El último brote psicótico.

El último brote psicótico.

Mario Palomar

03/05/2017

Sam volvía a casa después de un día largo de colegio que lo dejó agotado. Eran las seis, y ya había anochecido. A la oscuridad de la noche se sumó una niebla espesa que apenas le dejaba ver por donde circulaban las ruedas de su bicicleta. Aun así, se orientaba bien. Sabía que quedaba la mitad del camino a casa. De pronto, se detuvo en el puente que cruzaba todos los días. Se frotó los ojos. Lo hizo varias veces, hasta que se enrojecieron. Todavía no acababa de creérselo; a pesar de la niebla podía apreciar unas fuentes con llamativas luces que se extendían a lo largo de los dos paseos de cada lateral de la ría. Pensó que deliraba, que la bruma le estaba haciendo ver cosas que nunca había visto, o que quizás el profundo cansancio que apenas le dejaba pedalear le estaba provocando alucinaciones. Pero inmediatamente se acordó de que a la mañana, como sus padres, por temas laborales, no habían estado en casa, no le recordaron que se tomase la pastilla. Todas las demás conjeturas se esfumaron.

De pequeño había tenido experiencias psicóticas, pero se acostumbró rápidamente a no tenerlas desde que hace dos años aquél simpático psiquiatra le recetó unas pastillas milagrosas.

Nunca había padecido una alucinación a tan gran escala, pero tenía su sentido, ya que esas pastillas solo evitaban el problema, no acababan con él de raíz. Creyó que después de dos años su capacidad para distorsionar la realidad se había concentrado de golpe en aquél día. Siguió pedaleando hasta llegar a su portal. Sacó las llaves de su mochila y abrió la puerta. Pulsó el botón del ascensor. Mientras lo esperaba, tras él, la puerta se abrió. Sam giró su cabeza automáticamente y vio un rostro desconocido portando en sus brazos dos cajas.

  • -Hola, ¿ quién eres?– preguntó Sam al ver aquél rostro desconocido.
  • -Hola, soy tu nuevo vecino. Planta novena.- le contestó
  • -¿Cómo?… solo hay seis plantas.-

El hombre sonrió y comenzó a subir las escaleras entre carcajadas. Sam se quedó paralizado por unos segundos.

  • -¡Eh, espera!-

Miró hacia las escaleras y el hombre ya no estaba. Tampoco se oía el crujir de la madera que Sam experimentaba todas las mañanas cuando bajaba por ellas, y el sonido de los cachivaches revolviéndose dentro de las cajas tampoco se escuchaba ya. La puerta del ascensor se abrió. Sam levantó su bicicleta, poniéndola a una sola rueda, y entró, todavía sin comprender lo que acababa de suceder. Fue a pulsar el número de su planta y entonces vio que, efectivamente, había nueve pisos. ¡¿Pero qué esta pasando?! Pensó. El misterio le carcomía por dentro. Tengo que ir. Resolver todo esto, para que todo vuelva a la normalidad. Se convenció de que si llegaba al final del asunto despertaría de aquellas extrañas ensoñaciones. Entonces, con seguridad, pulsó el botón de la novena planta. EL ascensor comenzó a ascender y pocos segundos despúes la puerta se abrió paulatinamente, con un sonido metálico de engranajes oxidados. Casualmente, aquél hombre tenía el mismo felpudo que su familia ( unas vacas en un prado verde y un gran BIENVENIDO). Sam presionó con su dedo índice el timbre. Se oyeron unos pasos tras la puerta y de pronto se abrió.

  • -¿Mamá?-
  • -¡Sam!, ¿ que tal en el colegio? ¿Te habrás tomado la pastilla a la mañana, no?-

Sam no pudo contestar; era como si sus labios estuviesen pegados. Pero su madre no se preocupó. Bueno, simplemente se fue a continuar con lo que estaba haciendo, como si estuviera programada y la presencia de Sam, fuese eso, una mera presencia. No había sentimiento en sus palabras; habló automáticamente y no esperaba respuesta. Sam franqueó la puerta con el ceño fruncido. El término extraño no era suficiente para definir aquello. Indudablemente esa era su casa. Había pequeños detalles que lo confirmaban, pero estaba totalmente redecorada. Incluso las magnitudes eran diferentes. ¿ Cómo era posible?.

A su derecha, en la sala, recostados en el sofá estaban su padre y su hermana. Cuando Sam cerró la puerta, automáticamente, por el sonido, padre y hermana volvieron sus miradas hacia él.

  • – ¡Sam ¡. Te habrás tomado la pastilla a la mañana, ¿ no?.- le preguntó su padre.

Nada más terminar la frase su padre tornó sus ojos hacia la televisión, ( encendida, aunque en mute) y la sala quedó en silencio. Sam ni se molestó en contestar. Sabía que aunque ahora sí lo consiguiese,no habría ninguna respuesta. Se sentía como un mero espectador de todo aquello. Comenzó a fijarse en la nueva decoración de la casa , ¡y qué colores¡, las paredes cobraban vida con toda aquella variedad. De pronto, al final del pasillo se escucharon unos llantos que parecían ser de un bebé. Sam, decidido, atravesó el pasillo, eso sí, intentando hacer el menor ruido posible. En cualquier momento podrían cambiar las tornas y aquel Sosiego misterioso podría convertirse en un aterrador infierno. En sus peores pesadillas ya había experimentado algo similar al inframundo, cuando en ocasiones, una persona grande y peluda le perseguía exhaustivamente. Debía mantener la calma y no alterar su entorno porque podría volverse todo en su contra de golpe; además estaba cansado, no podría correr ni diez metros seguidos. Sería el fin. Llegó a la puerta de la habitación de la cual provenía el llanto y se asomó.

