Sigamos la norma de querernos

Sigamos la norma de querernos

Una mano temblorosa acerca las llaves a la cerradura. Tras girar y escuchar un leve chasquido, ésta se abre, dejando paso a una mujer y a su acompañante. Ella cruza el umbral primero, deseosa de llegar cuanto antes al salón y tumbarse en el sofá, queriendo olvidar aquel desagradable día. Él la sigue con el semblante serio, intentando analizar los pensamientos que discurrían por su mente.

La mujer se detiene en el perchero que descansa junto a la entrada. Se quita el abrigo, lo tira al suelo y se desprende con rabia de los incómodos tacones. Él recoge la prenda de ella y la cuelga en el perchero. Después se agacha y desata el nudo de sus zapatos. Una vez descalzo, recoge su calzado y el de ella, colocándolos junto al pie del perchero.

Aparta la vista del mismo y dirige sus ojos hacia el salón, situado a tan sólo unos pasos. Para cuando llega, ella ya está tumbada en el cómodo sofá de cuero blanco. Su espalda reposa sobre los mullidos cojines y sus ojos oscuros quedan iluminados por la tenue luz que se escapa de la lámpara de pie, justo al lado del sofá. Él suspira. Estaba tan guapa.

– ¿Cómo es posible? – le pregunta ella.- Tres veces. Tres. Y aún nada. No lo entiendo.

La mujer se lleva las manos al rostro. Su acompañante se aproxima al sofá. Ella se levanta, se sienta y le deja un hueco a su lado. Él lo aprovecha.

Detiene sus ojos almendrados en los suyos.

– No te preocupes, Carla. Ya nos lo advirtió la doctora – acerca su mano y acaricia con suavidad su cabello liso.- Un 35% de mujeres no se queda embarazada en la tercera incubación.

– Pero yo no quiero ser ese 35% Jota – responde exasperada.- Quiero que, de una vez por todas, el maldito óvulo se quede…

– Se quede pegado en la pared del cuello uterino.

Carla lanza una mirada reprobatoria a Jota. Éste agacha la cabeza, disculpándose.

Ambos se quedan en silencio.

– ¿Y qué hacemos ahora? – pregunta ella.

– Bueno, siempre queda el tema de la adopción.

Carla mira a Jota incrédula.

– ¿Hablas en serio?

Jota clava sus ojos en los suyos.

– ¿Por qué no? Es la segunda opción a la fecundación in vitro.

– Pero aquí en Suecia resulta imposible – Carla agacha la cabeza apesadumbrada.- Hay un montón de parejas como nosotros queriendo adoptar.

– Pues adoptemos en otro país entonces – responde él, esperanzado.- Si no podemos en Europa, vayámonos a Japón. Allí las listas de espera son más cortas.

– ¿Japón? No puedes estar hablando en serio.

– Vamos Carla – ríe.- Empezar una nueva vida allí podría ser hasta divertido. Los japoneses resultan mucho más avanzados que los europeos.

– Pero con el tratamiento ya hemos gastado demasiado dinero, y ya sabes lo a gusto que estoy en este trabajo – los ojos oscuros de Carla se detienen en los de Jota. – Además, mi familia está en España. Suecia está cerca, pero Japón…

– Podremos hablar con ellos por Skype.

– ¡Dios, Jota! – Carla se levanta, enfurecida.- Cómo se nota que tú no tienes familia.

Él no parece ofendido por sus palabras.

– Te tengo a ti – susurra.

– ¡Pero eso no es suficiente! ¿Cómo se va a criar nuestro hijo sin ver a sus abuelos?

Jota desvía la mirada, sin saber qué decir.

Ella le da la espalda y camina por el salón.

– ¿Ves? Si es que… la culpa la tengo yo – se gira y dirige de nuevo su vista hacia él.- No me entiendes…nunca me has entendido, en realidad.

Jota detecta su voz quebrada.

– Claro que sí Carla – él se levanta y se acerca a ella, dispuesto a abrazarle.- Desde el primer día en que estuvimos juntos.

Pero ella se aparta, alejándose de él.

– ¡Claro que no, Jota! Sabes entender perfectamente a una mujer, pero no a mi.

Él se ríe.

– Anda ya, ¿qué dices? Por supuesto que te conozco. Sé que te gusta coger una onza de chocolate después de cenar; que detestas que silbe mientras cocino; y – Jota le lanza una sonrisa pícara a Carla.- sé que adoras que te haga…

– Vale, vale, sí. Ignoremos esa parte – lo interrumpe. Su rostro se vuelve serio.- No sé si estás preparado para ser padre.

Jota le lanza una sonrisa tranquilizadora.

– Claro que sí amor – camina hasta ella y coloca sus brazos alrededor de su cintura.- Por ti he consultado cientos de libros sobre el tema. Ya verás como seré… ¿cómo era? ¡Ah sí! El mejor padre del mundo.

Ella sonríe.

– ¡Ais, lo siento! – Carla lo abraza, descansando su rostro en el hombro de él.- No debería ser tan pesimista.

– No te preocupes, Carla. – Jota le da un beso en la frente.- Si has podido encontrar un trabajo en Estocolmo que te guste, también puedes dar con otro en Japón que te llene tanto como éste. Tan fácil como eso.

Carla se aparta y observa la amplia sonrisa que le regala Jota.

– ¿Fácil? ¿En serio, Jota? – lo empuja hacia atrás, pero él apenas se mueve.

– Sí, ¿por qué…?

– ¡Ese es el problema, Jota, ése es el problema! Tú lo ves todo muy fácil.- Carla camina por el salón disgustada.- Te piensas que encontrar un trabajo nuevo, en un país nuevo y con un idioma nuevo será coser y cantar.

De pronto se detiene. Sus ojos oscuros se clavan en los de él.

– Claro – ríe con amargura.- Como el señor no trabaja, se tira todo el día en casa.

Jota camina hacia ella. La sonrisa no desaparece de su rostro.

– En algunos países ser amo de casa constituye un trabajo.

Por primera vez, Jota detecta la furia en los ojos de Carla.

– ¡¡Aagg!! ¡¿Siempre tienes que tener respuesta para todo?!

Carla se da la vuelta, sale al pasillo y se dirige rauda hacia el dormitorio. Jota la sigue.

– Sí, el señorito siempre sabe lo que hay que hacer, siempre. Pero no, esta vez todo lo que dice el señorito, ¡no vale para nada!

Jota llega a la habitación. Carla se ha sentado en el borde de la cama con la cabeza agachada. Se aproxima hacia ella y se sienta a su lado. No dice nada. Sabe que no es momento de hablar.

Pero entonces ella gira su rostro hacia la de él.

– Lo mejor es que abandonemos la idea de ser padres – le susurra.- Regresemos a España y sigamos como estamos. Al fin y al cabo, tampoco estábamos tan mal.

– Pero eso no es lo que quieres, Carla.

– Ya lo sé Jota, pero… – sus ojos oscuros se llenan de lágrimas.- No sé puede. Es imposible.

Carla se cubre la cara con las manos y empieza a llorar. Jota coloca sus brazos encima de sus hombros.

– Sabes que haría cualquier cosa por ti – le susurra él con ternura.

Ella se incorpora, se levanta y clava sus ojos en los de él.

– ¿Ah, sí? ¡Pues deja de ser un maldito robot!

Carla se da la vuelta y sale de la habitación. Jota se queda sentado en la cama, sin saber, por primera vez, qué responder.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS