En la capital de una pequeña provincia del norte de Argentina, Jujuy, vivía Foro, un anciano de 80 años que, a pesar de su edad, no se había jubilado y continuaba trabajando en la peluquería que heredó de su padre, junto con su difunto hermano Juan. Desde muy chicos, los hermanos habían sido músicos muy reconocidos en su pueblo natal, como los cuadros y reconocimientos que colgaban de la pared de su local así lo demostraban. Entre recuerdos, nostalgias y colores, Foro tejía su día a día.

Desde la muerte de Juan, Foro se había convertido en un anciano gruñón, poco amigable y muy cerrado a las críticas. Pero lo que más sorprendió a todos en Jujuy es que dejó de ser el abuelo simpático y bromista, el peluquero y maestro de música admirado y querido por el pueblo. Tal es así que las visitas a la peluquería eran cada vez menos, así como su fiel clientela que aceptó con tristeza la realidad del anciano. Aunque la gente aún le guardaba respeto, algunas veces pasaban a saludarlo de forma cautelosa, evitando roces, desentendidos y malos tratos.

Día a día, Foro se levantaba a las 6 de la mañana e iba a la peluquería caminando desde casa, para así evitar que su corazón colapse, como el de Juan. Julia, su mujer, se lo recordaba todo el tiempo al son de un “Viejo, tenés que cuidarte, ya no sos un pibe”. Él, evitando todos los comentarios de su esposa, nunca respondía y se marchaba apresurado a trabajar, como evitando todo recuerdo que le causara dolor. En la peluquería su ritual se repetía día a día: Cortar el pelo, leer el diario, realizar crucigramas, poner tango en la misma emisora de radio, y volver a casa para almorzar en silencio con Julia. Un ritual ensordecedor que lo ayudaba a preservar sólo algunas demostraciones de sentimientos.

Su rutina era la misma hasta que un día, cuando no había clientes en la peluquería, Foro se acercó a un contrabajo que tenía cubierto por una manta. Limpió cuidadosamente el polvo que lo cubría y comenzó a recorrer sus cuerdas con cariño. Su momento de nostalgia fue interrumpido cuando alguien llamó a la puerta del lugar con las palmas. Era Juana, su nieta de 13 años, a quien hace mucho tiempo no veía por ahí. Había crecido desde la última vez que la vió, su cabello rizado era muy largo y estaba más delgada. Extrañamente llevaba en uno de sus brazos un estuche de un charango. Ella se aproximó a él con dulzura y algo de temor, y le pidió que por favor que le enseñara a tocar música. Foro le preguntó si acaso no alcanzaba a leer el letrero que colgaba en su puerta: “Ya no se dan clases de música, no insistir”. Juana agachó la cabeza e intentó insistir, pero el rostro de Foro era evidente, le negaba toda posibilidad con un gesto reprobatorio. Juana, entonces, se retiró muy triste dejando a solas al anciano. Foro siguió con su labor aunque algo en él ya no es lo mismo.

Cuando el abuelo regresó ese medio día a su casa, encuentró a su hija María y a Julia, charlando en voz baja en la sala principal. Cuando el anciano entró en el living, ambas se disminuyeron el volumen de la voz. María se secó unas lágrimas apresuradamente y Julia intentó consolarla con un abrazo. Aún así, no fue suficiente y María se retiró algo molesta y sin saludar a su papá.

Foro estaba desconcertado y le preguntó a Julia qué había sucedido, pero ella no le respondió y le sirvió el almuerzo en silencio. Cuando ambos se sentaron a la mesa, su esposa le pidió que por favor acepte darle clases a Juana, que no pregunte por qué, que lo haga por amor y lo que tenga de corazón. Foro, sin embargo, intentó poner muchos peros e insistió en saber lo que realmente le pasaba a su nieta. Julia, sin titubear, le pidió que lo haga por el amor que le queda hacia sus hijos, quienes poco a poco estaban perdiendo la confianza en él.

Al día siguiente, Foro esperó impaciente a Juana en la peluquería, mirando el reloj de la pared varias veces, y cuando ya habían pasado 5 minutos, Juana entró por la puerta tímidamente, pidiendo permiso, con un viejo charango en sus manos. Lo primero que hizo Foro fue regañarla y pedirle que no le haga perder tiempo. Luego le pidió a Juana que dibujar su mano derecha en un cuadernito y que enumerara sus dedos. Él siguió cortando el cabello a nuevos clientes que se asomaban. Entonces entró Don Pedro, un viejo amigo de 70 años, y le preguntó qué hacía Juanita en la peluquería. Foro intentó ocultar que estaba dictando clases de nuevo, pero Don Pedro se acercó de todos modos a ella para decirle que no se preocupe, que el viejo era gruñón pero que no siempre fue así. Entonces, Don Pedro le regaló un libro de historias y mitos de Jujuy, y la invitó a su revistería, un viejo puesto que se encontraba al frente de la peluquería, ya que cuando quisiera podría pasar a ver los libros que tiene en su colección. Juana sonrió, le emocionaban y conmovían estas historias, amaba la fantasía y la literatura. Juana se acercó a Foro para preguntarle si conocía alguna de esas historias, pero él le respondió de que a pesar de que sabe que le gustan los cuentos fantásticos ellas estaba allí para aprender música y no para soñar, volar y fantasear con seres irreales.

