Preguntas sin respuestas

Preguntas sin respuestas

Radhi Vélaz

22/04/2017

«Observo desde esta pequeña y medio abierta ventana de la furgoneta, a todos los transeúntes que caminan por las improvisadas aceras, todas las tiendas que comienzan a verse desde aquí. Antes de llegar a Thamel, uno de los barrios más destacados de Kathmandu, el conductor frena y yo bajo del automóvil. Camino despacio mientras me voy empapando de toda la cultura que me rodea. Me sumerjo por la pequeña calle perfumada, inundada por la hermosa melodía del Om mani padme hum. Le pongo música a mi paseo y mientras el incienso se va consumiendo, me quedo estupefacta. Admiro los colores que me envuelven, la belleza de los nepalíes que me rodean. Sigo caminando a paso lento hasta que llego a la desviación que me lleva a mi hotel. Decido parar por hoy y descansar un momento. Me encuentro feliz de estar aquí, pero debo ordenar todas las ideas que rondan mi cabeza. Mientras subo por las escaleras, uno de los recepcionistas me saluda con la felicidad irradiando en su mirada. Le saludo de vuelta y tras intercambiar algunas frases, me dirijo a la habitación. Una vez que entro, el cansancio me atrapa y me tumbo en la cama. Intento descansar un poco, pero el sueño se ausenta.

Me levanto lentamente y me sitúo frente al escritorio. Arrastro la silla hacia atrás y me siento. Cojo aquella libreta fiel que siempre me acompaña y escribo en ella todos los momentos del día. No me encuentro muy concentrada, olvido detalles y no consigo ordenar las ideas por lo que decido dejarlo. Pero entonces, mi mano coge involuntariamente un papel en blanco y empieza a escribir. Mi mano traza en el papel, baila y salta, escribe y escribe, papel tras papel; y sin embargo, todas acaban en el suelo, arrugadas, olvidadas. Son ideas sueltas que necesito liberar, dejarlas salir de mi mente y hacerlas volar. El taco de folios que se encontraba en el escritorio ha ido bajando y bajando. Y tras tomar un pequeño descanso, mi mano comienza a moverse de nuevo. Esta vez sin prisa, pero sin pausa. No pienso en lo que escribo, tan solo dejo que mi mente dicte a mis dedos y estos escriban lo que escuchan. A medida que pasan los minutos me voy serenando poco a poco, y al ver que mi mano para de golpe, cojo las hojas que acabo de escribir y comienzo a leerlas:

21/04/17

Querida mamá:

Son cartas y cartas las que escribo y al final, en un momento dado las cojo, las arrugo y las tiro por el suelo de esta amplia habitación. Han sido años largos, oscuros, represivos, donde me encontraba encarcelada por tus miedos, tus estrictas limitaciones. Sé que me quieres, que me querías y que seguramente todo aquello que hiciste o dijiste fue pensando en mi bien. Pero, hablándote desde el respeto, debo decir que no fue el mejor modo de instruirme.

Fui cobarde, fui valiente. Cobarde a la hora de expresarte todo aquello que rondaba por mi mente, para decirte que me encontré aislada. Me sentí encerrada entre las cuatro paredes de nuestra casa. Sin opiniones, siempre temiendo a hacer o decir cualquier cosa por miedo a lo que pensaras. Pero fui valiente para desarrollar otras metodologías, fui creativa e ingeniosa. Me vi en la obligación de mentirte, de no comentarte aquello que hacía, con los que me juntaba. ¿Estaba mal? Por supuesto, pero era la única salida que encontraba.

Apenas tengo recuerdos de mis primeros años, y si tengo alguno es por mi hermana mayor. Y la historia es tan distinta a la que tú me solías contar…que hubo momentos en los que no sabía a quién creer, cuál era la verdad. Pero entonces recordé. Me vi a mí misma siendo separada de ella, de verla tiempo después y comenzar a regular las visitas; pero también con el tiempo, ese lazo fue cortado de golpe. Recuerdo esa última llamada, dos horas al teléfono hablando de todo y de nada; y el miedo que sentí al oír el cerrojo de la puerta. Colgué de golpe, apenas pude despedirme y entonces, te tenía justo a mi espalda. No fui capaz de mirarte a la cara, no quería ser regañada, pero tampoco quería ver tu cara herida.

Siempre actuando con miedo mamá, ¿entiendes cómo es vivir así? ¿Sabes lo que es no poder hablar con tu propia madre sobre tus orígenes, sabiendo que eres de otro lugar y teniendo curiosidad por hablarlo? Y no solo eso. ¿Y las escuelas, el continuo cambio de instituciones? No entendía entonces la razón por la que me cambiabas tanto de colegio, de actividades, hasta que un día, siendo adolescente, vi que mis relaciones afectivas con mis amigas, no te alegraban. Tratabas de alejarme de aquellos a los que quería, a los que me querían a mí. No por tener amigos, seres queridos iba a dejar de quererte a ti, mamá. Eras, eres importante para mí. Me salvaste de una vida dura, de un futuro incierto para dármelo todo, siempre te estaré agradecida por ello; así que, ¿por qué tantas barreras?

