El hospital estaba situado a las afueras de la capital madrileña, distaba de unos cien kilómetros aproximadamente, en el centro de un bosque frondoso. A simple vista, parecía cualquier cosa, excepto lo que realmente era: un sanatorio mental.

En una de las ventanas, hacía la séptima planta, una de las pacientes miraba a través de la ventana. Su pálido rostro anticipaba una débil figura. Tenía unas profundas ojeras que daban lugar a unos ojos, enmohecidos por las lágrimas.

Dedicaba su visión al horizonte, allá donde estaría el centro de la ciudad. Pero sus pensamientos se encontraban en otro lugar… Su mente reproducía una y otra vez la misma escena, la única quizás. Sin embargo, no podía expresar lo que sentía en aquel momento…

“Noelia lloraba, apoyada en la pared del desván, con la mirada puesta en el techo sin verlo. Las lágrimas bañaban su rostro, surcando sus mejillas, borrando las líneas de expresión de su cara. No podía creer lo que acababa de hacer ¿¡Cómo había podido ser capaz!?

Las sirenas de la policía se escuchaban más cerca del hogar. Ella misma les había llamado, en un momento de lucidez, sus dedos habían marcado los tres dígitos del número de Emergencias…”

La enfermera tocó en la puerta tres veces y abrió la puerta del dormitorio de la paciente. Era la hora de su consulta con el psiquiatra. No tuvo que sedarla, desde hacía tiempo que no le daban los ataques, desde que… La sentó en la silla de ruedas que llevaba y la condujo al despacho del doctor. Mientras el médico psiquiatra las esperaba, revisando el expediente de la muchacha.

Él tenía los ojos tan oscuros como el azabache, haciendo juego con su pelo ensortijado, sin embargo la piel era muy pálida. También era bastante atractivo, algo que le servía para chantajear a las enfermeras.

Cuando Noelia apareció en el umbral de la puerta, la enfermera esperó hasta tener la aceptación del doctor para entrar.

  • – Bienvenida de nuevo, espero que hoy sí avancemos en la sesión –saludó el doctor sin levantar la vista de los papeles.
  • – ¿Y bien? ¿Estás decidida a hablar o vamos a seguir fingiendo que no recuerdas nada?-insistió el doctor levantando la mirada y observándola fijamente.
  • – Me lo temía –dijo el doctor, reclinándose en su butacón- No podemos seguir así, tienes que hablar, llevas aquí seis meses y no hemos avanzado mucho, por no decir nada-
  • – Pero ¿por qué lo empujaste? –quiso saber el doctor, viendo al fin que su paciente se había dignado a hablar tras meses de un intenso voto de silencio.
  • – ¿Lo amabas? –instó el doctor.
  • – Dilo en voz alta –insistió el doctor.
  • Silencio.
  • – Dilo –repitió él.
  • – Sí, lo amaba –su voz sonaba dulce y llena de armonía, era como si hubiera estado en un remanso de paz, antes de romper a llorar de manera desconsolada.
  • – Estaban juntos ¿verdad? ¿Descubriste que te engañaba, no? –completó el doctor la frase, algo más impaciente.

Flash back

  • – ¿Por qué? –gritó Noelia fuera de sí.
  • – Lo siento, perdóname… -susurró él.
  • – ¡LO SIENTO! ¿¡ESO ES LO ÚNICO QUE PUEDES DECIR!? –los ojos de Noelia pasaban de la otra a él y al revés. Parecían inyectados en sangre, enloquecidos, expresando su dolor a través de ellos.
  • – Sólo te pido una cosa –suplicó Jaime, inclinándose.
  • – ¿¡QUÉ!? ¿¡QUÉ QUIERES MALDITO CABRÓN!? –los puños de Noelia estaban apretados fuertemente, respiraba haciendo ruido, colocando las manos delante, dispuesta a abofetear a la otra.
  • – A ella déjala en paz, no tiene la culpa.
  • – Por favor… -rogó María y acto seguido se desvaneció debido al fuerte impacto que le había producido el mango de la ducha en la cabeza.
  • Fin del flash back

  • – Tranquila, ya pasó, no puedes volver atrás, así que serénate, ya has confesado, has sacado toda la “mierda”, es lo más importante y tenemos mucho tiempo por delante.

La enfermera dejó a Noelia frente a la mesa del doctor y salió de la habitación, dejándolos solos. La paciente miró al médico con respeto, tenía las manos unidas sobre sus piernas, esperando. Una espera que para ella se le antojó eterna.

Noelia bajó la vista, con cierto pudor.

La joven suspiró holgadamente.

“Jaime la contemplaba a través de sus ojos verdes, con preocupación. La sujetaba con fuerza, inmovilizándola. O eso creía…

El silencio reinaba por doquier, ni siquiera atendían al sonido del agua caer en la bañera. Cada uno se miraba en profundidad a los ojos del otro. No pensó en lo que acontecería después, nunca creyó que ella fuera capaz de semejante… Quería hablarle, explicarle, pero de pronto no pudo más, pues un dolor agudo en la parte baja del vientre le dejó sin respiración. Aflojó su agarre de los brazos de ella, dejándola más libre para actuar.

Jaime trastabilló hacia atrás en el pasillo, al pie de las escaleras, Noelia no lo dudó, le dedicó un instante para mirarle, para quedarse con una última imagen de él, para después empujarle por las escaleras. Él rodó hacia abajo, rompiéndose el cuello con el último escalón.

Noelia lo observaba desde las alturas, seria y despectiva. En su mente no cabía otro pensamiento que no fuera el engaño”.

Cada pregunta que le hacía era cuidadosamente estudiada, para no ahuyentarla y no desandar el camino ya trazado.

Noelia guardó silencio, recordando aquel sentimiento que le nubló la mente y le indujo a cometer aquel crimen. La ira y la furia se habían apoderado de ella. Los celos, la inseguridad y la rabia fueron los causantes. Y ella no pensó, simplemente actuó. En aquel momento, el amor que sentía por Jaime se había esfumado, convirtiéndose en cenizas y enterrándose en lo más profundo de su corazón.

Silencio. El psiquiatra esperó, con paciencia.

“Noelia había cambiado de dirección. Según salía del trabajo había tomado la decisión de ir a ver a su novio. Había tenido un buen día y quería compartirlo con él. Entretanto iba en el bus hasta su casa, comprobaba su correo en su Smartphone. Había varios emails con ofertas y descuentos; viajes, teléfonos y alguna que otra oferta de spa. Ella se mordió el labio inferior, una idea traviesa acababa de surgir en su mente. Algo que a su chico le iba a encantar, pensó para sí, sin dejar de sonreír”.

Noelia asintió levemente, respondiendo así a la pregunta del médico.

Ella hizo un intento de negación con la cabeza.

Sólo había que pronunciar una sola palabra, un sí o un no, sin embargo, decir aquella mísera palabra suponía afrontar la realidad: que él no volvería jamás. Quizás por eso no había hablado en las sesiones anteriores, pero aquel día era una novedad, ni siquiera sabía por qué se había decidido a contarlo todo ¿serían tantas medicinas? Respiró profundamente y confesó:

El psiquiatra anotó algo en su libreta, con los dedos mesándose los gruesos labios. Paciente, aunque la sesión de terapia se alargara, ahora que habían conseguido tanto, no iba a meter prisa ni por asomo.

“Jaime vivía con sus amigos en un chalet a las afueras de la capital. Por lo que el trayecto desde la casa de la joven hasta allí duraba una hora, así que Noelia aprovechó para adelantar su lectura atrasada en la Tablet. De modo que el viaje apenas le pareció demasiado largo y tedioso.

Ya, desde la parada del Bus en el pueblo hasta la casa de él fue caminando, con la música de su Smartphone sonando en sus oídos, distaba de unos quince minutos.

Una vez que llegó a la casa donde él vivía, se encontró al mejor amigo de él limpiando su coche. Ella lo saludó con la cabeza, sin pronunciar palabra alguna, siguiendo el pequeño camino de gravilla que llegaba hasta el porche.

Entró en la casa y fue directamente hacia la segunda planta, donde se encontraba la habitación del chico.

