Una vez existió un hombre que fue rey en varias vidas

Por alguna extraña razón, cada vez que moría, reencarnaba nuevamente en un reino del cual, a su debido tiempo él sería el dueño.

Conservaba todas sus antiguas memorias, por lo cual había ciertas cosas que, después de experimentarlas una y otra vez, llegaban a aburrirlo. Había probado cientos de miles de manjares preparados por los más hábiles chef de cada imperio que le perteneció. Si hablábamos de ropas, también se encontraba con un disgusto similar, pues no había prenda de algún modista que llegara a sorprenderlo. Al parecer esos ojos ya habían sido deslumbrados y nada podía devolverle el brillo que le habían generado las primeras veces.

Respecto a su vida amorosa, era más de lo mismo. Debido a su linaje real, siempre se presentaban ante él las más bellas mujeres. Y si, las primeras lo disfruto. Pero pasado un tiempo, se limitó a dejar esta elección en manos del azar. Pues no había mujer en la tierra que lo cautivara y sencillamente le daba igual quien lo acompañe a su lado. Lo que alguna vez llamó la lujosa suerte ahora no le resultaba más que un amargo castigo. Estaba cansado de la monotonía que suponía vivir siempre la misma historia. Si bien algunos detalles y protagonistas cambiaban, la estructura seguía siendo la misma y ya todo le agobiaba. Incluso una vez, intentó cambiar su destino quitándose la vida, aunque esto no generó cambio alguno.

Lo único que despertaba la curiosidad de este hombre, era que nunca llegaba a perder su vida por causas naturales. Mientras gobernaba “reino x”, uno de sus lacayos lo traicionó y lo envenenó; en las tierras de “reino x” murió en batalla defendiendo a su pueblo; siendo otras tantas las que había muerto por diversas enfermedades. Se preguntó entonces, mientras posaba su copa de vino sobre la extensa mesa del más fino mármol, cual sería la tragedia que pondría punto y seguido a esta historia que le parecía no tendría un final. Fue así que entonces unos días después, se recostó al lado de quien llamaba por costumbre amada, cerró sus ojos y se sumergió en un profundo sueño.

Al despertar, se alertó de que algo había cambiado. No se encontraba bajo el mismo techo que recordaba haber dormido. Confundido, trato de obtener un paneo general del lugar donde se encontraba. Pero su cuerpo se le hacía bastante difícil de controlar. Fue entonces que pudo darse cuenta que se encontraba protagonizando otras de sus nuevas y aburridas historias. Aunque algo lo tomó por sorpresa: por primera vez no había nacido en un palacio real, sino que esta vez era hijo de una amable pareja de trabajadores de la tierra.

Por primera vez en su vida vivió experiencias totalmente distintas. Paradójicamente no le molestaba de sobremanera la vida que llevaba. Lo único que tenía un poco descontento a este joven ex rey, era la cuestión del romance. Históricamente había tenido a las mujeres que quería como si de un banquete se tratase, esta vez era distinto. Por primera vez este debía enfrentarse a los contratiempos del amor. Pero, de todo el arsenal de experiencias que había recopilado a lo largo de cientos de años, no llevaba en ningún arma que siquiera se le pareciera en algo a la seducción.

Toda esta cuestión salió a relucir luego de haber experimentado el fracaso varias veces. Su padre era dueño de una pequeña carpintería que se encontraba en el centro cívico de la ciudad. Dada la ubicación y la buena reputación de este pequeño negocio el contacto con gente – en puntual con mujeres – era algo bastante normal.Poco le costaba ser simpático, pues en sus vidas pasadas no se caracterizaba por haber sido un desagradable tirano. Sino que sentía compasión por su pueblo y sus subordinados. Tal es así que, en sus últimos gobiernos, había dedicado toda su vida al bienestar de su gente. Había descubierto la felicidad que se esconde en la sonrisa de los demás. Pero a pesar de su simpatía, poco podía hacer pues, no sabía como tratar más allá de eso. Siempre que quería invitar a salir a una clienta o demostrar cierto interés algo en su exterior lo callaba.

Un día cruzó la puerta de la carpintería una bella mujer de rizos dorados. Advirtió que no había detalle que no se asemeje al a perfección. Se trataba de Julia, hija del viejo Jolly, que estaba de vuelta en casa después de un largo viaje por la costa este. Ella se le presentó y él le respondió unos amables balbuceos propios de sus nervios. Le resultaba imposible no titubear frente a tanta belleza, pensó que quizá, después de arruinar por completo sus primeras palabras, jamás volvería. Pero nada más alejado de la realidad, este bello ángel disfrazado de mujer lo visitó todos los días.

Con el pasar del tiempo, él y Julia se hicieron amigos. Tenían mucho en común y las charlas siempre se hacían eternas, pero de esa eternidad la cual uno desea que sí se termine, que luego no haya más nada. A diferencia de las demás chicas, ella solía tomar la iniciativa para todo, lo cual le venía bien a este inexperto en el amor carpintero. Pasó el tiempo y a las sonrisas y charlas, se le sumaron besos y abrazos. No les tomó mucho más consolidar su vínculo bajo el matrimonio. Por fin marchaba todo bien, fueron varias las noches que se pellizco para saber si realmente estaba vivo y no en un eterno sueño. Junto a ella vivió sus días (y noches más felices). Decidieron no tener hijos y dedicar su vida a ellos. Dedicaron sus vidas a hacer lo que más amaban: la carpintería qué él heredó de su padre, la costura que a ella le llegó por parte de su madre y pasar tiempo el uno con el otro.

Un día, y como de costumbre, él amaneció primero que ella. Le besó la mejilla y la dejó dormir un poco más mientras preparaba el desayuno. Volvió a la cama y notó que ella se encontraba aún inmóvil, Julia era de tener sueños profundos. Se acercó a su lado y con la suavidad del algodón movió su brazo derecho para intentar despertarla. Después de varios intentos se dió cuenta de lo peor. Su amada esposa estaba muerta. Se acostó junto a ella, la abrazó y la lloró día y noche. Al día siguiente los vecinos encontraron su cuerpo sin vida pegado a ella, como si de uno solo se tratara.

Nunca más volvió a reencar. Después de siglos, y por primera vez su alma descansa en paz junto a la mujer que juró amar hasta el final de los tiempos.

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