Los Libros de Erigiend 1: Valyrzon en busca del Malored.

Los Libros de Erigiend 1: Valyrzon en busca del Malored.

Valyrzon en busca del Malored

A mi madre, que me dio la llave de este reino.

Y a aquellas personas que sin saberlo inspiran mi mundo.

Valyrzon en busca del Malored.

No tengo fe en que crean lo que a continuación narraré. Todo lo que sé es que sucedió y tengo una prueba fehaciente de ello: poseo el Malored.

Hace muchísimos años, en la ciudad de Angeth (que ahora está enterrada bajo muchas capas de tierra) nació un niño. Sus padres lo llamaron Siel, que en el idioma antiguo del reino de Sadornia significa “servidor”, ya que ellos deseaban que el niño sirviera al rey cuando fuera mayor.

Así, a los doce años, Siel comenzó a recibir entrenamiento para llegar a ser caballero, y en cinco años lo logró. Cumpliendo con el deseo de sus padres, Siel se convirtió en guardia real.

Un día, el rey Pendor paseaba en un carruaje por un campo, acompañado por la guardia real, cuando desde detrás de unas colinas cercanas apareció un gran dragón. Voló velozmente hacia el carruaje del rey, lanzando fuego por la boca, y Siel se apresuró a desenvainar su espada para luchar contra el dragón. Así lo hizo, y al caer el dragón muerto en el campo, Siel volvió junto al rey.

-Ya no está en peligro, señor –dijo-, aunque sería mejor que volviera al palacio.

-Creo que sería lo mejor –convino el rey-. Has peleado valientemente, Siel. Me honra que seas mi caballero.

-A mí también, señor –dijo Siel, haciendo una reverencia.

Al saberse de la hazaña de Siel en Angeth y sus alrededores, la gente lo apodó “Siel el Mata dragones”. El único, además de sus propios padres, que no lo llamó así, fue Intelyon, el consejero del rey Pendor, quien era su mejor amigo. Él lo llamó Valyrzon, “persona valiente” en el idioma de Sadornia.

Una noche, a Valyrzon le asignaron realizar la ronda nocturna por todo el palacio. Cuando llegó a la biblioteca se asombró de ver una lámpara encendida, y entró para averiguar de qué se trataba. Era Intelyon, quien leía algunos de los libros más antiguos de la ciudad.

-¡Intelyon, eras tú! –exclamó Valyrzon al verlo-. Creí que era un ladrón o algo así.

-No puedo dormir –repuso Intelyon-. ¿No deberías estar durmiendo?

-Me asignaron la ronda nocturna –explicó Valyrzon -. ¿Qué lees?

-Bueno, este libro parece tener muchas leyendas –dijo Intelyon, señalando un libro grande y muy viejo que estaba abierto por la mitad.

-¿Puedo sentarme aquí contigo?

-¿No estabas vigilando el palacio?

-Ya lo hice.

-De acuerdo.

Valyrzon se sentó junto a Intelyon y leyeron la historia que estaba escrita en aquellas páginas:

“Una vez, un dios llamado Odeon libró una batalla con otro dios, llamado Malef, quien era maligno. El dios Odeon poseía una piedra preciosa muy bella, a la que había puesto por nombre Malored; era eso precisamente lo que Malef quería. Así pues, el Malored, en medio de la batalla que tenía lugar sobre un país desconocido, cayó dentro de una montaña, la más grande de aquel país, a la cual jamás había arribado ser alguno. Cayó pues, dentro de esa montaña, por largo tiempo, hasta que llegó a la base de la montaña, en la cual había un valle, muy grande, lleno de grandes cascadas, bellos árboles, hermosas plantas y extrañas y bonitas casas. En el centro del valle, donde desembocaban todos los canales y cascadas, y también los arroyos, había un gran lago cristalino. Ese valle se llamaba Eaferth, y muchos cuentan que en el centro del gran lago Crislak, yace el Malored, aunque dicen que está muy profundamente escondido, y nadie se ha atrevido a ir a buscarlo. Un hombre llamado Sarcarán el Sarcástico, cuenta una breve historia poco creíble, debido a su nombre. Dice que el Malored simplemente cayó en el helado mar perteneciente a aquel país. Aún no se sabe si existe o no”.

-Sería fantástico que alguien encontrara al Malored –dijo Valyrzon.

-Si es que existe –dijo Intelyon-. Recuerda que es una leyenda.

-Me gustaría buscarlo si esta leyenda fuera real, y debe de serlo. Aquí hay una ilustración de la piedra –dijo Valyrzon-. Realmente es hermosa –añadió-. Debe haberla hecho el dios Odeon. Si la hizo, tiene que guardar algún poder.

-Tienes razón –dijo Intelyon-. Podríamos buscarlo, sólo para asegurarnos que no existe.

-Aunque deberíamos abandonar Sadornia –dijo Valyrzon -. ¿No sabes cuál podría ser ese país desconocido?

-Escribiré a mis primos –dijo Intelyon-. Ellos deben saber.

Valyrzon e Intelyon se quedaron unos minutos más en la biblioteca, y luego salieron y se fueron a sus habitaciones.

-¿Te han respondido?

Valyrzon desayunaba en el salón de los sirvientes del palacio. Sentado frente a él estaba Intelyon. Sacó del bolsillo una carta y se la dio a Valyrzon. Él la desdobló y la leyó.

Querido Intelyon:

Hace mucho que Ragon y yo sabíamos del Malored. Si viajas al sur, directamente, por el océano, llegarás luego de bastante tiempo a una tierra de nieve. Ése es el país que buscas. Más que eso no sabemos. Escríbeme si han de partir en su busca, porque podemos darles una pequeña ayuda.

Con mucho cariño, se despiden,

Niviana y Ragon.

Valyrzon dobló la carta como estaba antes y se la devolvió a Intelyon.

-Debemos viajar al sur, según tu prima, por el océano –murmuró pensativamente.

-Así es –dijo Intelyon-. Tenemos que adquirir un barco lo suficientemente resistente. Según Niviana, es un largo viaje.

Valyrzon no dijo nada más. Pensó durante todo el día, y por la noche fue a ver al rey Pendor.

-Mi rey –comenzó haciendo una reverencia-, vengo a pedirle permiso para realizar un viaje, ya sea solo o acompañado.

-¿Un viaje? –repitió el rey-. ¿Adónde?

-Hacia el sur, por el océano, señor –respondió Valyrzon -. Voy a buscar una piedra preciosa llamada Malored para devolvérsela al dios Odeon.

El rey Pendor arqueó una ceja. Valyrzon sabía que parecía una locura, pero se mantuvo firme.

-Quieres viajar al sur, por el océano, para buscar una piedra llamada Madore y devolvérsela al dios Odón –recitó-. Vamos, muchacho, entra en razón. No existe ningún dios llamado Odón…

-Odeon –corrigió Valyrzon.

-Odeon –dijo el rey Pendor-. Sólo existe el dios Shinun, y todos los sadornios lo adoramos. Quédate aquí, con gente normal, y no vayas en busca de aventuras sin sentido. Ahora vete.

Valyrzon hizo una reverencia y salió rápidamente del salón. Fue a ver a Intelyon, quien estaba con Hanzui, el escribiente del rey Pendor, en el observatorio.

-Intelyon –dijo Valyrzon -, mañana partimos.

Hanzui, al saber del Malored, se ofreció enseguida para ir. Valyrzon le dijo que se ocupara de conseguir un barco, no muy grande para no llamar la atención de los angethianos. Intelyon le escribió enseguida a Niviana y Ragon para informarles de su partida, y luego él y Valyrzon se ocuparon de lo que debían llevar. Hacia la madrugada, Hanzui volvió al observatorio y les dijo que el barco estaba listo. Entre los tres cargaron todas las cosas y subieron. Hanzui se quedó un poco en la biblioteca para buscar un libro escrito por un ancestro suyo y el cual le gustaba mucho, y al salir para dirigirse al puerto se encontró en el pasillo con la princesa Bribea.

-¿Vas a algún lado, Hanzui? –le preguntó ella dulcemente-. Pareces apresurado.

-Si promete no decir nada, emprenderé un largo viaje –dijo Hanzui.

-Cuídate mucho, Hanzui –le dijo Bribea-. Cuando regreses, quiero decirte algo muy importante.

-No se preocupe, princesa. Volveré –aseguró Hanzui, y corrió hacia el puerto.

Subió al barco y quitó la rampa. Intelyon comenzó a mover el barco y se alejaron cada vez más de la costa, hasta que Angeth desapareció.

-Debemos recorrer parte del mar Dulian y parte del Fabh, navegar por las costas de Fhrik, en las aguas del océano Songal, hasta llegar al mar de este país desconocido, y de ahí a sus costas. Allí, uno de nosotros se quedará en la costa para cuidar del barco. Los demás emprenderemos el viaje por tierra.

Valyrzon y Hanzui asintieron. Intelyon acababa de recibir un mensaje de sus primos en el que le explicaban el recorrido que debían hacer para llegar a aquel país desconocido.

