La mentira más grande que había contado jamás

La mentira más grande que había contado jamás

Vic Ju

22/04/2017

PARTE 1

Utopia tenía 11 habitaciones con una capacidad de albergar hasta 31 huéspedes.

El personal estaba compuesto por:

– Sanka: original de Galle. Trabajaba de cocinero. Destacaba por su nobleza y tenía una dejadez natural de chico de playa.

– Tharaka: el niño guapo. Tenía 20 años y por ello le apodaron malli que significa hermano pequeño en cingalés. Era jovial e inteligente. Podía chapurrear muchas lenguas y sus bailes eran capaces de embelesar a cualquier mujer.

-Malinda, el chico de pocas palabras.

– Amile: el tuktukero loco. Este personaje aparecía de vez en cuando para traer y llevar clientes, y que el equipo hiciera recados. Tenía 50 años, el pelo alborotado y daba abrazos fuera de contexto. Siempre llevaba una botella de whisky debajo del asiento.

-Anastasia: al igual que yo trabajaba unas horas al día a cambio de alojamiento y comida, así podríamos prolongar nuestra libertad viajera. Daba clases de yoga y pintaba murales en las paredes. Sus obras hablaban más que ella.

Yo ayudaría en la recepción y el restaurante.

Ellos dormían en el dormitorio de los chicos y nosotras en el de las chicas.

Lanka era el propietario del albergue y de otros negocios en la isla. Desde el momento en que nos cruzamos me empezó a querer del mismo modo en el que quería a su coche, su móvil y otras de sus pertenencias.

Lanka era un autentico gangster. Bebía a diario y tomaba cocaína semanalmente. Las mujeres mantenían su ego hinchado. Constantemente gemidos se filtraban a través de las paredes de su habitación y veías salir a chicas de una en una, de dos en dos, y hasta de tres en tres. Odiaba y amaba con la misma intensidad y tenía el perro más bonito de toda la ciudad.

Cada noche los mayores traficantes de Sri Lanka venían a compartir copas con él.

Dice Lanka que vayas a beber con ellos.

Siempre ponía excusas pues prefería pasar tiempo en la cocina. Allí estaba Sanka y empezaba a echarle de menos cuando no estaba cerca mío. Nos tirábamos el hielo del congelador como si fueran bolas de nieve y me hacía patatas fritas con mucho chile.

Una noche Lanka me pidió que le acompañara a pasear a Rick, un cachorro de mastín de 60 kg. No podía seguir negando su compañía, así que no me quedó más remedio que aceptar. Fuimos al parque del lago y al llegar me cogió de la cintura. Le aparté la mano con delicadeza.

Es evidente que me gustas mucho. Me gustas desde la primera vez que te vi, me gusta tu sonrisa, me encanta tu acento, que viajes, que medites, tu espiritualidad…Eres lo que siempre he buscado y quiero que seas mía.

Además le había salvado la vida a su perro. Horas atrás Rick estaba jugando en el restaurante con un reptil desconocido para mí.

Oh!what is that?, Dije

Rick! No!

Alguien lo apartó bruscamente. Era una serpiente y su veneno era mortal. Yo estaba en la barra del bar y Lanka me miró desde la otra punta del restaurante como si mirara al infinito.

Tenía que salir del paso, pues la verdad no tenía cabida en aquella escena, y entonces mis labios empezaron a articular la mentira más grande que había contado jamás. Le expliqué con dulzura que estaba en medio de mi camino espiritual y por eso había dejado de estar con chicos por un tiempo.

Largo. Un tiempo largo.

Añadí que era una persona genial digna de admirar por muchas cosas entre ellas haber recuperado la inversión de su último negocio en 2 años. Lanka zanjó la conversación a orillas del lago con un » si te arrepientes dímelo, porque he estado reservándome para ti» y añadió que a partir de ahora le vería con muchas chicas.

A medio camino me comentó que teníamos que buscar un hotel para la mujer de Sanka y su hijo pues vendrían a final de mes.( Sanka no me había dicho que estaba casado, pensé)

Justo antes de llegar acordamos mantener la amistad, no obstante la promesa se rompió al amanecer. Lanka dejaría de hablarme por el día para dirigirme la palabra por la noche tras unas copas de más y en su propio idioma. Era una persona llena de ira. A veces salía de la habitación solamente con su sarong y una pistola de perdigones, disparaba a los pájaros y volvía a entrar.

A la mañana siguiente de la conversación con Lanka fui con Sanka a realizar la compra diaria del restaurante. Nos llevó Amile en el tuk-tuk. Le llamaban la atención mis greñas y siempre me intentaba peinar con sus sucias manos. Se saltaba los semáforos y tomaba las curvas en dirección contraria. Su mirada era igual de triste que de alegre, y le faltaban casi todos los dientes o al menos los importantes.

Sanka hizo del mercado una aventura. Me dio a probar frutas que no conocía y de camino de vuelta cuando me quise dar cuenta estábamos cogidos de la mano. Miré nuestras manos y le miré a él, acto seguido me besó.

