Mis días discutían entre ellos, unos insistían en mirar la vida de la forma más oscura posible, los otros veían luz en todo.
Los primeros querían convencerme de sentir una profunda amargura por el pasado y las cosas que he hecho mal, me decían que, si hasta el momento no había logrado lo que soñaba, ¿por qué tendría que pensar que ahora lo haría? ¿Acaso el universo se empeñaba en hacer que las cosas no me resultaran como esperaba? ¿Karma por algo que ni siquiera sabía que había hecho? ¿Es que alguien en alguna parte me había condenado a no conseguir lo que quería? Suponían que no estoy hecha para la felicidad que los otros tienen.
Aunque en realidad, no todo lo que decían era tan malo, de alguna manera querían también motivarme a la acción. Pretendían hacerme cambiar el rumbo que había llevado hasta el momento, que al parecer no había tenido tanto fruto como hubiese deseado.
«Debes comenzar a actuar radical y totalmente diferente, hazte cargo de tu vida, de lo que quieres, no esperes a nadie para que haga las cosas por ti, si quieres algo, ve por ello, que nada ni nadie te limite, ni siquiera con sus ideas o consejos de aparente sabiduría, necesitas aprender de la vida con tus propios errores y experiencia, sino qué sentido tendría que te hubiese sido otorgada una vida. Si tan sólo se tratara de recibir información de los demás, pues entonces hubieses sido una máquina. Pero no, eres una persona, un ser que vive, que tiene un corazón que palpita, un alma que anhela experimentar y aprender del vivir».
Espera… esos eran los días que llegaba a conclusiones “positivas”. Quizás también aprendía de los días oscuros, pero cuando querían hacerme doler el corazón, podían lograrlo, hacían su trabajo con bastante excelencia.
Y es que la oscuridad que portamos puede ser muy cruel, si dejamos que tome ese rumbo. En mi caso, a veces los dejaba pisotearme, supongo que en cierto modo disfrutaba sentir algo, aun cuando fuera dolor, supongo que me hacía sentir viva. Si soy completamente honesta, a veces esperaba con ansias esos momentos de crisis, todo eran tan dramático, y podía sentir con extrema profundidad los misterios del universo, todo era completo caos.
En cierto modo amaba un poco el caos de no entender cosa alguna, de querer tanto y no encontrar la forma, de explotar mi cabeza con posibilidades infinitas. Al menos los primeros momentos era emocionante e incluso había minutos en que me sentía superior, por cuestionar todo y a todos, ¿cómo los demás podían ser tan mediocres y conformarse con una vida sin cuestionamientos? Sí, eso pensaba, y luego me daba cuenta de que, en esa ecuación, la única que no tenía paz era yo. Entonces deseaba con todo mi ser convertirme en una «mediocre», en esa que solía ser, la que de alguna forma se convencía y absorbía toda esa «verdad absoluta» que le traía tanta calma.
Y luego… venían los resplandecientes y coloridos días de luz (nótese que lo digo con un grado de sarcasmo y amargura, porque también eran crueles y un poco egoístas, ya que no eran capaces de estar siempre, venían cuando se les daba la gana, como si nunca se hubiesen ausentado).
Aun así, estos días eran como la brisa del mar para mí, como un respirar profundo luego de haber estado aguantando la respiración por mucho tiempo, como si un estado de tranquilidad y esperanza se apoderara de mí, de mis pensamientos y expectativas, hacían que en mi imaginación fuera todo posible.
Es más, cuando esos días me visitaban, podía ocurrir cualquier situación, y como una persona completamente extraña para mí, era capaz de ver lo “bueno”, el aprendizaje, lo que podría lograr gracias a eso que me estaba ocurriendo. Hasta el escuchar música era un momento de inspiración casi mágica, los sonidos me sonaban a felicidad, a paz, me invitaban a soñar “con un mañana mejor”, con disfrutar por completo el presente sin amargarme por el pasado, y sin angustiarme por el futuro.
Una sensación de gratitud me inundaba, tenía tanto por lo que dar gracias, era una persona afortunada, bendecida, o como quieras llamarle a cuando la vida te da todo lo que necesitas para vivir, y más. ¡Ay, días de luz!
En uno de ellos recuerdo reflexionar sobre algo bastante simple, pero como suele suceder en los momentos de reflexión, una obvia y simple verdad me partió la cabeza, y es que desde hace ya bastante tiempo sabía que todo lo que vemos es por la luz, las formas y colores que construyen esa realidad que nos parece tan majestuosa a veces y otras tan abrumadora, todo eso era gracias a la luz. Por el contrario, en la oscuridad, solo hay oscuridad. Llega a parecer un poco ridículo que lo diga, pero es que me hacia amarla tanto, me hacia desear esa luz con todo mi ser, le pedía que brillara muy fuerte, siempre, constante. Pero la realidad, o al menos mi realidad, es que esa luz que tanto quería, era todo menos constante, iba y venia en mí, dejando a veces solo el vacío de la oscuridad, era una caprichosa luz inconstante.
Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que esa oscuridad mía que tanto odiaba, a veces también tenía tanto que enseñarme. Quizás por eso la luz le daba espacio. Quizás por eso la dejaba jugar conmigo algunos días. Quizás en el fondo eran amigas. O amantes. De alguna parte venían los días grises que descubrí con el tiempo, esos que no son oscuros ni luminosos, esos que me dan espacio a escoger hacia qué parte acudir, esos que parecieran querer enseñarme los matices del vivir, esos que me repetían constantemente que nunca tendría esa verdad absoluta que tanto anhelaba. Trataban de enseñarme que siempre habrá preguntas y verdades a medias, pero que no significaba que no pudiera vivir así, debía aprender a amar la vida con todas sus tonalidades, finalmente eso la hacía tan bella.
Me gustaría decir que luego de tantas visitas de los días claros y oscuros aprendí a recibirlos con gratitud absoluta cuando venían, pero no, siguen fastidiándome. Aun así, los amo por ser mis maestros, mis amigos, de ellos estoy complemente segura que siempre estarán, aunque no siempre quiera tenerlos en casa.
Lo que quiero contar aquí no es más que pensamientos que a veces tienen mucho sentido, y otras veces no son más que disparates. En ocasiones reflexiones profundas, otras simples frases que me suenan a total locura. No pretendo enseñar nada a nadie, pero espero que al escribir estas líneas parte de mi esté en calma al saber que tantas horas que dedico a dar vueltas a todo, al menos tiene un fruto, el único de escribir estas líneas, y saber que en alguna parte, quizás muy cerca, o muy lejos, alguien está teniendo una visita de la luz o siendo completamente abandonado/a por ella. Pues sí, ama ser inconstante.
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