-Dice algo más –dijo Intelyon, releyendo la carta-. “Poco después de llegado este mensaje a tus manos, Intelyon, hará su aparición en el barco…”

Intelyon fue interrumpido por un bello canto proveniente del cielo. Valyrzon, Hanzui y el anciano consejero miraron hacia arriba y vieron a la criatura más hermosa que habían visto en sus vidas. Era un unicornio con grandes alas, de un blanco puro, que volaba hacia el barco. Se detuvo frente a Intelyon y lo miró.

-Niviana y Ragon, magos de renombre en Ciudad Real, de la que he venido como su fiel mascota y enviado, ansían ayudar en esta gran búsqueda y esperan que yo sea un instrumento útil para ustedes. Además de mis servicios debo darles un mapa confeccionado por el anciano consejero de nuestro rey, en el que está trazado vuestro recorrido.

Valyrzon y Hanzui no dijeron nada. Admiraban con la boca abierta el pelaje suave del animal, que brillaba casi tanto como el sol.

-Ah, pues… muchas gracias –dijo Intelyon-. Cuando regreses con ellos, agradéceles mucho de nuestra parte.

-Por supuesto que lo haré, señor. Por cierto, mi nombre es Beawinhor.

Luego de esta sorpresa, navegaron tranquilamente por espacio de algunos días. Intelyon consultaba el mapa algunas veces, pero no tenían que hacer nada más que mantenerse navegando hacia el sur.

Una noche, mientras una gran tormenta amenazaba con hacerlos naufragar, el barco se sacudió terriblemente. Valyrzon fue a ver qué sucedía y se encontró con una horrible sorpresa: se acercaban a toda velocidad a un torbellino. Valyrzon les avisó enseguida a Intelyon y a Hanzui y juntos intentaron desviar al barco, pero pese a sus esfuerzos la nave fue succionada por el torbellino.

Cayeron por un túnel vertical de agua durante unos minutos, al cabo de los cuales el barco se destrozó contra un duro suelo de piedra. Valyrzon se puso de pie con mucho esfuerzo, pues tenía varias heridas, y miró a su alrededor. Se hallaban, al parecer, en algún tipo de construcción de piedra en el fondo del mar, en la que se podía respirar perfectamente pues no había agua. Valyrzon caminó por la construcción, aparentemente deshabitada, y salió de ella por un gran portal.

Una ciudad entera de piedra se alzaba ante sus ojos. Mucha gente iba y venía entre aquellos edificios, hablando, trabajando y viviendo como gente normal. Pero no eran normales. Tenían el cabello largo, de color verde oscuro, y tez muy blanca. Los hombres eran altos y fuertes, y las mujeres altas y delicadas. Sus largas piernas terminaban en pies con membranas entre los dedos, lo que les permitía nadar rápidamente. Y, lo más asombroso de todo, podían transformarse en peces.

Valyrzon observaba a aquellos extraños seres ensimismado cuando una mano tocó su hombro. Se dio vuelta y vio a Intelyon y a Hanzui.

-¿Dónde estamos? –preguntó Hanzui-. Lo último que recuerdo es haber caído por el torbellino.

-En el fondo del mar –contestó Valyrzon-. Es una ciudad de piedra donde se puede respirar.

-¿Y esa gente? –dijo Hanzui-. Si son amigables nos podrían ayudar. No sabemos cómo regresar a la superficie y Beawinhor está herido.

-¿Beawinhor está herido? –repitió Valyrzon-. Pidamos ayuda cuanto antes. Yo me encargaré.

Valyrzon se acercó a un grupo de mujeres que hilaban en un telar de bronce en la acera de una casa.

-Disculpen… no sé si hablan mi idioma –dijo.

-¡Deh-Jilon! –exclamó una de las mujeres.

Valyrzon oyó un movimiento en el agua y se dio vuelta. Un joven se acercaba nadando rápidamente. Se detuvo junto a Valyrzon y se enderezó. Miró a la mujer que había hablado.

-¿Meski? ¿Gu eneu? –le dijo.

-Suh maqu eman –dijo la mujer, señalando a Valyrzon.

El muchacho miró a Valyrzon.

-¿Qué idioma hablas, terrano? –le preguntó en lenguaje sadornio.

-Precisamente, ése –contestó Valyrzon-. Soy Siel Valyrzon de Unax, caballero del rey Pendor en Angeth, noble capital del reino de Sadornia.

-Yo soy Deh-Jilon, hijo del general de los ejércitos de Aquaban, el reino de las aguas oceánicas. Soy el único aquiano que habla lenguas de los terranos y el único capaz de ayudarlos en este momento, así que confíen en mí y entremos a mi refugio.

Deh-Jilon y Valyrzon volvieron al edificio donde estaban Hanzui e Intelyon, cerca de los restos del barco, atendiendo a Beawinhor. El unicornio tenía una gran herida en una de sus patas, la cual sangraba mucho. Deh-Jilon se acercó a él.

-Hay que vendar a este bikarnio –dijo, revisándolo-. Cuando estemos en la superficie podremos curarlo. Ahora, iré a buscar un barco en el que salir de aquí antes de que nos encuentren y nos maten.

-¿Cómo has llamado a Beawinhor? –preguntó con curiosidad Hanzui.

-Bikarnio –contestó Deh-Jilon-. Su especie se llama así. Lo recuerdo bien porque un ejército entero de bikarnios nos ayudó en la batalla contra el dios Malef por las aguas de la Tierra y, luego de vencer, mi padre ordenó la muerte de las pobres criaturas. Yo me enojé muchísimo con él y me escapé de Sagor, la capital de Aquaban. Desde entonces todos los aquianos me odian y he tenido que sobrevivir como intérprete en pueblos pequeños de Aquaban. Oigan, encárguense de Beawinhor. Yo iré en busca de un barco para llevarnos a la superficie.

Intelyon encontró entre los restos del barco algunas vendas y una sustancia medicinal, con las que curó provisoriamente a Beawinhor. A los pocos minutos Deh-Jilon regresó y les dijo que corrieran lo más rápido posible siguiéndolo a él o los asesinarían. Los cuatro obedecieron y, una vez a salvo en el plateado barco, subieron a la superficie.

Amanecía en el océano, y las aguas teñidas de rojo y anaranjado brindaban un cálido recibimiento para los cinco compañeros. Deh-Jilon curó a Beawinhor y lo dejó descansando, yendo luego hacia donde estaban los demás.

Pasaron algunos días en los que se desataron varias tormentas, y después de la más terrible (en la que Valyrzon cayó al agua y fue salvado por un sanado Beawinhor), arribaron a una extensa playa. Intelyon aseguró el barco y dejó a cargo de él a Deh-Jilon y a Beawinhor. El resto de los viajeros recorrió la playa hasta adentrarse en una selva. Valyrzon y Hanzui debieron hacer uso de sus espadas para poder pasar a través de aquella tupida vegetación, y a duras penas llegaron a un claro donde la luz solar no llegaba debido a una especie de cubierta de vegetación. Por aquel claro pasaba un riachuelo, lo suficientemente extenso y profundo como para que navegara por él una canoa. Y, precisamente, al llegar Valyrzon, Intelyon y Hanzui a aquel riachuelo, oyeron un sonido que parecía ser el movimiento de unos remos en el agua. Esperaron unos segundos hasta que apareció, efectivamente, una canoa, con un fantasma navegando en ella. El fantasma, de color plateado, se detuvo y miró a los tres compañeros. Habló en un lenguaje desconocido, pero Valyrzon, Intelyon y Hanzui sabían que estaba molesto por la expresión del rostro del fantasma. La figura se puso de pie, hablando, y a continuación hizo sonar un cuerno que llevaba colgado del cuello. Valyrzon, Intelyon y Hanzui oyeron entonces no sólo uno, sino al menos veinte remos que se movían en el agua, y entonces junto al fantasma aparecieron otras veinte canoas con otros veinte fantasmas navegantes en ellas. Los fantasmas miraron a los tres compañeros y luego bajaron de sus canoas, fueron hacia ellos y los apresaron, sin que ninguno pudiera defenderse. Los llevaron en las canoas hasta una aldea pequeña, poblada por fantasmas idénticos a aquellos navegantes, y los condujeron a presencia del que debía ser el jefe. Aquél fantasma era más corpóreo que los demás, por una razón que Valyrzon descubrió mucho tiempo después.

Valyrzon, Intelyon y Hanzui fueron echados al suelo frente al jefe. Él los miró y habló en lengua sadornia.

-¿Qué hacen tres sadornios de Angeth en mi isla, además de interrumpir la vida de este pueblo?

-Disculpe, señor, pero nosotros…

-Cállate –dijo el jefe-. Soy Angel, el gobernador de la Isla de los Thenagon, y ordenaré su decapitación por irrumpir en este país. ¡Fedo anukiaren, madag!

A su orden tres fantasmas se movieron y quisieron agarrarlos, pero Valyrzon se defendió y tomó una daga que llevaba, cortó las sogas que ataban sus manos y luego cortó las de Intelyon y Hanzui. Los tres corrieron por la selva, perseguidos por aquellos espectros llamados Thenagon, y lograron llegar a la costa, donde una flecha alcanzó a Hanzui en una pierna y lo hizo caer. Valyrzon llamó a Beawinhor para que llevara a Hanzui al barco mientras Intelyon recogía el ancla, y luego corrió para subir al navío. Cuando todos estuvieron en el barco zarparon rápidamente, viendo cómo llegaban unos diez Thenagon a la costa y disparaban flechas contra ellos. Sólo se tranquilizaron cuando la isla desapareció de la vista.