-¿Mamá?, ¿ qué haces?.- Preguntó Sam desconcertado ante aquella escena. Su madre no contestaba, seguía con lo suyo, seguía limpiándole el culo a un pequeño bebé que nunca había visto. Además había un bebé más que lloraba junto al otro descontroladamente. De pronto, se escucharon unos pasos que se acercaban por el pasillo:era su padre. Ent en la habitación y como si Sam fuera invisible, como si no estuviese allí, comenzaron a hablar.

-Susana hay que echarles ya de casa. Esto es un cachondeo. ¿ Qué haces cuidando de sus hijos?-

Dales tiempo. Necesitan solo un poco de tiempo. Se comprensible, Carlos.-

-¿ Comprensible?, se han metido en nuestra casa así por así . Están aprovechándose de nosotros.

El padre abandonó la habitación. Sam lo siguió. Una vez en la sala, Carlos se tumbó en el sofá junto a su hija. Sam se quedó de pie tras ellos, con la mirada fija en la ventana que daba al balcón. Había una fuerza sobrenatural que lo atraía. Se acercó, estiró el brazo, agarró el frío picaporte y abrió. La niebla había escampado y extrañamente el sol brillaba en el cielo. La única calle que podía verse, ya que los edificios impedían una mayor visibilidad, estaba desierta; ni una sola persona. De pronto, Sam vio que del principio de la calle un coche se acercaba. Se detuvo bajo su edificio unos segundos. La puerta del conductor se abrió, después la del copiloto. No daba crédito a lo que sus retinas enfocaban; ¡era el hombre de la planta novena otra vez, y además iba acompañado por una mujer!. El señor miró repentinamente hacía arriba, como si ya supiese qué le estaban observando, y saludó a Sam simpáticamente con la mano en alto. La mujer lo imitó. Sam tuvo miedo. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Dio un pequeño paso hacia atrás y se agachó. ¿ Serán ellos los padres de los niños? Pensó. De repente, tras él, escuchó cómo una llave entraba en la cerradura de la puerta. Sam no sabía qué hacer, pero viendo que su padre y hermana ni se inmutaban, optó por actuar con naturalidad, como si el corazón no estuviese a punto de estallarle. Se puso en pie y entró en casa. La puerta no se abría, pero el sonido de la cerradura continuaba. La madre salió de la habitación y atravesó el pasillo. Abrió.

¡Sergio, Amanda.! ¿ Qué tal?. Os están esperando los niños. Están recién cambiados. –

Efectivamente. Eran ellos los padres.

¡ Gracias Susana!. No sabemos cómo agradecerte lo que estás haciendo por nosotros. –

De pronto, el padre de Sam, desde el sofá, gritó:

¡Solo una semana, ni un día más, que ya nos conocemos eh!-

Sam no comprendía. ¿ Cómo que ya se conocían?.¿ Serían amigos de la infancia?.

De lo que estaba seguro era de que no los había visto nunca.

Anduvieron hasta llegar a la mitad del pasillo. Sam los observaba desde el salón. No lo habían visto. Dentro de la casa su invisibilidad era absoluta. De pronto, los dos extraños atravesaron la pared, y la madre volvió a la habitación . ¿ Fantasmas? Pensó Sam desconcertado. No puede ser… Se acercó al lugar en el que hombre y mujer habían desaparecido por arte de magia. Pestañeó, incrédulo. ¡No habían atravesado la pared, sino subido unas escaleras!. Así era; ahora,( ya que Sam había pasado hace unos segundos por allí y no había visto nada) , unas escaleras ascendían atravesando la pared del pasillo. Una tenue luz se veía al final de éstas. A tientas, Sam fue subiendo poco a poco; escalera tras escalera, ¿ Qué será esa luz que brilla al final? Pensó. De pronto, el tiempo se ralentizó. Sam se miró las piernas. Su cabeza tardó unos segundos en reaccionar; se movía lentamente, como si el aire estuviese cargado y no le dejase discurrir con soltura. Sin quererlo, los ojos se le cerraron con fuerza; se le volvieron a abrir. La oscuridad y una luz cegadora se alternaban con cada parpadeo. En un momento, cuando abrió los ojos, entre la luz fúlgida y blanca, le pareció ver unos leves contornos de la silueta de dos hombres; eran apenas sombras. Pero poco a poco se fueron acercando y aclarando. Efectivamente, eran dos hombres de unos cuarenta años. De pronto, parecieron asombrados.

-¿ Estás bien, chaval?- le preguntó uno preocupado.

¿Qué… qué… me ha pasado? Balbuceó Sam.

Entonces, miró a su izquierda; la bicicleta estaba en suelo. El también, con un dolor punzante en la cabeza.

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