las lágrimas de sus ojos, esbozó una sonrisa hasta con cierta complicidad con el viejo inmueble víctima del tiempo y lleno de recuerdos.

¡Abuelo! Tenías razón, voy a ir a tu Italia de corazón.

Seguido se escuchó un sonido de un auto acelerándose, gritos, risas de chicos, música fuerte, el vehículo dobló la esquina perdiendo el control, dirigiéndose a ella. Cuando de la nada apareció Piero, la empujó a un costado tirándola al suelo. El quedó apretado entre el paragolpes del Ford Fiesta y unos hierros de la reja de la casa que fueron desprendidos por el impacto.

El lugar se llenó de gente, policías, ambulancias, ella estaba golpeada, posiblemente una costilla fisurada por la caída.

Los golpes a ella no le importaban, solo miraba a Piero, cubierto de sangre, mientras los policías apartaban a los curiosos, constataban su muerte los médicos, revisaban sus bolsillos, había una billetera con unos pocos pesos, el teléfono se podía desbloquear, en agenda solo tenía el teléfono de Valeria y el número del dueño de la pensión donde vivía.

Hablaron a ese número, el dueño de la pensión se lamentó mucho de lo sucedido, apenas lo conocía, “era un buen muchacho, siempre pagaba en término, extremadamente amable y educado”.

Valeria llegó a su casa desconsolada, partida en pedazos, al entrar encontró un sobre de papel madera debajo de la puerta, lo abrió adentro contenía los vuelos Buenos Aires- Roma a su nombre, estaba lleno de billetes y un papel doblado con una nota.

Valeria:

Te dejo los pasajes, uno de ida y el de regreso abierto, aunque sé que a ese no lo vas a usar, los billetes que te dejo te alcanza bien para mi cremación (quiero que te ocupes de eso) y te va a sobrar para llevarte a tu viaje mientras encuentras que hacer allá.

Las cosas se dieron así, porque tenía que cambiar tu destino, asegurarme que ese accidente no sea para vos, y te arruine la vida.

Te amé y te amo tanto que atravesé el tiempo, las dimensiones lo inentendible para darte otra oportunidad y la oportunidad de que vivas tu vida, hagas lo que deseas y seas feliz.

Eternamente feliz, agradecido y orgulloso de vos por la mujer en que te has convertido.

Siempre serás mi Pipina. es hora que digas Ciao Italia (Hola Italia)

Tu abuelo Piero.

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