Intelyon sacó cuidadosamente la flecha de la sangrante pierna de Hanzui, y luego curó la herida. El muchacho había perdido mucha sangre, por lo que luego de la curación se desmayó e Intelyon lo llevó a su cama.

Después del sobresalto en la Isla de los Thenagon, no volvieron a pasar por otro peligro. Hacia la madrugada de un frío y lluvioso día, semanas después de haber abandonado Sadornia, arribaron a una costa totalmente blanca. Valyrzon, Intelyon, Hanzui, Beawinhor y Deh-Jilon observaron aquella tierra helada y se preguntaron si habían llegado. Dejando a cargo del barco a Beawinhor, los otros cuatro caminaron por la nieve y no hallaron nada durante unas horas, tiempo después del cual vieron una ciudad de piedra blanca. Se dirigieron a esa ciudad, preguntándose si habría gente amigable allí, y al entrar hallaron a un joven que arrastraba un bote pequeño por la nieve. Dentro del bote había todo tipo de elementos de pesca: redes, baldes, cañas de pescar y otras cosas. Valyrzon se acercó al joven y le preguntó qué país era ése. El joven lo miró y sonrió.

-Estás en Agantyan, la Tierra Blanca, en la ciudad de Moderna –respondió-. Es la ciudad de los pescadores y navegantes agantyos. Mi nombre es Ivhian. ¿Puedo ayudarles en algo?

-Claro que sí –contestó Valyrzon -. Necesitamos hospedaje por unas horas. Tenemos que ir a Eaferth y no sabemos dónde está, así que viajaremos bastante.

-¿Irán a Eaferth? –dijo Ivhian-. Bueno, ninguno de los modernos podríamos guiarlos hacia allí. Algunos hemos ido, pero sabemos más de las aguas de Agantyan que de sus territorios. En cuanto al hospedaje, sigan por este camino y llegarán a la posada de Ceahlor. Los recibirán estupendamente. Yo debo ir a pescar ahora; luego regresaré y hablaré con ustedes. Por cierto, ¿han llegado en barco, verdad?

-Sí, así es.

-Cuando emprendan el viaje a Eaferth yo me encargaré de cuidarlo, así que no se preocupen.

-De acuerdo. Muchas gracias.

Ivhian se fue, arrastrando su bote, y Valyrzon, Intelyon, Hanzui y Deh-Jilon siguieron el camino. En la posada, Ceahlor les asignó amablemente una habitación espaciosa con cuatro camas y varios muebles, donde los compañeros permanecieron un tiempo. Durmieron unas horas, ya que habían estado despiertos toda la noche, y por la mañana bajaron al comedor a desayunar. Salieron de la posada y caminaron por la ciudad. Se sentaron en el banco de piedra de la plaza principal y allí hablaron bastante. Hacia el mediodía, cuando Valyrzon, Intelyon, Hanzui y Deh-Jilon volvían a la posada de Ceahlor, vieron llegar a Ivhian. Arrastraba el bote, lleno de pescado, hacia ellos. Se detuvo y les dijo:

-Encontré a un unicornio alado en su barco. Vendrá aquí cuando emprendan el viaje, para acompañarlos.

Valyrzon asintió y fueron a la posada. Allí almorzaron y se encontraron después con Ivhian, quien ya había terminado el trabajo por aquel día y se dedicaría a enseñarles a los tres compañeros cosas sobre Agantyan.

-Agantyan no es un país, es un reino gobernado por el rey Vaed y la reina Siana. Su hija, la princesa Jadia, es gobernadora de la ciudad de Headumar, la Ciudad del Hielo Eterno. De ésa ciudad proviene Gaspar, el capitán del ejército de Agantyan. En realidad, sólo tenemos ejército para emergencias, pues somos muy pacíficos y nunca entramos en guerra con nadie.

Siguieron hablando hasta avanzada la noche, y luego Ivhian se fue a su hogar. Valyrzon, Intelyon, Hanzui y Deh-Jilon se fueron a sus dormitorios, y a la mañana siguiente hicieron el equipaje para ir a Eaferth. Avisaron a Ivhian de que partirían, y el pescador se dirigió al barco de los tres compañeros para relevar a Beawinhor. Luego de despedirse de Ivhian y pagar a Ceahlor, salieron de Moderna y caminaron bajo una lluvia torrencial, apenas teniendo algo de visibilidad. Cuando no pudieron avanzar más caminando, Beawinhor les dijo que montaran en él y los llevaría volando, al menos por un tiempo, para que el viaje no se detuviera. Así lo hicieron y, cuando emprendieron vuelo, la lluvia se transformó en una tormenta de nieve, por lo que tuvieron que envolverse con sus capas y esperar a llegar a un lugar donde la tormenta no arreciara.

Luego de unos minutos, Valyrzon perdió la noción del tiempo. Tenía los ojos cerrados porque le dolían debido al frío, y trataba de aferrarse lo más posible a Beawinhor por miedo a caer desde aquella altura. En cierto momento abrió los ojos y miró hacia delante. Beawinhor se había detenido frente a una gran montaña. Al parecer, habían llegado a destino y ninguno de los cuatro compañeros lo había notado; pero cuando Valyrzon intentó decírselo a Hanzui, la montaña comenzó a caer. Se derrumbaba en grandes fragmentos de rocas, destruyéndose por completo. Valyrzon gritó.

-Cállate, Siel Valyrzon, o partirás el hielo. Para qué gritar tanto, si sólo te he tocado.

Valyrzon abrió los ojos. Estaba acostado en el suelo, envuelto en su capa, y frente a él un hombre joven de cabello largo negro, ataviado con un traje de cuero y una capa gruesa, lo miraba sonriendo. Valyrzon se puso de pie y miró a su alrededor. Hanzui e Intelyon no estaban, y Beawinhor sacudía sus grandes alas cerca de allí, acariciado por Deh-Jilon.

-¿Qué ha sucedido? –preguntó-. ¿Dónde estamos?

-Nos hallamos cerca de la ciudad de Doler-nitii, Siel Valyrzon. Tus compañeros han ido en busca de ayuda. Por si no te has dado cuenta estás sangrando.

-¿Qué?

-Te caíste del unicornio cuando volaban cerca de aquí y tuvieron que aterrizar para buscarte. Yo los encontré y les indiqué hacia dónde debían ir para llegar a la ciudad más próxima. Por cierto, soy Smooanwish, guardián de Eaferth.

-¿Eres el guardián de Eaferth? –dijo Valyrzon -. Oye, si puedes, llévanos allí.

-Seguramente, luego de que te curen.

Hanzui e Intelyon volvieron enseguida. Los acompañaba una hermosa jovencita bastante parecida a Smooanwish. De hecho, se llamaba Eneba y era la hermana menor del guardián.

Eneba curó la herida de Valyrzon y, tras desearle buen viaje, volvió sola a Doler-nitii. Smooanwish, Valyrzon, Intelyon, Hanzui, Beawinhor y Deh-Jilon caminaron largamente hasta llegar, finalmente, a una gran montaña. Hacía allí muchísimo frío. Smooanwish se adelantó y se acercó a la base de la montaña. Extendió una mano hacia la nieve y dijo en voz alta:

-Uath honeshel iunloc teh duor ien ohj stie.

Un cuadrado de luz blanca iluminó la nieve y apareció en su centro una asa plateada, que Smooanwish tomó y tiró de ella, dejando ver un pasadizo de piedra iluminado por antorchas.

Valyrzon entró, seguido de Intelyon, Hanzui, Deh-Jilon y Beawinhor. Smooanwish entró tras ellos y cerró la compuerta mágica.

Bajaron por una escalera de piedra hasta ver algo de luz. Caminaron hacia ella, y salieron por algo que parecía la entrada a una caverna. Lo que vieron los fascinó.

Se hallaban en un magnífico valle, que correspondía, según comprobó Valyrzon tras unos segundos de observación, a la descripción del libro de la biblioteca del palacio en Angeth. Tras admirar el hermoso valle oculto, Smooanwish dijo:

-Si lo desean así, los puedo llevar a presencia del rey Vaed.

-Claro que sí, Smooanwish –dijo Valyrzon.

Siguieron al guardián a través de un sendero de piedra. Atravesaron una arboleda y luego bordearon el lago Crislak. Siguieron por un camino más amplio y llegaron finalmente a los jardines del palacio eaferthiano. A través de un extenso sendero por el que iban y venían personas, llegaron a la escalinata, subieron por ella y entraron al palacio. Era por dentro una construcción tanto más maravillosa que por fuera, decorada con extrañas luces que le daban un aspecto mágico.

Atravesaron el salón principal, que estaba desierto, y entraron al salón del trono, donde el rey Vaed y la reina Siana estaban sentados en sus tronos, al parecer aguardando a alguien. Smooanwish se adelantó.

-Mis señores –Hizo una reverencia-, he hallado en nuestros territorios a estos hombres y a este unicornio alado. Han venido en son de paz, buscando al Malored para devolvérselo al dios Odeon.

-Pero si no desean que lo busquemos nos retiraremos enseguida –aseguró tímidamente Hanzui.

