Me niego a recordar el día que decidí saber de ti. Me retraigo de alargar la mano en el polvoriento baúl de mi mente, donde muy en el fondo, guardada en un sobre pálido y con moho, descansa la brillante sonrisa que me atrapó. Mi hipocampo cuenta que de tu boca salió y el traidor...
Hacía tiempo que había aprendido a ignorar aquella molesta presión que durante gran parte de mi vida había sentido sobre mi pecho, pero ver al fantasma aquella tarde de invierno volvió imposible separar mi atención de ella nuevamente. Fue como encontrar algo que, de alguna forma y sin saberlo, había estado buscando hacía mucho tiempo.
¿Y yo? Yo elegí destruir el imaginario en el que te tenía, no porque quisiera borrarte, sino porque nunca existió una muestra real de ti que justificara el pedestal donde permanecías.
Por el momento no ha llegado esa sinfonía aún, he tratado de buscarla en cada orchestra, por un momento creí haberla encontrado cuando estaba contigo, pero no, fue ahí cuando se desvaneció. Y a esa sinfonía, la llamé «equilibrio».
¿Cómo comenzar esta historia, con este tormento de pensamientos en mi cabeza? Algo no anda bien, creo que me estoy enamorando. Sus ojos café lo dicen todo, esa mirada tan tierna, y esos nervios que sentimos al vernos me hacen creer que esto será real. Si tan solo leyeras mi mente, te encontrarías con miles...
Recuerdos guardados de mejores tiempos, con el paso del tiempo juntan polvo y quedan olvidados en un rincón esperando a ser revividos. Cartas, flores, libros y hojas son las primeras cosas archivadas, pero también las que tienen más sentimientos.