Una madre Soltera, fragmento

Una madre Soltera, fragmento

Bárbara Calmet

14/01/2022

Jueves, 13 de Enero 2021

Quisiera poder hacer algo para ayudarla. Se siente sola y tiene miedo de ser abandonada, y cómo no, si su padre la abandonó tantas veces y yo sin nombrar las cosas por su nombre.

Se fue sin más, sin decir nunca nada, sin dar jamás una explicación para su comportamiento.

No sé qué es lo que viene ahora; el chico, parece que se va, parece que se retira de su vida y yo no tengo idea de dónde sacaré fuerzas para apoyarla si eso sucede. No, no puede quedarse sola, no ahora que la muerte de Alberto está tan fresca, tan reciente y tan sin remedio en su alma. Una pena inconsolable y una insatisfacción malsana nos acompaña desde que se fue, el quince de octubre… Un sentimiento de vacío indescriptible, que sólo yo alcanzo a registrar, a percibir en su profundidad, porque yo me siento igual de sola y no desde que Alberto decidió partir, sino desde siempre. Un vacío, un desamparo, una sensación de ser vencida continuamente por el dolor tan injusto producto de nuestras derrotas diarias. No nacimos, ni ella ni yo, preparadas para encajar los golpes de esta vida; golpes que parecen sucederse naturalmente pero que ninguna de las dos es capaz de vivir con naturalidad. Nos duele en extremo todo, más que a los demás, no sé si por alguna incapacidad nuestra o porque en realidad nada de esto, la vida quizá, sea natural. No sé como ayudarle, decirle que estaré siempre a su lado parece no ser suficiente, las mujeres necesitamos de mucho más además de nuestra madre para componer nuestra vida. Ella se está acostumbrando a la decepción y pareciera que hasta espera por un nuevo golpe cada día. Tengo miedo, perder a C en este momento puede ser devastador para ella, para mí, para este hogar donde las pérdidas no dejan de sucederse y nosotras, impávidas, vemos la vida atropellarnos sin saber ya cómo mirarla, cómo sobreponernos a ella. Es tan duro todo para nosotras; Amanda, tan sola, tan frágil, tan pequeña, habitando el mismo cuarto oscuro que yo vengo habitando hace tantos años… No, definitivamente yo no sé como ayudarla… No he podido ni siquiera ayudarme a mí misma, todo me ha quedado grande en muchas materias y sólo me queda esta debilidad; esta fragilidad; esta rotura de alma que me frena, que destruye cualquier impulso.

Ha vuelto a llegarme la menstruación. Hace meses no sucedía y hace que todo esto se vuelva más extraño. Una ligereza de mente que ya había olvidado, acompaña estos días rojos, raros, grises, amargos y repetitivos. La veo a ella, flaca, jorobándose cada día más y sosteniendo lo que no tiene porqué sostener a su edad… triste, decaída, cada día sintiéndose más sola y dudando más de todo, de sí misma, de dios, del mundo. Y yo sin saber que hacer, mirando solamente… No sé con quien hablar al respecto, siento que necesito ayuda pero no sé de qué tipo, me duelen muchas cosas y desde estas roturas no soy capaz de pensar con lucidez. Pienso, por momentos, que deberíamos regresar a Lima, que todo es muy hostil aquí y que en mi ciudad quizá hayan más oportunidades para esta niña que no pasa de sufrir la soledad, la pérdida y el abandono. Pero yo no me siento segura allá; cerca de mi madre nunca me he sentido segura; son demasiado grandes sus necesidades y muy pocas mis capacidades para responderlas. Hay mucho dolor y mucha distancia entre las dos como para que me apetezca intentar nuevamente la cercanía, he preferido olvidarla, dejarla, irme definitivamente de su vida para que me deje en paz. Pareciera que no ve lo que me falta, que piensa que llenó el balde con suficiente agua como para beber y no es así; estoy a medias, medio seca, dudando siempre de mí y desde este lugar tan incierto e incómodo, es poco lo que puedo darle.

Y Amanda… No nos queda más que reírnos de nuestra suerte… Reímos a gusto, de esta vida, de su desencanto. Pero esto no es gracioso, si C se va, sé que su vida dará un giro de 360 grados, un giro si retorno. Y yo sin saber de dónde sacar más amor para llenar, para curar, para cuidar de su roto corazón. La amo tanto, no deseo, no imagino verla sufrir más. Ruego a dios que se apiade de ella y que suavice el carácter y la dignidad de C.

Paso estos días enferma, desencantada y triste, curioso, pues son los primeros días del año, pero pasa que nada me produce alegría. Intento salir a correr para darme valor, para enfocarme en la salud y esas cosas a las que cada vez les pierdo más la fe. Y no es que quiera dármelas de víctima o de mártir, pero esto de fracasar continuamente, un día tras otro con cada pequeña cosa que me propongo, me tiene hundida en la desesperanza; cuánto quisiera tener de qué enorgullecerme o de dónde agarrarme para apreciar mi vida, mis esfuerzos, pero nada. Lo del pan se me ha quemado en la misma puerta del horno y lo del jugo de naranja que me propuse vender en la misma puerta de mi casa, no va para ningún lugar diferente. Vivimos ahora de lo de Julián y de los ingresos que ha empezado a generarse mi pequeña hija. La situación se me hace más que insoportable. Encuentro mi vida más que inútil y hasta me avergüenza decir que soy profesora de Yoga o artista o qué se yo, da igual, todo va a dar al mismo lugar de la desesperanza y del desencanto. Y tampoco tengo suficiente entusiasmo como para desear morirme, pues ya estoy muerta, parece que hace mucho, antes de que yo me alcanzara a dar cuenta. No sé en qué momento mi vida dio este inesperado giro hacia la inutilidad, hacia la futilidad y solo pienso en disfrutar de caminar y en los atardeceres calientes de Barichara, lo único que algún placer me produce. Eso, y las horas que mis hijos me permiten permanecer en cama, abrazándolos, como quien se despide de una pesadilla. La muerte de Alberto nos dejó solas, nos transformó la visión de la vida y … nos hace tanta falta sus voz, lo único que nos daba con sincera entrega, sus llamadas. No concibo aún ajustarme a esta idea loca de no tenerle más, de que no exista más. Cuánta falta me haces, Alberto; de alguna manera, siempre conservaste el lugar de mi esperanza. Pensaba que ella podía apoyarse en ti, pero esto ahora, ha convertido su vida en una tragedia. Se siente más sola que antes y yo, que no sé cómo procurarle algo más de aplomo. Dios quizá se apiade de nosotras, de ella en especial para que pueda encontrar en su propia vida algo que sea sinónimo de esperanza y bienaventuranza. Deseo más su felicidad que la mía, porque mi vida se desvencijó ya ni me acuerdo cuándo ni dónde, fue hace tanto…

Y sí, sé que sueno trágica, más que antes, pero pasa que ya estoy cansada de inventar, de fingir; haré como dice el Curso de Milagros: entregar todo esto al Espíritu Santo para que sane mi mente, si puede, porque yo no he podido cambiar este soliloquio siniestro que me tiene reviviendo una y otra vez la misma escena terrorífica de mi abandono. Le entrego, pues, a dios mi vida y mi mente, para que haga con ella lo que quiera, yo no sé qué más hacer, está visto que mi inteligencia y mi buena voluntad son limitadas y que sólo se me ocurre lo mismo.

Rezar, meditar y comer lo mínimo, hasta desaparecer de la escena terrible de la existencia.

Ramana y su gran yoga, cuánto bien me hace saber que yo no he sido la única viviente de esta vida que la ha atravesado así, desencantada y desesperanzada. No encuentro en ella nada que sea sinónimo de porvenir ni nada que me entusiasme. Quizá haya en ello un don oculto, no lo sé. No voy a pedir más ayuda, me contentaré con mi conformidad y con entregarme a que pase lo que haya de pasar. Sólo me atormenta ella, no soporto verla sufrir ni la mitad de lo que está sufriendo, preferiría mil veces echármelo yo encima todo, ayudarle, limpiarle el camino un poco. No imagino su soledad y su dolor, es terrible a su edad, tener que tratar, que verse obligada a comprender más de la cuenta. Pobre, la amo y he decidido acompañarla segundo a segundo, mientras tenga fuerzas para hacerlo, porque no es justo saborear la miseria sola, tan joven y sin padre que la contenga. Alberto, no sabes la falta que nos haces, la sola idea de tu vida, de tu presencia, en algún lugar, nos contentaba, nos esperanzaba siquiera la idea de volver a verte, pero ahora ya ni eso. No hay ilusión, la única que había, se fue contigo. Y yo… me he quedado sola, sin pareja, sin amigos sin amor, sin nadie a quien abrazar para llorar tu despedida. Me siento sola, más sola que antes.