El rey Vaed sonrió.

-Los Seres del Valle hemos esperado largamente este momento, Hanzui de Joke –dijo-. Busquen al Malored, entréguenselo al dios Odeon y hagan lo que deseen: volver a sus tierras o quedarse a vivir aquí, en este pacífico reino.

-Sabíamos que el dios Odeon enviaría a alguien en la búsqueda de su Piedra Divina –dijo la reina Siana-. Y tú eres el escogido para realizarla, Siel Valyrzon de Unax.

Todos los presentes en el salón hicieron una reverencia hacia Valyrzon. Él, sorprendido, dijo:

-Así no hubiera sido escogido, hubiera querido servir igualmente al dios Odeon, majestades. Gracias por este cálido recibimiento, y espero que esto no interrumpa con vuestra vida cotidiana.

-Al contrario, será un gusto que estés aquí, Valyrzon –dijo el rey Vaed-. Woolan, guíalos a su habitación, por favor. Smooanwish, puedes volver a tu guardia. Goboar, lleva al bikarnio a los establos y trátalo como se merece alguien de su especie.

Mientras Smooanwish hacía una reverencia y se iba, dos muchachitos salieron de la multitud; uno se llevó a Beawinhor por una puerta, y el otro les hizo una seña para que lo siguieran. Salieron por una puerta lateral y caminaron por un corredor angosto. Subieron una escalera de caracol y se hallaron en una habitación redonda y muy grande. Allí había varios muebles brillantes y cuatro camas preparadas.

-Cualquier cosa que necesitéis, señores, pedídmela y yo cumpliré –dijo Woolan, y haciendo una reverencia se retiró.

Los cuatro se sentaron en sus camas, silenciosa y pensativamente.

-Mañana buscaremos al Malored –dijo finalmente Valyrzon-. Muy temprano, por la mañana.

-Yo lo haré –decidió Hanzui-. Siempre he sido un buen nadador –añadió sonriendo.

-¿No sería lo más adecuado asignarme la misión a mí? –dijo Deh-Jilon-. Soy un aquiano. Puedo respirar en el agua y nado velozmente.

Acordaron que al día siguiente le pedirían a Woolan un bote e irían al lago Crislak. Deh-Jilon se sumergiría y nadaría hasta el fondo, buscaría al Malored y volvería a la superficie.

Valyrzon no pudo dormir en toda la noche. Se levantó al alba y salió a pasear por Eaferth, silencioso y fresco en la mañana. Fue al lago Crislak y miró las aguas por unos minutos. Allí, enterrado hace miles de años, se hallaba el Malored, tal vez esperando ser encontrado para regresar a manos de su amo.

Silenciosamente, Deh-Jilon entró al agua. No oyeron nada durante unos cinco minutos; luego, Deh-Jilon emergió ruidosamente, y regresó al bote tan rápido como pudo. Se sentó junto a Intelyon, con cara asustada y temblando.

-¿Qué ha sucedido, Deh-Jilon? –preguntó Valyrzon-. ¿Encontraste algo?

-Espectros –dijo Deh-Jilon, temblando-. Nadé unos metros hacia el fondo y entonces sentí algo detrás de mí. Me di vuelta y vi a un Thenagon de color verde, al parecer un antiguo espíritu destruido en una batalla. Intenté nadar hacia la superficie, pero aparecieron más Thenagon y quisieron llevarme al fondo para asesinarme. A duras penas escapé, y sin encontrar nada.

-Nos importa más la vida de cualquiera de nosotros que el Malored, Deh-Jilon –dijo Valyrzon-. No te preocupes.

No realizaron otra búsqueda por aquel día. Decidieron caminar por Eaferth y conocer a aquel hermoso pueblo.

Un eaferthiano que se hallaba en un pequeño puerto al lado del cual corría un río los invitó a dar un paseo en bote. El río atravesaba una arboleda con plantas exóticas y extraños animales, así que los cuatro compañeros aceptaron la invitación.

El recorrido del río por Eaferth era largo, y los compañeros disfrutaron bastante. Oyeron una especie de coro formado por pájaros color violeta, que emitían un hermoso sonido. Vieron correr a un conejo diminuto de color dorado por el césped, cual si fuera un insecto. Al pasar al lado del hospital de Eaferth la enfermera les ofreció una copa de jugo natural de un fruto proveniente de Gaodia, la Ciudad del Sol, el cual aceptaron y con el que quedaron maravillados de su espléndido sabor. Pasaron luego por los campos de Eaferth, donde sus habitantes trabajaban arduamente porque la cosecha era siempre tan exitosa que sobreabundaban las frutas y verduras. Todos los trabajadores saludaron a los compañeros sonriendo, y luego volvieron a su trabajo.

Al terminar el recorrido agradecieron al eaferthiano y regresaron al palacio. Permanecieron allí el resto del día, y luego de cenar se acostaron. Valyrzon durmió pocas horas, debido a que le preocupaba no poder encontrar al Malored y no realizar la misión para el dios Odeon.

Al día siguiente, Valyrzon anunció en el desayuno que buscaría al Malored él mismo. Todos estuvieron de acuerdo, aunque compartían la preocupación de que le sucediera algo. Sin embargo no intentaron disuadirlo, y se dirigieron al lago para navegar nuevamente hacia su centro.

Cuando salían del palacio fueron detenidos por Woolan. Llevaba un sobre en la mano, el cual entregó a Intelyon.

-Es para usted, señor –dijo-. Acaba de llegar.

-Gracias, Woolan –dijo Intelyon, y el niño se fue-. Es una carta de Niviana –dijo a sus compañeros.

Intelyon leyó la carta y miró a Valyrzon.

-El rey Pendor averiguó, de alguna manera, la ruta que seguimos para llegar aquí, y hace un tiempo ha emprendido el viaje.

-No importa –dijo Valyrzon-. No veo el motivo para buscarnos y encontrarnos a través de un largo viaje, pero…

La expresión del rostro de Valyrzon cambió. Miró a sus tres compañeros.

-Ojalá no toque tierra en la Isla de los Thenagon –dijo, corriendo hacia la caballeriza del palacio.

-¿Qué sucede? –preguntó Hanzui.

-Oh, no –dijo Deh-Jilon-. Hay que avisarle a su rey sobre la Isla de los Thenagon, o de otro modo lo matarán.

Valyrzon abría la puerta de la caballeriza para que Beawinhor saliera cuando Intelyon, Hanzui y Deh-Jilon llegaron. Intelyon tocó a Beawinhor con una mano y un resplandor azul salió de ella.

-Eres rápido como el viento, y ahora lo serás como la luz. ¡Corre! –dijo el anciano.

Beawinhor salió de la caballeriza corriendo y corrió hacia la entrada a Eaferth, despareciendo por ella. Valyrzon, Hanzui y Deh-Jilon miraron sorprendidos a Intelyon.

-Siento no habérselos dicho –dijo Intelyon-. Niviana, Ragon y yo somos magos. Los tres somos nobles en la comunidad mágica a la que pertenecemos.

-Eso es maravilloso, Intelyon –dijo Hanzui, sonriendo.

Valyrzon y Deh-Jilon sonrieron también. Si sucedía algo siempre tendrían la ayuda de Intelyon, y los cuatro lo sabían.

Volvieron al palacio, luego de decidir esperar al rey Pendor para continuar la búsqueda. Hablaron durante un tiempo en su habitación, y luego salieron del valle y fueron al lago Crislak y se sentaron en la orilla. Entonces salió una luz blanca del centro del lago, que se apagó y cayó al lago nuevamente. Parecía ser una persona, y Deh-Jilon se sumergió en el agua para rescatarla. Salió segundos después y nadó rápidamente a la costa. Salió del lago y depositó a aquella persona en el césped. Algunos eaferthianos se acercaron.

Era una mujer, joven, de cabello no muy largo de color negro, atado con una cinta blanca. Vestía un traje de tela reforzado con cuero, como una especie de armadura blanca. En una de sus manos sostenía un objeto sumamente extraño, de color plateado y metálico. En la otra mano asía una espada fina color plata, y en su espalda había un carcaj lleno de flechas y un arco grande. Por las heridas que tenía en la cara y en los brazos parecía haber estado batallando hacía poco tiempo. Valyrzon le tocó la cara cuidadosamente y ella abrió los ojos. Miró a Valyrzon y se sentó. Miró a su alrededor y sonrió.

-Lo he logrado –dijo.

-¿Qué has logrado? –le preguntó Valyrzon.

-¿Y a ti qué te importa? –replicó ella, y levantándose rápidamente se dirigió al palacio. Valyrzon, Intelyon, Hanzui y Deh-Jilon la siguieron. La joven entró al palacio y se dirigió al salón del trono, donde hizo una reverencia ante los sorprendidos reyes eaferthianos.

-Mis señores –dijo la joven-, he venido de un futuro no muy lejano en el que Agantyan vive terribles momentos. El gran reino ha sido reducido a una única gran ciudad, Kaleom, cuyo gobernador es el gran sabio llamado Anciano Silbante, aquél que ha estado en todas las guerras libradas en el mundo y que con su silbido puede narrarlas detalladamente. Los reyes Vaed y Siana han sido asesinados por Angel, el rey de los Thenagon en la Tierra, y la princesa Jadia ha sido secuestrada hace meses. Siempre luchamos defendiendo a Kaleom, mis señores, con la vaga esperanza de que el Malored sea hallado por Siel Valyrzon de Unax y nos guíe a una victoria eterna.

