RELATOS DEL VIVARIO: PRØMETEO

                          1

El lobo, el murciélago y el anciano

 Uno de los ojos de escaneo cimático flotó desde el último piso hasta la cocina y se plantó frente a Cristian. La retina mecánica cambiaba sus luminosidades de color y eso le molesto al joven que le dijo:

—Deja de hacer esa mierda, Prometeo.

El ojo se inclinó de izquierda a derecha para entender la orden. Su luz volvió a ser verde.

—Me he percatado de que tu cortisol aumentó, Cristian, y hoy es día de caza. ¿No quieres una puya?

—No, gracias.

—Podría condensarte alimento, aunque no tendría buen sabor, el aire exterior está muy alcalino.

—No te preocupes, como dijiste, tenemos que salir a cazar.

El ojo de Prometeo se elevó y viajó hasta la puesta de entrada. Activó los protocolos para modificar los trajes NBQ y un armario de acero se desplegó desde dentro de una muralla, en un perchero había cinco grandes trajes verdes.

—Puedes venir a ver las configuraciones, no he alterado nada, como te gusta.

—¿Sabes? ¿Podrías sintetizar algo con proteína?

—Por supuesto, Cristian.

Sobre un gran mesón de la cocina había una máquina esférica y conectada con docenas de tubos que salían de la casa. Antaño, era capaz de crear un pollo asado a partir de lo que encontraba en al aire, ahora solo sintetiza carne delgada y agua. Cristian y su padre ya estaban acostumbrados a la vida con Prometeo, que además de sirviente, resultaba ser un muy buen estratega de guerra contra los cimáticos y cualquier amenaza que existiera más allá del trilito.

Prometeo se construyó como una gran casa circular y que asciende en forma de caracol. Fue una de las últimas estrategias contra la epidemia del cimático antes de que las personas sucumbieran a esa horrenda enfermedad. Solo un par de miles de Prometeos se instalaron sobre la tierra, las primeras se concibieron en las afueras de Santiago y no tardaron en propagarse por el mundo. Al principio las personas temían de su privacidad y de la inteligencia artificial como tal, pero la compañía detrás de Prometeo, ETH, se ganó la confianza de la política internacional luego de crear la vacuna nasal anticimática. Lamentablemente, el cima es una enfermedad que evoluciona y se adapta con rapidez.

Prometeo crea un pronóstico diario acerca de la toxicidad del exterior y cuál es el porcentaje que existe de hallar animales comestibles. Una vez a la semana suele saltar la alarma de que aquella posibilidad es del 100%. Aún hay animales que se protegían en zoológicos o simplemente son inmunes al cima. Este resultaba ser uno de esos días. El padre de Cristian, Francisco, tomaba un baño de tina de pseudo agua como cábala cada vez que una de estas alarmar saltaba. Le gustaba estar en silencio y con las luces apagadas. Concentrarse en la respiración e imaginarse con el traje NBQ apuntando al objetivo con la argolla de guerra lista para lanzar una púa paralizante.

—¡Boom! Muere, hijo de puta.

—Francisco, quedan quince minutos para que el sol se esconda. Mi sistema ha detectado varias formas de vida, la mayoría animales.

—¿La mayoría?

—Sí, los demás son humanos, aquellos que habitan en la zona este, en los edificios abandonados. Presumo que también van detrás de los animales.

—¿Qué animales son, Prometeo?

—Es una mezcla genética, no puedo determinarlo. Están sanos.

—¿Cuántos humanos?

—Imposible de determinar. Puedo establecer una posibilidad, ¿me permites hacerlo?

Francisco asintió mientras se levantaba de la tina y unos tubos mecánicos que emergieron de los muros le lanzaron aire a presión para secar su cuerpo.

—Cinco individuos con una posibilidad del 84%.

—¿Podemos con cinco individuos?

—Si logran capturar a uno, las armas de los trajes NBQ estarán cargadas al 100%

Francisco bajó al primer piso, acercó su ojo a la puerta de armas y Prometeo realizó el escaneo biométrico. Una pequeña púa se disparó de uno de los ojos flotantes y analizó la sangre de Francisco.

—Ven, Cristian, saldremos ahora.

Cristian estaba terminado su carne desabrida, se limpió la boca y caminó a la entrada, de las escaleras que ninguno de los dos ocupaba bajó Atila un gran danés artificial y del repositorio de armas Francisco extrajo un chaleco para él.

—Quedan 8 minutos para que el sol se esconda, la radiación no los afectará dentro de los trajes. ¿Preparo al trilito?

—Prepáralo, Prometeo.

