Sólo le faltaba subir un piso para llegar al corredor que lo conduciría a su apartamento, ese lugar donde cada noche, se sentía fuera de este mundo tan agitado y egoísta. Ese día sin ningún motivo aparente, Marcos recordó que el encargado del mantenimiento de los ascensores, aquel señor mayor, con cabello canoso y de corta estatura, quien vivía en el apartamento 202, había muerto brutalmente hace unos meses, probablemente un año, sin nadie saber las razones de su muerte. Es por ello que desde entonces se viera obligado a subir las escaleras, pues los elevadores se encontraban fuera de servicio desde hace tiempo.

Pronto cumpliría una década de vivir allí, ese edificio al que se mudó luego de irse de casa de sus padres, cansado de ver a su madre llorar luego de los golpes que cada noche le daba su padre alcohólico. Ese hombre a quien solía ver en el espejo cada mañana, no sólo por compartir el mismo color de cabello, negro como la noche, también lo recordaba al tocar la cicatriz que le hizo de niño debajo del ojo izquierdo y que le bajaba hasta la mitad de la mejilla. Aquel ogro llevó a su familia a la ruina, e incluso fue el culpable de que el hermano de Marcos se marchara desesperado de su hogar, sin despedirse de nadie, luego de darse cuenta que ni siquiera las drogas le daban la paz que tanto deseaba.

Le faltaban pocas gradas, anhelaba llegar a su cama y acariciar a su gato hasta quedarse dormido, a pesar de que aquel animal se desaparecía por días y volvía de la misma forma misteriosa en la que se había marchado. Pero esto no le preocupaba a Marcos, sabía que su gato podía cuidarse solo, y es que lo había encontrado hace un mes maullando frente a la puerta de su apartamento, con su pelaje blanco mojado por la lluvia y unos ojos penetrantes.

Al llegar por fin al corredor, respiró profundamente, exhausto del esfuerzo realizado al subir todas las gradas del edificio. Sin embargo, su tranquilidad no duró mucho, ya que sintió un escalofrío bajar por su espalda al notar un silencio absoluto. De hecho, se dio cuenta que en los demás pisos no había escuchado un solo ruido. Tampoco vio al gerente que todas las noches se sentaba a fumar un cigarrillo cerca de la entrada del edificio. Parecía ser el único allí.

En esta profunda soledad, dando pasos cortos y con mucho sigilo, emprendió el camino hasta su apartamento, el cual quedaba al fondo del pasillo y se destacaba por tener una puerta negra, a diferencia del resto que eran blancas. Su pulso se aceleraba, en su mente se repetía una y otra vez la idea de que al entrar todo volvería a la normalidad.

Al encontrarse a unos cuantos metros de su apartamento, escuchó un maullido. Se detuvo a escuchar con atención. Otro maullido. Marcos pudo reconocerlo, era su gato. Sin embargo, el llamado de su mascota parecía un grito de angustia, ya que era más agudo y extenso de lo normal. Esto le dio fuerzas para acelerar el paso, sacar las llaves y abrir la puerta de su apartamento 203.

Nada. Allí no estaba su gato ni cualquier otro felino. Incluso todo parecía estar normal.

Antes de poder tranquilizarse, su mirada se apuntó hacia las ventanas, ya que éstas estaban de color negro, como si alguien las hubiese pintado mientras él no se encontraba. Quiso acercarse para ver mejor aquello, su corazón latía rápidamente, su mente era un torbellino de pensamientos fatídicos. Al estar al pie de las ventanas se determinó a tocarlas, y se dio cuenta de que aquello no era una pintura normal. Un líquido espeso y desconocido para Marcos brotaba de las mismas, a tal punto que la pared comenzaba a ser manchada con este flujo. Inmediatamente, su nariz percibió un aroma desagradable, que por un momento le provocó nauseas, como si hubiera sido liberado después de tocar aquello.

—¿Qué es lo que sucede en mi apartamento? —Exclamó Marcos. —¿Por qué alguien me jugaría una broma tan horrible?

Sintió una enorme curiosidad, la cual le insistía inspeccionar más a fondo, pero sus instintos lo impulsaban a huir y buscar ayuda, a pesar de que afuera parecía no haber nadie a quien acudir. Sus pensamientos se aceleraban cada segundo, su cerebro buscaba una solución en medio de tal locura, mientras su cuerpo sudaba como si su apartamento estuviera en medio del infierno.

En ese momento, Marcos escuchó un maullido extraño que provenía del pasillo, estaba seguro que era su gato y que también se encontraba en problemas. Corrió hasta la puerta y salió. Su sorpresa fue mayúscula, no sólo no estaba su gato, sino también se dio cuenta que las demás puertas eran negras, las paredes pintadas con aquello que vio en las ventanas de su apartamento, y la salida hacia las escaleras se encontraba bloqueada por unos barrotes de metal, como si se hallara en una prisión, o más bien, una pesadilla de la que no se podía despertar. La única alternativa que encontró fue pedir ayuda entrando a alguna puerta, quizá algún vecino aún se encontraba allí. No podía ser el único que vivía ese sufrimiento.

Tuvo que contener la respiración al abrir la primer puerta, ya que volvió a percibir aquel olor de antes y vio que el aspecto por dentro era prácticamente igual al de su apartamento. Se devolvió, abrió otra puerta y se repitió la escena, una y otra vez. Para su asombro, todos los apartamentos eran iguales al de Marcos. Los mismos muebles, la misma decoración, las mismas ventanas, la misma alfombra. Con gran desconcierto, se propuso correr hasta el final del pasillo, esperando encontrar una salida entre los barrotes de metal, pero casi al llegar, se detuvo frente a un apartamento al notar que una luz roja se escapaba por debajo de la puerta. Su piel se erizó, supo entonces que no debía entrar, pero era su última opción. El miedo crecía en su interior mientras giraba la llave para abrir. Lentamente dirigió su mirada al interior, el apartamento estaba sumergido en la más profunda oscuridad, pero, aún así, sus ojos fueron capaces de observar una pequeña figura en medio de la habitación, completamente inmóvil como una estatua: su gato.

Al día siguiente, el gerente del edificio subió a buscar a Marcos, en primer lugar, para cobrarle la renta, y además, se encontraba extrañado de no verlo desde varios días atrás. Cuando llegó a la puerta blanca del apartamento 203, la encontró abierta. Ya dentro, no encontró indicios de que alguien viviera allí, ya que había pocos muebles y además parecían nuevos, como si nadie los usara. El gerente dedujo que Marcos no regresaría, era entonces necesario rentar de nuevo la habitación. Al dar marcha atrás para volver, pudo observar a un pequeño gato, de color negro y con una cicatriz debajo del ojo izquierdo, parado frente a la puerta del apartamento 204.

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