-¿Qué? –dijo Valyrzon-. ¿Aún no he hallado al Malored?

-¿Tú eres Valyrzon? –preguntó la joven, dándose vuelta.

-Así es, y deberías reverenciarlo –dijo el rey Vaed.

-Por supuesto que no –repuso ella-. Por tu culpa el futuro es como es.

-Pero, ¿qué sucedió?

-Angel te llevó a su presencia y amenazó con destruir a Agantyan si no hallabas al Malored y se lo dabas a él. Tú, estúpido cobarde, lo hallaste al día siguiente y escapaste de Agantyan montado en un caballo, llegaste a la costa y subiste al barco en el que habías llegado a la Tierra Blanca. Fuiste a la Isla de los Thenagon y le entregaste el Malored a Angel. Escapaste de la Isla y luego te escondiste en Sadornia; Angel fue con sus huestes a Agantyan y destruyó casi todo a su paso. El Anciano Silbante dice que si le quitas el Malored a Angel seremos libres, pero tú sigues escondido en Sadornia y no has hecho nada.

-Yo nunca haría eso.

-¡Pues lo hiciste, estúpido! He venido a advertirles sobre esto para que no suceda otra vez, y si le llegas a entregar el Malored a Angel te cortaré la cabeza.

-No lo haré, lo prometo.

-Más te vale. Por cierto, mi nombre es Miladic.

Cuando salieron todos del palacio se oyeron voces en la cueva de entrada a Eaferth. A continuación, Beawinhor salió de ella, seguido del rey Pendor, tres caballeros y Smooanwish. Valyrzon, Hanzui, Intelyon y Deh-Jilon fueron a recibirlos.

-Mi señor –dijo Valyrzon, mientras los cuatro hacían una reverencia-. Creía que eran más personas.

-Éramos más personas –dijo el rey Pendor-. Este unicornio hablante, Beawinhor, nos halló después de haber salido de la Isla de los Thenagon. Espero que a esos espectros les haya bastado con decapitar a cinco caballeros míos. Nosotros cuatro escapamos por poco. Y bien, Siel Valyrzon, aquí estamos. ¿Qué te trae por aquí?

-El Malored, señor –contestó Valyrzon-. Existe y es una Piedra Divina. Hemos intentado buscarla pero corrió peligro la vida de Deh-Jilon, nuestro nuevo amigo, y decidimos suspender la búsqueda hasta su llegada.

-Muy bien, me complacería quedarme aquí un tiempo, así que ayudaré con lo que pueda, Valyrzon.

El grupo se dirigió al palacio, donde el rey Pendor y sus tres caballeros fueron presentados a los reyes eaferthianos. Luego de dejar sus cosas en una habitación, el rey Pendor acompañó a los cuatro compañeros al lago, donde Valyrzon se sumergió.

Nadó hasta el fondo del largo, y cuando casi no tenía más aire quiso subir, pero un espíritu lo encontró y lo asió rápidamente de una pierna, impidiéndole escapar. Valyrzon se desmayó por la falta de oxígeno y sintió que era trasladado a un lugar muy lejano.

Abrió los ojos y se halló frente a Angel. Él lo tomó por el cuello y lo levantó en el aire.

-Seré lo más breve posible, Siel Valyrzon –dijo-. Quieres mucho a Agantyan, ¿verdad? Pues lo verás destruido si no me traes el Malored, y no quiero engaños.

-No cumplirás con tu palabra, lo sé –dijo Valyrzon-. En el futuro te he dado el Malored para salvar a la Tierra Blanca y tú tomaste su poder para destruirla.

-Puedo hacer lo que quiera con una posesión mía –dijo Angel-. Es hora de volver al dulce hogar, Valyrzon. Recuerda: el Malored o Agantyan.

-Elijo destruirte –dijo Valyrzon.

-¡No está en las opciones! –gritó Angel, y tiró al suelo a Valyrzon. Éste sintió un gran dolor en la cabeza y se desmayó.

-¿Valyrzon, estás despierto?

Valyrzon abrió los ojos. Miladic lo miraba. Se sentó en la cama y miró a su alrededor.

-Estás en el hospital –dijo Miladic, como si hubiera leído la mente del muchacho-. Tardabas mucho en el lago, así que Deh-Jilon se sumergió y te rescató. Estabas inconsciente y parecía que te habías ahogado. También tenías una herida en la cabeza, así que te trajeron aquí. Angel te secuestró, ¿no es cierto?

-Sí, así es.

-Dime que te negaste a su pedido o te mataré.

-¡Claro que me negué! ¿Quién te crees que soy?

-El Valyrzon que conocí era un cobarde y un traidor, y ésa es la imagen que tengo de ti.

-No sé quién sea ese Valyrzon, pero yo no soy nada de eso.

-Está bien, ya entendí.

Miladic se fue poco después, y cuando ella salía la enfermera entraba con un muchacho a su lado, ayudándole a caminar. Lo ayudó a recostarse en una cama al lado de la de Valyrzon, y se fue hablando en voz alta hacia una habitación contigua.

-¿Cuántas veces debo decirte, Lavenow, que tu madre ha dicho que no montes en Suxniar?

-Mi madre dice muchas cosas, Anelow –repuso el joven-. Tengo trece años y aún no me deja montar en el caballo en el que mi hermana Azile montó a los cinco años.

-No te deja hacerlo porque es la tercera vez que te caes de él y te rompes la misma pierna –dijo Anelow, regresando con un botiquín de primeros auxilios-. A ver, levanta un poco la pierna. ¿Estás bien, Valyrzon?

Valyrzon, distraído oyendo la conversación, fue tomado por sorpresa. Miró a Anelow.

-¿Qué?

-Que si te encuentras bien.

-Claro que sí.

-¡Ay!

A Lavenow parecía dolerle mucho la pierna porque lagrimeaba sin querer. Anelow la ató fuertemente con una venda a una tabla y dejó a Lavenow. Al poco tiempo regresó y dio de beber a Lavenow un poco de agua. Dejó el vaso en una mesita y se fue.

Lavenow miró a Valyrzon.

-¿Quién eres tú? –le preguntó.

-Siel Valyrzon de Unax, caballero de Sadornia y guardia real del rey Pendor de Angeth.

-Sólo quería el nombre –dijo sonriendo Lavenow-. Yo soy Lavenow Umarian, tengo trece años y cuando salga de aquí desobedeceré a mi madre e iré a Headumar a convertirme en soldado del ejército de Agantyan.

-Al parecer tu madre es sobreprotectora, ¿verdad? –dijo Valyrzon.

-¿Al parecer? ¡Cualquiera lo notaría a millas! Es la madre más molesta de todo Agantyan, y eso que en Zuda hay una mujer que siempre ha vivido molestando a su hijo, no permitiéndole hacer lo que quería, aún hasta ahora, cuando ella tiene ciento diez años y él noventa. El hijo es un imbécil, por cierto, porque ¿mira que estar con tu madre por toda tu vida, y que se mueran al mismo tiempo? Lo seguirá molestando en la muerte, seguro.

A Valyrzon le dio risa la manera de hablar de Lavenow. Sin embargo, estaba un poco de acuerdo con él, y así se lo dijo.

Al día siguiente, cuando Valyrzon salió del hospital, Lavenow y él eran ya grandes amigos. Valyrzon prometió visitarlo cada dos días hasta que saliera del hospital, y no decirle a su madre que planeaba ir a Headumar.

-Es una suerte que te hayas recuperado –dijo Hanzui-. Así podremos continuar con la búsqueda del Malored. Uno de los caballeros del rey Pendor, Qanokaar de Olis, se ha ofrecido para buscarlo.

-Está bien –dijo Valyrzon-. Lo haremos hoy por la noche.

Valyrzon, Intelyon, Hanzui y Deh-Jilon estaban sentados en confortables asientos en el jardín trasero del palacio. Al irse Valyrzon del hospital aquella fría mañana, no pensaba que por la tarde haría un calor tan insoportable. Debido a ello, los eaferthianos se habían entregado a unas horas de descanso en el lago Crislak, en los ríos y riachuelos o bien en las grandes cascadas. Valyrzon, Intelyon, Hanzui y Deh-Jilon habían optado por llevar algunas sillas y una mesilla al jardín trasero del palacio y pedir algo de refrescante bebida mientras disfrutaban de la sombra que les brindaba la enorme estructura donde moraban los reyes.

Disfrutando de aquel delicioso y extraño jugo que producían los eaferthianos, los cuatro compañeros casi no hablaban. Entonces Valyrzon se enderezó.

-¿Dónde está Miladic? –preguntó.

-No lo sé –contestó Hanzui, con los ojos cerrados-. ¿Para qué quieres verla?

-Debo preguntarle algo –dijo Valyrzon, y dejando su vaso en la mesilla corrió hacia la puerta más próxima y entró al palacio.

Buscó a Miladic por casi todo el edificio y finalmente la halló en una habitación, sola, tocando una hermosa canción en un arpa. Estaba sentada de espalda a la puerta.

