Cuando salgo de la facultad, camino hasta la parada del autobús con una sensación nauseabunda que me embarga el cuerpo, que intento disimular, mientras espero veo a todos a mi alrededor y empiezo con la frase recurrente “no pienses que así se te olvida respirar”.

Todos, sin excepción, parecen estar seguros de hacia dónde van y me refiero a la vida; grado, máster, prácticas cutres y no remuneradas en algún sitio, trabajo, casa, coche, familia, perro, plan de pensiones, hipotecas, en resumen lo que ellos llaman plan de futuro.

Yo, solo sé que voy a coger el autobús y me bajaré en Moncloa.

Al llegar el autobús, subo, paso el abono por la maquinita que está a la derecha de la entrada, a veces me da por saludar al conductor depende de la situación y empiezo a buscar con la mirada un sitio donde poder sentarme. Así no parecerá que estoy perdida, buscando algo aunque no tenga ni idea de que, mi metáfora para esconder la realidad en la que estoy sumergida. Cuando he encontrado mi objetivo camino hasta él, me siento casi siempre a lado de la ventana para contemplar el paisaje. Ahí da comienzo todo, primero la sensación aliviadora y cómoda de la soledad, pasa cuando prestas atención a lo que hay fuera, el cuadro en movimiento que se proyecta en las ventanas. A la derecha hay un bosque repleto de enormes árboles que velozmente se quedan atrás a medida que el autobús avanza, eso te hace sentir bañado de la grandiosa sensación de contemplar la belleza de un mundo distante a tí, te hace sentir paz y tranquilidad; a la izquierda está el club de campo y el campo de golf, que te hace pensar que puede que la vida no sea tan dura, ni complicada, que puedes coger tu mejor conjunto deportivo, unos palos de golf y salir un jueves por la mañana a darle palazos a una pequeña pelotita y al mirar al horizonte para saber dónde ha caído sepas con absoluta certeza que lo has conseguido, eso, que muchos llaman felicidad.

Y justo después llega la segunda parte, la parte aterradora de la soledad, la moneda gira bruscamente y empieza a crecer ese nudo en la garganta que llevas siempre y que sabes que te está quitando libertad, miras en el interior del autobús, todo son risas, planes de finde, quejas por la mierda de la uni, discusiones de las respuestas de un exámen que alguien acaba de hacer, la mirada pensativa de la chica que va sola mirando el paisaje mientras escucha música y que te hace pensar si pensará lo mismo que tu, un chico leyendo un libro, otros van mirando sus teléfonos móviles. Y de repente como si se hiciese un zoom a toda pastilla mientras intentas tragar la inexistente saliva para aliviar la presión de la garganta sientes cómo la cámara te enfoca a tí, y piensas, ¿tu qué?, ¿qué paso contigo?.

Para mí, el autobús no es un sitio para reir, para planear el finde, para hablar con los compañeros sobre lo difícil que será aprobar una asignatura o las clases tan aburridas que imparte un profesor que hace mucho que va tirando con los resquisios de pasión por enseñar que le quedan, aunque alguna vez haya hecho todas esas cosas. Por lo general soy la chica alegre, con una sonrisa preciosa que está un poco loca y siempre hace reír a los demás con sus ocurrencias. Soy la chica que se pinta los labios de rojo, que a veces va en pijama a la uni y lo intenta esconder bajo el abrigo, soy esa chica que pasa desapercibida por todos, porque es eso, otra universitaria más que va en el autobús y no, no a Moncloa, va en busca de un futuro que tiene planeado, codificado y en proceso de ejecución.

Pero esa chica, no es verdad. Se ha convertido en una verdad a medias, en una mentira piadosa.

Ahora yo, soy la chica que se tomó tan en serio la metáfora del caballero de la armadura occidada que al igual que en la historia se ha quedado atascada de tanto usarla y ahora le pesa y le cansa llevarla. Yo, soy la chica que sonríe y calla lo que piensa en el momento en el que se siente sola, como ahora. Soy la chica que planifica su suicidio una y otra vez tratando de atar todos los cabos sueltos porque al fin y al cabo no tendrá otra oportunidad para solucionar todo eso que pueda quedarse en el tintero.

De vez en mes me pregunto si algún día seré capaz de ejecutar el plan, o si las dudas me mantendrán orbitando la vida. Creo que le tengo un poco de miedo a la muerte, aunque más que miedo es duda; es similar a cuando estás sentado en la sala de espera de un estudio de tatuajes esperando a que el tatuador termine de preparar los últimos detalles para poder empezar y entonces surge algo que te destempla el cuerpo y que te deja esa sensación de miedo y vacío en el estómago. Dudas, ¿y si no soporto el dolor?, ¿y si no queda como yo esperaba?.

Pero de repente escuchas cómo una voz te dice que está todo listo y sin saber cómo tu cuerpo entero ya está de pie de camino a la camilla y te recuestas, escuchas ese ruido que hace la máquina de tatuar mientras absorbe la tinta y te colocas en la posición más cómoda. Surge el último instante de duda, lo confundes con miedo, pero sigues adelante.

El autobús llega a Moncloa, suelo bajar la última. Cuando pongo el pie en la calle mi protocolo es caminar rápido hacia el metro para ocultarle a los demás que no tengo ni idea de hacia dónde voy.

Pero hoy no, hoy me he dejado seducir por las dudas, he descansado y ahora voy a volver a cargar con mi armadura occidada para recorrer el camino de la verdad.

Cuando he entrado al metro, cuando me he preguntado ¿hacia dónde vas? y ¿qué vas a hacer? me ha entrado el pánico porque volvía a estar perdída, volvía a hundirme en el caldero de miedo y dudas. Pero cuando he revisado los mensajes de mi teléfono, he visto tu nombre con ese corazón que coloque a lado hace ya un tiempo. Sé que has dicho algo que me hará reir.

Y ahora, por lo menos, ya sé que haré el resto del día.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS