Casi siempre cuando se trata de escribir sobre nosotros mismos nos quedamos sin palabras, en este caso no es así. Me encuentro en una lucha, sin embargo, creo que por fin la gané. Me prometí que sí podía, pude y podré lograr una vida sin antidepresivos. Por primera vez desde el 2017, quiero empezar una vida nueva sin ello.
Escribir y leer esto tal vez suene de lo más sencillo, pero no lo es en absoluto. Recuerdo cuando me diagnosticaron un trastorno de ansiedad generalizada con depresivo moderado, creo que nadie espera eso a los 17 años. Confieso que en ese momento era una desconocida del tema.
Recuerdo que al no tener idea de lo que me pasaba, sentía dolores musculares muy fuertes, no dormía bien en lo absoluto, tenía miedo de salir a la calle porque pensaba que siempre me esperaba algo malo. Solía estar muy nerviosa y tener ataques de pánico constantes (en ese momento tampoco sabía de ataques de pánico).
Consultar fue lo peor, creía que todo era tensional, hasta que me enviaron al psiquiatra. No es un secreto que el sistema de salud mental de Costa Rica es sumamente ineficiente y los medicamentos suelen ser genéricos, para el colmo, a todos les recetan lo mismo, como si los trastornos fueran iguales y los cuerpos también.
Debido a lo anterior, no quedaba más que buscar ayuda por el ámbito privado. No me quiero sumergir mucho en esos temas, pero han sido años de años. Hasta el presente año, todo lo recorrido ha tenido momentos de recaídas y momentos de gloria, tratamientos exitosos y otros no tanto como se esperaba. Para mi tristeza y aprendizaje, hubo tres intentos de suicido, felizmente fallidos.
Escribiendo esto en un día de agosto, debo admitir que me siento bastante estable, feliz de poder trabajar tranquilamente, estudiar y a través de ello seguir soñando como antes lo hacía. Es muy frustrante y doloroso decir que en algún momento dudé de Dios, de su existencia y poder. Pero nada puede negar que gracias a Él me encuentro todavía en este mundo.
Siento que he generado una gran fortaleza para afrontar los caminos de la vida, que sin haber vivido todo lo anterior jamás sería lo que soy ahora. Lo agradezco, lo venero de cierto modo y sigo viendo hacia adelante. Por eso, con la misma fuerza quiero dejar progresivamente los medicamentos y dedicarme a seguir aprendiendo en terapia psicológica.
Dejar los medicamentos será todo un reto, vivir los síntomas de abstinencia, pensar en una recaída es aterrador. Sin embargo, algunas decisiones deben de tomarse ahora y me siento en el momento oportuno para hacerlo.
A lo largo de este viaje he expuesto mi proceso en las redes sociales, pensando en ayudar a los demás. No quiero pensar que con esta decisión deban de seguir todos estos caminos, al contrario, siento que es sumamente arriesgado, pero eso me da paz.
Y hablando de paz, no hay nada más grato que hacerse bien a uno mismo, sin perseguir la validación de otras personas o el capricho de alguien. Hago esto por mi salud mental, porque siento que es un favor que me debo. Porque me siento verdaderamente fuerte para vivir una vida sin medicamentos y viviendo mis emociones de una manera sana.
En fin, ojalá todos encuentren su camino de plenitud, de paz y felicidad, recordándonos que no hay emociones malas y que deberíamos de abrazarlas y vivirlas como seres humanos que somos. No creo que las emociones se nos fueron dadas por un error o por simple casualidad.
Por mi parte, me deseo lo mejor, me merezco lo mejor. He sido una luchadora todo este tiempo y lo seguiré siendo. Dios ya me dio y me va a dar la fortaleza para vivir una vida sin medicamentos, validando cada una de mis emociones. Me dará las herramientas que necesito para los momentos difíciles y está bien no estar bien, así como está bien estar bien.
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