Nunca era el momento. El techo se hacía agua, pero afuera no llovía.

Afuera sí, había un perro que tironeaba de una cuerda atada a un inmenso arbusto con frutos rojos y espinas. Una vecina subía al auto, quedando inmóvil dentro.

Ahora la casa se pone más oscura y la heladera abierta brilla en la penumbra. Vemos que su luz enciende la cara de la vieja y su saco cuadrillé.

Ella saca un vaso de leche para el gato cachorro, pegado por la estática del franeleo a sus pantalones de polar.

También alimentaría su insomnio.

Nunca era el momento.

Lo gastaba en recalcular cuentas. Cuándo podría arreglar el techo que se llovía aunque no lloviese. Cuántos vasos de leche podría convidar esa semana.

No, todavía no.

Seguiría juntando en pilas los días sin dormir, hasta que rebalsen la casa e inunden con ferocidad la vereda.-

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