Corría el verano del 2014. Gesell. Sonaba en aquel entonces la melodía inconfundible de la cumbia argentina. Barata, comercial e ideal para mirar el bello cuerpo de las chicas al bailar, creyéndose poder llegar a ser presidente con ese simple movimiento: levantar la cola más arriba que su cabeza.

Éramos cuatro muchachos. Yo era el más feo de todos pero con ese «chamuyo», bueno o malo, lograba tocar cada tanto los senos de las jóvenes.

Rodrigo y Agustín. Hermanos de sangre, rugbiers y creídos, pero fieles al grupo como el fernet a la coca, iban al frente del mismo marcando territorio y determinando el lugar. –Acá. -Y ese era el mejor, rodeado por esas chicas con ojos llenos de sexo y atrevimiento.

Martín, el tranquilo e inteligente del grupo, se encargaba de conseguir los descuentos y “frees” para el ingreso a los boliches.

Los hermanos habían ofrecido la camioneta del padre como medio de transporte. –La más fachera del grupo –decían ellos. Una Jeep negra. Ya que contábamos con cuatro valijas, un poco de comida, las bebidas y nuestra propia humanidad, nos pareció una buena idea aceptar el ofrecimiento. Pusimos todo el equipaje en el amplio baúl y cinco horas más tarde, estábamos varados frente a lo que fue durante quince días nuestra casa, nuestro hogar.

La casa formó parte de una herencia del padre de Martín, luego de que a su abuelo le agarrara un infarto. Seguramente porque se enteró que la esposa lo engañaba con el peluquero. Gracias peluquero.

Casi como un acto instintivo, al entrar por la puerta del garaje, decidimos los dueños de los cuartos. Pasamos a ordenar la comida y las bebidas en la heladera, la ropa en el perchero. Organizamos la famosa “vaquita” para comprar alcohol. Dos mil pesos en alcohol y mil quinientos para la comida. Mentalidad juvenil.

Se acercaba la noche y yo la comencé gritando como loco acompañado de los chicos -Las palmas de todos los guachos arriba. -con cara de desquiciados. Ese era el comienzo de nuestro ritual. El comienzo para destapar el primer fernet de la temporada. Agustín tomó su celular y empezó a llamar a todas sus amigas que se fueron a veranear a Gesell para invitarlas a nuestra casa.

-Llama a Carolina, Agus. -dijo Rodrigo -¡La de tetas grandes que esa entrega seguro!

-¡Hoy la ponemos todos! -agregó Martín -¡Maxi, prende la compu y ponete uno de Damas gratis!

Inmediatamente después que Agustín finalizara sus respectivos llamados, que con suerte nos llevarían a buen puerto, nos pusimos a disfrutar la primera ronda de Fernet con coca de la noche.

Llegadas las diez de la noche, habíamos terminado de acomodar la casa, que sería nuestro refugio y cárcel durante los siguientes quince días, para tratar de ocultar nuestra pereza y que nuestras esperadas invitadas se sientan confortables.

Los comentarios no tardaron en llegar.

-¡Las botellas arriba de la mesa! ¡El fernet que no lo toquen, 120 pesos me lo cobró este chino culo roto!- dijo Martín.

-No sé quién es el boludo Martín, vos que le compraste o el chino… -acotó Rodrigo.

La alarma del celular nos indicó el horario previsto. Las 11 de la noche. La hora ideal, la esperada por nosotros. La hora para ver a nuestras amigas llegar; vestidas de esa manera tan peculiar, acompañadas de un par de botellas de alcohol.

No se hicieron esperar. Once y cinco suena el timbre. Todos nos juntamos, hicimos una ronda que duró unos 20 segundos y repetimos una vieja frase nuestra: -¡A romperla!

Yo salí corriendo casi como en una competencia para la puerta, giré mi cabeza para mostrar una sonrisa muy peculiar a mis amigos, perfecta para aquella situación, como si ése fuera el momento en el cual cambiarían nuestras vidas. En parte lo fue.