A veinte metros de la casa se elevaba una estructura compuesta de lo que aparentemente eran tres rocas que simulaban un umbral. En ella había símbolos que jamás pudieron dilucidar, ni siquiera Prometeo, sin embargo, su función era clara: impedir que un cimático entrara al perímetro, si cualquier enfermo intentara pasar iba a ser incinerado de inmediato. Durante las 24 horas aquel trilito mantenía sus funciones, pero en cada salida a cazar tenía el permiso de Prometeo para eliminar incluso a sus habitantes en caso de contraer la patología en medio de una lucha.

Cristian y su padre se vistieron con los trajes verdes, cada uno tenía un brazalete de cuatro puntas en ambas manos: una para ataque, la otra con fines medicinales. Rara vez las utilizaban, pues los humanos que estaban fuera no tenían preparación de batalla y preferían esconderse. Una vez los trajes puestos y haber revisado el estado de los brazaletes entraron en el pasillo de oxígeno 0, luego en la cámara antibacterial y finalmente llegaron a la puerta que los guiaba a la salida en donde Prometeo se despidió.

Este es el límite de mi inteligencia artificial, desde ahora quedan en manos del sistema operativo ETH con el que están cargados los trajes NQBX.

 Sus figuras eran de astronautas, el mundo terrestre ahora era extraterrestre. La luz del sol pintaba al cielo de un rojo fuego. Cuando llegaron al inmenso trilito sus símbolos se iluminaron de azul. Un delgado velo de blanco traslucido cayó sobre ellos. Al atravesarlo ya estaban en el campo de guerra.

Los cascos de sus trajes tenían una mira objetiva que se movía inquieta de un lado a otro. De pronto de detuvo.

—Ahí, a cien metros, parece que es un lobo.

—Papá, ETH no lo identifica.

Atila iba tras ellos pisando con cautela, mirando hacia arriba en caso de que se tratara de una emboscada.

—ETH, ¿qué hay a cien metros?

Un animal, Francisco.

—¿Qué animal?

Desconocido, Francisco.

—¿Aún crees que no está infectado?

Estoy seguro. Puede tener radiación, pero es fácilmente removible.

El hijo y el padre levantaron sus brazos, apuntaron con la muñera y en el cristal del casco vieron a una enorme bestia con la cabeza agachada, devorando algo.

Un paso, luego otro, los tres caminaban como si estuviera sobre arena movediza. Más allá de la bestia estaban las ruinas de un antiguo centro comercial y un par de cárteles que rezaban:

Prometeo, la casa que te acompañara como si fuera tu familia.

La luz comenzó a tornarse en sombras alargadas que se deslizaban suavemente por la tierra queriendo alcanzar a los astronautas y a su fiel can artificial.

—¿ETH, distingues más humanos además de nosotros?

Negativo, Francisco.

El piso estaba poblado de hojas secas y ramas quebradizas que el padre y el hijo no habían visto antes. Atila paró. Francisco paró. Cristian dio un pasó. Era una trampa.

Bajo las ramas y las hojas se escondía un alambre de cobre retráctil, apresó el tobillo de Cristian y lo arrastró con furia entre las ramas. La dureza del traje impidió que se creará una fuga por corte. Pero sus gritos llamaron la atención del animal. El pelaje era tan negro que se podía ver en la oscuridad, levantó la cabeza y los miró con los ojos brillantes. Era un lobo, uno de inmenso tamaño. Cristian, que se acercaba a gran velocidad, alcanzó a ver que del hocico le corría un líquido gris y cuando pasó por su lado vio a un anciano con las costillas abiertas que aún vivía y pedía auxilio.

—¡Usa el comevidas!

Cristian giró el brazalete, seleccionó al comevidas y antes de cualquier cosa el lobo se levantó en dos patas, sacó dos alas gigantes, las agitó y todos se consternaron.

—¡¿ETH, qué mierda es eso?!

Parece un murciélago lobo, no tengo registros de ellos acá.

El lobo alado tomó al anciano por las costillas que tenía al aire, lo llevó muy alto y con sus garras lo partió por la mitad. El líquido gris llovió por todos lados.

Francisco vio como caían los pedazos del pobre tipo y desesperó. Está cimático, es un cimático, y esa cosa lo devoró, ahora está infectada. Un animal no pone trampas. Un animal no pone trampas.

—¡ETH, hijo de puta! ¡Esa cosa está infectada!

No necesariamente, no tengo información sobre su metabolismo.

—No vengas con mierdas. Necesito que ayudes a Cristián. ¡Ayúdalo!

No puedo, cada traje tiene funcionamiento individual para evitar hackeos.

—Puta mierda.

