Estaba teniendo sentimientos encontrados. Dolor. Miedo. Desesperanza. Luchaba de forma constante con pensamientos filosos que lo mantenían incapaz de conciliar el sueño.
Miraba casi hipnotizado e inmóvil el techo de la modesta carpa en medio de un territorio desconocido para el. Recostado sobre su cama, cohibído y con los brazos sobre su pecho. Tiritando por el clima gélido de la noche en el bosque tropical. Recordaba las incontables muertes que había presenciado y las incontables de las que había Sido artífice.
Albtraum, el joven pálido y solitario, intentó bajar de su cama en la parte superior de la rústica litera con dificultad. Trataba de no hacer ruido alguno y no despertar a nadie. No quiere tener que lidiar con las reprimendas e injurias de sus superiores.
Tras bajar por las escaleras metálicas tocó la superficie glaciar de el suelo con los pies desnudos. Luego de mirar a todos lados se cercioró de que nadie lo miraba.
“Porque estoy haciendo esto?” Se preguntó el joven mientras caminaba a paso lento, en puntillas hacia la salida.
Salió de la carpa. Admiró el ambiente gutural de la selva sumida en tinieblas alrededor de el campamento. Exuberante vegetación iluminada de forma sublime por la luz de la luna. La cual posaba como una modelo bajo la luz de los reflectores sobre su cabeza, al no haber luces artificiales urbanas.
A pocos metros de el, había visto una sombra humanoide. Era iluminado por una luz etérea y amarillenta a la altura de su cabeza.
“Un cigarrillo…” Especuló para sus adentros.
Se acercó desconfiado y sigiloso hacia la figura anónima.

— Hey… Oye…— Susurró Albtraum al hombre.

— ¿Que? —Le respondió confundido — ¿Quién eres?

— ¿Perdón? ….. so-soy Albtraum —Le dijo al acercarse mas— ¿Tu quien eres? ¿Qué estás haciendo aquí?

El otro individuo, el cual se había revelado como un hombre afroamericano de poco mas de veinticinco años, volteo para mirar al pálido soldado frente a el.

— ¿Eso de verdad importa? —Pregunto con expresión de disgusto seguida de un suspiro.

— Me llamó Freund…. Solo, no podía dormir. Decidí salir fumar y ver el bosque—Prosiguió

— Yo tampoco podía ¿ Esto es una mierda, verdad?

— Lo es…. ¿Quieres uno?—Le ofreció un cigarrillo apuntando la cajetilla hacia el.

— No, gracias. No fumo….

……….

En las barracas, sentado sobre una silla raída, se encontraba Albtraum luchando para no quedarse dormido. En su rostro relucían marcas infames. Algunas sin cicatrizar aún. Lo hacía ver descuidado y moribundo. Tal vez lo estaba.
A pesar de los estragos pronunciados en su cuerpo, no sentían que la guerra estuviese avanzando. Soldados iban y venían. Muchas veces morían frente a sus ojos, pero nada les había impedido que se mantuviesen unidos.
Freund, se hallaba junto a el soldado con quién había compartido las últimas semanas. Las últimas batallas. Las últimas esperanzas. Fumaba cómo de costumbre un cigarrillo. No se sentía mejor que Albtraum, ni física, ni mentalmente. La guerra había derrumbado su moral.

— No creo poder resistir más, Freund — Vocifero por lo bajo, pesimista.

— Pues creo que no tenemos elección — Respondió encogiéndose de hombros — A menos que quieras morirte, por supuesto.

— Créeme que lo estoy pensando.

La suerte no había estado precisamente de su lado, aunque no pareciese así. La muerte era lo peor que le podía pasar a un hombre, pero en esas circunstancias tal vez la muerte era una opción factible.

……….

Albtraum corría herido, su corazón daba tumbos fuera de su pecho. La sangre escurría en su rostro manchando un poco el uniforme, cubierto de una capa de mugre espesa y húmeda.
Habían estado en el frente. Ambos se cubrían las espaldas y se mantenían juntos mientras las detonaciones ensordecedoras anunciaban la muerte de muchos. Algunos enemigos. Muchos otros aliados.
Freund, tras un descuido, había sido atravesado por una bala casi a altura de pecho, dejándolo sin habla. Dos hombres lo llevaban en camilla dando tumbos con un paso apurado mientras otros dos le apretaban su pecho expuesto para detener el sangrado. Se dirigían a la enfermería.
Corría para seguirles el paso, a pesar de sus múltiples heridas superficiales, las cuales le ardían como el infierno con el con contacto con el sudor.
Al cabo de un momento llegaron a la enfermería. Una carpa de un tamaño considerable, y un tanto expuesta en el ala derecha del laberintico campamento.
En su interior yacía un paisaje lúgubre lleno de muerte y carne expuesta y sangrante. Atiborrada de soldados moribundos en su interior. Algunos hombres gritaban y sollozaban, se retorcían en sus osadas camillas antes de caer inconscientes.

