Chocolate, fresas y tú

Chocolate, fresas y tú

J. A. Gómez

15/09/2020

Su nombre de pila era poesía pura. La amé por encima de cualquier eventualidad física o espiritual. Aún así me faltó tiempo para quererla, si cabe, aún más. Tan exageradamente poco cuerdo este amorío que el hecho de amar duele tanto como apretar trozos afilados de cristal con manos desnudas.

 Su nombre de pila era poesía pura, pura poesía, guardiana candente al día aventurado y celosa custodia a la presta caída del anochecer que golpea, sin consideración alguna, salvajes acantilados y pulidos cantos de las escolleras.

 ¡Ella! Particularidad creativa, creativa particularidad. Clarividencia dentro de sueños arrítmicos y cántico de custodios a rodilla hincada al despertar. Hay más por conocer en cada minúscula coexistencia. ¿Qué nos quedó por hacer? ¿Plantar un árbol?…

 Lo rubrico al beneplácito de esta empecinada sensatez que me inunda de orgullo. ¡Ella! ¡Yo! ¡Nosotros! Desenfadada pareja de cabriolas; de la cintura agarrados bailando sin complejos sobre una caja de música o ¡así lo quisiera!…

 Nos conocimos cuando contábamos apenas quince años y desde aquella primera mirada adolescente lo supimos. Dos torrentes bajando la misma ladera, dos senderos convergiendo en el mismo cruce. Más de uno y menos de tres a la par de rosas y jazmines que solamente han dejado reminiscencias. Lo aceptamos sin saber nada de la vida; sin embargo, en tan grandilocuente ignorancia y con todo por aprender forjamos ataduras sin cuerdas, suspiros sin egos e ilusiones dos por dos que los inviernos pulieron ¡o así lo quisiera!…

 Su larga melena podría confundirse con la caída de la noche y yo, afortunado caballero desventurado sin más fortuna que su displicencia estuve allí, acicalándola frente al espejo disparejo. ¿Qué decir de sus pupilas? ¡Ay! Embrujo hipnótico tomado del cielo para clavarlas en las mías. Par de ojos topacio, finas y delicadas incrustaciones redimidas en santa confesión. ¡Chocolate, fresas y tú! Felicidad completa ¡o así lo quisiera!…

 Los designios corrían inquebrantables, contenidos entre muros de papel y fronteras indefinidas. Tú, embriagadora copa servida en marfil; tentación del católico, deseo prendido al punto de aceite hirviendo y brasas humeantes. Ama de llaves con única llave maestra. Abrasada sin más ropa que tu piel trémula.

 Toma mis manos que son las tuyas, recréate en mi deseo primoroso y en tu respiración agitada. Juegos prohibidos, tú y yo, pudiéndolo ser, fuimos. ¡Arrebatadora locura la que a ti me ata!

 Tez pálida y pálidos labios; ven, cubrámonos bajo la manta térmica de nuestros cuerpos. Empalidecidos versos son aquellos que jamás se recitan, dispersos al albor de puñado y medio de trovadores mudos. A nuestra puerta llama terco ese viejo conocido, ¡váyase señor invierno! ¡Váyase y no vuelva! ¡O así lo quisiera!…

 Su nombre de pila era poesía pura, mujer mayúscula y esposa esdrújula, esposa esdrújula y mujer mayúscula. Compañera grandilocuente capaz de hacer vibrar mi cuerpo estando a años luz de distancia. Aquí estoy y no allá, mitades complementadas sin necesidad de aliño, cimientos ni naranjas dulzonas.

 Acá, dejándome ver y no acullá, contando pájaros que pasan mientras fingen acompañarme en mi hora más oscura. ¡Lo juro! Añoranza, rectitud, perseverancia, verdad y cuerda de esparto para atar el manojo. Vida sesgada sin más disculpas que muecas torcidas y aprensivos aspavientos. Eventualidades fuera de toda competencia. El destino se la llevó ¿Y por qué a mí no?

 Nadie como ella para hacerme beber de sus labios y del hidromiel de su cuerpo. Cada noche, cada día y lo que transcurre entre medias, tirándonos por el tobogán llamado bonanza.

 Su nombre de pila era poesía pura; virtud del que ama amando de verdad, sin contramedidas. Me regaló placidez y armonía bailando, sin parar de reírse, con el palo de la escoba. También yo la hice dichosa, agarrando ese mismo palo para no pisarle los pies. ¡Silencio! Escuchad bien pues son los latidos de dos corazones ¡o así lo quisiera!…

 Trío de ases marcado, marcado trío de ases; desconsuelo, infortunio y desgracia vertidos sobre múltiplos de dos. ¡Está hecho! Gritaré su nombre por última vez, escribiéndolo en el aire para que el viento esparza cada letra por las cuatro esquinas.

 Ella está aquí, en nuestro nido de amor malogrado, descansando antes de emprender tan largo viaje. Cerré sus ojos topacio para que la luz no violentara sus fastuosas pupilas. Y la he vestido como a la más considerada de las ninfas; delicada y metódicamente. Perfectos trazos de maquillaje, blusa azul celeste con graciosos vuelos en puños y cuello; fina chaqueta color negro, pantalón liso impecablemente planchado, cinturón de falso cuero, calcetines color chocolate por encima del tobillo y zapatos de tacón bajo con cierre de cremallera.

