Vine a decirte que te amo, pero tengo que cambiarte, y no voy a poder visitarte como hasta ahora.

Vine a decirte que te amo, pero tengo que cambiarte, y no voy a poder visitarte como hasta ahora.

Matias Cañete

11/03/2019

Hoy fui a verla, la luz del sol se colaba entre los árboles, el viento bailaba las hojas y sus sombras se esparcían por las calles. Las mismas veredas, los mismos perros, las mismas estatuas, las mismas caras. Nada diferente, hace cinco años, dos meses y seis días que nada cambia en aquel lugar. De vez en cuando alguna máscara nueva, mismo contenido. Nunca cruzo más de veinte personas en todo el recorrido. No a esa hora de la mañana.

Es increíble la cantidad de cosas que se le ocurren a uno cuando pasa tantas veces por el mismo lugar. El piloto automático de la mente hace que termines volando a otros lugares, fuga le dicen, porque escapás de la realidad hacia otro lugar donde no duele, donde no hay presión, donde la tranquilidad es reina.
Una vez cada quince días, hace cinco años, dos meses y seis días. Las primeras veces era una sombra más entre las demás, nada me animaba a levantar la cabeza, ida y vuelta. Las lágrimas eran la única compañía fiel. Chocaba con la gente en el camino, pero ni siquiera pedía perdón, a veces un murmullo en tono de disculpa, y éso al regreso de la visita, nunca a la ida. Cuando por fin comencé a despertar, a volver a esta realidad, lo primero que analicé, obviamente, fue el piso, las veredas, los cordones, las calles, la cantidad de baldosas, la mugre instalada en las juntas, las islas de pasto rebelde, creciendo donde no debería. Días más tarde pasé a analizar zapatos, de hombre y de mujer, de niños o adultos, clase baja, media o alta, nuevos o gastados, borcegos, zapatillas, mocasines, un día vi un par de ojotas. Luego analicé las ropas, y recién después, pude mirar las caras. Me encontraba en todas, compartiendo ese no sé qué que es indescriptible, y que sin embargo es tan común a todos los que cruzo en el camino. Siguieron los árboles, las esculturas, las entradas de las casas, los objetos que dejaban afuera; bicicletas, bordeadoras, autos, enanos de jardín, perros, gatos, caballos. Un día descubrí una valija llena de ropa de hombre en la puerta de una de las casas, seguramente debido a un mal comportamiento matrimonial, se notaba en los cortes de abajo a arriba en las camisas y los pantalones. No me causó absolutamente nada, ningún sentimiento, nada de pena, ni bronca, ni tristeza, ni alegría.

Una vez, cada quince días, desde hace cinco años, soy impermeable a cualquier cosa que no la contenga, que no se trate de ella, que no la repita en los momentos, y entre cada uno. Por éso le hablo desde que salgo de casa.