Al finalizar el día, mientras Foro cerraba las ventanas de la peluquería, Juana ya había terminado de barrer el suelo y le preguntó cuándo le enseñaría a tocar el charango. Foro le respondió con determinación que aún tiene que aprender cosas muy básicas de la vida antes de empezar a hacer música, porque el arte suponía entender la vida y tener paciencia. Juana se retiró apenada al baño y no salió de allí. Cuando ya habían pasado varios minutos, Foro llamó a la puerta del servicio y Juana salió de allí secándose las lágrimas. Él le preguntó qué le sucedía y Juana le contó que había un monstruo que la perseguía, una bestia que no la dejaba en paz. Foro le dice que se deje de cuentos, que ya es grande para temer, le da una palmadita tratando de ser amable y le convence que mientras esté allí no le pasará nada.

Clase a clase, Foro fue aprendiendo a tratar a Juana con más paciencia y a escucharla más en torno a sus problemas, aunque no creía que ellos fueran la excusa suficiente para no aprender a tocar el charango que tiene, el cuál está algo roto porque, según Juana, los monstruos que la persiguen lo habían intentado romper una noche.

Un día Juana llegó a la Peluquería junto a Adry, una jovencita de 11 años que conoció en «La cueva», un lugar donde según ellas huyen en búsqueda de protección contra el monstruo, que siempre las esperaba afuera del local. Juana lo describió como un gran lobo negro. Adry se expresó con sinceridad y le dijo al abuelo que sólo quería ir a ayudar a barrer y pasar tiempo con Juana, su mejor amigo. Aunque esto le costaría mucho trabajo, Foro aceptó el noble gesto de Adry siempre y cuando dejara de mencionar al monstruo. Hasta que una tarde llegó Fede, un adolescente de 14 años, otro habitante de «La cueva» que quería aprender a tocar el violín, ya que su padre le había regalado uno. Foro se resistió pero tras el pedido de su nieta y de Adry, aceptó. Tarde a tarde, entre mates, intentos fallidos de Juana en torno al aprendizaje, los amigos y el anciano comenzaron a compartir sus días e historias. Juana logró convencer a Foro de que le cuente algunas leyendas de su tierra y él y Don Pedro empezaron a turnarse para contar los cuentos de su pueblito natal, Purmamarca, y todos los seres fantásticos que lo habitan de acuerdo a la tradición oral.

Muchas veces Juana llegaba llorando por culpa del lobo y se pasaba la tarde sin avanzar, esto hacía que Foro perdiera la paciencia, aunque aún así continuaba enseñándole con más cariño.

Pero un día, Foro estaba muy agotado, se cumplía el primer aniversario de la muerte de Juan. El anciano se enfadó con su nieta porque ella insistió en que habían unos monstruos esperándola en la puerta. Él le dice que debe crecer y dejarse de idioteces sobre el lobo. Juana echó llorando y su madre llegó minutos después a buscarla. Al ver así a su hija, María le dijo a su padre que no tenía corazón, que no podía seguir viviendo del pasado y que si sigue así pronto se quedará solo.

Luego de algunos días Foro se enteró de que Juana estaba internada y que debían someterla a una intervención quirúrgica. Julia lo visitó a la peluquería, camino al hospital, y aprovechó para decirle que no tiene corazón, que justo en el peor momento de su nieta él le quitó su única distracción, las tardes en la peluquería. Foro intentó acompañar a Julia para ir a ver a Juana pero no pudo entrar al hospital, allí vió morir a su hermano y eso le impidió entrar en aquel lugar.

Foro decidió pedir ayuda a Don Pedro y juntos armaron un charango especial, para que Juana pueda acompañar sus historias con algunos simples rasguidos. A Don Pedro se le ocurrió que podrían cubrirlo con historias pintadas a mano. Julia también se empeño en ayudarlos y bordó algunos detalles mientras les cebaba unos mates, orgullosa por el cambio que comenzó a notar en su esposo. Las veladas transcurren entre risas y recuerdos de viejos relatos de Purmamarca. Julia acepta llevar este regalo a su nieta ya que Foro no se anima a entrar en aquel frío hospital. Al regresar de su visita, le contó a su esposo que la niña estaba muy débil y adormecida pero que cuando despertara vería el regalo.

Los días corrieron y Foro no tuvo noticias de su nieta. Apenado y algo triste decidió visitar a Juana, a pesar de que detestaba con todo su corazón aquel viejo hospital y todos los recuerdos que le traía. Aún así, entendió que el amor era más fuerte que todo recuerdo y que ya era hora de dejar atrás aquel dolor. Así, Foro entró en la habitación de su nieta y, para su gran sorpresa vio, se topó con un lobo negro y gigante, tendido a los pies de la cama de Juana. Esta bestia temible bestia dormía plácidamente al lado de la niña. Con asombro y miedo, Foro se acercó a Juana para darle un beso en su frente. Juana despertó y sonrió al verlo, estaba durmiendo con el charango a su lado. Su abuelo le contó lo orgulloso que estaba de ella, finalmente había podido adiestrar al lobo. Juana le confesó de que no lo habría hecho sin el regalo que él le hizo, el charango, porque la magia y el arte todo lo pueden superar. Foro sonríó y le pidió de que nunca olvide de que a veces debemos tener a nuestros miedos de amigos, para aprender a entenderlos y abrazarlos. Ambos se sonrieron y la joven tomó una libreta y empezó a contarle a Foro las historias que escribió mientras estaba internada.

Con ánimo renovado y feliz por la recuperación de Juana, Foro decidió
abrir una escuela gratuita de música en la Peluquería, para que todos los niños de «La cueva» o que huyen de algún monstruo, encuentren refugio en el arte y en su compañía. Aunque Juana no logró dominar el charango, decidió acompañar a su abuelo desde el apoyo incondicional y la lectura de relatos que mantienen viva su creencia en las historias fantásticas de su hermosa tierra.

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