-¿Quién es? –dije, como si no supiera quién cristo era.

-¡Caro y compañía! –gritaron todas aquellas mujeres dichosas de sus cuerpos perfectos e inocencia nula.

En ese mismo instante se llevó a cabo la última cruzada de miradas entre todos los chicos y abrí la puerta.

Entraron a nuestra casa las chicas deseadas por todos nosotros. Caro, Luli, Sol y Sofía. Me sentí Maradona después de convertir el gol contra los ingleses, o Bilardo después de ganar la copa del mundo.

Cada una de ellas era un homenaje a la belleza, dispuestas a matarnos lentamente con sus miradas, sus voces melódicas y sus cuerpos jóvenes envidiables por cualquier chica de su propia edad o aún mayor.

Rápidamente se hizo la división de bienes:

-Me quedo con Caro –dijo Rodrigo.

-El que le mira el culo a Luli le rompo la cara –aseguró Martín.

-Sol está increíble chabón –dijo Agustín.

-Estoy en los cielos, Sofi está hermosa, amigos –dije.

-Maxi, tené cuidado, creo que su novio está en Gesell también –agregó Martín

Cuando Martín comentaba algo, era para tenerlo en cuenta, nunca hablaba de más. Nunca hablaba porque sí. Era Martín, el inteligente del grupo.

Abrimos la botella de vodka que trajeron las chicas mientras que nos ubicábamos en una mesa redonda que teníamos en el medio del comedor. Rodrigo muy amablemente se ofreció para traer el jugo de naranja, indispensable para preparar el famoso Destornillador.

Había botellas de todo tipo: Cerveza, fernet, vodka, whisky; todo lo que se necesita para emborrachar a un grupo de jóvenes idiotas.

Yo comencé como siempre una conversación proponiendo jugar a las cartas, a lo que todos aceptaron con entusiasmo.

En la mesa, empezando por mí, de izquierda a derecha, se sentaban: Martín, Agustín, Caro, Sofía, Sol, Luli y Rodrigo. Tenía en frente a Caro y Sofi. Caro con sus dotes femeninos, apretados por ese escote que le quedaba tan bien; y Sofi con su cara celestial que realmente me encantaba. Rodrigo no paraba de mirarle los senos a Luli, envidiables hasta por la propia Caro; y Martín hablaba sobre qué iba a estudiar en la facultad el próximo año. Un desentendido del plan para lograr algo con Luli.

Luego de aquella apreciación, tomé el mazo de cartas y expliqué rápidamente un juego el cual lograría que todos gozáramos de una borrachera como pocas para la hora en que tendríamos que salir al boliche. Así fue.

En el medio del juego crucé innumerables veces miradas con Sofi, lo cual me dio algo de confianza para pedirle que baile conmigo y luego darle un beso en el pasillo que conectaba al comedor de los cuartos.

A Luli le aburría la manera en que Martín explicaba su metodología para aprobar sus próximas materias de la facultad, por ende, descartamos la posibilidad de que ellos terminaran juntos aquel verano. Pero sin embargo, él logró robarle un par de risas. Un gran giro en el juego de seducción.

Rodrigo parecía ir muy bien con Caro: algún que otro roce bajo la mesa, risas cómplices mientras ponía en ridículo a su hermano.

Sol era la devota del grupo, pero Agustín se las arregló para sacarle algún tema de conversación, y por lo pronto, varias miradas.

Luego de que todos comenzáramos a patinar nuestras palabras al hablar, que Agustín lograra darle un beso a Sol, y yo volviera con Sofi al comedor, teníamos que darle los últimos “besos” a las botellas de vodka y whisky que habían quedado sobre la mesa para arrancar la famosa ida a las dos de la mañana hacia el boliche. Cada uno de nosotros estaba pensando en volver temprano para poder tener sexo con nuestras respectivas parejas recién formadas.