-Miladic –dijo Valyrzon.

-¿Qué? –dijo Miladic sin dejar de tocar.

-Necesito preguntarte algo.

-Pues pregunta.

-¿Qué sucedió en la batalla entre los Thenagon y Agantyan? ¿Quién de nosotros ha muerto?

Miladic se detuvo. Dejó el arpa a un lado y se dio vuelta.

-¿La batalla entre los Thenagon y Agantyan? –repitió-. No hubo algo que se pudiera llamar batalla entre la Tierra Blanca y los Espectros. Luego de que entregaste al Malored, Angel y sus huestes arremetieron contra todo el reino y no tuvimos tiempo de defendernos. Destruyó todo a su paso, mató a cientos y cientos de agantyos. Los únicos mil supervivientes apenas pudimos escapar hacia la gran fortaleza de Kaleom, donde nos han tenido sitiados desde entonces. Luego nos preparamos para una única y definitiva batalla, donde la única mujer que combatió fui yo. Durante esa terrible batalla el Anciano Silbante me entregó el Reloj del Retorno, con el que pude llegar aquí para advertirles.

-De acuerdo, pero, ¿quién había muerto hasta que te fuiste?

-Hanzui estaba gravemente herido, el rey Pendor de Sadornia estaba muy débil y ya no batallaba e Intelyon… ay, no, ¡Intelyon había muerto!

Valyrzon palideció.

-¿Intelyon había muerto? –repitió-. ¿Quién lo había matado?

-Su primo, Ragon, que se unió a los Thenagon –explicó Miladic-. Antes de viajar a la Isla de los Thenagon asesinó a su prima Niviana. Dirigía una parte del ejército de los Espectros: las bestias aladas llamadas fagondas.

-¿Quién dirigía al ejército de Agantyan? –preguntó Valyrzon.

-Gaspar, su capitán actual, dirigía a los agantyos, y Deh-Jilon lideraba a los bikarnios.

-De acuerdo, gracias.

Valyrzon volvió al patio algo aturdido. Se sentó en su silla y miró a Intelyon. En un futuro no muy lejano, el mago había sido traicionado y asesinado por su propio primo.

Esa noche, bajo casi las mismas condiciones climáticas (hacía sólo un poco menos de calor), el rey Pendor, Valyrzon, Intelyon, Hanzui, Deh-Jilon, los tres caballeros del rey Pendor y una curiosa Miladic fueron al lago para buscar otra vez al Malored. Qanokaar tomó aire varias veces y luego se zambulló en el lago. Nadó por unos minutos hasta llegar al fondo, donde comenzó a buscar por todas partes a la Piedra Divina. Entonces sintió que algo lo asía y se dio vuelta. Dos Thenagon lo tomaban por una pierna, y un tercero iba a toda velocidad hacia él. Le cubrió la cara y Qanokaar se desmayó.

Despertó justo a tiempo para ver una espada dirigirse hacia su cabeza, y perdió el conocimiento para siempre.

Qanokaar emergió del lago. Valyrzon y los demás, preocupados porque hacía tiempo que se había sumergido, se alegraron de volver a verlo.

-Deh-Jilon estaba a punto de ir a buscarte –le dijo Valyrzon-. ¿Has visto o encontrado algo?

-Discúlpeme, señor, pero no he podido hallar nada, a pesar de mi larga búsqueda –respondió Qanokaar-. Le ruego perdone mi ineficacia.

-Por favor, Qanokaar, no digas más –repuso Valyrzon sonriendo-. No es tu culpa; debe de estar enterrado muy profundamente. Bien, creo que deberíamos volver al palacio. Mañana por la mañana continuaremos. ¿Alguno de ustedes se ofrece para buscar al Malored?

-Yo, señor –respondió un caballero llamado Corwalod de Anbos-. Deseo poder ser útil para usted.

-De acuerdo, Corwalod –aceptó Valyrzon.

Al volver al palacio, Qanokaar se quedó atrás para hablar con Corwalod.

-Oye, Corwalod, ¿no te gustaría gobernar todo este reino y muchos más? –le preguntó. En ese momento le brillaron los ojos misteriosamente, pero Corwalod miraba el suelo y no lo notó.

-Me gustaría ser rey, o al menos un poderoso señor, sí –respondió Corwalod.

-Pues ahora es tu oportunidad, junto a mí, de cumplir con ese deseo –dijo Qanokaar-. Mañana, cuando busques al Malored, haz lo imposible por encontrarlo. Si lo logras, que es lo que más quiero, tráelo a la superficie y juntos nos iremos de aquí para tomar el poder de la Piedra Divina, juntar algún ejército y venir aquí para ser reyes de este reino y luego conquistar otros. Si se niegan a darnos el mando, haremos una guerra. ¿Estás de acuerdo?

-Claro que sí –respondió Corwalod, con una sonrisa malévola, sin sospechar, como los demás, que Qanokaar había sido asesinado por Angel y que ahora éste ocupaba su cuerpo.

Al día siguiente, por la mañana, el grupo salió del palacio y se dirigió al lago Crislak. En el camino se cruzaron con Lavenow Umarian, que gracias a la magia de los secretos medicinales de Anelow había sanado por completo y se dirigía al palacio para ser llevado a Headumar como lo deseaba.

Corwalod imitó a Qanokaar y al respirar bien por última vez se sumergió lentamente en el agua. Nadó hasta el fondo, donde miró por todas partes, y luego comenzó a buscar bajo tierra. Entonces lo encontró: el Malored, con sus hermosos colores, brillaba entre el barro. Pero cuando Corwalod, sonriendo, lo tomó, lanzó un grito que no fue oído y se convirtió en grandes burbujas en el agua, porque la mano de Corwalod se había quemado. Dejando al Malored a la vista en el fondo del lago, Corwalod regresó a la superficie ocultando su mano quemada.

Emergió a unos metros de los botes donde se hallaban los demás. Nadó hacia ellos y entre los otros dos caballeros lo subieron a la embarcación. Corwalod se sentó frente a Valyrzon y junto a Qanokaar.

-No he podido hallar nada, mi señor –mintió-. Lamento profundamente que mi búsqueda haya sido vana.

-No es de vida o muerte, Corwalod. Está bien –dijo Valyrzon intentando consolar a quien no lo necesitaba.

Cuando estuvieron en el castillo y a solas, Corwalod le contó lo sucedido a Qanokaar.

-Debe de tener un hechizo o algo así que no permite que los enemigos lo toquen –dijo Qanokaar, caminando por la habitación pensativamente.

-Pero, ¿cómo lo destruiremos? –preguntó Corwalod.

-No podremos hacerlo –dijo Qanokaar-. Debemos irnos y juntar un ejército. La única opción que tenemos es arrasar con Agantyan.

La maligna ambición de Corwalod lo había cegado a tal punto de que no sabía que Qanokaar era capaz de matarlo a él, su cómplice, con el fin de obtener algo de poder. Así, por la noche de ese mismo día, Qanokaar y Corwalod escaparon sin que nadie lo supiera de Eaferth y caminaron largamente por las heladas tierras de Agantyan hasta que hallaron a dos bikarnios negros, cuya raza en realidad se llamaba fekarnos y eran los bikarnios convertidos al mal por el dios Malef.

Qanokaar y Corwalod montaron en los fekarnos y remontaron vuelo. Aquellos animales eran muy veloces y en poco tiempo llegaron a la Isla de los Thenagon, donde el gobernador provisorio había sido asesinado por los suyos. Qanokaar y Corwalod aterrizaron y bajaron de los fekarnos. Algunos Thenagon se acercaron a él.

-Mio dera yh Saluti (Quisiera ver a Saluti) -dijo Qanokaar.

-Saluti widato, Bu Angel (Saluti murió, Señor Angel) –respondió un pequeño Thenagon-. Goimad hel Vertok widat yh loe (Goimad y Vertok lo mataron).

-Hablen en sadornio –ordenó Qanokaar-. Mi compañero habla sólo ese idioma y quiero que entienda lo que decimos –Se dio vuelta y miró a Corwalod-. Están diciéndome que Saluti, el gobernador que me suplantaba por un tiempo, fue asesinado por dos traidores a quienes mataré con gusto. ¡Traigan a los traidores!

Dos Thenagon llevaron inmediatamente a su presencia a otros dos espectros plateados. Qanokaar ordenó que los echaran al suelo y sacó su espada, con la que los decapitó sin más. Corwalod estaba sorprendido, pero pensó que debía acostumbrarse a eso si quería llegar a ser un gran Señor.

Qanokaar guardó su espada con sangre plateada y miró a Corwalod.

-Ordenaré que te preparen una habitación con todas las comodidades –le dijo-. Ven conmigo ahora, tenemos que reunir a todos los Thenagon posibles y a todas las bestias que mi padre envíe para destruir a la Tierra Blanca de una vez por todas.

Mientras tanto, en Eaferth, Valyrzon ayudaba a Lavenow Umarian a preparar su equipaje para partir hacia Headumar. Cuando preparaban un caballo para transportar a Lavenow, Intelyon se acercó a Valyrzon.

-Niviana me ha escrito –dijo-. Quiere que vayas urgentemente a su morada. Utiliza a Beawinhor.

