Coronas de Sangre (Libro I de la saga Llanto de Estrellas)

Coronas de Sangre (Libro I de la saga Llanto de Estrellas)

Prólogo

     Cuando Thyma reaccionó a la inconciencia, sintió su espalda recostada en el piso frío. No pasó mucho tiempo hasta descubrir que se encontraba recostado en un piso metálico. No pudo abrir sus ojos, puesto que los sintió pesados al recuperar nueva y lentamente el conocimiento que había perdido tiempo atrás en un bastión feroz contra la parte trasera de su nave. Con todos sus esfuerzos, sus ojos divisaron borrosamente las paredes plateadas y el ambiente casi oscuro en que sólo pendía una luz empotrada. En su mente ondeaban preguntas tan relevantes: “¿Qué hago aquí?, ¿qué es esto?, ¿dónde estoy?”, preguntas que pronto se iban acumulando y haciéndose más claras al paralelo de su visión y de una pequeña ansiedad que atacaba el centro de su pecho, una ansiedad que se iba tornando en claustrofobia al no ver un posible escape del misterioso sitio y le hizo levantarse hasta recostarse en las paredes tocando cada sector de las mismas. Toda habitación de toda nave tiene una salida y toda salida guía hacia el camino de las respuestas cuyas incógnitas aún resonaban fuertemente en su mente, cada vez con más potencia, hasta que sus manos casi temblorosas empujaron una puerta escondida entre el color de las paredes. No le sorprendió el cómo se sentía, sino la suciedad que ennegrecía sus manos desde la punta de sus largas uñas. Entretanto caminaba hacia afuera de la habitación, la sorpresa se iba desvaneciendo y nuevas preguntas empezaron a surgir en su mente en cuanto caminaba muy despacio, sin posibilidad de hacer sonar sus pies sobre el suelo. 

      El ambiente iba cambiando después de que Thyma salió de la habitación en donde estaba. La luz se podía ver a sus espaldas, el resplandor muy tenue de la habitación de la que había salido. Fugazmente, se apagó aquello, causándole a Thyma un pavor que nunca había sentido. Sus ojos no vieron nada ante la sorpresa y el miedo hasta que siguió adelante. Un destello esperanzador, una luz que le hizo ver en las paredes un conjunto de gruesos trozos de metal que, a la larga, eran no más que caparazones que ocultaban los extensos cables que le dan energía a lo que parecía ser una nave. La poca cordura del sujeto asustado volvió en sí y siguió caminando todavía, dejándose guiar por la luz violeta que se hacía cada vez más intensa, tratando de encontrar una salida o, por lo menos, respuestas. 

      Cada vez que Thyma se encontraba en un espacio más abierto, caminando por lo que parecía ser el pasillo principal que llega hasta la cámara de la comandancia, unas voces varoniles se iban haciendo cada vez más intensas. Para protegerse de cualquier intención de ser descubierto, no hizo más que mantenerse silencioso. 

     ─Debemos idear un plan en caso de que nuestros hombres sean descubiertos en su trabajo─ dijo una voz. 

     ─No hace falta un plan de contingencia. Enviemos a uno solo a servir como señuelo─, le contesta otra. ─Más vale salvar una vida a perder cien de ellas─. 

     ─Se sacrificará una vida después de todo─ le responde una voz distinta a las demás. ─Sea el número de hombres que sea, la misión requiere de un plan de contingencia. Recordemos que lo importante aquí es mantenernos ocultos. Una vez nos pase lo contrario, bueno… los antiguos reyes nos protejan─. 

     ─Vinimos aquí por la seguridad de nuestro pueblo─ y toma la palabra la voz inicial. ─En caso de ser descubiertos, eliminaremos el sistema de flotación de esta nave. Daremos la retirada y nos iremos todos, si es posible, sanos y salvos. Enviaremos un señuelo, pero tendrá refuerzos en caso del fracaso de la misión. Esperemos no lleguemos a efectuar este plan─. 

     Thyma solo escuchaba la conversación de los hombres de aquella sala. Sintió un leve presentimiento de que los asistentes se habían levantado de sus puestos. Así que se dio un vuelco atrás. El sonido de unas botas se hacía notar con cada paso contra la dirección en la que se encontraba Thyma. Nuevamente, se dio la vuelta para tratar de huir en otra dirección, pero justo se tropezó con el pecho de uno de los asistentes de la reunión, junto con los otros tres. Un séquito de soldados le descubrió a Thyma por la espalda y se quedó perplejo ante los descubrimientos efectuados por los extraños. Uno de los superiores, que estaba anteriormente en la reunión, tomó de su cadera el cilindro metálico en ágil movimiento, casi imperceptible y con este destello, Thyima percibió la muerte a manos del sable cuyo usuario no conocía. Por el contrario, el movimiento de la mano de otra persona en el hombre de quien desenfunda su sable le calma los ánimos de asesino. 