 Y la he peinado con su cepillo favorito, de arriba abajo durante más de tres horas. Suave y delicadamente, evitando dolorosos tirones. Su cuerpo reposa como una diosa agotada tras crear mundos de colores y fantasía. No puedo apartar la vista de ella y mi corazón se achica, claudicando en póstuma presencia.

 Belleza sin parangón aún en esta trágica circunstancia. Desearía tocarla como la primera vez más debo ser fuerte y velarla en riguroso padecimiento. ¡Perdóname por dejarte partir sin equipaje! Mas ¡Espérame! Pronto juntos volveremos a oírlo: ¡chocolate, fresas y tú!

 Saborear este pecado no puede ser condena y de serlo gustoso arderé en la caldera del ángel caído. ¡Oh sí! Mi esposa y esposa mía, juventud diluviana que nos ha arrastrado hasta este fatal santiamén. Hermosa mujer y mujer hermosa como puestas de sol, henchida e imprescindible cuan oxígeno en mis pulmones.

 Lloro en soledad porque estoy solo y solo estoy. Lloro lo perdido pero a la par pinto una minúscula sonrisa por la dicha de habernos cruzado en esta vida. Ella, princesa pálida de expresión policromo, cinceladora de universos que inexorablemente están por consumirse. Ella, perdición femenina y perderme de lo absoluto es cuanto anhelo en estas aciagas circunstancias. ¡Callad! Por favor, escuchad esa voz saliendo de su boca. Me habla, me susurra vocablos incendiarios, me toca, me besa, me busca, me roza ¡o así lo quisiera!…

 No es locura amar más allá del propio amor, no lo es y de serlo ¿importa? Cuando éste llama al pecho hay que brindarle posada. Así es ella, mujer terremoto fuera de cualquier escala y éxito veraniego que no necesita de estribillo. Piel tibia, tibia piel, pensamiento libre para esencias embotelladas en frascos pequeños. Y así soy yo, yo soy así, súbdito abnegado capaz de poner a sus pies mis mejores zapatos.

 Su nombre de pila era poesía pura. Dama de angelical presencia con la virtud de cortar en dos el aire que respiro para dármelo de sus labios. ¡Ella! Siempre presente, presente siempre. La misma diagnosticada con cáncer de pulmón. Perfecta armonía disfuncional con fecha de caducidad. Cansada de máquinas silbantes, afiladas agujas e impersonales batas blancas…

 Se negó a recibir tratamiento por más tiempo. Valiente temeridad pero tranquila y apaciguada, reflejo y prisma en el mismo haz de luz. Aventado final. Amada y amando como pocos podrán hacerlo ni contando siete vidas.

 Miradla ahí, tumbada, exánime y calmada. Fermento de pasiones ¡qué hermoso molde! ¡Qué estampa digna de canonización! Cuanta lindeza aún en este protervo ocaso.

 Mal transformador que ha volver mis tripas en corazón. Me mata verla guardando silencio; fría y ausente, queriendo mirarme sin poder verme…

 Ella no quería dilatar su agonía, decidiendo mientras pudiese cuándo y cómo. Tuve que ceder, tendiéndole mi mano. Apenas medio suspiro paupérrimo más una queja estéril antes de estallar la tormenta, ahogándonos en arenas movedizas. Tornáronse ásperos dos paladares singulares mas el amor proseguía en flor, aferrándose a la tierra de los vivos desesperadamente, buscando florecer al menos una primavera más.

 Decidimos compartir a dúo el destino de aquella vida apagándose cuan moribunda estrella. Fémina y femenina, nombre de damisela traviesa tatuado en un rincón de mi cuerpo carente de ángulos muertos. Me lo dio todo sin pedir nada a cambio, sin querer cambiarme, aceptando como virtudes mis defectos y en última instancia yo… yo…

 ¡¡¡le di muerte!!!

 El cianuro siempre hace su trabajo. Por un instante han cerrado la puerta cólera y arrebatos empero tornarán, echándola abajo. No pasarán de largo, claro que no, nunca lo hacen.

 Con el tiempo por rasgada bandera la contemplo con ternura e impotencia. La miro y la veo en infinita piedad antes de decirle, entrecortadamente, aquella frase de nuestra adolescencia: chocolate, fresas y tú.

 Aún en ese estado ausente y deshojado es el pétalo más embrujador de cuantos engalanan patios y jardines. La amaré en recto y en curvo, proclamándolo allá a dónde nos lleve la de la guadaña.

 No necesitó mucho para convencerme; una caricia en la mejilla, una corta plática y una mirada compasiva. Me lo pidió y acepté dar cumplimiento a su última voluntad. No existe mayor sacrifico que sacrificar lo que se ama por amor.

 Sin embargo no te preocupes ¡ya voy! ¡No te dejaré sola! Te lo prometí en este mundo recompuesto de sueños rotos. Como puedes ver me he vestido para la ocasión ¿te gusta? Seguro que sí. Me vendría bien tu habilidad con la corbata, soy torpe para muchas cosas y lo sabes.

 No seas impaciente. Me tumbaré a tu vera, besaré tus labios, beberé ansioso de tu copa, contemplaré tu rostro y con mi último aliento tomaré tu mano…

 Espérame mi bello corcel ¡ya voy! Y allá dónde lleguemos cabalgaremos juntos, amándonos sin cuartel. Lo primero que escucharemos será nuestra frase: ¡chocolate, fresas y tú!

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