Túpac viene de hacerme un café de esos deliciosos que él hace, ese café batido con azúcar que me encanta… Le apasiona la cocina y estar en casa con nosotras. Al menos él es niño y poco conoce de estos avatares de la vida que nos han tocado a su hermana y a mí. Si no fuera por él creo que estaríamos muy tristes las dos. No sabemos lidiar con la pérdida ni con nuestra profunda pena. Aprenderemos… quién sabe. Quien sabe y tampoco nos hacemos tanto bien juntas como pensamos, quién sabe y esto se resuelva el día que nos alejemos la una de la otra, lo suficiente como para caer en cuenta de nuestra individualidad. No lo sé, estoy en su mente como mi madre habita la mía. Y hay cosas que, lamentablemente, no tiene solución. Quizá la piedad nos ayude. Tener piedad de mi madre y ella de mí. Sigo leyendo a Julio Ramón Ribeyro… como si me hiciera bien; estoy segura de que no, de que, más allá de hacerme bien, me atornilla a mi malestar de una forma malsana, una forma en la que hasta me gusta y me regodeo en él. Quien sabe, ya no logro distinguir lo que me daña de lo que me construye, quizá porque en el fondo dé igual, porque, en el fondo, quizá no haya nada que construir ni deconstruir.

Viernes, 14 de enero, 2022

Por fin puedo descansar. Son las cinco y siete de la tarde y no he hecho mayor cosa, mas aún, me siento cansada. Cansada de pensar en lo mismo todo el día. Cansada de esperar por clientes para el bendito jugo de naranja que se me ha dado por ofrecer a falta de dinero, a falta de ganas, a falta de éxito en lo mío. Desencantada y aburrida, desperté casi a las siete de la mañana, a poner el cartel del jugo y a tratar de enfocarme en las redes sociales del yoga. Nada ha sucedido. Sólo preguntas y respuestas, gente que regatea los precios de las clases y que al final no se deciden por nada; como yo, supongo, que no me decido por nada en concreto. Le temo a todo, a decidirme por la pintura, a regresar a mi país para actuar por fin, a vacunarme, a moverme de este lugar. No tengo ganas de nada, todo me aburre rápidamente, a excepción de la siesta que trato de dormir después del almuerzo como para descansar de mis ideas. Y eso, apenas me recosté, se me ocurrió ponerme a ver una película con Amanda, como para no caer en la tentación de simplemente no hacer nada y quedarme dormida. Ella, paciente, la vio completa conmigo y hasta nos animamos a empezar otra; todo esto mientras reconocía mi vocación de actriz por encima de todo lo que me propongo. Y nuevamente me sentí cobarde y absurda, no sé ni para qué lucho por emprender cosas nuevas cuando lo mío está definido ya. Pero todo es complicado, el escenario, se plantea imposible para pensar en algo más que en la supervivencia y los platos, y la ropa y la limpieza y todas esas cosas que me han ido consumiendo de a pocos. Túpac no tiene ninguna ocupación, insisto en dejarlo por fuera del odioso sistema académico que les chupa la vitalidad a los niños, pero a cambio no tengo vida propia, me veo obligada a atender sus mil y un demandas cada cinco minutos sin tener posibilidad de aislarme ni de centrarme en nada más. Mi cabeza es un caos horrendo, deseo y deseo salir, hacer otras cosas, comer otras cosas, desatarme el pelo, huir de esta cárcel del yoga y de los malditos alumnos, tomar un avión, irme lejos en busca del algún escenario perdido, de algún escritorio donde pueda escribir verdaderamente conectada y en paz… pero nada es posible teniendo esta cruz encima, saber que Amanda mantiene ahora la casa y que este niño no está recibiendo sino toda mi ansiedad y mi desazón por educación… Es demasiado para mí sola, me considero incapaz de procurarme una vida independiente y ni siquiera estoy hablando de tener éxito… sino de ser más o menos independiente; pero su voz me persigue, me asfixia, me ahoga, me quebranta, me roba la vida… No quisiera decir estas cosas, pero me hallo en la necesidad de decirlas, de sacarlas de dentro de mí, de ese lugar donde parece que me queman, que me desgarran. Y no es que reniegue de haber tenido hijos, pero me hubiera gustado tenerles en mejores condiciones, quizá siendo yo una persona distinta, porque es verdad que me falta mucho para convertirme en una madre responsable y más aún para considerarme una mujer independiente. Fragmentada como he estado siempre, ha sido imposible crecer al ritmo de la media de la humanidad, no soy más que una niña necesitada de ayuda, y eso, me quebranta desde el lugar más profundo, porque ellos no me merecen, no merecen a esta niña que escondo con tanta vergüenza. Es que casi no entiendo porqué él me busca tanto, algo demanda, algo que yo, definitivamente, no puedo darle; mas él insiste en venir a buscarme mil veces durante las dos o tres horas que intento escribir diariamente, o pintar… o leer… Algo quiere, algo con lo que insiste y veo que insistirá al menos los próximos cinco años… hasta que… como Amanda… se canse de mí y busque eso que quiere en otro lugar… No quiero, me rehúso, me niego a que algún día me toque depender de ellos dos, ese día muy seguramente me declare desquiciada e inservible porque prefiero envejecer lejos de ellos antes que significarles una carga. Y es que no puede ser que nada de lo que me proponga pueda tener éxito, no vendo los dichosos cuadros, nadie pregunta siquiera por su valor, nada; escuetos mensajes diciéndome que me veo bonita a pesar de mi edad, es lo único que cosecho después de tanto esfuerzo con las benditas cuentas de Instagram.