     ─El señuelo perfecto es alguien que no conoce este lugar y que podemos enviar para darnos informes sobre el contexto en donde se encuentra─ le dice quien le sostiene el brazo. ─También me atrevo a decir que no tiene el mismo nivel de importancia de un soldado como para preocuparnos de que muera en caso de ser descubierto─. Entonces, Thyma vio sobre sí las miradas de todos. 

     ─No tiene nuestro uniforme─ dice el superior que trataba de atacarle, volviendo a enfundar el cilindro metálico nuevamente en su cintura. ─Es perfecto para el trabajo que se nos encargó─. Con un asentimiento de quien sostuvo el brazo del que quería matarlo, dos soldados le tomaron de tal forma que no pudo mover sus extremidades superiores, mientras que era llevado cual anciano por la fuerza a un lugar desconocido para él. Era una cabina como de alguna nave tan pequeña como para que un solo hombre cupiera en él. 

     ─Tienes suerte de que no te mataran, Nacional─ le dijo uno de los soldados que lo estaba llevando por la fuerza. ─Agradece que te han tenido misericordia al dejarte en libertad─. 

     ─Nacional─, mencionó la primera palabra en todo lo que lleva de la situación, aquella expresión que, a pesar de ser una sola palabra, tiene el poder suficiente como para hacerle recordar la tierra sobre el que reposa su hogar. ─Llegué aquí por órdenes del centro de comando de la Luna, ¿dónde estoy? ─.

     ─Estás en territorio Umzuliano, un par de meses luz de la Luna─ le contesta el soldado, colocando el dedo pulgar en su frente.

     ─ ¿Umzulia? ─, pregunta Thyma vacilante. 

     ─La raza de su querido imperio no sabe nada de nosotros, procuramos hacer que no sepan nada─. 

     ─Ya ha escuchado demasiada información, soldado─ le dice una voz en su espalda. ─Con todo respeto, Is leryer. Ya no es un títere de los Geordy─ le contesta. 

     ─Pero es uno de ellos. Su leve amnesia puede explotar en locura cuando se le da información sobre algo que no conoce. Información importante más el estado en el que está… bueno, es una carga más que no podríamos soportar─.

     ─Pero se le va a dar información de la misión, ¿no, leryer? Recibirá nueva sobrecarga emocional, incluso ahora sus ojos se le ven perdidos─. 

     ─Lo sé. Por eso, no quiero seguir hablando más de estas cosas en frente de él─. 

     ─No sabe nada el pobre─. 

     ─ ¿Impuso la nano-cámara en su frente? ─. 

     ─Sí, leryer─. 

     ─Entonces, no necesita saber nada. Solo irá al campo y nosotros haremos el resto─. 

     ─ ¿Y si sucede lo peor? ─ le pregunta el soldado muy en el fondo preocupado por aquel a quien consideran nada. ─Es un señuelo, hijo de antiguos enemigos─ le responde su superior con frialdad. ─Estaba encarcelado por su infiltración, y ahora nosotros lo mandaremos a infiltrarse como lo que es…─ en el gesto del soldado que mantenía la conversación, se notó una extrañeza que podría provenir de sus entrañas. ─… un enemigo más─. 

     No había nada de qué más hablar. Solo el superior de todos estaba emitiendo la orden para hacer que cierren la nave en la que Thyma se iría. La frialdad del que emitió la orden se expandió por toda la sala quemando los aires de compasión y misericordia entre el bullicio del desprendimiento de la nave que procedía del exterior. Thyma se sintió tranquilo por un momento hasta que vio alejarse de la nave madre para adentrarse en una masa de nebulosa de un color casi oscuro, un color que le generó un pánico incluso más grande de cuando estaba despertándose del sueño en la pequeña habitación. Los comentarios de los extraños sujetos antes de su despegue se iban desvaneciendo poco a poco en su mente, puesto que el miedo le generó pérdida de su memoria en el corto lapso del viaje, una trayectoria que paró con el sonido de la tierra contra el metal. La puerta de aquella nave de escape se fue abriendo con la confianza de estar en tierra con oxígeno, pero era una tierra roja y desértica, con el polvo corriendo con el mismo viento, una brisa tranquilizadora, un paisaje funesto. Thyma solo podía escuchar dos sonidos: la voz del vendaval chocando con el piso y el seco de su garganta al tragar saliva. 

     Sentía miedo incluso de salir de la nave, pues podía ver que al horizonte del desierto solo había negritud, ni un astro se asomaba. No podía ver vida, pero un espectro como de la forma de un anciano, con pedazos de telas blancas y sucias sobre su piel, con un pedazo de madera en su mano que usaba como bastón, le dio la confianza que necesitaba. Tenía la piel arrugada y estaba encorvado, tratando de caminar con todos sus esfuerzos. Al igual que Thyma, se movía tembloroso. Cada vez que se iba acercando aquel anciano, había un sentimiento de tranquilidad que fue invadiendo el cuerpo del viajero, pero al estar en un lugar extraño, no podía hacer más que quedarse quieto por la consternación. Al estar un poco más cerca de Thyma, el anciano hizo el esfuerzo para levantar su cabeza. Parecía que no tuviera ojos, pero solo los tiene cerrados. Y la debilidad del hombre anciano y su quietud, su quizás gesto tranquilo, le dio la posibilidad al extranjero de la nave plateada para salir de ella y caminar sobre la tierra seca. Tiempo después de seguir caminando, encontró paz al saber que se trataba de su raza, podía ver el aspecto humano y no alienígena que le mostraron las películas de pequeño. Siguió caminando con esa idea. El espectro no hizo más que levantar su mano y tendérsela a Thyma. Desde ahí, el anciano siguió caminando hacia un horizonte, guiando al viajero con amabilidad y extraño silencio. 

