Luego de indicarme el camino, ya en las puertas del cielo, me impidieron el acceso.

En la distancia, de lejos, San pedro parecía un ancianito, o un intelectual, un sabio, un humanista, o hasta un hermano. Pero en la entrada, en cambio, sólo nos encontramos con hombres armados y uniformados, ¿será que son sus nuevos emisarios? San Pedro esconde la llave, y esta mañana prefiere quedarse en cama viendo televisión. Mientras tanto los sayos se encargan de la ejecución –de su decisión-. Pedro se considera un buen hombre, pero al fin de cuentas “acá arriba no puede entrar cualquiera”. Tantos años salvaguardando lo han vuelto sensible de los nervios, y por eso lo que él prefiere es dejar la llave a un lado y emitir de lejos sus comunicados. Así de entrada nadie entra; y así él nada tiene que ver, ni tampoco tiene que ver nada. Estando tan lejos, en su escritorio, o, como en esa mañana de domingo, en su cama.

Los cuentos, las historias, las mismas canciones, nos habían hablado de las puertas del cielo. Y la verdad, el paraje es más inhóspito de lo esperado. Pero seguro al fondo a la derecha de ese doble vallado hay un baño conectado a un sistema de alcantarillado. Y sí, seguramente más al fondo haya una piscina, mi amor, y una fuente para tomar agua. Escalón tras escalón, subimos todas las escaleras al cielo, y aunque estamos cansados, todavía nos quedan fuerzas para seguir luchando. Al final, aunque te sientas débil y agotado, dolido y frustrado, humillado, pisoteado, abatido o apaleado –casi- siempre aparecen nuevas fuerzas para seguir caminando.

Escalón tras escalón hemos ido subiendo desde muy lejos, desde muy abajo. No es fácil llegar al cielo, no es fácil llegar hasta las puertas, mucho menos traspasarlas. Venimos desde muy lejos, desde el mismísimo infierno. No somos santos, no todos somos cristianos devotos, pero te juro por dios que no entiendo, y que no soy el responsable de que mis tierras estén ardiendo, de que mis hermanos estén tan divididos. José fue vendido cuando era un niño pequeño, pero luego, cuando tuvo fuerzas, también a él le diste tus armas; también él tenía sus sueños, claro. Vengo del infierno, y lo cierto es que no soy un santo, soy un campesino, una maestra, una doctora, un deportista. ¿Acaso allá en el cielo ustedes no lo son? Yo he sufrido, he reído, he llorado, he amado, he robado, he mentido, he follado, he trabajado, he recogido lo que se me ha caído al suelo, la llave de casa, el bolso, o el cuerpo de un hermano, de un vecino, de un desconocido, lo he recogido del suelo, lo he trasladado, lo he dejado a un lado. He continuado con mi camino.

Porque todos lo sabemos: el camino al cielo no es sencillo, y todos los que estén allí, por cosas similares habrán pasado. Los habitantes del cielo empatizan, nos gritan, nos entienden, nos dan ánimo, sacan sus banderas, pelean. Pelean, gritan, discuten entre ellos. ¿Qué pasa que ahora que por fin llegamos hasta aquí no nos quieren abrir las puertas? Que Pedro no encuentra la llave, que María está echando la siesta, que Juan y Marcos están redactando el evangelio, que Mateo y Lucas lo están imprimiendo, que el coro de los ángeles está cantando en un evento, que Catalina, que Pablo, que Isabel, que Prometeo. Que arda el infierno, pues la única justificación del cielo ha sido, es, y siempre será la existencia de un infierno ardiendo. Que arda, aticemos el fuego. Sopla, sopla, firma, vota, vota de nuevo, decide, elige, elige tú mismo, hazlo tú mismo, vota, sopla, atiza el fuego.

Fuerzas oscuras parecen irradiar su putrefacción de arriba abajo, oscuros intereses aliados con bandos de desinteresados, que les dan la mano con los ojos cerrados. No les importa no ver, porque sienten en su mano el peso del oro, de la plata, del coltán; la tersura de una prenda fina; la suavidad de una chaqueta de cuero; la sutileza de un bordado hecho a mano; la suavidad del opio; la textura y el olor de los billetes, que huelen a felicidad, a sueños cumplidos, a piscinas, a caviar, a fama y fortuna.

No es fácil el camino al cielo, todos quisiéramos vivir en el cielo, haber nacido directamente allí. Legión de ángeles, afortunados, angelitos, ¿cómo lo lograron? Y pasa uno de ellos revoloteando, y me ve sollozar, y le digo que me ayude, hágame esa vuelta angelito, consígame el favor divino. Y el ángel me dice que él ha traspasado esas puertas, y que detrás de ellas nunca he visto nada tan lindo. Me agarra entre sus brazos como puede y empieza el ascenso. Tortuoso camino, me voy cayendo. Al ángel no parece importarle, pero yo hago todo mi esfuerzo, por no notarme, por ser ligero, por ser invisible, por no caerme, pero que él no se arrepienta del favor que me está haciendo. A punto de desfallecer veo cómo pasamos por encima de las vallas, de los soldados, de mis hermanos, del tumulto que desordenadamente espera, gente en carpas, tiritando, con las manos en un fuego, haciendo fila, con cuencos en las manos. Y cuando me quiero dar cuenta todavía me queda consciencia para descubrir que lo estoy logrando.

Y llego al otro lado, y el ángel me suelta inmediatamente, y caigo en un espacio repleto de edificios hacinados, uno al lado del otro, muy juntitos. Y veo a las personas que me rodean, y me encuentro con gente parecida, con gente distinta, con gente de todo tipo, todos venimos de muy lejos. Y el cielo está gris y parece que sobre estas tierras es proclamación divina que llueva ocho de cada diez días. Y me cuesta limpiar día y noche la cocina del restaurante, y mi cuerpo ya no da para recoger bolsas de basura por las noches, y hace unos días unos señores me despidieron porque no fui lo suficientemente cuidadosa a la hora de limpiar la porcelana de la mesa y el culo de la pequeña princesa. Y se me acaban las fuerzas, y trabajar quince horas fritando me da náuseas, y no entiendo por qué el ángel no me dejó caer un poco después, un poco más al norte, en donde la educación, la salud, la dignidad.

Todos quisiéramos haber nacido en el cielo, pero no siempre se tiene esa fortuna, ¿por qué mi tierra tenía que ser su infierno? ¿Por qué mi campo tenía que serlo? ¿Por qué no podía simplemente quedarme aquí, a un lado, sin tener que irme a ninguna parte sin quererlo? Pero es que nuestros infernos, SUS infiernos, son su pedestal, su justificación. En el fondo todos lo sabemos: sin cielo nunca hubiera habido un infierno.

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