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Las luces de la sala se encendieron.

-Bienvenida Capitán- la voz monótona del sistema central salió del par de bocinas dispuestas justo arriba del escáner donde segundos antes Neil había puesto su mano.

-Buenos días Chloe.

-¿Tiempo de entrenamiento?

-Dos horas.

Las gruesas cortinas de metal empezaron a abrirse. Neil se quitó perezosamente la chaqueta y miró con expresión seria el paisaje frente a ella: millones de estrellas brillando con intensidad en la negrura del espacio pasando a gran velocidad a su alrededor.

La mujer hizo una mueca y empezó a estirarse. Desde el inicio de su misión, casi cuatro años atrás, había aprendido a valorar estos pequeños momentos de soledad. De intimidad, casi nula dadas sus circunstancias, y de encuentro con sus propios pensamientos. Neil se subió a la desgastada máquina caminadora, se ató a ella con unas guardas gruesas de tela negra que se aferraban a la cintura y empezó a trotar.

Su realidad se alejaba con cada nueva respiración. El gimnasio, sus compañeros, los cultivos biológicos, de los cuales ella estaba encargada, la vieja nave espacial; todo dejaba de tener sentido. Su mente viajaba ahora a gran velocidad hacia el pasado. Al olor de los árboles de pino y el leve sonido de agua a solo unos cuantos metros de sus casas de campaña. Este recuerdo era su lugar íntimo preferido. El primer fin de semana de marzo de hace cuatro años, dos días antes de empezar su viaje. Su piel se erizó al recordar los intensos rayos de sol y un ligero calor se extendió por todo su cuerpo. Habían acampado justo a las orillas de un pequeño río en el bosque a las afueras de la gran ciudad. El lugar estaba vacío, gracias a la restricción que desde hacía años impedía a cualquier ciudadano de la ciudad salir el fin de semana previo a los despegues de las expediciones que cada tres años partían como ella en busca de un nuevo hogar. Nueve naves, con tripulaciones de entre cinco a ocho voluntarios, saldrían ese año, la expedición más grande de la última década, y le tocaría a ella, por primera vez, estar al mando de una. Recordó el sonido de las risas de sus hijos y su esposo a la distancia, el olor de su sopa en la improvisada hoguera, el viento golpeando con suavidad su rostro haciéndola cerrar los ojos. Trato de recordar un poco más ¿qué pasó después de eso?

Un fuerte destello la regresó a su fría realidad. Neil abrió los ojos. Por la ventana, a su derecha, una gigantesca onda de luz se acercaba a ella a gran velocidad. La mujer se desató de la máquina y corrió hacia la puerta, horrorizada.

– ¡CHLOE! ¡CHLOE!

Las luces de la nave se apagaron. A lo lejos, viniendo desde el cuarto de control, la voz apagada de Chloe alertaba sobre extraños niveles magnéticos. Neil llegó de nuevo hasta el escáner y golpeó con fuerza uno de los botones del monitor.

-¡PROTOCOLO DE EMERGENCIA! ¡PROTOCOLO DE EMERGENCIA!

Cerró los ojos, cegada por la intensidad de la luz. La nave empezó a sacudirse de un lado a otro con fuerza, haciendo volar los objetos sueltos en la habitación, y segundos después giraba ya sin control. Neil salió disparada hacia una ventana, golpeando su cabeza. La mujer contrajo sus piernas y se protegió como pudo. Por sus manos comenzaban a escurrir finos chorros de sangre. Iba a morir, la nave iba a ceder, podía escuchar piezas metálicas desprenderse de la vieja estación. Un grito de desesperación salió de su garganta uniéndose al de sus compañeros…
                                                                                         

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