     La parte donde había caído la nave era una pequeña meseta de arena desértica que se extendía desde donde Thyma aterrizó hasta unos metros más delante de donde el anciano lo guiaba. Desde la elevación de tierra hasta donde terminaba la loma para subir a esa meseta, solo había arena. Más allá, las casas de rocas destruidas se divisaban a lo largo del llano rojo. Un viento sopló con más fuerza e hizo frío por un momento hasta desvanecerse en un ambiente cálido. 

     Mientras que Thyma caminaba por todo el desierto, logró observar escombros de una extraña roca que no le pareció motivo de sorpresa, pues tenía la perfecta conciencia de que sus amigos espaciales podrían protegerlo. Su fe ciega, carácter de todo humano, y la habilidad con que lo guiaban hacia cualquier parte, le habían llenado de una tranquilidad y salud perfectas. 

     Siguieron el camino por el desierto rojo. Ambos sujetos llegaron hasta un pedazo de tierra donde se posaban paredes completas de escombros que se acumulaban en forma de montaña con nada más una puerta de roca que parecía la puerta inmensa de un palacio. El sínodo chillante al abrir aquel material denotaba el estado de vejez en que se encontraba. Cuando Thyma vio lo que había dentro, quedó sorprendido. 

     ─Sé de dónde vienes─, se dignó a hablar por fin el anciano. Thyma se sintió consternado. ─No tengas miedo, hijo de Tierra. Si viniste aquí en una nave de Umzulia, es porque tu propósito es relevante─. Y Thyma no entendió nada de lo que el anciano habló. Solo se dejó guiar por su buena forma de ser amable. 

     ─No sé─, solo eso Thyma musitó. 

     ─Acércate, solo un hijo de Tierra puede devolver la esperanza de nuestro perpetuo plan. La gran guerra civil volverá desde sus cimientos de nuestra morada y lograremos lo que estaba previsto desde un principio─ dijo el anciano mientras caminaba por el piso metálico. En el centro de aquella sala, solo se podía ver un cilindro que escondía un líquido congelado que le recordó a Thyma el color de la piel de las iguanas. Detrás del cilindro, una pantalla de esas antiguas poseedora de reconocimiento de huellas. ─Acércate, no temas─, volvió a decir el anciano sin recibir una sola palabra de respuesta por parte de Thyma. La voz del viejo era tierna, dulce, que con solo escucharla, Thyma podía sentir una corriente que le apaciguaba desde sus entrañas hasta su cuerpo entero. Aquel anciano le dio tanta confianza que no tuvo más que acercarse, olvidándose entonces de los comentarios lanzados anteriormente por la boca de quien le llama, comentarios que hablaron de guerra y de planes sin completar. Y una vez Thyma estuvo frente a la pantalla verde, no podía ver lo que había más allá: parecía una inscripción en forma de glifos que se extendía sin fin alrededor de un círculo trazado. ─Eres hijo de la Tierra, coloca tu mano en el círculo─ dijo el anciano como sabiendo lo que Thyma pensaba. Los glifos le atrajeron, no sintió miedo hasta colocarla completamente sobre el círculo de aquella pantalla que se iluminó con tal fuerza, haciendo que el cilindro en el centro de aquella sala se abriera poco a poco, dejando ver lo que había dentro: largos tubos que se extendían desde arriba, humerales de viento frío que se iban desvaneciendo hasta mostrar el cuerpo de un hombre desnudo de una larga cabellera negra, una piel extremadamente blanca y lampiña y unos ojos que se iban abriendo tan despacio como quien se despierta de un sueño. En ese momento, sin saber por qué, Thyma sintió un temblor paralizante en todo el cuerpo que hacía desaparecer el estado de paz en el que estaba. ─Samguel─, mencionó el anciano el nombre del extraño que apenas había aparecido. 

     ─Un hijo de Tierra en este lugar me supone que una paz entre nuestras razas fue alcanzada─, dijo Samguel con la lentitud de una boca congelada. 

     ─ ¿Paz, dices? ─, se atrevió a contradecir el anciano. ─Un hijo de tierra fue enviado por los umzulianos, una víctima propicia para el inicio de la nueva constitución de Umzulia. Y ahora ya no nos es de utilidad─. 

     ─Déjalo ir─, dice Samguel con una voz de autoridad. ─Y que el universo entero sepa de mi existencia─. 

     Y el miedo por aquel hijo de Tierra se tornó en locura.

******** NUEVO CAPÍTULO TODOS LOS MIÉRCOLES ********

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