Escuchó el motor de un coche, con lo que intuyó que el amigo se marchaba: estaban solos. Su sonrisa se hizo más amplía y más cuando llegó al dormitorio de él: vio la cama deshecha, no le resultó extraña ya que su novio era creativo y, como tal, tenía que hacer honor al típico ejemplo de ser humano que juega a inventar. Pasó junto al baño. El baño que él usaba, tenía la puerta abierta, sin dudarlo más entró. Oyó el ruido de la ducha con lo que pensó en darle una grata sorpresa. La cortina de la bañera estaba echada, la agarró del borde y…”.

Noelia volvió a llorar. No quería revivir aquello. Pero la imagen de Jaime besando a María regresó a su mente.

La joven lo miró con los ojos aguados por las lágrimas. Los descubrió. No hicieron falta palabras de afirmación para saber que era aquello lo que efectivamente pasó. Los vio de nuevo, desnudos, piel contra piel, besándose con pasión. Y la furia volvió a invadirla.

“Los miró presa de furia y ellos se separaron al verse descubiertos. Jaime soltó rápidamente a María y buscó las palabras necesarias para excusarse. Sin embargo, no las encontraba.

María se ocultaba tras él, asustada, sin atreverse a decir ni una sola palabra.

Aquellas palabras fueron el detonante. Una frase que perduraría para siempre en la memoria de Noelia. Nueve palabras que provocaron su reacción y, sin pensarlo, con una habilidad que no se creía capaz, se deshizo de Jaime, empujándolo contra la pared. Él se desestabilizó, con el agua resbaló y se dobló sobre el borde de la bañera, incapaz de mover un solo músculo.

Eso le dejó vía libre a Noelia.

María se protegió con sus manos, mirando a una enloquecida chica directamente a los ojos.

Al caer, su cabeza se golpeó con el grifo de la bañera, provocándole una fuerte hemorragia interna. El mango dio un golpe seco en el suelo, al resbalar de la mano de la agresora.

Noelia contempló el destrozo que sus nervios habían provocado. Después salió del baño, pensando solamente en lo que acababa de ver. Su mente no hacía más que reproducir los besos que se habían dado. Recordaba lo feliz que se había sentido antes y la rabia que sentía ahora.

Fue a dar un paso para marcharse cuando una mano la retuvo. Ella se giró y vio el rostro de Jaime, empapado en agua y sudor, mirándola levemente. La observaba a través de sus ojos verdes, con preocupación. La sacó fuera del cuarto, guiándola hasta el pasillo, sujetándola con fuerza. Trataba de inmovilizarla, o, al menos, eso creía…”

La joven no podía seguir hablando más. El médico estaba de rodillas, frente a ella. Ésta se había llevado las manos a la cara, ocultando sus ojos lacrimosos. Él le acarició los muslos, con ternura, y tomó el rumbo de la conversación.

Una condena de recuperación absoluta para ser más precisos. Cuando la paciente se hubo calmado, el doctor la llevó hasta la habitación, administrándole un sedante para dormir. Luego volvió sus pasos, en dirección hacia su despacho, caminando con suma lentitud, observando cada habitación, de cada interno, que recorría en hilera el largo pasillo. Y se detuvo ante el cuarto que había más alejado de donde se encontraba Noelia, más cerca de su propio despacho.

El doctor miró por la ventanilla que dejaba ver lo que sucedía en el interior. Vio a su inquilino, con el pijama propio del hospital, con la mirada perdida en el fondo grisáceo de la pared. Drogado y, sobre todo, muy tranquilo.

El médico sonrió para sí, había costado mucho calmarle, tras varias dosis de orfidal para poder amansarlo, con empeño todo se consigue. Abrió la puerta de la habitación con su tarjeta, introduciéndola en un cajetín junto al pomo, y entró. El paciente clavó su iris verdoso en él.

– -Buenas tardes, Jaime ¿Cómo estás hoy? –lo saludó sentándose a su lado en la cama.

El aludido se encogió de hombros, a modo de respuesta, volviendo la vista, de nuevo, hacia la pared. Sólo podía recordar los furiosos ojos de ella.

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