 Cristian había quedado atascado bajo un bloque de concreto a metros del centro comercial. Unas luces enceguecedoras se prendieron en filas. Eran docenas, lejos de las cinco que Prometeo pronosticó. ¿Piensa, piensa, qué haría papá? Piensa. A un par de metros cayó el cuerpo del anciano del que salía sangre gris a borbotones. ¡El comevidas! No serviría, están muy lejos. La hilera de luces se aproximaba y parecían fuegos fatuos. ¡Eso es!

—ETH, prepara la pulsera.

¿Qué característica?

—¡El comevidas!

Lo siento, mi comando no reconoce un Comevidas.

—¡Al aguijón!

Uno de los dos cilindros de los que estaba provisto el traje NBQX lanzó un tubo recubierto de acero con un sistema succionador y en cuya punta tenía una estructura de taladro con un orificio en medio. El aguijón era veloz, solo necesitaba un objetivo. Las linternas estaban cada vez más cerca. Cristian miró al cuerpo cimático y lo identificó en su panel.

—Inyectar aguijón.

El sujeto está infectado, necesito confirmación de voz.

—INYECTA EL AGUIJÓN.

La cola de acero se alargó.

Francisco estaba refugiado detrás de un muro caído. Miró sus brazaletes y le pidió a ETH que realizara un recuento.

Cuatro grúas, un aguijón, tres púas paralizantes, cuatro púas ácidas, cinco fuegos fatuos, cero distractores holográficos, pistola reducida de 22mm: 2 balas, cuchillo.

—Es suficiente. Atila, necesito que uses tu grúa.

Atila enterró las patas traseras esperando la orden. El lobo alado planeaba muy alto y las probabilidades de fallar era altas, debían atraerlo.

 El aguijón onduló. Cristian vio que el anciano estaba vivo. ¿Un efecto cimático? Usaba la mitad de su cuerpo para arrastrarse y sin hacer sonido alguno el chico lograba escucharlo dentro de su cabeza.

No me mates, por favor. Duele tanto. No me mates. No me mutiles. No me comas. Nosotros no comemos gente. Nosotros sabemos que ustedes tampoco comen gente. Ellos son familia. Esas luces son mis hermanos. No les hagas daño. No seas un maldito, un hijo de puta, ¿cómo duele tanto? ¿Eso era un lobo? No.

El taladro penetró el cráneo del anciano. Succionó hasta la última gota de sangre gris y lleno un cuarto del estanque.

—¡Asesino! ¡Puto de mierda!

Las luces se agitaron, ahora corrían en busca de justicia. El lobo las vio desde lo alto y cayó en picada antes de que alcanzarán a Cristian. Una mujer alta, rubia, de rostro sucio y facciones finas que muy bien notó el chico, perdió la cabeza antes de llegar a él. Un hombre con dos pequeñas huyó hacía las ruinas y el monstruo tomó a una de las niñas con su cola, el cuerpo cayó y no quedó más que una bolsa de sangre. El animal volvió a descender, esta vez tenía en la mira a Cristian.

—ETH, fuego fatuo.

Fuego fatuo: activado.

Un destello verdoso y enceguecedor iluminó todo el lugar, las linternas fueron a su escondite, el monstruo cayó confundido y dos alambres de cobre le atravesaron las alas. Se trataba de las grúas de Francisco y Atila. Lo remolcaron sin piedad.

No

Alcanzó a oír Cristian. Su padre se acercó y con el cuchillo de su brazalete cortó la grúa con que intentaron secuestrar a su hijo.

—¿Desde cuándo hay tanto caníbal por acá?

—No creo que sean caníbales, papá. Creo que eran amigos del anciano.

Francisco se volvió a su hijo. Lo tomó por el brazo y acerco su casco al de él.

—Los amigos no existen acá, imbécil. Casi te matan, casi te comen, casi me quedo sin compañero más que con este perro que hoy resultó ser más útil que tú, mierda. Ese viejo no tiene amigos, de seguro se lo iban a comer y esta cosa…

Francisco movió el anillo del brazalete y seleccionó la púa paralizante. El lobo aulló antes de quedar inconsciente.

—Y esta cosa debe habérseles adelantado.

—Pero, papá, no me iban a hacer nada, yo…

—¡Calla! ¡Cállate! ¡Inútil!

—¡Escuché al anciano en mi cabeza!

—Tú sabes que esos son trucos, intentan jugar contigo, ese tipo estaba en la última fase, no caigas en esas cosas. Sí, los cimáticos tienen telepatía. La usan de carnada.

Cristian tomó una de las patas del lobo y ayudó a arrastrarlo hasta el trilito sin dejar de pensar que el propio lobo articuló una palabra “No”. Y eso sí que era imposible.

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