— ¡Hey! No puedes pasar dentro — Le reclamó burdo uno de los hombres que custodiaba la entrada de el casi descubierto recinto.

— Tengo que entrar. Freund está adentro. Tengo que ver cómo está

— No puedes. Te acabo de decir que no puedes pasar. Debes irte, o esperar afuera.

……….

Pasaron pocas horas, pero las suficientes para hacer que el Sol se alejara dejando casi a oscuras y con una luz tenue anunciaba la noche.
Había dejado de escuchar gritos provenientes de la carpa, y las piernas le flaqueaba. No había descansado ni un momento mientras esperaba con preocupación.
Un hombre salió de la carpa. Uno de los enfermeros. En su vestidura se notaban manchas y coágulos de sangre seca y una barba de varios días adornándole la barbilla. Se le acercó.

— ¿Usted es Baily?, Soldado —Preguntó el enfermero con la voz un tanto seca.

— Si. Soy Albtraum Baily — Respondió — ¿ Sabe cómo está el soldado Freund?

Tardó un momento para contestar la pregunta vacilante y cohibido.

— Lo siento…. Fue demasiado tarde para el— vaciló el enfermero extendiendo su mano cerrada.

Le entregó una chapa de aluminio grabada y oxidada, pero lo suficientemente legible.

Pvt . Freund Johnson.
15 – 02 – 1947.
Brooklyn – New York.

…….

Cómo todo había empezado. Ahí estaba, tendido y desmotivado sobre su dura cama. Incapaz de conciliar el sueño, apoyado de un lado y con los ojos irritados e inyectados en sangre.
“Freund Johnson falleció hace unos minutos. No pudimos hacer nada. Me pidió que lo buscará” Recordaba las palabras de aquel enfermero y resonaban sin descanso en su mente, cómo estacas filosas, punzando las paredes de su Psique.
Habían pasado días que se le despojo a la soledad una vez mas. El dolor fue momentáneo, pero ahora se desmembraba el pensamiento, cuestionamientos que surgían de la nada, producto de la constante e interminable sugestión voraz.
¿Es mi culpa? ¿ Voy a morir? ¿ Esto es verdad? ¿ O solo el producto de un sueño degenerado que me introdujo la soledad?
Su mente impía se sumió en un mar gigantesco de dónde le era imposible salir. Su cabeza dolía palpitando en sus cienes por la falta de sueño. Su cuerpo se había vuelto escuálido y débil.
Le perturbo de repente, el sonido de la hojarasca siendo movida y pisada a fuera y a todos lados de la carpa. De forma abrupta, su mente calló cualquier pensamiento concebido en el momento, para poner atención a lo que estaba sucediendo.
A los lados se escuchaba la vegetación moverse, cómo empujada por un grupo de personas que se acercan. Se escucharon las detonaciones y los gritos fuera.
Ya los hombres se había levantado, y habían tomado sus posiciones para morir poco después. Albtraum se levantó de un salto y no tardó en salir. Los vehículos, las carpas militares y puntos de vigilancia ardían dejando ver todo el lúgubre paisaje.
Soldados enemigos gritando injurias inentendibles, masacrando a sus aliado, sin posibilidad de defenderse.
“MIERDA. MIERDA. MIERDA.” Empezó a correr al ser visto. Varias balas sonaron en su dirección, logró evitar tres de estás. Las últimas dos terminarían agujereando su espalda.
Tumbado. De cara al suelo. Sangrando. Casi estaba nadando en su propia sangre mientras daba sus últimos respiros. Jadeaba desesperado para sumirse en la más absoluta oscuridad.

Todo había terminado.

………

— ¡AH! —Despertó gritando, levantando su cuerpo violentamente.

Se quitó la manta de encima y se sentó sobre su cama. La luz de la ventana revelaba un cuarto minimalista de paredes blancas e impecables, decorado con un librero de madera oscura.

— ¿ Que sucede? ¿ Te encuentras bien? — le pregunto una mujer tras el umbral de la puerta.

Lucía una mata de pelo grisáceo sobre su cabeza y una tez aventada.

— Hm…. Si. Estoy bien, cielo. Solo otra pesadilla. Se han vuelto recurrentes.

Le recordó, cómo siempre, que había pasado veinte años de la guerra para calmarlo un poco. Lo llamó a desayunar para luego irse, haciendo ruido al bajar por la escalera.
La guerra le había causado incontables daños. Físicos y mentales, daños que hasta el día de hoy le atormentaban.
Había llegado una mañana más, y veinte años luego de su muerte.

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