Otra noche de conversaciones con la almohada. A veces, casi ni se entendían a pesar de llevar varios años juntas. Eran cómplices.

Estaba a punto de cumplir treinta años y sentía que su vida estaba coja. Cada noche, esas conversaciones tan intensas entre el sueño y la vigilia, llegaban al mismo puerto: necesitaba un cambio.

De aquel día no pasó.

Aún recuerda el salto de su estómago cuando el avión despegó. Empezaba el viaje más importante de su vida. Por fin estaría consigo misma, consigo misma de verdad.

Estaba tan emocionada….a su alrededor llovía otro idioma. Empezaba su aventura y no tenía ni idea de lo que aquélla GRAN CIUDAD le iba a regalar.

Aún no sabe si ella llegó a Roma o si Roma llegó a ella.

Con los días fue encontrando su hueco en la familia. No se conformó con eso, también entró en sus corazones. Todas las noches charlaba con su «madre postiza» de la vida y ambas se convirtieron en grandes amigas.

Nunca antes comió tanta pasta y desayunaba todos los días bizcocho de chocolate recién hecho.

Se perdió por las calles estrechas de Trastevere. Tuvo citas en la escalera de los borrachos, se empapó de ese idioma que parecía que bailaba. Visitó Iglesias, hizo dos colas larguísimas para entrar a un concierto de un grupo que ni conocía. Un vagabundo le recitó un poema, escuchó el quejío de una guitarra en mitad de la noche, caminó descalza y abrió el paragüas aunque no lloviera para evitar a las palomas. Visitó el barrio judío, la pobreza de San Lorenzo. Se disfrazó de ángel caído y así visitó El Vaticano. Montó en el metro, visitó museos. Un día, sin saberlo, estaba en la fiesta del orgullo gay y pudo ver a Lady Gaga gratis.

En Venezia, compró un cristal de Murano y lo perdió casi al instante. Montó en góndola.

Se impregnó del arte de Bolognia, ciudad roja, y miró, maravillada, a los artistas que pintaban.

Recorrió las Cinque Terre de arriba abajo y fotografió cada rincón de colores.

Se sentó en un banco de lunares en Bérgamo mientras escuchaba el silencio de la lluvia.

Visitó la noche de Brescia y su feria.

Respiró el aire de Sirmione.

Tiene la foto típica con la Torre de Pisa.

Fue a Pádova, Virle, … e incluso le tocó la teta a Julieta en Verona….¡ qué hermosa ciudad!

Salió el arco iris después de tanta tormenta y perdió los zapatos. Nunca antes pisó tan de verdad.

Nunca se sintió tan libre, nunca se quiso tanto. No tuvo miedo. Vivió.

Su palabra preferida, tartaruga.

Su gelatto, di pistaccio…

Un cantautor, Lucio Batista.

Un bar, La Frontera.

Conoció gente de todas las partes del mundo: Valencia, Puerto Rico, Sevilla, Finlandia, Nápoles, Padova, Bérgamo, ,….todos y cada uno de ellos con una historia de la que escapar, una historia que contar pero, sobre todo, con una historia que escribir.

Y, también,se enamoró…

Bastó una mirada para activar los latidos… aquél italiano la volvía loca. Era como si lo conociera de toda la vida. Fue su amigo,su amante, su bastón, su risa, su aprendizaje, su amor.

Se conocieron un día cualquiera justo en la Fontana di Trevi.

Él no hablaba español.

Ella no hablaba italiano.

Pero los dos se entendían.

Aún recuerda el primer beso. Fue en la calle, antes de llegar a la parada de autobús, mientras caminaban. Él la agarró, la acercó a su cuerpo mientras la rodeaba con sus brazos y la besó. Fue un beso que jamás olvidará. Tampoco lo esperaba. Todavía le brillan los ojos cuando lo piensa. Se estremece su cuerpo cuando él viene a su cabeza.

Se conocieron tan bien…

Eran capaces de hablar desnudos sin mirar más allá de los ojos. Fueron su propia escuela de idiomas.

Cuando estaban juntos desprendían alegría. Bailaban por la calle, cantaban y se besaban. Corrían como dos chiquillos, se admiraban.

Veían en ellos la pareja perfecta.

Fue fugaz pero jamás olvidará aquel amor de verano en pleno noviembre.

Estaba loca… pensó incluso en quedarse allí con él para siempre.

Ahora cree que quizás, si hubiera tirado la moneda a la fuente,…

Le costó tanto poner broche a esta historia…

Pasaron los meses, volvía a España.

El aeropuerto fue testigo de sus lágrimas.

– Pídeme que me quede y me quedaré-, pensaba a veces en voz alta…

Cuánta pena sintió cuando le soltó la mano.

España ya no olía como antes, ya nada era igual a su vuelta porque entró pisando fuerte, decidida, con un mochila llena de experiencia y de cosas bonitas. Entró con sentimientos recién hechos y con el alma renovada.

Ahora le escribe cartas sin enviar.

Se acuerda de él a menudo y le siente contándole su día a día. Le habla de lo mucho que le extraña, de la vuelta a la rutina y de sus kilos de más.

Puede ser que se vuelvan a tener frente a frente, que un día decida comprar sellos y acercarse hasta el buzón.

Allí dejó sus zapatos por si un día volvía.

Ahora, tiene casi treinta y tres.

Ahora, se quiere y se conoce más que nunca.

Ahora sabe que no los necesita y qué es mejor caminar descalza.

Fue duro para ella recibir aquel mensaje:

» – Ti amo e penso a te ma lei è tornata dal viaggio … e io l’amo. Non odiarmi Mi ricorderò sempre di te. Spero che tu sia molto felice e che un giorno ci vedremo di nuovo- «.

Menudo puñal recibió.

Aún así, le quiso responder:

«- Vi auguro tutta la felicità del mondo con lei-«.

Sabe que nunca podrá arrancarlo de su vida. Su olor penetró en su piel e imaginar el roce de sus labios, aún la eriza.

Sabe que jamás podrá tirar esa llave, que incluso algún día la busque para volver a abrir la puerta o para, tan solo, mirar por una rendija.

Sabe que cada vez que mire a su hijo a los ojos, le verá a él.

Las ruinas de Roma eran como las suyas propias. La belleza de ambas, dejaron huella.

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