Yihaaa…! gritó Amile al vernos por el retrovisor.

El beso traspasó la línea acotada para tal actividad. ¡Me besó por toda la cara!

Ese sería nuestro secreto y así se lo hicimos saber a Amile también.

Substituimos los besos de tornillo por piquitos y abrazos que nos dábamos a escondidas.

Con los días fui perdiendo el interés de manera gradual. Cuando Sanka me preguntaba qué me pasaba, le hablaba de lo de mi camino espiritual.

PARTE 2

Cuando conocí a Anastasia tuve la impresión de que sabía más de mi que yo de mi misma. Era alta, tenía cuello de bailarina y sonrisa de bruja. Usaba vestidos de volantes que le daban aspecto de muñeca de trapo. Hasta los 5 años tuvo una infancia feliz. Su madre era sanadora, ayudaba a la gente. Después empezó a invertir en negocios de alterne donde Anastasia pasaría sus horas libres. Se casó nueve veces, y cada marido dejaría a su hija huellas imborrables hasta día de hoy. Según la propia Anastasia ella era más ellos que ella. Uno le enseñó a pintar, otro a meditar, otros abusarían de ella…

Con 6 años probó el vodka y con 9 el sexo.

Dejó de hablar a su madre cuando se rapó la cabeza y se compró un arma. La creía poseída.

La vida le había llevado a convertirse en una autentica yogui habiendo vivido en el bosque por un largo tiempo dedicada a su sadhana.

Tras la puesta del sol hacíamos yoga juntas en la casita del árbol. Al acabar nos sentábamos al lado de la barandilla en el suelo con las piernas colgando y conversábamos. En esas conversaciones nos quitábamos la piel y todo lo que viene después, hasta llegar a las entrañas, la parte más bonita de las personas.

Anastasia admiraba mi libertad y yo la suya. Eran diferentes y complementarias entre sí.

Quería que le enseñara a peinarse o a despeinarse, y en fin de año nos maquillamos. Quería volver a la tierra por un tiempo.

Un día me confesó que se sentía nublada, no sabía muy bien que hacia allí, no era su ambiente y sin saber por qué se había quedado más de 2 meses en ese sitio.

Me di cuenta de que Anastasia estaba atrapada en sí misma y yo tenía que ayudarla. Le busqué un trabajo de voluntaria dando yoga en un resort al este de la isla. 2 días más tarde marcharía cubriendo su mural más sincero con tinta roja sin decir nada más.

Parecía que el desequilibrio de Anastasia equilibraba todo lo demás pues su marcha puso todo patas arriba.

Lanka y yo nos repelíamos cada vez más. Nuestras miradas nos quemaban y podíamos sentir nuestra presencia a metros de distancia. No se quien había empezado esta guerra de dardos invisibles si él o yo. Cada día estaba más segura de que sabía lo de Sanka.

Una vez me encontraba en la recepción chequeando las reservas del día. Tharaka, el niño guapo miraba su teléfono tumbado en el sofá a dos metros de mí. Recibí un mensaje a mi móvil al que respondí de inmediato. Y así estuvimos hablando un rato medio sin dirigirnos la palabra. Acabada la conversación me levanté, cogí mi botella de agua y se la tiré por encima.

Niño caliente, dije.

Tharaka tomó la revancha, fue a por su botella y corrió tras de mí hasta mi habitación. Me mojó toda la camiseta. Nos miramos unos segundos a los ojos y sabiendo que no era el momento ni el lugar, nos separamos para continuar con nuestros quehaceres.

A partir de ahí nuestras miradas de deseo se volvieron descaradas y secretas sobretodo para Sanka y Lanka.

Una mañana Tharaka limpiaba el baño de la habitación colindante a la recepción con el cepillo. Sigilosamente entré y cerré la puerta.

¿ Sabes guardar un secreto ?, pregunté.

Claro, dime.

Nunca se esperó que le fuera a dar un un pico. Se emocionó tanto que empezó a besarme con ímpetu.

Tuve que pararle los pies, todo era demasiado arriesgado.

Los días siguientes oscilaba entre los abrazos de Sanka en la cocina y las manitas de Tharaka detrás de la barra.

Cuanto más conocía a Tharaka, más necesitaba los abrazos de Sanka.

Ambos me proponían rincones secretos para pasar la noche pero al final siempre decidía dormir en mi cama.

La última noche decidí no pasarla sola.

Sanka había cogido la llave de una habitación vacía. Me escribió y quedamos allí cuando todo el mundo dormía.

Le conté todo. Me dijo que ya lo sabía, (Tharaka había roto nuestro secreto) pero que se había enamorado.

Le dije que sabía que estaba casado y que tenía un hijo. Sin aceptarlo rió.

Pasamos la noche abrazados .

Al día siguiente marché y dejé un mensaje secreto en la pared de dedicatorias de los viajeros. Allí escribiría este relato en una frase. » Todo empezó con la mentira más grande que había contado jamás.»

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS