¿Ella? ¿Qué te digo de ella? Era alocadamente fuerte, utópicamente infranqueable. Ella era sin dudarlo el mejor de los poemas y yo un pésimo escritor, pero no me culpo. Culpó al lugar, al destino, pero, sobre todo culpo a su estúpida forma de caminar, pues caminaba por la vida con ese desenfado propio de protagonista de novela y lo hacia hasta para las cosas más simples. Llevaba consigo siempre esa mezcla imposible, entre fugaz y veneno. Era libre, tan libre que nunca permitiría que alguien le pusiera un “pero” o un “tal vez” encima y por esto, hoy me preguntó ¿Cómo pretendía el mundo que no me enamorara de semejante desastre? Y es que ella no era la mujer más guapa del mundo, pero el mundo nunca se atrevería a compararla con otra.
Era comúnmente distinta, pues dudaba unos segundos antes de besarme, porque sabía que me una vida entera poderla olvidar y sabia que me tardaría una vida entera tardaría una vida entera poderla olvidar y visitaría un millón de divanes para contar esta misma historia. Ella era única porque cuando la vida le daba una cucharada de amargura, ella se la tragaba entera y pedía otra. Sin lugar a dudas, es la mujer de mis sueños, realidades y pesadillas, el único problema, es que ella vive perdida en las letras de un poema y como le dije anteriormente, y en este momento tengo el coraje de repetirlo, yo soy un pésimo escritor.
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