Las chicas tuvieron su última reunión en el baño para arreglarse antes de salir. Nosotros aprovechamos para agradecer a Dios las curvas que dibujaban los vestidos en los cuerpos de ellas. Agustín sacó un cigarrillo de marihuana para fumar en el trayecto. Nos reunimos nuevamente en el comedor. Cada una se juntó con su pareja y luego partimos para el garaje de la casa.

Subimos al auto hablando de todo un poco. Sofi se sentó sobre mí en el asiento trasero. Estábamos ubicados en el medio del mismo. Nos acompañaban Agustín, Luli y Sol, mientras que adelante charlaban Rodri, Caro y Martín.

La manera en que nos calentaba tener una chica arriba nuestro se veía reflejado en nuestro miembro, y ellas lo sabían perfectamente, parecían entender muy bien cómo hacerlo. Agustín prendió el cigarro de cannabis y giró la primera ronda.

Teníamos todo bajo control. Las lomas de burro parecían entender nuestras intenciones, entre toqueteos y miradas. El efecto de la marihuana nos hizo reír e inhibir vergüenza alguna, sentirnos más.

Llegamos al boliche. Martín se había ocupado de conseguir los respectivos descuentos para los chicos y los “frees” para las chicas. Sumó mil puntos con Luli, demostrándole que era capaz de hacerla disfrutar del lugar sin tener que pagar su acceso.

Ellas pasaron por la puerta principal. Nosotros pagamos en la entrada con el bendito descuento y nos reunimos con ellas en una especie de balcón.

La música, el alcohol, el calor, los shorts cortos de las chicas y nuestros propios pensamientos jugaron durante toda la noche. Pasamos de ser cuatro chicos, a ser los monarcas de ese gran pueblo, las jóvenes.

A mitad de la noche, ya todos mis pensamientos y acciones estaban alineados con los de Sofía, y decidí llevarla a la casa donde estábamos anteriormente riéndonos de nuestros propios besos. Saludamos a nuestros respectivos amigos, salimos del boliche y nos tomamos un remís en la esquina del mismo.

Llegamos a casa, nos besamos durante todo el camino existente desde el comedor hasta el cuarto y cuando cerré la puerta del mismo, la desvestí, me acosté en la cama y ella se apoyó suavemente sobre mí. Su cara era perfecta, demostraba inocencia y perversión a la vez. Los sentidos jugaron un papel protagónico. Rozó mi pene con su entrepierna, seguimos seduciéndonos entre caricias y miradas. Pusimos nuestras fantasías sexuales en juego. Caí en el laberinto de sus curvas perfectas, su cuerpo armonioso. Sus expresiones eran excitantes, sus gemidos aún más. No encontraba explicación lógica en mi cabeza para entender aquel momento, solo sentí. Cuando todo terminó, nos acostamos mirándonos fijamente a los ojos, creí haber tocado el cielo con las manos. No me quería ir de su lado.

Marcadas las seis de la mañana, llegaron los chicos. Para la sorpresa de ninguno, Rodrigo llegó con Caro y disfrutó uno del otro durante lo que quedaba de la mañana. Los demás se fueron a dormir solos, pero lograron besar a sus chicas, lo cual dejó la posibilidad de que puedan seguir conociéndose aún más.

Me levanté junto a Sofía. Agarré las llaves de la camioneta que estaban sobre la mesa del comedor y manejé hasta su casa. Quedaba a veinte cuadras de la mía.

Cuando llegamos me dio un beso y se bajó de la camioneta.

-La pasé muy bien, te quiero ver de nuevo –dijo mirándome fijamente a los ojos.

-Sos hermosa rubia –dije con una sonrisa- . Si no te quisiera ver de nuevo, estaría loco. –añadí.

Se rio y se fue. Me quedé mirándole pocos segundos su cola, sus piernas mientras se alejaba, y volví conduciendo hasta la casa.

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