La Señora Cara de patata (Mrs Potato head)

La Señora Cara de patata (Mrs Potato head)

Volví a mi cara vacía. Me di cuenta cuando la señora de rojo que pasaba, con su bolsa de la compra, junto a mí, ralentizó su paso, me miró y me dijo – Hay algo raro en ti. Creo que deberías cambiarlo -. Después siguió su camino, con su bolsa, y el ceño fruncido y negando la cabeza mientras musitaba – esta gente de hoy…-

Yo me quedé confundida. No conocía de nada aquella señora y hasta donde mi memoria llegaba, no la había visto nunca. De confundida, pasé a sentirme escandalizada, porque esa señora, siendo una extraña, me había hablado y dicho unas palabras que sonaban profundas. ¿Cuándo se había visto eso? Que una persona extraña se dirija así de esa manera, y en persona, frente a ti. Mi mano no tardó en buscar mi móvil en el bolsillo derecho de mi pantalón. Tenía que contárselo a alguien. Es más, lo publicaré en redes sociales. Esto también tenía que compartirlo con “la gente”. Esa que tampoco te conoce de nada y te leen, ven tus fotos, siguen tu vida de alguna manera y opinan sobre ella. Yendo un poco más allá, hasta los hay que sienten, viajan o sueñan a través de ti

“Una señora DESCONOCIDA me habló en la calle…” Tac, tac, tac… tecleé rápida, nerviosa y sin pensar, hasta que comencé a describir lo que aquella señora me dijo. “Hay algo raro en ti. Creo que deberías cambiarlo”. Paré mis dedos en seco, no escribí ni una sola palabra más. De pie en aquella calle llena de gente, miré a mi alrededor. Olor a goma quemada, pitidos a lo lejos, las risas de un pequeño cruzando la calle agarrado de la mano de su padre, el tintineo de la puerta que se abrió en la tienda tras de mí, de nuevo un pitido de coche. La pantalla del móvil se volvió negra. Lo guarde en mi bolsillo. Lo saqué de mi bolsillo y lo guardé en mi mochila. Repentinamente me apetecía distanciarme de él. Caminé lentamente por la acera, no sabía dónde ir, pero tampoco me apetecía dirigirme a casa. El pensamiento de un banco aislado en el parque del barrio vino a mi cabeza y allí fui.

Me senté, y noté la madera en mis dedos. Estaba un poco caliente del sol de media mañana y tenía algo de polvo de los árboles que se me pegó en las huellas dactilares. De repente me sentí a mi misma, sola, sentada en aquel banco. Mi cabeza recordó otros tiempos en la ciudad, comenzó a proyectarme imágenes de momentos donde me costaba reconocerme. Me reía bulliciosamente, gritaba vivamente, corría detrás de alguien, cerraba los ojos para sentir el viento en mi cara al bajar una cuesta con la bicicleta, saboreaba un buche de cerveza fresca en mitad de una conversación, en una terraza del centro, sudaba mientras corría detrás del autobús que abandona la acera, lloraba los 5 minutos antes del examen en el hombro de mi compañero, me ponía colorada al dar mi primera clase pública, sentía la pesadez y hacía pucheros al querer dormir en el vagón de metro de camino a casa…

Sentí que mi cuerpo se dividía en dos. Uno permanecía sentado en el banco. El otro me observaba desde en frente. Ahí reafirmé mi cara vacía. No tenía las expresiones de antes, los ojos estaban tan difuminados que parecían una pincelada de acuarela aguada, los labios, de no moverse, se habían fundido en la piel, y la nariz… parecía que ella seguía allí. Mas que nada, porque aún me llegaba el olor del agua, del lago del parque. Mi cara estaba de nuevo vacía y mira que había tenido cuidado de no limpiar demasiado fuerte al desmaquillarme. De hecho, ya casi no me maquillaba. Ya no me marcaba los ojos para resaltarlos, tampoco repasaba mis labios con aquel carmín, ni empolvaba mis mejillas de marfil. Sentí tristeza, pero era diferente a la vez anterior, cuando también salí para dedicarme un rato a mí. “Al menos me he dado cuenta.”, me dije. Me levanté más liviana y emprendí la marcha a casa.

Después de la segunda vuelta a la llave, sonó lo que esperaba – Oaaa – Ese hola a media lengua. Terminé de abrir la puerta del todo y un pequeño ser se me abalanzó sobre las piernas – Oaaa – Decía mientras movía las manos y una enorme sonrisa se dibujaba en su cara. Sus enormes ojos abiertos buscaban dicharacheros mi expresión. Al no encontrarla, paró un momento y sin borrar su cara de grata sorpresa, se llevó las manos a la cabeza, ¡había encontrado algo!

Corrió hacía un cubo verde, buscó enérgico, agitó y revolvió todo lo que allí había. Volvió con las manos cargadas de cosas. Mientras me quitaba la chaqueta, tiró de mi pantalón hacia abajo. Me agaché, y pensé en las pelusas del suelo después de varios días sin limpiar. Antes de que pudiese darme cuenta una mano minúscula me pegó algo en la cara, a la altura del ojo derecho, después otra cosa cerca del ojo izquierdo y, por último, una buena torta, que me hizo caer de culo, me terminó de sellar los labios. Abatida en el suelo, sin ver correctamente, saqué un pequeño espejo del cajón de la entrada. Entre risas inocentes y gritos de victoria, pude ver mi reflejo. Y mientras sentía aquel fugaz abrazo, que me pareció tan grande como una montaña, pensé “¿Ves? Todo resuelto. No hay cara vacía que se resista a los ojos y labios de Señor Patata” y gocé al sentir mi sonrisa en la cara y la comisura de mis ojos elevarse.

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