AZUL

El frío de la noche penetra mi piel y me congela hasta los huesos. Me paro de mi escritorio. Voy en busca de medias para abrigar mis desnudos pies y tratar de no pescar un resfriado. Me siento al borde de la cama, pienso: ¿Hace cuanto no me corto las uñas de los pies? Espero que nadie lo note. Camino a mi ventana y contemplo la luna, esplendorosa. Reflectando la suficiente luz para darle vida a una débil sombra. Vuelvo a mi escritorio. Coloco mis manos sobre el teclado e intento terminar mi tarea de Historia. Pasa media hora y lo único que me acompaña es el sonido de las teclas, piensa: No te duermas, termina todo y de ahí podrás descansar.

De pronto se escuchan pasos camino a la habitación. Gira la perilla y una silueta se abre paso. Es mamá, está llorando. Piensa: ¿Qué habrá sucedido?

-Hijo- dice con voz quebrantada y lagrimas en los ojos- La abuela Luza acaba de fallecer- Prosiguió, pero casi sin poder terminar y escupiendo un gemido de melancolía.

Me quedé en silencio, no sabía que decir, no sabía que hacer. Piensa: ¿Debería consolarla? No soy bueno en ello. Mamá no aguanta más y se tira de rodillas sollozando. Piensa: Mamá no llores, por favor. No sé que hacer. La levanto del piso, la acompaño a su cama y le ordené que descansara. Se negó. Me dijo que tenía que difundir la noticia al resto de familiares y amigos. Mañana sería su velorio y todos tenían que estar enterados. Le pasé el teléfono, le di un beso en la frente y me quedé junto a ella, recostado en su falda, mientras llamaba a todos sus contactos para avisarles. Escucho como a todos les entristece la noticia. Veo como a mamá no le logran cesar las lagrimas. Piensa: ¿Por qué a mi no me afecta tanto? ¿Por qué yo no estoy llorando? Creo que se debe a que yo no la conocí realmente.

La abuela Luza era el tipo de abuela que se quedaba en su silla mecedora todo el día. Siempre te cuestionabas si alguna vez se despegaba de ahí, o si la silla ya era parte de ella. Toda la familia la adoraba. Todos sus amigos la adoraban. En las comidas contaban mil anécdotas de la abuela. Ella se mantenía callada, como si estuvieran hablando de otra persona. Mostraban fotos, donde la abuela aparecía con sus cabellos de oro, sus ojos que parecían perlas y su postura erguida. Fotos en las que aparecía en el auge de su juventud y belleza. Volteo para verla. Noto como los años le arrebataron esos cabellos de oro y se los reemplazaron por los de plata. Como desgastaron las perlas de sus ojos. Como reemplazaron esa postura erguida, por una jorobada y enfermiza.

Mi relación con ella se limitaba a un “Hola abuela” y un “Adiós Abuela” seguido ambos de un beso en la mejilla. No es que no la quiera, no es que tenga algo en contra. Simplemente no lograba encajar con ella. No le tenía la confianza que le tenían otras personas. A veces me ponía a pensar: ¿Me quiere? ¿Sabe que existo? A veces quería intentar conectar. Me acobardaba. Y lo tomaba como tarea para otro día. Maldigo eso.

Solíamos visitarla frecuentemente, los fines de semana generalmente. Pasábamos 5 horas en su casa, oliendo siempre a canela. Yo me aburría, me la pasaba deseando estar en casa jugando en mi consola o con mis amigos de la calle. Sin embargo, el último mes ya no fuimos a verla, solo mamá. La abuela se encontraba bastante delicada, tuvieron que llevarla a un hospital. Tristemente, salió de ahí, pero ya no para volver a mecerse en su silla.

Acompañé a mamá al lugar del velorio y encontré el cajón de la abuela. La miré, estaba inmóvil. Acaricié su cabello de plata, piensa: Desearía haberte conocido mejor. Me voy a casa y observo la luna desde la ventanilla del carro. Piensa: Desearía haberte conocido mejor abuela Luza.

Al día siguiente, toda la familia comenzó a llegar. Los recibimos a todos en el velorio junto con café y pan. Llegaron varios tíos que no sabía que existían. Mi mamá me contaba que ellos me cargaron cuando era solo un crío. No recuerdo a casi ninguno. Poco a poco el ambiente lúgubre se fue tornando más afable. La familia se reunía después de muchos años y eso era un milagro.

Me senté en una de las bancas, viendo a mis primos pequeños jugar con canicas. Piensa: Yo ya estoy muy grande para esas cosas. Observo de nuevo la multitud y veo una nueva silueta. Había una chica sentada del otro lado del local. Intento no hacerle caso, pero algo me inquieta. La miro de nuevo, ella se muestra algo tímida. Me resulta bastante familiar, piensa: ¿Dónde la vi antes?

Me llama mi madre para repartir más café. Paso asiento por asiento repartiendo la bebida caliente. Llega el turno de pasar a atender a aquella desconocida. Entonces, un tropiezo bastó para que le cayera todo el café encima.

-Lo siento muchísimo, soy bastante torpe ¿Te encuentras bien? – Dije preocupado por si el café estaba muy caliente.

– ¡¿Qué acaso no ves por donde vas?! ¡Por tu culpa tengo que irme a cambiarme! – gritó enfurecida.

Bajé la mirada.

-Lo siento mucho- repetía para mis adentros.

La muchacha se fue a paso acelerado en dirección a la salida. Yo no sabía que hacer, ya la había cagado, solo traje un trapeador para limpiar el desastre que había ocasionado.

La mañana se pasó volando, la gente no paraba de venir. Unos venían a saludar, dar el pésame, rezar por mi difunta abuela e irse. Otros hacían todo ello y se quedaban a conversar con los demás. Entre todos los invitados escuchaba repetidamente: Al menos ya se encuentra con el abuelo.

Mi abuelo, por lo que escuché, lo recuerdan como un hombre noble y gallardo. Alguien de palabra. Falleció años antes de que yo llegara a este mundo. Toda mi vida construí su imagen gracias a las fotos, su voz gracias a los campos de mi imaginación y su forma de ser gracias a la palabra de otros. Es como si recogiera poco a poco los restos que dejó su presencia en vida y mi cabeza lo armara para darle por lo menos un rostro y poder decir: Este es mi abuelo.

El reloj sigue su curso, piensa: ¿Se enojaría mamá si le pido que me lleve a casa? Me paro de mi asiento, camino hacia ella. Está conversando con unas señoras que no logro identificar en el árbol familiar. Ya estoy a su lado, piensa: Saluda.

-Julieta, María, él es mi hijo Gabriel- dijo mi madre con una sonrisa en el rostro.

-¿Él es el pequeño Gabrielito?- Hace una pequeña pausa, me observa de pies a cabeza y continua- Pero que grande estás ¿Te acuerdas de mi?

-Si, tía- mentí.

-Pues claro ¿Cómo no te acordarías de tu tía Julieta? Si yo te cargaba de pequeño.

-Al parecer todos me cargaron de pequeño- pensé otra vez.

-¿Qué es lo que necesitas Gabri?- dijo mi mamá amablemente.

Estaba a punto de pedirle que me lleve a casa, pero la vi entrar. La chica, a la que le derramé el café, volvió. Y eso me llenaba de dudas. Piensa: ¿Dónde la vi antes? ¿Por qué regresó? ¿Quién eres?

-Nada mamá, solo pasé a saludar- mentí otra vez.

Me retiré del lugar donde se encontraba mi madre para poder observar a aquella chica. Piensa: Algo va mal. Mantengo mi distancia entre ella y yo. La observo de reojo. No hace nada, se queda ahí sentada, nadie le hace caso. La observa detenidamente. Lo primero que resalta son sus cabellos dorados y su piel tez blanca pálida. Su edad rozaba fácilmente los 20 años. Voltea, piensa: Ya me vio. La chica se levanta y se dirige hacia mi, piensa: Me va a gritar otra vez.

-Oye quería disculparme, mi reacción estuvo mal. Fue un accidente solamente- Dijo con una voz dulce. Piensa: ¿Para eso regresó? ¿Para disculparse?

-No hay problema ¿Está usted bien? ¿no? El café estaba algo caliente.

-Si, no te preocupes. Ni se sintió- Se hizo un silencio incómodo, no sabía que decir- Mi nombre es Azul, por cierto. Mi nombre es debido al color de mis ojos- Dijo finalmente para romper la armonía del silencio.

-Un gusto, mi nombre es Gabriel, el mío es por un personaje de un libro- Un libro que por cierto nunca leí.

– ¿Conocías a Doña Luza? – preguntó azul.

-Si- mentí, no la conocía de nada- soy su nieto ¿Y usted? Nunca le vi con la familia antes.

-Es un tema complicado, pero digamos que soy una vieja amiga de doña Luza.

Piensa: ¿A qué se referirá con eso? ¿Quién eres?

-Te debe haber chocado bastante la noticia ¿No?

-La verdad es que no- dije cabizbajo y le conté la historia de la relación que tenía con mi abuela. Ella se quedó en silencio, escuchando atentamente y analizando todo mi relato.

-Ya veo… – dejó un espacio de 2 a 3 segundos y siguió- A veces suele pasar que no llegamos a tener una relación fuerte con algún familiar- Me dirige la mirada- Sin embargo, eso de cuestionarte si tu abuela te quería o no, es ridículo. Es tu abuela, está más que claro que lo hizo. Te lo puedo asegurar- Dijo con una sonrisa en el rostro.

-Tú no puedes saberlo- dije en voz baja.

-Apuesto a que si.

Piensa: ¿Quién eres? Algo va mal.

Pasé el resto de la tarde con azul. Mientras más avanzaba el reloj más confiaba en ella. Resultó ser una persona bastante agradable. Y aquel miedo e intranquilidad que tenía se empezaron a ir. Llegaron las 23 horas y ya me tenía que marchar. Mi madre me llamaba y me despedí de Azul. Ya en la puerta vi como ella se acercaba al cajón de la abuela Luza y se le quedó mirando.

El día siguiente era el entierro. Nos reunimos todos en el local del velorio para darle una pequeña misa antes de llevar a la abuela al cementerio. Al entrar noté que Azul seguía mirando a la abuela. Piensa: ¿Se habrá quedado aquí toda la noche? Creo que era mejor no preguntar.

La misa empezó temprano. Azul se sentó a mi lado, sin decir una sola palabra. Una lágrima cae de su mejilla. Piensa: ¿Debería decir algo? Me mantengo en silencio. Azul toma mi mano. Me pongo nervioso, piensa: ¿Qué hago?

Llegó la hora de levantar el cajón. Mi padre y 3 tíos más levantan a la abuela. La llevan a su casa para darle una última despedida. Azul se encuentra alejada de la multitud, contemplando con tristeza la ceremonia. Muchos están llorando, piensa: Desearía haberte conocido mejor.

El recorrido al cementerio fue a pie. Tardamos casi una hora en llegar hasta allá. No vi a Azul en todo el camino. Al llegar, todo estaba listo para su entierro. Vi como un artefacto la bajaba lentamente a su tumba, luego los encargados del cementerio la sepultaron con varios kilos de tierra, piensa: Adiós abuela.

Luego de un rato, todos se empezaron a ir. Todos menos mi madre, yo y azul. Ella estaba contemplando desde lo lejos, como lo hizo en casi todo el día. Mi madre me anunció el regreso a casa. Le dije que esperara un rato, que me iba a despedir de azul. Ella se queda con una cara de intriga, pero accede. Me dirijo a ella, se ve devastada.

-Me tengo que ir, pero si gustas puedes venir con nosotros, toda la familia se reunirá en casa- dije

-No, no puedo. Mi lugar es aquí- Dijo azul con una pequeña sonrisa.

No dije nada más, la dejé en sus lamentos deseando poder ayudarla, pero sentía que era algo imposible.

-Te amo, Gabriel- dijo azul desconcertándome totalmente.

Asentí tímidamente y fui caminando al lado de mi madre, quien me estaba esperando.

– ¿Con quién hablabas? – preguntó mi madre.

-Con azul.

– ¿Y quién es ella? – preguntó mi madre con más intriga aún.

Esa frase me desconcertó aún más. Volteé a ver a azul y se encontraba de rodillas frente a la lápida de la abuela Luza, piensa: Cabellos de oro, ojos de perla. La silueta de aquella muchacha se une con la tierra y una hortensia color azul brota del suelo y abre sus pétalos con bastante delicadeza. Una lágrima cae por mi mejilla. Piensa: Te amo abuela Luza.

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