Exactamente tengo un par de minutos para escribir.
Pero, ¿qué se escribe en tan poco tiempo?
Y lo que es peor aún, ¿qué pasa si decido escribir sobre ti en ese corto tiempo que tengo?
Si me gustara lo sencillo, en este par de minutos podría salvarme de esta trampa mortal.
Pero bien sabes que decidiré hablar de ti y de lo arriesgado que sería determinar cuándo o cómo empezó todo y mucho más el desear confesar cada brumoso instante.
Recuerdo envolver tu sabor amargo de cerveza con mi lengua endulzada de añejo oporto. Y también puedo revivir el calor que supuso tener tus manos posadas sobre mi piel por primera vez. Incluso, puedo evocar aquel propicio momento en el cual estrenamos, simultáneamente, nuestra exultante lujuria. Luego de todo aquello, Querido Mío, tú y yo deberíamos estar enjaulados como animales. Lo curioso, es que a ninguno de los dos nos importaría eso.
Buscamos muy a menudo entrar en nuestro preciado ritual donde dormir es menos importante que rozarnos. Penetramos radiantes a las codiciosas ganas de corroer el hambre por saciarnos, porque nos es más valioso que el prudente mito por descansar. Y porque, verás Querido Mío, da igual cómo nos toquemos… estará bien y a la vez estará mal.
Pese a convertirnos en el irreemplazable aroma sobre la piel del otro, esa esencia de la que ya no puedes dejar de ansiar…. mi corazón se mantiene avizor (y el tuyo también). Y a pesar de todo, nos dejamos dominar por las dementes ganas de andarnos sobre el borde de donde estemos sintiendo vértigo del modo más salvaje que se pueda consentir, probablemente más de lo que podamos permitirnos.
Y es así, Querido Mío, solo un par de minutos… tenía. Y decidí hablar de vos.
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