Ya no estoy para esas cosas, ya no estoy para muchas cosas; me considero, dentro de toda mi torpeza, una mujer medianamente culta y con demasiada experiencia como para estar atravesando esta miseria injusta. He trabajado mucho, quizá demasiado y ya nadie se acuerda de mí. Me niego a regresar con el rabo entre las piernas, sin plata y a pedir trabajito a bajo precio para salir en alguna novelilla de mala muerte. No, ya no estoy para esas cosas; he sufrido demasiado y quiero darle un valor a mi sufrimiento aunque todos digan que debo trascenderle y dejarle atrás como si nada hubiera pasado; por debajo mío ha pasado demasiado, demasiadas cosas como para negarlas y pretender actuar como la niña inocente que algún día fui. Quisiera tener el coraje y el oficio para saber escribir buen teatro o ser capaz de lanzarme a escribir una novela, pero soy tan torpe que sólo sé escribir de mí misma. La autobiografía es lo único que me interesa realmente porque pienso que dejo ver algo que ni yo sé que es a los demás; quien sabe y sólo soy una artista egocéntrica con la mirada puesta únicamente sobre mi propio ombligo, pero no me importa, alguien debe saber por todo lo que pasé y todo lo que tuve que callar en este lugar sombrío y hostil. Y no me refiero a Barichara, me refiero a mi escenario mental, este lugar sombrío e inhóspito que es mi soliloquio eterno, el de siempre, del que no puedo escapar; el que me acogota y me quita la salud; que quiere matarme y probablemente lo consiga cuando, cansada de esperar por un cambio, decida aniquilar la poca dignidad que me queda y desaparecer… de todos, de todo…

Amanda se ha ido a trabajar, la vida empieza para ella, con buenos vientos y un salario fijo aceptable, gana el doble de lo que yo gano y esto me hace más miserable aún… Regresar al Perú… meterme en cualquier novela de esas que dan a las 8 de la noche para recuperar algo de mi dignidad, meterme las tres vacunas horrendas esas para tener alguna posibilidad de «ser elegida»; que sé yo… invento, no paro de inventarme vidas nuevas…

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