Tengo las ideas tan revueltas que no sé si es coherente todo aquello que estoy escribiendo. Pero estoy cansada de todo. Me encuentro tan devastada con tu partida, tan arrepentida por todas las preguntas que nunca formulé y que hoy me están ahogando…

He empezado a ir al psicólogo, necesito deshacerme de todo este dolor que me envuelve. La sociedad no lo ve bien, incluso algunos de mis allegados piensan que por ello estoy loca, pero debo decir que ha sido una de las mejores ideas que he tenido en toda mi vida. Seguramente tú también estarías en desacuerdo conmigo.

Lloro ahora mientras escribo esta carta, lloro durante el día porque me duele que te hayas ido, duele los recuerdos que afloran.

La psicóloga me ha dicho que debo perdonarte y perdonarme a mí misma, pero se me hace cuesta arriba. También me dijo que debía volver a casa, a mi primera vida para poder reparar todo desde el comienzo. Y lo he hecho. He regresado a ese país subdesarrollado, estancado en la Edad Media. Me cautiva la belleza que encuentro. Y los monumentos que visito, lo recuerdan mis ojos. Algunas veces siento que me veo subida en la espalda de mi hermana mirando a todo, a todos.

Me contaste que era una sociedad machista y opresora, y lo es, lo he visto. Pero ¿por qué contar solo lo malo? ¿Acaso no querías que volviera? ¿Cuál era tu temor mamá? ¿Por qué tanto secretismo? Habría comprendido las cosas de haberlas hablado. De haberme dejado curiosear, ahora no estaría en esta situación desesperada por salir del hoyo. No sé si desde el lugar en el que te encuentras ahora, me puedes ver llorando mientras te escribo. Ha llegado mi hora de explotar, de sacar de dentro todo aquello que por años he ido guardando, guardando y guardando.

A veces me pregunto si de haber sido chico habrías tenido la misma actitud sobreprotectora, de aislamiento. ¿Habría sido diferente? ¿Me habrías puesto las mismas barreras o por el contrario, me habrías dado más libertad? ¿Fue por ser una niña, por estar indefensa en este mundo? ¿Temías que me hirieran? O ¿era simplemente celos? Y siendo así, ¿celos de qué? ¿De quién? o ¿A qué? No lo comprendo mamá.

Pienso y pienso, pero no hallo nada en claro, porque nada lo está. Me arrepiento de no haberme atrevido a preguntar antes o sincerarme contigo.

No quería ocultarme de ti, no quería ser dos personas diferentes. Solo quería que me conocieras, que conocieras a mi verdadero yo. A la persona que era en realidad y no a la que aparentaba ser. Porque era más fuerte e independiente de lo que pensabas. Tenía miedo, dudas, pero era capaz de alcanzar mis sueños, mis metas. Era capaz de defenderme por mí misma, de enfrentar las adversidades. No era una princesa en apuros. Sabía levantarme tras cada tropiezo. Tan solo necesitaba tu confianza, tu fe infinita en mí y en las decisiones que iba tomando. Quizás necesitaba también tus consejos, nuevas perspectivas, conocimientos adquiridos desde la experiencia.

No te habría querido menos si me hubieses dicho la verdad, si no me la hubieras ocultado, de haberme dejado disfrutar de mi libertad, de dejarme entrar en mí misma, conocerme y entender el origen, la razón por la que estoy aquí y no en otro lado; por la que eres tú y soy yo.

No puedo más mamá, me cuesta tanto entender la razón por la que tuviste que actuar de aquel modo, de hacer lo posible por no dejarme pensar, decidir…

Te perdono. Ante todo te perdono, porque así también me libero de esta carga tan pesada que llevo en mi interior.

Pero… Tampoco entiendo la razón por la que te obsesionaste por alejarme de todo y de todos. Me hubiera gustado tanto haber sido capaz de hablarlo en voz alta, de luchar por aquello que quería, por las respuestas que me debías…

Mi comportamiento fue la consecuencia de tu secretismo, tus mentiras, tus miedos, tus celos y tu opresión.

Quizás no me entiendas, porque, ¿acaso me entiendo yo? Tan solo necesitaba sacar de mi corazón todo el dolor que me estaba dejando sin aliento.

Lo siento mamá. Quien calla, se ahoga. Y he decidido que yo necesito aflorar a la superficie.

S.

Releo una y otra vez aquello que mi subconsciente ha plasmado en el papel. Tengo tantas dudas, tantas ideas por ser aclaradas, tantas heridas por sanar y cicatrizar.

Respiro profundo y guardo las hojas en el bolso y salgo de nuevo a la calle. Camino hacia la salida de Thamel y ahí tomo un taxi hacia Pashupatinath. Una vez lo alcanzamos, me bajo y me dirijo hacia las escaleras que me llevan a las aguas del río Bagmati. Allí me inclino, vierto en una pequeña cestita que contiene flores, las cenizas de mi madre adoptiva y junto a ellas la carta que lleva su nombre. Y entonces, cojo el mechero y lo acerco a la cesta. Veo cómo las llamas van propagándose por ella y la dejo en el río. Observo cómo se prende la carta, cómo las cenizas se sumergen en el agua, cómo las flores se avivan. Persigo con la mirada la cesta guiada por la corriente, río abajo. Y mientras entierro su recuerdo y libero su alma, me dejo mecer por el suave viento que acaricia mi rostro y despeja mi mirada.

Y es aquí, en este templo sagrado que da el último adiós a la vida, donde aprendo a perdonar, donde acaricio la libertad plena y despido a la soledad.»

Radhika Vélaz

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