Valyrzon se despidió de Lavenow porque no lo vería cuando partiera, y fue después a la caballeriza, donde Intelyon había preparado a Beawinhor. Valyrzon montó en el bikarnio y partieron rápidamente. Smooanwish abrió la compuerta secreta y Beawinhor, batiendo sus grandes alas, voló hacia su hogar.

El animal fue muy veloz y sólo dos horas después llegaron a Ciudad Real, donde vivían todos los magos del mundo. Valyrzon desmontó y junto al bikarnio caminó por una amplia calle empedrada hasta llegar a una gran casa de mármol. Subieron la escalinata y llamaron con una aldaba de plata. La gran puerta se abrió y vieron a una bella mujer, anciana, de largos cabellos blancos y profundos ojos azules. La mujer sonrió al ver a Valyrzon y a Beawinhor.

-Grande es mi alegría al verlos, Siel Valyrzon de Unax y Beawinhor –dijo-. Entren, los esperábamos.

Abrió del todo la puerta y Valyrzon y el bikarnio entraron a un gran salón de mármol, donde había dos escaleras que subían al piso superior. Beawinhor subió por una de ellas y desapareció de la vista. La mujer indicó a Valyrzon un asiento y se sentó frente a él.

-Mi nombre es Niviana Doame y soy la prima bruja de Intelyon –dijo-. Te he llamado porque dos caballeros sadornios ya no son lo que eran.

-¿De quiénes habla? –preguntó Valyrzon intrigado.

-De Corwalod de Anbos y Qanokaar de Olis –respondió Niviana-. Qanokaar de Olis ha sido asesinado por Angel, el hijo del dios Malef, y su cuerpo ha sido tomado por él para poseer el Malored. Corwalod, cegado por la ambición a la que lo indujo Qanokaar-Angel, es su cómplice y desea al Malored casi tanto como él. Debido a que el Malored tiene una protección muy poderosa de los Seres del Valle contra los enemigos, ninguno ha podido tenerlo hasta ahora, y se acerca una guerra por Agantyan.

Valyrzon se quedó callado. Eso era algo que quería evitar, porque si volvía a suceder lo que había dicho Miladic Agantyan sería destruido y muchísima gente moriría.

-Lo que debemos hacer es pelear contra ellos –continuó Niviana-. Los bikarnios nos apoyarán, seguramente, los magos de Ciudad Real también y todo el ejército de la Tierra Blanca, por supuesto.

-Hacer frente a los Thenagon será más difícil de lo que imaginamos –dijo Valyrzon-. Ellos son espectros, no podemos hacer nada con nuestras espadas. Además no estarán solos; el dios Malef les ayudará con bestias terribles, supongo.

-Los agantyos son poderosos, podrán hacer frente a los Thenagon –dijo Niviana.

-Sí, pero no pueden resistir toda la vida.

-Resistirán hasta que tú encuentres el Malored –dijo Niviana-. Es un arma que ustedes tienen y ellos no.

-Todo depende de mí, entonces –dijo Valyrzon. Se quedó callado unos segundos y luego se puso de pie.

-Pues si así es, tengo que ir a buscarlo ahora mismo –dijo-. ¡Beawinhor!

El bikarnio apareció instantáneamente a su lado. Valyrzon montó en él y salieron de la casa, bajaron la escalinata y emprendieron vuelo.

Llegaron a Eaferth al mediodía. Beawinhor fue solo a la caballeriza y Valyrzon pidió una reunión urgente en el palacio con todos los involucrados en la búsqueda del Malored.

-¿Qué sucede? –preguntó Hanzui una vez que estuvieron en el salón del trono.

-Niviana, la prima de Intelyon, me ha comunicado que Qanokaar y Corwalod pelearán por el Malored en una gran batalla –explicó Valyrzon-. Arrasarán con Agantyan para destruir a todos los agantyos y así romper el hechizo que protege al Malored.

-¿Qué? –exclamaron todos.

-Tengo que hallar al Malored antes de que los Thenagon lleguen a nosotros- dijo Valyrzon-. Sólo con la Piedra Divina podremos acabar con ellos.

-No será posible, Valyrzon –dijo Deh-Jilon-. Ya se acercan.

Valyrzon se quedó atónito. Cuando reaccionó, ordenó que buscaran a Gaspar, el capitán del ejército de Agantyan, y que todos se armaran y se prepararan para batallar. Miladic fue hacia Valyrzon y le dijo:

-Valyrzon, dame la autoridad para guiar a los arqueros de Agantyan a defender desde lo alto a nuestro pueblo.

-Tú no batallarás, Miladic –repuso Valyrzon.

-El que sea mujer no quiere decir que sea débil –replicó Miladic-. En el futuro he vivido incluso más que mucho agantyos guerreros. Déjame pelear.

-Está bien –aceptó Valyrzon-. Ve a prepararte. Hablaré con Gaspar.

Valyrzon salió del palacio y fue a ver a Smooanwish. Gaspar entraba en aquel momento a Eaferth, así que los tres fueron al palacio a prepararse para la guerra.

-Los Thenagon están con los aquianos, el pueblo del mar –informó Deh-Jilon cuando entraron al salón de armamentos del palacio, donde había unos doscientos eaferthianos colocándose las armaduras-. También tienen fekarnos y una docena de sumaderios, dragones de cuatro cabezas que echan hielo por la boca.

-¿Y nosotros qué tenemos? –preguntó Valyrzon, colocándose el casco.

-Unos dos mil agantyos, doscientos magos y ciento cincuenta bikarnios –dijo Intelyon.

Terminaron de prepararse y salieron de allí. Valyrzon montó en Beawinhor y voló a Headumar, de donde salían quinientos caballeros de armadura blanca, montados en caballos de un blanco purísimo. Los mil trescientos caballeros agantyos que restaban se acercaban velozmente hacia ellos, así que Valyrzon los guió a las afueras de la montaña Vogandor, donde se hallaba Eaferth, y organizó al ejército agantyo. Poco después Gaspar y doscientos hombres salieron de Eaferth y se unieron a los demás guerreros. Valyrzon fue a ver a Miladic, que preparaba a los arqueros agantyos en las alturas de Vogandor. Miladic no necesitaba ayuda, así que Valyrzon se dirigió a donde estaban sus amigos.

-Estamos casi listos, Valyrzon –dijo Deh-Jilon-. En cuanto lleguen los demás bikarnios junto a los magos, estaremos totalmente preparados.

-Vienen en camino –dijo Intelyon.

Ese clima de larga espera, el ambiente tenso que precede a una batalla en la que no hay casi esperanzas de vencer, inundaba a Eaferth. En el valle había sólo cien hombres más junto al rey Pendor, el único caballero que quedaba, Valyrzon, Intelyon, Hanzui, Deh-Jilon, el rey Vaed y la reina Siana. Valyrzon pensaba en todo lo que había sucedido hasta ese momento y en todas las vidas que acabarían aquel día. Entonces, en ese momento, llegaron los bikarnios y los magos, cuando los Thenagon se acercaban cada vez más a Eaferth. Deh-Jilon se dio a la tarea de guiar a los bikarnios, en tanto que Intelyon buscó a Niviana y a Ragon entre sus iguales. Uno de los magos se acercó a él.

-Ragon nos ha traicionado, Intelyon –le dijo apesadumbrado-. Ha asesinado a Niviana poco después de que ella hablara con Valyrzon y está comandando una parte del ejército Thenagon.

Intelyon miró a Valyrzon. El muchacho pensó en lo que Miladic le había dicho sobre eso, y temió que Ragon matara a Intelyon como había ocurrido en el futuro.

-Intelyon, debes cuidarte –le dijo cuando el otro mago se fue-. Ragon te asesinó en el futuro.

-¿Esto había sucedido ya? –preguntó Intelyon asombrado.

-Sí, así que no le des motivos a Ragon para que te mate –dijo Valyrzon. No dijo nada más durante un largo tiempo.

La hora llegó finalmente. Los Thenagon llegaron con furia y la batalla comenzó. En Eaferth se oía la terrible batalla, y la voz de Miladic ordenando a los demás arqueros que dispararan contra los enemigos. Valyrzon cerró los ojos y rogó que no se repitiera lo que había sucedido en el futuro. Abrió los ojos justo para ver entrar a los Thenagon a Eaferth, junto al ejército agantyo, y dirigirse a los cien hombres que aguardaban para defender al rey Vaed. Valyrzon levantó su espada y sus compañeros desenvainaron también.

-¡Ataquen!

Todos bajaron de lo alto del monte donde se hallaban y arremetieron contra los enemigos. Pelearon incansablemente para derrotarlos, pero los Thenagon y sus aliados eran demasiados. Eaferth pronto se cubrió de cadáveres, de algunos Thenagon destruidos y sangre agantya. La batalla no cesaba, pero algunos estaban muy débiles y varios bikarnios que habían peleado contra los fekarnos estaban gravemente heridos. Valyrzon sangraba mucho, pero igualmente subió a un pequeño monte donde se hallaba Qanokaar (Angel, en realidad) intacto, habiendo matado ya a varios agantyos. Angel se dio vuelta y lo miró al percatarse de que Valyrzon estaba dispuesto a pelear con él.