– El camino hasta vos está tan calado en mis huesos, que soy capaz de llegar con los ojos cerrados. Mis músculos ya se instalaron el piloto automático, no necesito ni a la española del gps, aunque no me disgutaría escucharla, sabés lo que me «cachondea» el acento.
Me siento incómodo, ya hace algunos encuentros que visitarte me resulta así. Te pienso todo el tiempo, y cuando estoy en casa, a veces te escucho arrastrar las chancletas por el pasillo, o me parece verte cuando Toby ladra a espacios vacíos. Hablando de éso, ahora tu mirada no me dice nada. Mirás al infinito, me esquivás, estás paralizada ahí, como si yo no existiera, como si el mundo fuese solo el horizonte. Como si no estuviera donde estoy. Como si no fuese difícil para mí venir hasta acá, y sentarme al lado tuyo. Hablando de sentarme, me siento más solo cuando vengo a visitarte. Muy feo de tu parte abandonarme, irte tan lejos de todos, que resulta imposible volver a verte, y a la vez quedarte tan cerca, que me siento culpable catorce días seguidos.
Esta historia entre nosotros es la continuación de una más antigua, una de la cual voy perdiendo la memoria, parte a propósito, parte sin quererlo. Siento que nuestra relación depende mucho más de mí que de vos, depende de mi charla, depende de mis ganas, de mis propuestas, de mi necesidad de muchas cosas, y también de mi no necesidad de tantas otras, con las que algunos no podrían respirar. Incluso de mi capacidad de rutinarme, para hacerme el tiempo, para venir cada quince días, sin nada que pueda impedirlo. Creo, y no es que quiera convencerte de nada, que nuestra relación es más de mí conmigo, que con vos- dejé un espacio, esperando una respuesta aunque sabía que nunca llegaría. Tu mirada seguía igual, no hubo ningún ligero cambio, siempre fuiste dura para dar el brazo a torcer- No es que no te sienta, por favor, no vayas a pensarlo, sé que vos también hacés tu parte, estoy seguro, pero los monólogos nunca fueron lo mío, y ambos sabíamos que algún día las palabras se me iban a terminar.
El Sol de hoy es hermoso, el frío nos venía castigando bastante, pero hoy está muy agradable, los pájaros cantan en cada árbol, los insectos salen a recolectar y a alimentarse, la gente está en la calle y con ropa liviana. Hace bien el Sol. ¿Sabés qué? Marta ayer me dijo que… que…- pero no pude terminar la oración, y continué resignado- Sí, ya sé. Estoy demorando la despedida. Nunca se me dieron bien. Creo que es la primera vez en mi vida que estoy obligado a cerrar un círculo. No lo hago a propósito, es noventa y nueve por ciento inconsciente. Te lo juro.
En fin. Vine a decirte que te amo, pero tengo que cambiarte, y no voy a poder visitarte como hasta ahora. De hecho… no voy a volver a visitarte- un viento silbante me cruzó el cuerpo, causándome un escalofrío repentino que me subió hasta la nuca- Listo, ya lo dije. Y a decir verdad no me siento mejor que antes, ni peor. Me siento raro. Siento que… ¡Qué carajos sé lo que siento flaca! siempre me dijiste que tenía la capacidad de sentir igual a una ameba. ¿Sabés qué? Tenés razón. Mierda.
Tengo que irme, no puedo quedarme más tiempo. Espero puedas entenderlo. No quiero irme así. Preferiría que me mires, pero entiendo que no seas capaz. Quiero cambiarte esa negación tuya por un favor entonces. Necesito dejar de escuchar tus chancletas en los pasillos de la casa, dejar de encontrar rastros tuyos en el cepillo del pelo, y que Toby deje de ladrar a mitad de la noche mirando a tu lado de la cama. Entendé que de aquí a poco voy a ocupar ese espacio con otro cuerpo, con otro envase, y no va a ser una situación linda encontrarte a cada rato por ahí. Soy consciente de que fui yo el que rogó que te quedaras, el que pidió por favor que no te vayas, que no me abandonaras del todo, que des una señal, que me acompañaras, que sin vos iba a ser imposible cualquier cosa. Pero ya ves, tengo la maldita habilidad de acostumbrarme a todo, incluso a tu ausencia, espero- arranqué un par de yuyos del suelo y las lágrimas comenzaron a escaparse sin permiso aunque me había obligado a no mostrar debilidad.

Así le hablé a la tierra, a la piedra, a las flores, al recuerdo de su risa, a lo que sobró de su despedida, a ese rostro ovalado en una placa que juraba que no la olvidaríamos. Comencé a alejarme, recorriendo el camino de vuelta por última vez, sin darme cuenta que el Sol se había borrado del Cielo, que las nubes grises habían techado el ancho y el largo de todo lo que podía verse alzando la vista. No hice más que cruzar la puerta del cementerio cuando las gotas comenzaron a caer con fuerza, con bronca, con tristeza, con resignación, con melancolía, y por fin, con aceptación. Gotas grandes, espaciadas, me llevé una a los labios, y podría jurar que estaba salada. O quizás fue mi cerebro jugándome una mala pasada. Quizás tengo mejor imaginación de la que creo tener. O quizás, ella también se despide para siempre. No hay forma de saberlo, por lo menos no, hasta dentro de un par de noches en casa.

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