Recordaba cómo había llegado hasta allí y pensaba que todo el mundo la dejó sola cuando aún era una adolescente, delante de la puerta de un mundo oscuro que, comparado con los gritos y las noches bañadas en lágrimas que reinaban en su casa, parecía incluso agradable. Maldecía a su padre, que fue una cruz más que un padre, maldecía a su madre por no haberse enfrentado a él, por haber sido cobarde, y maldecía incluso a su abuela, la única persona que la había cuidado, que la había protegido desde pequeña y que murió demasiado pronto, dejándola sola delante de todos aquellos monstruos que la atormentaban.

Bien…ahora ya no importaba, al fin y al cabo el mundo ya no era suyo. Si bien alguna vez lo fue, ya no le pertenecía. Ahora solo poseía una pluma y una libreta de piel donde se desahogaba mientras fumaba un cigarrillo detrás de otro y veía consumirse una vela. Ni siquiera se quería a ella misma. Maltrataba tanto su alma como su cuerpo. Al principio con la nicotina, luego no fue suficientemente fuerte como para sobrevivir sin la ayuda del alcohol y finalmente las drogas se convirtieron en su único consuelo.

Ya no recuerda la última vez que dibujó una sonrisa, que miró con cariño a la vida, que se dejó llevar por el vaivén del mar. Fue hace mucho que perdió las ganas de arreglarse y de calzarse unos tacones, de pisar una discoteca y de comerse el mundo a grandes mordiscos.

No sabía muy bien lo que la empujó a dejar que la vida se le escurriera como se escurre el agua entre las manos de un chiquillo, pero fuera lo que fuese la apagó para siempre. Lloraba con aquel sentimiento de rabia contenida que no te deja soltar las lágrimas libremente, sino que te las arranca una a una con todo el dolor de tu corazón, más por la humillación de estar llorando que por la pena que te consume.

Nunca pensó que aquello que muchos consideraban una necedad fuera a desembocar en algo tan terrible. Lo pensó varias veces seriamente, se intentaba convencer de que no había motivo para hundirse de aquella manera, pero no lo lograba. Los días no tenían ya luz, el Sol calentaba su piel pero dentro, muy dentro, un corazón helado irradiaba un frío gélido que la paralizaba. Era duro mirar a su alrededor y no ver a nadie dispuesto a escucharla, pero lo que más la comía era que ni siquiera su pluma la dejaba desahogarse enfrente de un papel. La sensación de no poder acabar con la pena que la inundaba, de no ser capaz siquiera de escribir una línea cuando antes cualquier excusa le servía para crear, la ahogaba de tal manera que nada ni nadie podía calmarla.

Buscó entonces otras formas para mitigar el dolor que le roía las entrañas, aquella sensación desconocida hasta entonces y que ahora convivía en su cuerpo, tan dentro de ella que sólo se apreciaba mirándola a los ojos, más allá de sus pupilas. El alcohol nunca había formado parte de su dieta, pero aquellos días se convirtió en el mejor aliado para poder ahogar su pena. Junto a él, la marihuana envolvía en una falsa paz a aquella pobre infeliz.

Cada vez más inconsciente de sus actos, la que un día fue reina se convirtió en una mera espectadora de su propia vida y habiendo soltado ya las riendas de ésta, dejaba que simplemente pasara delante de sus ojos, tristes y apagados, sin ganas de hacer nada por evitarlo. Aburrida de esta situación, un día decidió que no aguantaba más. Su vida estaba vacía y ella lo sabía bien, así que ante la imposibilidad de volver a llenarla, decidió que no quería estar más tiempo esperando a que se consumiera como un cigarrillo.

Sentada en la bañera con el agua regándola desde arriba, su melena negra se le pegaba a la cara y el cuerpo. No sentía frío, ni tampoco calor. Era placentero llorar ahí metida, en un espacio pequeño con el agua resbalando por su piel porque así no se tenía que parar a contar las lágrimas que derramaba sobre la cama o su sudadera, sino que estas se largaban por el desagüe…En un gesto egoísta y repentino puso el tapón. Quería retenerlas allí con ella, eran suyas, su carga, todo lo que sentía en forma de pequeñas gotas. Sentía que con ellas allí todo tenía más sentido, buscaba la manera de justificarse. Lo dispuso todo de una forma casi armónica. De fondo sonaba aquella melodía dulce de piano y el olor a incienso se mezclaba con el vapor del agua caliente. Miró un ratito el techo y quedó absorta por el reflejo que el agua hacía con la luz en él. El efecto de desinhibición que la marihuana causaba en ella la ayudaba a no pensar demasiado en lo que estaba a punto de hacer.

Al acabar esa triste canción, la voz rasgada de Kurt Cobain la empujó a coger la cuchilla, pequeña e inofensiva y a acercarla a su cuerpo. Uno a uno, pequeños cortes dejaban salir hilillos finos de vida, como un paso de cebra sobre la piel. La droga se apoderaba de sus sentidos, el rímel se mezclaba en la bañera con el agua, las lágrimas y la sangre. El mareo causado por el cannabis y la pérdida de fuerza contribuían a que sus cortes fuesen cada vez menos limpios.

Llegó un punto en el que se sentía cansada y decidió parar. El incienso se consumía junto con su vida, lo notaba. Era irónico, siempre pensó que morir así causaba un gran dolor y por la contra ella no sentía nada. Era una forma cobarde de acabar con su vida, sí, pero ahora ya no le importaba que la juzgaran. Sumergió la cabeza en el agua teñida de rojo por su propia sangre y durmió. La encontraron al poco tiempo, justo después de que los vecinos de abajo advirtieran una mancha de humedad en el techo de su casa y subieran a husmear. Estaba como dormida, con los brazos destrozados y una canción en su móvil que no dejaba de sonar. “Let it be” de The Beatles la había ayudado siempre a mirar hacia adelante y en cierta forma no la abandonó ni a la hora de irse.

Cerca del cuerpo, encima del mueble del baño, encontraron una nota, escrita de su puño y letra, dónde se leía: “Teje con las falsas promesas que te hagan, una manta para el invierno y cúbrete con ella cuando caigan las primeras nieves. Recoge en botes de cristal las lágrimas que derramaste porque ellas serán tu fuerza. Guarda todos los malos recuerdos en un baúl y conviértelos en tus vientos. Libéralos, Pandora, pues ellos te harán libre y evitarán, quizás, que tropieces mil veces con la misma piedra”.

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