-Miren lo que tenemos aquí: Siel Valyrzon de Unax se atreve a enfrentar al rey de los Thenagon, al parecer sin darse cuenta de que lo voy a matar –dijo. Rió luego de manera tal que Valyrzon se asustó, pero se puso de pie igualmente (había subido al monte arrastrándose) y blandió su espada.

-No tengo otra opción más que pelear contigo por Agantyan –dijo Valyrzon-. Debo hacerlo, ya que por mí está sucediendo todo esto.

-Como desees, Siel Valyrzon –dijo Angel riendo, y desenvainando su espada peleó con Valyrzon.

Era muy rápido, ya que era hijo de un dios, y Valyrzon apenas podía defenderse. Entonces Angel movió hábilmente su espada e hirió a Valyrzon, con lo que el muchacho cayó al suelo empapado en sangre.

-¡Ja, ja, ja! –rió cruelmente Angel-. ¿Pensaste que podrías vencerme, Siel Valyrzon? ¡Pues estabas muy equivocado!

En ese momento el lago Crislak se iluminó completamente y una columna de luz surgió de él. Todos miraron a aquella columna, que se apagó débilmente para dejar ver al Malored, que se alzaba esplendorosamente en el aire. Valyrzon pensó una fracción de segundo y montó en Beawinhor, quien voló hacia el Malored para que Valyrzon lo tomara. El muchacho lo agarró, voló con Beawinhor velozmente hacia lo más alto de Eaferth y, asiendo fuertemente al iluminado Malored, lo dirigió hacia Angel. Un rayo de luz blanca salió de él y golpeó a Angel en el pecho, y éste gritó y desapareció con una explosión, cuya onda expansiva derribó a todos los Thenagon y sus aliados, destruyéndolos. Valyrzon, muy débil, se desmayó.

Cuando abrió los ojos, vio un lugar totalmente blanco. No supo dónde se hallaba hasta que parpadeó y vio que estaba en el hospital de Eaferth, atestado de gente. Se sentó en la cama, con un agudo dolor en donde había sido herido por Angel, y miró a su alrededor.

Todas las camas de la sala estaban ocupadas. Anelow atendía en ese momento a un joven de piel muy blanca y cabello azulado, a quien Valyrzon reconoció como Ivhian, el joven pescador que vivía en Moderna. En la cama contigua a la de Valyrzon había un joven con muchas vendas, de tez negra y cabello castaño revuelto. Era Hanzui. Valyrzon se inclinó hacia él y preguntó:

-¿Estás despierto?

-Sí –contestó Hanzui-. Estaba pensando en que seguramente Angel te hirió gravemente, a juzgar por todo el tiempo que estuviste inconsciente.

-¿Cuánto ha pasado desde la batalla? –quiso saber Valyrzon.

-Dos días –contestó Hanzui-. El rey Pendor ha muerto. Corwalod lo mató.

-¿Qué sucedió con Corwalod? ¿Murió junto a los demás?

-Lavenow lo hirió antes de caer herido. Estaba tirado en el suelo cuando la onda expansiva destruyó a los Thenagon y sus aliados.

-¿Y los demás? ¿Están bien?

-Deh-Jilon estuvo al borde de la muerte. Además de derrotar a bastante gente de su propio pueblo defendió a Intelyon cuando Ragon lo quiso matar. Los demás están muy bien.

Anelow se acercó a Valyrzon y él dejó de hablar con Hanzui.

-¿Estás mejor, Valyrzon? –le preguntó sonriendo-. Al desmayarte, según tus amigos, caíste de unos veinte metros. Una bikarnia te rescató antes de que chocaras contra el suelo. Casi te quiebras todos los huesos.

-Tengo mucha suerte –dijo Valyrzon-. He estado en circunstancias de muerte muchas veces y en todas escapé.

Cuando todos los agantyos heridos se recuperaron, se realizó una ceremonia en memoria del rey Pendor y los demás combatientes muertos, y una semana después festejaron la victoria en Eaferth con todos los sobrevivientes. Luego llegó la hora de marchar a casa, habiendo encontrado finalmente al Malored. Hanzui, Intelyon y el caballero del rey Pendor hicieron su equipaje para volver a Sadornia. Beawinhor y los demás bikarnios se despidieron de todos y partieron con los magos hacia Ciudad Real, donde se rindieron honores a Beawinhor y a una de las brujas, que fue coronada como la nueva reina de Ciudad Real ya que la anterior, hermana de Niviana, había muerto en la batalla.

Deh-Jilon vivió un tiempo en Eaferth y durante ese período él y Miladic se hicieron muy amigos. Tres años más tarde se casaron y se fueron a vivir al deshabitado reino de Aquaban, donde aún vivía una aquiana llamada Meski, la única amiga de Deh-Jilon en Aquaban. Deh-Jilon y Miladic tuvieron muchos hijos, uno de los cuales se casó con Meski, y así repoblaron poco a poco el fondo del océano.

Gaspar, el capitán del ejército agantyo, se casó un año después con la princesa Jadia y cuando el rey Vaed y la reina Siana murieron, los príncipes se convirtieron en los reyes de Agantyan.

Hanzui, al regresar a Sadornia, se casó con la princesa Bribea, y ambos se convirtieron en reyes de Sadornia. Intelyon continuó en su cargo de consejero real y el último caballero del rey Pendor se convirtió en el guardia de Hanzui, lugar que antes ocupaba Valyrzon.

En cuanto a él, vivió también en Agantyan por bastante tiempo. Poco después de que la mayoría de sus compañeros de viaje volvieran a sus hogares, el Malored, que pendía de una plateada cadena que colgaba alrededor del cuello de Valyrzon, se iluminó y desapareció. Había sido devuelto, luego de miles de años, a su poseedor, el dios Odeon. Habiendo cumplido con su deber, Valyrzon vivió muchos años felizmente.

Cien años después, Valyrzon salió de su hogar en Eaferth para pasear junto al lago Crislak. Era una bella noche de primavera, y una brisa nocturna acariciaba el anciano y arrugado rostro de Valyrzon. No se había casado ni había tenido algo más que amigos, pero no le hacía falta para ser feliz. A pesar de su edad, no se sentía debilitado, y siempre trabajaba con muchas energías realizando todo tipo de labores.

Valyrzon miró las aguas del lago. Parpadeó para ver mejor aquella luz que se hacía cada vez más fuerte. Entonces, una columna de luz salió del centro del lago, como hacía cien años, y se extinguió rápidamente. Un objeto pequeño salido de esa columna de luz fue velozmente hacia Valyrzon, que apenas tuvo tiempo para atraparlo. Lo miró bien, debido a que estaba muy oscuro, y se asombró grandemente. Tenía entre sus manos al Malored, que había reaparecido cien años después de haber sido encontrado por Valyrzon. Valyrzon sintió que una calidez se extendía desde la Piedra Divina hasta su mano, y de allí a todo su cuerpo, y se miró a sí mismo. Sin poder creerlo, contempló el cuerpo que tenía cuando era un joven de diecisiete años. Miró su reflejo en las aguas del lago, y comprobó que el Malored lo había rejuvenecido.
La Piedra Divina se iluminó otra vez, y su luz envolvió a Valyrzon, cegándolo. Al muchacho le pareció flotar en el aire, y luego tocar el suelo otra vez. Miró a su alrededor y se halló en una especie de excavación. Estaba muy oscuro, pues era de noche, aunque la luna iluminaba débilmente el lugar.
Valyrzon escaló como pudo para salir de aquella excavación, y caminó un trecho hasta oír pasos. Se detuvo y se quedó inmóvil para ver quién era. Entonces vio a una jovencita de unos catorce años, vestida con ropas que Valyrzon no conocía, que caminaba silenciosamente por un sendero al lado de las excavaciones. La chica se acercó poco a poco a Valyrzon y finalmente lo vio.
-¿Quién eres tú? –le preguntó al muchacho en un idioma que Valyrzon no conocía pero que sin embargo entendía.
-Siel Valyrzon de Unax es mi nombre –contestó Valyrzon-. ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
-Soy Mila Kotka, y estás en Egipto, en las excavaciones arqueológicas de mi padre –explicó la joven. La luna le iluminó el rostro y Valyrzon se asombró. Era idéntica a Miladic.
-Vaya, eres demasiado parecida a una amiga mía –dijo-. ¿En qué año estamos?
-Hoy es cuatro de julio del dos mil seis –dijo Mila-. ¿De dónde eres? No puede ser posible que no sepas en qué tiempos vives.
Valyrzon se sentó al borde de una de las excavaciones. Mila se sentó junto a él y el muchacho comenzó a contarle todo lo sucedido. Mila escuchaba asombrada.
-Toma –dijo Valyrzon al terminar-. Es tuyo. El dios Odeon me lo ha dado, y yo te lo doy a ti.
Le dio la cadena con el Malored y Mila se la colocó en el cuello. Sonrió y miró a Valyrzon.
-Necesitarás una guía para vivir en esta época –dijo-. Yo puedo serte útil.

Valyrzon y Mila fueron amigos por largo tiempo. No pasaría mucho hasta que Mila conociera al antiguo mundo de Valyrzon y fuera parte de la vida y las aventuras de Siel Valyrzon de Unax.

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